jueves, 2 de diciembre de 2010

CUANDO LA BONDAD SE VA

Cuando la bondad se va a uno lo dejan sin poderes normales de vida cotidiana porque le están aprisionando el corazón al máximo y lo ponen enteramente triste. Eso es, precisamente, lo que  pasó a quienes conocimos a  Maria Laura Ugarte Chamorro Vda. de Madalengoitia, tras irse de este mundo para siempre hace  poco, a las 6 de la tarde de un 30 de setiembre del 2010.
Pero aquí está su espíritu por esa misma bondad y efectiva actitud de entrega que tuvo a lo largo de su valiosa existencia. De, efectivamente, dar amor. De tanto sacrificarse por el bien de los demás.  De tanto entregar por la misma noble causa.
Fueron 91 años de aportes. Muy pocos pueden tener esta impecable hoja de vida. Bueno, pues, Laurita si la tuvo con creces. Merece, de todas maneras, destacarse. Aun más, el reconocimiento pleno.
El dolor nunca acaba, persiste y aumenta aunque somos concientes de que en este caso se estaban cumpliendo los límites de la edad y la propia existencia.  Entonces, ese intenso sentir se convierte en  reafirmación porque hay una convicción: ella sí fue una gran mujer de férrea formación y consolidados sentimientos.
Un largo vivir de entrega total.  De efectivamente dar amor.  De tanto sacrificarse, de tanto seguir batallando por el bien de los suyos y los demás.  Tanta vida no puede desaparecer así por así.     Ella no se ha ido: está presente, persistentemente, con sus buenas acciones.
Se tiene que reconocer, de a verdad, lo buena que fue.  Se tiene que seguir sus pasos y estar siempre alegres,  prestos a seguir luchando en la vida y servir a los demás. Eso fue, es y será su mayor logro, por su ejemplo imperecedero.
MUJER ENTERA
Se tiene que dar. Porque ella dio. Todo eso, lo hizo con actitud ejemplar y con fuerza constante. Con convicción propia. Porque había entrega en sus actos.  Calidad. Mucha calidad. Cualidades superlativas de hija, esposa, madre, amiga, compañera; de las que se necesita en este mundo, aunque ya no está.
Lo afirmamos, con conocimiento de causa, siendo enteramente consecuentes con la verdad. Ella era la personificación del bien. Por supuesto, que no perfecta. Pero sí entregada con buenas y magníficas vibraciones.
La conocimos hace ya  casi 35 años. Mi padre, mucho más. Había sido  su amiga de infancia y de edad. Tan sólo unos meses de diferencia. Nacieron entre 1918 y 1919. El, un 3 de junio del primer año. Ella, un l6 de febrero del segundo. 
El PADRE
María Laura pertenecía a una estirpe familiar inteligente arequipeña de raigambre. Era la quinta hija de un maestro de escuela, de colegio y de universidad como fue  Federico Ugarte Carrera, forjador de  niños, juventudes y de multitudes de futuros profesionales de varias generaciones. Director del Colegio Nacional de la Independencia de Arequipa, entre muchos otros planteles, catedrático de renombre  en Castellano de la Universidad San Agustín de la blanca ciudad.
Sus hermanos intelectuales de primera. Miguel Ángel, maestro en  Lingüística como pocos. Hermann, político de avanzada, profesor universitario y forjador de geografías y profundidades del alma. Federico, médico de entrega total.  Guillermo muy culto, el  primordial impulsor  del teatro peruano, con una colección inigualable de máscaras. Alfredo, el dentista   de las manos acertadas para evitar el dolor.
Lo mismo que Ernesto, el “angolito” del corazón tan alegre con los efluvios de la bohemia y dicharachero como pocos. Héctor el habiloso químico, forjador de Pro Marina y estudioso de la Historia, reafirmando siempre lo heroico que fue su tío  Manuel Ugarte y Moscoso, que perdió la vida, ejemplarmente, contra el invasor chileno.
Sin dejar de lado  a las mujeres  igualmente  valiosas en esta familia peculiar. Estela Ugarte de Montoya  a la cabeza, poetisa auténtica de versos, creaciones y cualidades inéditas.  Hay una exigencia intelectual de publicar su obra literaria.
Gloria que conquistó, con su calidad de secretaria, empresas peruanas y  triunfó en Estados Unidos; y la menor Elena de Bustamante, madre de madres  que tiene  l3 hijos, plena de sacrificio y de agricultura para dar alimentos y frutos para todo el mundo en el valle de Cañete.
CORAZON GRANDE
María Laura, la querida Laurita, nació una tarde alegre de festividades en esa Arequipa de volcanes y revoluciones y de causas justas, un día de carnaval. Desde muy pequeña habilosa, entregada y persistente. Siempre lo fue como toda su familia.
El ingenio arequipeño  llamó a la familia Ugarte “los porotos”-sin molestia para ellos- por la pequeña estatura de casi todos, aunque les sobraba tamaño para ser lo que fueron, grandes. Ella resultó realmente y sin exageración,  excepcional.
Sacrificada como pocas. Cristiana consecuente sin llegar a extremos o guardarse prudentemente ellos. Entregada para hacer el bien, como constancia permanente. Había una virtud en ella. Tremenda entrega. Nunca hablaba mal de nadie. 
Eso sí, nerviosa total. Pero con un corazón tan grande para siempre servir. Con preocupaciones. Jaquecas, que se le fueron de un momento a otro.  Pero allí, con malestares o sin ellos, con lo que sea, respondía como efectivamente tenía que ser.
SUS AMORES
Siempre hablaba riendo y en positivo., sobándose las manitas.  Pero ella, lo real, estaba pensando en sus hijas, sus verdaderos amores.  Ni decir,  de Manuelito.  Era el esposo, a quien nunca había dejado de amar. Sus hijas cuatro pimpollos hoy ya en edad madura que mantienen belleza, inteligencia y simpatía: Laura, Betty, Amparo y Mina.
Una constante adicional: Laurita siempre bien arreglada, jamás desalineada. Con las manos perfectas y las uñas enteramente bonitas y pintadas adecuadamente. Preocupándose por todo lo que fuese la forma. Una mujer siempre de la presencia y de la imagen. Una auténtica señora Ugarte de Madalengoitia.
Ella creció y estudió en Arequipa en el hogar intelectual que todos se daban para sacrificarse y servir. Las dos virtudes las ejerció, a lo largo de su vida. Cuando vino a Lima llegó al Callao a trabajar en la oficina de Correos y Telecomunicaciones mientras su padre, cumpliendo los últimos años de su vida, era Director del Colegio 2 de Mayo de la Provincia Constitucional.
En esa oportunidad, conoció al que sería su esposo, posteriormente, Manuel Madalengoitia Moreno.  Un hombre, sin exageración,  de primeras cualidades en cuanto a principios, entregas y capacidades.
El trabajó, desde muy joven, en una famosa casa comercial transnacional de la época, como fue la Grace con oficinas en casi  todo el Perú y vivía  en el distrito chalaco de La Punta. Podemos decir que aquí, otra vez, se juntaron bondades con bondades.
MANUEL MADALENGOITIA
En esos andares porteños de los años 40, se conoció esta pareja.  Manuel tenía una buena posición económica. Madalengoitia era un tipo especial, con cierto atisbo de orgullo y humildad, aunque parezca contradictorio.
Miembro de una familia de origen vasco con blasones nobles que se criollizaron por completo, afincados en el norte del país. En el departamento de La Libertad.  Sus antepasados, con fortuna de por medio, habían levantado un mismísimo palacio, en una de las calles principales de Trujillo.
Manuel nació en Huamachuco, el l6 de enero de 1915. Era hijo de Ezequiel Madalengoitia, minero desde muy joven que se pasaba  buscando esas riquezas en las minas y socavones  liberteños. Su madre, de consecuencia y principios firmes.
Ezequiel se había casado con una de las damas más distinguidas de la provincia, Eladia Moreno Pacheco la entera y desprendida ”Mamá Lalita”, por angas y por mangas, una mujer renombrada de la zona. Inclusive, descendiente directa de doña Antonia Moreno de Cáceres, la esposa del  héroe de la guerra con Chile, Andrés Avelino Cáceres, que terminó siendo Presidente de la República y Mariscal del Perú.
SE CONOCIERON EN EL CALLAO
Manuel fue el último hijo del matrimonio Madalengoitia Moreno.  En quechua, propio de la zona de Huamachuco, lo llamaban “el shulca”, por haber sido el benjamín de los hijos.  El mayor de los hermanos había optado por la vida militar y se llamaba Julio, quien llegó a ser Coronel del Ejército.
Las otras hermanas,  mujeres:  la mayor, Sitila, suavecita, muy bondadosa y cariñosa; Guillermina, mujer bella, inteligente  que murió soltera por una penosa enfermedad; y Carmencita, otro  ser excepcional, soltera y maestra de escuela, que se dio por entero a cuidar en Lima a las hijas del hermano Manuel, cuando él vivía en Mollendo.
Laurita muy joven siempre arregladita, siempre simpática conoció en el vecino puerto del Callao a Manuel Madalengoita. Ella vivía en la calle Arnaldo Márquez de Jesús María, con sus padres y sus hermanos.
Allí estaba la señora María Chamorro de Ugarte, su madre, otro ser abnegado  y de principios. Además con un galardón, había tenido l6 hijos, 11 de ellos quedaron vivos. A todos los educó.  A todos les dio el ejemplo.
Hay que hacer un paréntesis en cuanto a la personalidad de Manuel Madalengoitia.  Había muchas similitudes con Laurita en sentimientos y actitudes. En efecto, ambos eran muy sensibles, cautos y sobre todo, respetuosos en sus  manejos de la vida. Realmente inigualables.
MATRIMONIO
Cuando Laurita se fue de este mundo, inmediatamente, nos acordamos de Manuel. Que tal hombre integro. Como pocos, sin exageración.  Sobre todo, por su formación y su entrega de darse, sin pensar en recibir.
Nos vanagloriamos de haber sido muy amigos de Manuel entre bohemia bien entendida y responsable. Pero eso sí, seriedad y entrega de darse a una vida en que el trabajo, la familia y las responsabilidades estaban en primer lugar.  El murió 17 años antes que su esposa. Pero la huella de cariño que dejó es, realmente, inigualable.
Manuelito y Laurita se casaron en la Iglesia del Colegio de la Inmaculada, en la Avenida La Colmena del centro de Lima en 1947. Nos contaba él  con vehemencia, que en aquella oportunidad, no tenia padrino porque su padre ya había muerto, su hermano Julio estaba lejos de Lima, a quien quería nombrarlo.  Felizmente, por aquel entonces,  conoció recién a un primo, originario de Cajabamba (Cajamarca), el Ing. Cesar Madalengoitia Toledo, para que cumpla esta labor. Lo hizo por supuesto.
MOLLENDO
Los Madalengoitia Ugarte forjaron un hogar ejemplar primero en Lima cuando él trabajaba en la Casa Grace, una de las empresas norteamericanas más importantes de aquella época.  Manuel había estudiado Contabilidad en la Universidad Católica, tras venir a residir a la capital.
Al poco tiempo, Manuel recibió propuestas para irse a trabajar por la empresa transnacional al puerto de Mollendo y aceptó las condiciones, ayudado por la encantadora Laurita que conocía  la zona, por sus orígenes familiares. Allí, Madalengoitia fue un empresario distinguido, caracterizado por sus dotes de capacidad, honradez y seriedad.
Por eso mismo, pasó a trabajar a la organización Gibson y se desempeñó como Jefe de la  Agencia de Aduana de ese grupo empresarial. Tal fue su empuje de resultados y capacidades que los  empresarios, le plantearon transferirle el negocio bajo su entera responsabilidad. Así se hizo y la  compañía se transformó, entre finales de los 60 o a partir de la década de los 70, si no nos equivocamos, en Manuel Madalengoitia Moreno, Agentes de Aduana.
Esta agencia  contó con los mejores clientes del medio durante muchos años y se dio el lujo de tener relaciones con todos los bancos del país y un record constante: nunca una deuda sin pagarse, en ningún momento un cheque rechazado. Por supuesto, que tampoco letras  de cambio protestadas, ni otro tipo de obligaciones comerciales fallidas.   Siempre limpios, sin deudas.  Esa era la filosofía Madalengoitia.
NUEVOS RUMBOS
Cabe decir que el triunfo profesional y económico de Manuel Madalengoitia, además de sus capacidades, tenía una clave.  Esa no era otra que el amor, cariño y tranquilidad que le daba  Laurita en el día el día, del hogar matrimonial.
Hasta que primero, llegaron las salidas de las hijas a quienes tanto querían los esposos Madalengoitia, para seguir nuevos rumbos de estudios fuera de Mollendo. Eso sí  que les significó tristezas por la separación.  Pero la vida tenía que seguir y así lo hizo este matrimonio ejemplar.
La pareja se quedó sóla bregando, en el día a día, de trabajo para bien de sus familiares. Con casa en Lima en La Residencial San Felipe donde las Madalengoitia Ugarte residían estudiando, cuidadas con el cariño inigualable de la tía Carmencita.
Manuel y Laurita extrañaban mucho a sus hijas. El primero pensaba en el retiro no por la edad, sino por la situación económica y aduanera en el país. Quería además, sobre todo por sus sentimientos, venirse donde sus hijas a Lima a vivir.  El retorno se concretó.  Era el año 1983.
MONOPOLIO
Somos testigos que el famoso experto de aduanas nos lo comentó en una de nuestras permanentes tertulias:  “me temo que este negocio,  -(se refería al de las aduanas), donde habían más de 20  en Mollendo-  se termina dentro de poco, porque viene una fuerza de capitales  y esto se acabó. Quiero retirarme,  cuanto antes”. Tenía toda la razón.
Palabras proféticas que eran parte de la personalidad de Madalengoitia,  producto de su entero conocimiento y experiencia. No le gustaba perder por perder. Oportunamente,  decidió retirarse. Pero con una cualidad de por medio: les dejó el negocio a sus  trabajadores, a los que habían colaborado con él,  con la oportunidad de usar su nombre, por supuesto sin responsabilidades legales, hasta por un tiempo. Caballero íntegro era Madalengoitia de todas maneras. Lo  demostró siempre.
Lo que él dijo pasó, vino exactamente, años después. Un determinado grupo económico, que todos sabemos quien es, arrasó con todas las agencias de aduana y empezó a reinar económicamente en Matarani y Mollendo, hasta ahora, monopólicamente.
Esta es parte de la historia hasta que Laurita, muchos años después casi 13, se fue como una velita. Lo decíamos en el dolor a una de sus hijas, Mina, y lo reafirmamos a Laura, Betty y a Amparo: "padres como los de ustedes, pocas veces se ven.  Pocas veces, no se olvide nadie".
El que escribe esto,  se enorgullece.  Por Amparo, la esposa y compañera del cariño y del amor hasta la consumación de los siglos.  Dije lo mismo en 1994, hace 16 años,  al publicar como dedicatoria a ella y mis hijos, uno de nuestros libros. Lo reafirmo ahora, con la misma convicción de una vida intensa juntos.
Producto del sentimiento pleno de una pareja y por nuestros hijos: Luis Enrique, el multifacético y habiloso comerciante de telas.  Jimena, la médico rumbo a la Geriatría de especialidad y profesional brillante de tanto estudio; y Verónica, “la gringa”, cuasi abogada con habilidad innata que apunta a ser jurista verdadera por sus méritos y  por ancestro familiar paterno.
Ellos la generación joven de la familia llevan sangre Madalengoitia y Ugarte. Lo mismo que el nietito que es nuestro ahijado, Miguel Alonso, que empieza con bríos y simpatía innata, en la encrucijada de la  vida.
Igualmente los otros nietos, hijos de Betty y Mina: Manuel, Arquitecto de innato y fino gusto;  Alejandro, que con sus cortos 18 años comienza a bregar acertadamente en la vida;  y Santiago,  el Biólogo científico con doctorado y todo lo demás, que aplica sus profundos conocimientos en Francia.
Desde el más allá, tras haber pasado, cada uno en su momento, el camino del polvo hacia las estrellas, Manuelito y Laurita  miran hacia la tierra y ven complacidos a sus hijas, nietos y bisnieto. Qué felices se deben  sentir. Honrémoslos siempre. (Edgardo de Noriega)

5 comentarios:

  1. Apreciado Edgardo:
    Acabo de leer el artículo de Laurita. Mil gracias. Creo que dices verdades, pero lo haces con una generosidad y dando un panorama que es bueno recordar. Ver las elogiosas expresiones sobre tanta gente que se quiere bien-entre ellas mi propia madre- me han hecho sentirme muy bien y reconocido. Jaime Montoya

    ResponderEliminar
  2. Gracias por tus recuerdos y sentimientos querido Edgardo, y por la relevancia que les das al ponerlos en tu blog. Eres de la familia desde siempre Choclito, desde el cielo te sigue acompañando mi padre y recibes las ternuras de mi madre. Muchos abrazos. Beatriz Madalengoitia

    ResponderEliminar
  3. Querido Edgardo,
    Gracias por tus recuerdos y sentimientos, y por la relevancia que les das al ponerlos en tu blog,
    eres de la familia querido Edgardo desde siempre,
    muchos abrazos,
    Bea

    ResponderEliminar
  4. Revise el blog y realmente muy interesante todos los temas. Felicitaciones. Yo tengo grabada la imagen de la señora Laura Ugarte de Madalengoitia siempre distinguida y amable. Antonio Mendoza.

    ResponderEliminar
  5. Recordar a los Ugarte Chamorro es recordar a los verdades maestros de Arequipa que formaron generacion tras generación. Realmente lamentable el deceso de la señora Maria Laura, a quien conocí en el puerto de Mollenda. Una dama de primera. Fernando Barrueto.

    ResponderEliminar