A fines de 1941 el Eje sentía la
urgente necesidad de hacer algo para mejorar su situación aeronaval en el
Mediterráneo, donde el predominio británico era indiscutible. Se llegó así a la
decisión de asestar un golpe, en el mismo puerto de Alejandría, a los mayores
buques de la “Mediterranean Fleet” allí fondeados. La empresa la llevó a cabo
un grupo de seis intrépidos hombres-rana de la Marina italiana, a las órdenes
de un joven patricio genovés, el Teniente de Navío Luigi Durand de la Penne, acompañado por los capitanes Vincenzo Martellotta y Antonio
Marceglia. Definitivamente, una empresa de guerra excepcional.
Muy decididos salieron a realizar la navegación en superficie y
avanzar en formación hacia las obstrucciones del puerto. Era el 18 de Diciembre
de 1941 y ellos abandonaron el submarino Scire. Junto con el cabo buzo Emilio Bianchi montaron en el cilindro
de proa y realizaron la maniobra de desenganche del aparato. Los trajes hacían agua. Pero los
respiradores funcionaban bien.
El mar está en calma. No hay
viento. La temperatura del agua es de 18°. No se ve la costa en la oscuridad de
la noche. Navegaron en formación, sin respiradores. Todos vigilaban las zonas
estratégicas de proa y popa. Avanzaron
lentamente y al cabo de una hora avistaron una escollera y luego la mole del
palacio real. Unas dos horas más tarde estaban junto al Ras el-Tin y como se
adelantaron anticipadamente al horario, abrieron los tubos porta víveres y
tomaron un piscolabis.
EL FARO
De repente se enciende el faro de
Ras el-Tin, que los ilumina de lleno desde 500 metros de distancia y deciden
alejarse sumergidos. Alrededor de las 23 se aproximaron al muelle exterior y
por una nueva ruta se dirigieron a la embocadura del puerto. Veinticinco
minutos después avistaron a proa las obstrucciones y oyeron el estallido de una bomba.
Tras recibir la orden de ponerse
los respiradores, navegaron con los aparatos hundidos de popa. Sólo el primer
hombre lleva la cabeza fuera y va sin respirador. Ven encenderse las luces que
delimitan los canales navegables fuera del puerto y piensan que van a entrar o
salir alguna unidad. Si se intenta el paso de la obstrucción durante la entrada
(o salida) de algún buque se corre el riesgo de chocar o de ser descubiertos
desde a bordo.
Pero, en compensación, durante el
paso del buque, la lancha de vigilancia se alejaría. Por otro parte, el peligro
de ser visto es un tanto relativo. Así, pues, decidieron entrar junto con la
unidad. Vieron hacia popa unas siluetas que se aproximan: son tres
destructores. Pensaron pasarles por la proa. Continuaron la misma ruta sin respirador y con
la cabeza fuera.
Pasaron a pocos centímetros del
primero hasta el punto que temían ser embestidos. Aumentaron la velocidad y
entraron en el puerto junto con el segundo destructor. El tercero ha
permanecido parado a poca distancia de ellos. Pero consiguen dar la vuelta a su
popa sin ser descubiertos. En el transcurso de la maniobra han perdido el
contacto con los otros dos aparatos.
EL FRIO
Los hombres-rana se dirigieron hacia el rompeolas y empezaron
a bordearlo a medio metros de distancia a fin de aprovecharse de su sombra.
Después de pasar junto a dos cruceros amarrados, llegaron cerca de Lorraine y
finalmente percibieron la masa oscura de su objetivo: el acorazado Valiant. A
unos 500 metros encontraron un tipo de obstrucción desconocido. Intentaron
levantar la red, pero no lo consiguieron. Es preciso actuar de prisa, porque
las condiciones físicas a causa del frío están llegando al límite de la
resistencia. Por lo tanto, deciden saltar la obstrucción por la superficie.
Al hacerlo, el cable y la red
quedan aprisionados en la abrazadera y en la hélice del aparato y hacen mucho ruido. Por fin consiguen liberarlo y vueltos a bordo,
se dirigen hacia la chimenea del buque. Son cerca de las 2 del día 19 y se encuentran a treinta metros del
acorazado. Se ponen los respiradores, se sumergen a siete metros y se aproximan.
Poco después chocaron contra la carena. El frío ha entorpecido las manos de
todos y no consiguen parar el motor, por lo que el aparato gira y se alejan,
parándose en el fondo a 17 metros.
Deben volver a la superficie para
restablecer la ruta e intentar de nuevo el ataque. Trataron de poner en marcha
el aparato sin lograrlo. Entonces Durand llama a Bianchi y le dice que compruebe
si la hélice esta libre. Tras algunos minutos de espera Bianchi ha desaparecido.
Se supone que se habrá desvanecido y salido a flote.
Su eventual hallazgo revelaría la
presencia de extraños, pero nadie encuentra rasgos de él. A bordo del buque
inglés reina la más absoluta calma. Entonces, los hombres-rana deciden llevar
el aparato bajo su casco. Vuelven al
fondo y descubren que un cable de acero ha quedado prendido den la hélice y no
es posible sacarlo.
VERIFICACION
VERIFICACION
El aparato se arrastra por el
fondo. Después de haberlo aligerado se le empuja y se le mueve algunos
centímetros. Todos están sudando y los cristales empañados de las mascaras no
dejan ver nada. Los hombres- rana verifican la ruta. Los atormenta la sed y la
duda de poder realizar el trabajo. Cada vez a menudo se paran. Los últimos
metros son los más duros
Al fin chocan con la cabeza
contra el casco y realizan una inspección para comprobar la posición en que se
encuentran. Ponen en marcha las
espoletas y las arrastran de nuevo, estando al borde de las fuerzas. Cubren de fango el tablero para evitar que
posibles reflejos puedan revelar la posición, hunden completamente el aparato y
finalmente vuelven a la superficie, ascendiendo a lo largo del casco.
Apenas en la superficie se quitan
los respiradores y los hunden. Están bajo la torre de la proa y nadan para
alejarse. Pero a los diez minutos llaman desde el buque, Como no hacen caso,
los iluminan con los proyectores y les disparan una ráfaga de ametralladora.
Vuelven entonces hacia el barco y se dirigen a la boya de proa donde encuentran
a Bianchi. Les cuenta que se había desvanecido y volvió en si en la superficie.
El aparato está colocado y las espoletas en marcha.
Los hombres-rana italianos. Durand, el primero de la izquierda.
Los hombres-rana italianos. Durand, el primero de la izquierda.
SARCASMO
Desde el buque les hablan con
sarcasmo pues creen que laa misión ha fracasado. Dentro de un par de horas
tendrán distinta opinión de los italianos. Son las 3.30 aproximadamente. Poco después
se aproxima una lancha con dos hombres armados que les ordenan levantar las
manos. Se niegan a hacerlo y no insisten. Luego les quitan los relojes y comprueban si
están armados. Los llevan a bordo, a la cámara de oficiales, donde permanecen bajo la vigilancia de unos infantes de marina que les hacen gestos amenazadores.
Un oficial les pregunta quiénes
son y de dónde vienen. Ellos entregan sus documentos y los llevan de nuevo a la
lancha que esta vez se dirige hacia Ras el- Tin. Allí hacen entrar a Bianchi en
una barraca, de la que sale poco después haciendo señas de que no ha dicho
nada.
Cuando faltan diez minutos para
la explosión, Durand de la Penne solicita hablar con el comandante. Al estar en
su presencia le dice que dentro de pocos minutos se producirá la explosión, que
no hay nada que hacer. Pero que todavía pueden poner a salva la embarcación.
El Comandante vuelve a
preguntarle donde ha puesto la carga y como no le contesta lo conduce de nuevo
a la celda. Cuando llegó Bianchi ya no está allí. Por lo visto, los ingleses lo
han trasladado a otro lugar. A los pocos minutos sobreviene la explosión. El
navío experimenta una fuerte sacudida, se apagan las luces y el local queda
invadido por el humo.
ORDENES
El acorazado empieza a escorar
hacia la izquierda. Durand de la Penne abre un ojo de buey que se halla muy
próximo al agua. Pero es demasiado estrecho para que pueda pesar por él. Vuelve
a ascender por la escalera y se dirige a popa. El comandante está dando órdenes
para salvar el buque. Desde allí ve al Queen Elizabeth a unos 500 metros. Toda
su tripulación está en proa. Al poco de unos pocos segundos, también se produce
una explosión en aquel acorazado.
El Capitán Marceglia procedió a
la localización de su propio objetivo y él y su segundo lograron colocarse al
lado derecho del buque. A la 1 se sumergieron para proceder a la aplicación de
la carga y a las 3.25 concluyó la operación y pusieron en marcha las espoletas
al tiempo. A las 4.30 echaron a tierra en una pequeña playa cercana, abandonaron
el equipo especial y trataron de salir del puerto.
Los dos doblaron sus bocamangas y
dieron la vuelta al cuello de la guerrera para esconder sus distintivos.
Pasaron el día siguiente vagabundeando por la ciudad y luego se trasladaron a
Rosetta donde al fin fueron detenidos por la ronda egipcia y conducidos a un
puesto de policía. Entregados por último a las autoridades inglesas, pasaron a
un campo de prisioneros.
Casi igual es la historia del
Capitán Martellotta. En el momento del cruce con los destructores, a la entrada
del puerto, también él perdió el contacto con los otros aparatos. Entonces fue
en busca de su portaaviones. Pero se dio
cuenta de que no estaba en el puerto. En consecuencia se dirigió hacia los
petroleros, escogiendo como blanco uno de 16 mil toneladas.
EXPLOSIONES
Se vio forzado a trabajar en la
superficie, sin máscara, porque experimentaba fuertes trastornos en el
estómago. Su segundo, el buzo Mario Marino, descendió para aplicar las cargas y
las espoletas se pusieron en marcha. Eran las 2.55. Durante la operación otro
petrolero se puso al lado del primero. Tanto mejor, pues saltarían juntos.
Luego se alejaron, hundieron el
aparato y alcanzaron a nado el muelle. En una barrera fueron detenidos por la
policía egipcia que los entregó a un oficial de marina inglés. Eran las 5.45.
Poco después Martellotta y su segundo escucharon, con breves intervalos, tres
sordas explosiones.
Todo había funcionado a la
perfección. (Editado, resumido y condensado de la
Revista “Así fue la Segunda Guerra Mundial”)
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