miércoles, 26 de febrero de 2014

LA COMETA

Deliciosa disposición del ánimo, generalmente afanado y entristecido, nos produce el recuerdo de aquellos días en que volábamos cometas, en que lanzábamos a la altura para que la llevara el viento como una esperanza, la débil y airosa armazón de papel y caña que nuestras manos pacientes o la tierna generosidad de nuestros padres nos proporcionara.
Antes, mucho antes de que supiera el cronista lo que era la electricidad, las ciencias físicas, los significados científicos del rayo y del trueno, cuando iba al colegio con su prensa- mueble y juguete a la vez- llena de libros y de cuadernos, recuerda haber leído con circunspecta atención al reverso de su cuadernillo, de a cinco centavos, la Historia de Franklin y la cometa y en su memoria revive el encanto que le produjeran aquellos dos personajes de levita volando el célebre papelote que supo atraer el rayo y dijo al hombre una verdad nueva.
Es lástima que no dispongamos de la documentación histórica necesaria para indicar la fecha aproximada en que el juego de la cometa se introdujo en el Perú. Debió aparecer antes del siglo XVIII, pues en aquella época servía ya para hacer investigaciones científicas lo cual prueba que se había generalizado. Pero dejando aparte graves disertaciones que nos serían fáciles, rememoremos la época del apogeo  de la cometa en Lima, ya por los propios y dulces recuerdos, ya  por las tradiciones que en boca de viejos camaradas hemos escuchado.


La cometa hoy en día.

ESPIRITU
La costumbre de volar cometas ha sido una de las más pintorescas de Lima. El espíritu criollo, con su gracia, su afán decorativo y su destreza, hizo en ella gala de inventiva. La cometa llegó a ser para muchos dotados de ingenua disposición artística, acicate para idear innumerables combinaciones,  partiendo del modelo simple que uso Franklin y que aparece en las oleografías de antiguas eras.                                                     Entre las más famosas que se usaron en Lima y que aún se usan, no obstante la decadencia de la costumbre, se cuentan la pava-cantora, cometa de lujo, difícil de hacer y difícil de volar con desteza el barril   con flecos y zumbadores, el barril sencillo, el cancel, la cola de pato, el gallinazo, el buque, la estrella, la cometa melliza, el pandorgo, la cometa nocturna, la cometa de pobre, la cometa china, la señorita, la cuna, el circulo, el as de copas, etc. etc.
La cometa era, a pesar de su frágil y simple apariencia, dificilísima de hacer. Requería larga práctica, dedos hábiles, sentido de las proporciones y del equilibrio. Los buenos hacedores de cometas, tenían que hacer la armazón, forrábase  con papel, papelillo o tela. Hecha la cometa, poníansele  adornos y zumbadores que mejor zumbaban y así, mientras unos opinaban por la mayor sonoridad del zumbador de flecos, otros sostenían que el mejor era el redondo con agujeritos. 
HUELLA                                                                                                                                                  En materia estilábanse las lunas, soles y estrelllas atributos astronómicos que muestran el origen excelso de la cometa y su generoso anhelo, resignaba la transacción del espíritu humano que después de Icaro comprendió que ya que aún no podía remontarse el mismo hasta los cielos, bien podría lanzar al viento algo suyo que llevara a la altura la efímera huella de su alma. Los celestiales adornos, hacíanse con papel de oro y plata para que la cometa reluciera con elegante vistosidad bajo los claros doseles del espacio.                      Una vez hecha la cometa ( o papelote como lo llaman en España), le quedaba más trabajo: lo indudablemente dificilísimo, era colocarle tirantes de lo que dependia casi sustancialmente su condición voladora. No todos sabían colocar los tirantes. Y muchos tuvimos en ocasiones que acudir en demanda de algún experto. Otro de los problemas era poner el rabo, que no debía ser largo ni corto, ni pesado ni liviano. La cola venía a ser como el contrapeso realista a la, por ascendente, frágil  tendencia ideal de la armazón ligera.
El sentido de las proporciones debía dar al cometero la seguridad de que la cometa no encontraría dificultades en su vuelo, porque si la cola era muy pesada, la cometa, atraída, con fuerza hacia la tierra, no se elevaría y si acaso era muy leve, entonces su vuelo sería alocado y tambaleante. De ahí la necesidad de que el cometero fuese a la vez cauto y artista, soñador y hombre práctico, para que su cometa que ascendiera y volara, señera y erguida. Terminada la cometa y colocados los tirantes y el rabo, el cometero podía lanzarla a los aires.


Al niño se le fue el papelote a la inmensidad del atardecer...

ADMIRABLE
Lo admirable en estas costumbres era la hechura de la cometa de lujo. Verdadera obra de arte criolla, especialísima muestra del ingenio fértil y vivo de nuestros zambitos, tan duchos en hacer cometas maravillosas de color y en línea. La cometa de lujo era casi siempre una estrella,  una pava- cantora o un barril. Su lujo consistía en la  calidad del papel, de seda generalmente, y en los calados, finísima y llamativa decoración que daba  gran trabajo y que se hacía en oro y plata. Han volado bajo el cielo de Lima cometas de dos metros de altura, caladas casi por entero en primorosos encajes y hechas con tela de seda y mostacillas de oro y plata.
En esta clase de cometas se daba gran importancia a los flecos, adornos, zumbadores y cascabeles. Y la hecha así constituía en todo el barrio un objeto de admiración y un perenne recuerdo. “¿Se acuerda usted compadre de aquella pava cantora con cola de pato, calada en seda y recamada en oro con su gran rabo peruano, trenzado entretejido como el mismísimo brocado con farolitos, cascabeles y mostacillas y que parecía realmente un traje de torero? ¡Esa sí que era cometa! ¿No compadre?”
 Y así, durante largo días, se recordaban las hazañas de las cometas, su fábrica y sus condiciones. Cometas hubo que se hicieron por suscripción de los vecinos de un barrio para sostener la competencia  frecuente con  los pobladores de algún rincón de la ciudad. 
 BAUTIZO                               
Una costumbre verdaderamente criolla, original y pintoresca y que revestía típicas ingenuidades decorativas, era el famoso bautizo de la cometa, ceremonia que requería padrinos y que hacía las delicias de un barrio o de un callejón durante largo tiempo. Cuando comenzaba la temporada, que era en el mes de agosto generalmente, los vecinos de tal o cual callejón decidían hacer un cometa de lujo en la que contribuían el dinero y el saber de los verdaderos aficionados.
 La cometa se hacía con exquisita solicitud, Se le ponían infinidad de flecos, caladuras y zumbadores. Una colección de lunas, soles, estrellas, rostros jubilosos y todo género de motivos ornamentales, engalanaban dicha cometa que por su tamaño, necesitaban  tener siempre una gran cantidad de costillas o travesaños de caña pegados al papel con medias lunas y corazones. Hecha la cometa se fijaba el día del bautizo y se designaban padrinos rumbosos
En una tarde soleada y ventosa salía a las afueras el abigarrado cortejo de la cometa que llevaba cuidadosamente algún adolescente preferido que no cabía en sí de orgullo. Llegados a las chacritas a la Alameda, al Dos de Mayo ,a Las Pampas del Camal o del Medio Mundo , se bendecía con toda solemnidad la cometa, el padrino la rociaba con buen pisco y decía discursito y la madrina ataba al fin de la cola un grande y llamativo pañuelo de seda.
CORTES
 Luego se procedía a hacerla volar. Todos querían tener la cuerda un momento. Todos querían tener el orgullo de haberla mantenido en alto, de haberla soltado, un segundo, de haberla hecho cabecear bamboleando.
 El bautizo servía para la gran jarana que duraba varios días, en la que el padrino se encargaba de las butifarras y el pisco. La cometa servía después, si no se perdía, de estupendo adorno en casa del vivo que logró quedarse con ella.
Uno de las picantes emociones que ofrecía el volar cometas era el juego de los cortes. Para ello la cometa debía llevar en el rabo una colección de cuchillas, que para ser eficaces, según aseguraban los entendidos, habían de ser trozos de cristal pulido proveniente de la base de una botella.
Menospreciabánse las cuchillas de acero. El juego consistía en volar la cometa con destreza y hacerla caer con rapidez y vigor sobre el hilo que sostenía la cometa vecina, cortándolo. Esto se coreaba con grandes carcajadas y a veces se originaban  verdaderos líos entre los voladores.
 La manera clásica y elegante de cortar una cometa era la del cabeceo. Una vez que la cometa asesina estaba a conveniente altura, se le comenzaba a recoger con una sola mano hasta colocarla precisamente sobre la cuerda temblorosa de la víctima.


Dibujo del juego en su esplendor infantil.

HABILIDAD
Entonces el volador, con un juego hábil de muñecas, hacía cabecear su cometa con fuerza, de modo que el rabo hiciera una trayectoria curva, como un látigo bien fustigado, y cayera, cortante y preciso sobre el hilo de la cometa desgraciada que, serena y majestuosa un momento antes, comenzaba a vacilar como ebria y alejarse tambaleante y ridícula ante el regocijo triunfador del otro bando.
Los desafíos se hacían de barrio a barrio. Los de Chacritas con los de las Descalzas, los de Malambo con los de Dos de Mayo y así sucesivamente. Se escogía el campo en un grave lance de honor y allí iban los adversarios con sus grandes cometas a la espalda, acompañados por la chiquillería de los barios respectivos.
Comenzaban entonces el más bullanguero y pintoresco batallar. Hoy una cometa cabeceaba cuatro veces sobre la que había escogido como víctima, trazando como un halcón agresivas curvas, mientras el experto volador que veía el peligro, combaba el hilo de su cuerda aflojándolo y procuraba recoger su cometa para colocarla en fiera actitud hostil sobre la agresora, ya otra que aparecía de improviso, ¡zis, zas!, cortaba una, dos, tres cometas antes que sus dueños se hubieran dado cuenta del peligro.
Las luchas se hacían emocionantes, los ánimos se enardecían, menudeaban las exclamaciones y los gritos y el cielo se cubrían materialmente de cometas caladas o sin calar, peruanas, españolas, francesas, italianas, multicolores, de toda clase, de toda condición, mellizas, pavas-cantoras, pandorgas, barriles. Y en el aire diáfano el rumor característico de los innumerables zumbadores se alargaba, crecía, se alejaba como un oleaje.
TRAMPAS
El afán de lucha que estimula y eleva, daba frecuentemente a la competencia caracteres de lealtad. Pero como contraste de los enemigos que llamaremos nobles los había mezquinos  y solapados. Aparecían en las casas vecinas a los campos de juego y se escondían en los callejones acechando el vuelo de los cometas de los señoritos.
Eran las trampas.  Los cazadores de cometas se proveían de una piedra que ataba firmemente a un cordel  y esperaban el paso sereno de la víctima. Elevaban en  momento oportuno la piedra, la enredaban al hilo de la cometa voladora y luego tiraban de ella hasta cogerla. Representaban el bajo espíritu de la envidia, la artera odiosidad de lo que se arrastra a lo que vuela
Otros enemigos de los cometas, eran los crueles e inanimados hilos telefónicos y telegráficos. Representaban la desgracia casual, invencible, el azar inerte y tremendo. Antes eran frecuentes ver pendiendo dolorosamente de aquellos hilos descoloridos restos de cometas que fueron en otros días el encanto de muchos adolescentes y que así, azotados por el viento y las lluvias, guardaban el amargo secreto de alguna desilusión.


Colorido y sofisticación.

CAMPOS
Ya hemos dicho que los campos preferidos para volar cometas eran la primera falda del cerro San Cristóbal, la pampita del Medio Mundo, los alrededores del Monumento Dos de Mayo, las Chacritas y el Camal. En estos parajes se hacían por lo general los bautizos y los desafíos. Pero a falta de ellos, los techos y azoteas sirvieron de maravilla.
La costumbre produjo algunas desgracias y tanto se habló de ellas y tal propaganda hicieron los periódicos que cuando llegaba el mes de agosto, el señor Intendente de Policía dictaba enérgicas circulares a  los Comisarios para que impidieran que se volaran cometas en los techos.
 Rara vez fueron obedecidos.  En los hogares, los niños no querían quedarse sin volar cometa, ya que tenían miedo de hacerlo en las pampas, donde los voladores clásicos echaban trampas, jugaban a los cortes y a veces la emprendían a pedrada limpia contra los señoritos y formaban así barullos endemoniados. De allí, la costumbre de volar cometas desde los techos.
Más de una vez descalabróse un niño que, retrocediendo, retrocediendo por recoger la cometa, fue a dar con sus huesos en tierra desde un segundo piso mientras la cometa se perdía alocada como pidiendo socorro. Este a veces trágico papelote de los techos, fue el más acechado por las traidoras trampas.
CRIOLLISMO
Los cometeros de toda  condición tenían un día clásico: el de Santa Rosa de Lima. Era el más favorecido por los padrinazgos, ingenuo pretexto para los festejos y jaranas en que el tronar de los cohetes, el rasgar de las vihuelas y las voces cantarinas de los aficionados componían un acompañamiento de jovial y bullanguero criollismo.
El volador de cometas se distraía de la monotonía del mero acto de volar la frágil armazón, inventando una serie de diversiones como lo de los partes o  telegramas, pueril costumbre que consistía en pasar por la cuerda que sostenía la cometa, un papel vistoso, agujereado en su centro que subía hasta la cometa misma, como un mensaje sin palabras, que le enviaba el cometero. Era un parte a la altura enviado por el volador que, pegado a la tierra, sentía dentro de su inconsistencia que algo suyo se elevaba también.
Pero no sólo el sencillo afán de distraerse y la instintiva aspiración a la altura tuvieron su representación en las  cometas. Las almas teatrales, los espíritus trágicos, los amantes de lo extraño, los atormentados y atormentadores, también hallaron medio de manifestarse en las cometas. Algunos se daban el gusto de verlas en la noche, poniéndoles farolitos y dando así más de un susto a los inocentes moradores de la capital, que veían en la nocturna sombra elevarse de pronto una extraña luz a la cual suponían fatídico signo, anuncio de peste, presagio celeste de malaventura.


Alli está impecable.

GOZO
El volador oculto, anónimo, gozaba lo indecible con la íntima adivinación del asustadizo comentario que suscitaría su macabra cometa nocturna. Otros, en pleno día, acostumbraban elevar unos grandes pandorgos de tela negra, en la que lucían, finamente recortados en blanco, signos mortales, calaveras, canillas cruzadas, un reloj de arena y una cruz siniestra, que parecía llevar un mensaje de ultratumba por sobre todos los pobladores. Más de un transeúnte tímido y supersticioso, al mirar al cielo y dar sus ojos con la típica cometa, se persignaba fervorosamente.
El titulo del maravilloso capitulo de Nuestra Señora de París se nos viene a la imaginación cuando este divagar aéreo nos trae a la memoria del aeroplano. La conquista del aire, significa el destronamiento de la cometa. Ya algunos papelotes modernos, sin caladuras, sin adornos, sin cascabeles, ni farolitos, comenzaron ¡ay! un día de progreso a representar aviones.
Desde entonces comenzó la decadencia irremediable de la cometa, al punto que ya hoy la deliciosa y pintoresca costumbre carece del vivo colorido de otrora. Sólo muy de cuando en cuando se repite la escena ceremoniosa del bautizo. La civilización ha ido lentamente acabando con estos hábitos.
 Rarísima vez ya asoma, desde  una arcaica casona, alguna cometa cursi. Ya no se venden como antaño, en fruterías, pulperías y callejones, cometas de todos tamaños, precios y calidades. Tampoco se ven aquellos encantadores pandorguitos de centavo chico, que con un ovillo de hilo remontaban y se perdían en la altura.
DESAPARECEN
Todas van desapareciendo: la cometa del pobre, aquella humilde y frágil que se hacía con un cuadrado papel de estraza y que volaban los muchachos miserables soñando con volar algún día la gran cometa calada y de zumbadores.
La cometa china extravagante y suntuosa en su originalidad: la pava cantora de lujo. La estrella de seis puntas. El cancel, con su gran zumbador detrás, rumoroso como ninguna otra cometa. Las arteras trampas y los emocionantes cortes en el bullicio de las pampas y alamedas al aire libre y a pleno sol.
En nuestra niñez no había para nosotros ocupación más dulce que hacer una cometa muy grande. Soñar con ella toda la semana. Comprar por nosotros mismos las sacuaras. Hacer el armazón. Tejer con los burdos hilos el dibujo que luego forrado en oro y plata daría el más primoroso encaje. Pegar el fino papelillo de seda. Poner los travesaños y costillas. Ir colocando en ellos simétricamente rojos y blancos corazones con morosa paciencia de artista primitivo.


Para todos los gustos.

A LAS ALTURAS
Encargar con aire de maestro a todos los de la casa alguna comisión, como afinar las cañas, como sostener la taza del engrudo, como ir desenvolviendo con arte y delicadeza el mazo de pita que un fino juego de muñecas enrollaría luego en un corto pedazo de madera. Buscar las cuchillas. Discutir calurosamente con algún amigo cometero la calidad de los zumbadores y después de esta fatiga, remedo de las que más tarde se sufren en la vida.
Subirse el domingo al techo y, ante el asombro tierno de toda la familia, lanzar la cometa al azar desconocido de las alturas, a la insinuación malévola de la envidia que la cortaría, al golpe formidable de un ala del viento que la traería a tierra con una ilusión muerta. Por algo podemos decir, imitando a Menéndez y Pelayo: ¡Son tan tristes un alma destrozada y una cometa caída!
¿Somos hoy menos ingenuos, tenemos menos aspiración a subir, a enviar a lo alto, como lo hiciéramos de niños con los cometas algún mensaje de ensueño y de supina idealidad? ¿Nos pegamos más a la tierra? Tal vez.  Lo indudable es que cada día que pasa verificamos con dolor que nuestros adolescentes y aquel niño grande que es el pueblo, tienen menos distracciones. Lima se convierte en una ciudad triste y descolorida. Su progreso no tiene encantos peculiares y el cronista se duele románticamente de su propio envejecimiento y vuelve como antaño a sentir indeciblemente aquellos versos:
Oh recuerdo, encantos y  alegrías
¡De los pasados días…!
 (Páginas seleccionadas del libro “Una Lima que se Va”, cuyo autor es el consagrado escritor y político José Gálvez Barrenechea)

2 comentarios:

  1. Buenos días, he leído su post y quisiera hablarle de un proyecto relacionado.
    ¿Podría indicarme un correo electrónico para poder contactarlo, por favor?
    Gracias

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