Casi inmediatamente después del
ejército invasor, llegaron a Francia los
“batallones” de burócratas para poner en marcha el régimen de ocupación:
gobernadores militares con su séquito de funcionarios, el “Propagandastaffel” (oficina
de propaganda), los “Devisenschutzkommandos” (organismo para proteger la
moneda alemana), etc. La vida francesa, en mucho de sus aspectos,
cambió rápidamente al ser reglamentada mediante una serie de disposiciones
sutilísimas y el país se encontró en vías de “recuperación” después de la
deprimente derrota. Pero esta “recuperación” asumió, a menudo, aspectos muy
extraños,
A las 12.30 del 17 de Junio de
1940, el nuevo Primer Ministro, Mariscal de Francia Philippe Pétain, dirigió el siguiente mensaje radiado:
“¡Franceses! Aceptando la
invitación que me ha dirigido el Presidente de la República tomo desde hoy las
riendas del Gobierno. Tengo fe en la lealtad de nuestro magnífico Ejército que
con un heroísmo digno de sus antiguas tradiciones está luchando con un enemigo
superior en número y en medios.
Luego agregó: “Me consta la
maravillosa resistencia con que ha cumplido
con su deber y cuento con el apoyo de los viejos combatientes que me
enorgullezco de haber estado a mis órdenes.
Ofrezco ahora incondicionalmente mis servicios a Francia con el fin de aliviar
sus sufrimientos.
Oficiales en plena guerra. Al fondo, la torre de Eiffel
Oficiales en plena guerra. Al fondo, la torre de Eiffel
DOLOR
“En esta hora de amargura, mi
pensamiento se dirige a los desgraciados fugitivos que llenan las carreteras de
Francia y siento un inmenso dolor por su triste condición. Hoy, con el corazón
dolorido, os comunico que los combates deben cesar.
“Ayer por la tarde me puse en
contacto con el adversario para preguntar, de soldado a soldado, sí después de
cesar el fuego, y con unas condiciones honorables, estaría dispuesto a encontrar
el modo de poner fin a las hostilidades”
“Quisiera que todo el pueblo
francés pudiera reunirse alrededor del Gobierno del que asumo la presidencia en
esta hora de tribulación. Que cada uno de vosotros ahogase su propio dolor
personal y volviera a poner su fe en el destino de la patria”.
La reacción a esta llamada fue inmediata y determinante. Todos los franceses
escucharon las palabras del nuevo Jefe de Gobierno. En París y en las ciudades
más importantes de la Francia no ocupada, donde todavía se editaban periódicos,
la gente pudo leer enseguida el discurso por lo que, al cabo de pocas horas,
toda la nación estaba al corriente del mismo.
CREENCIA
La importancia de la decisión de
Pétain derivaba del prestigio personal del mariscal que entonces gozaba del
favor popular, especialmente entre los numerosos poilus( sobrenombre con el que
se conocía a los infantes durante la Segunda Guerra Mundial). Para el país,
quien hablaba no era el Primer Ministro,
sino el Gran Mariscal, comandante de los
Ejércitos victoriosos de 1918. Había que creerle si afirmaba que había llegado
el final: el final de la guerra, de los sufrimientos y quizás, también, el
final de la grandeza de Francia.
Aceptar la idea del armisticio
así sugerida no significaba falta de patriotismo. ¿Quién hubiera osado discutir
una decisión tomada por un viejo mariscal, cuando éste aseguraba que había
llegado la hora de olvidar los prejuicios y de solicitar las condiciones, no ya
de rendición, sino de armisticio?
La evacuación de Dunkerque dejó
un sabor amargo a los franceses. Puesto que nadie podía imaginar entonces que
la retirada facilitaría más tarde la victoria, les ofreció una especie de
coartada mental, una excusa para poder aceptar el hecho.
Admitían que Francia había sido
derrotada porque Inglaterra la había abandonado, lo cual demostraba que aquella
proyectada unión tal como temieron siempre los franceses, fue una idea
magnífica pero irrealizable. No era más que un plan de “la pérfida Albión” para
apoderarse de las colonias francesas.
Los alemanes en el Arco del Triunfo.
Los alemanes en el Arco del Triunfo.
PREGUNTA
En cuanto a la idea de Winston
Churchill de defender París casa por casa y de empezar las guerrillas en
Francia, horrorizaba a quien oía hablar de ello. Esto significaría ignorar la
realidad de los hechos y, además, sería un desastre para la población civil.
Una guerrilla a escala nacional, basada en la resistencia hasta la muerte y en
la destrucción total de los centros habitados, requería condiciones
completamente distintas de las que existían en un país tan desarrollado y
relativamente pequeño como Francia, y que, por añadidura, en aquellos momentos,
estaba desmoralizado.
Por otra parte las condiciones de
armisticio ofrecidas por los alemanes eran mucho menos duras de lo que temían
los franceses o de las que merecía Gran Bretaña, ya que no imponían la rendición
de las colonias ni de la Marina, y ni siquiera les obligaba a ponerse al
servicio del Eje para luchar contra Inglaterra.
La primera pregunta de Weygand
cuando el General Huntziger le comunicó por teléfono las condiciones del
armisticio, fue: ¿Y la Flota? Al oír la respuesta del General de que los
alemanes no habían exigido su rendición, suspiró con alivio. Por si era poco,
se consiguió otra concesión de los alemanes: la Flota podía permanecer fondeada
en los puertos de ultramar. ¿Qué otra cosa mejor podían esperar los franceses y
los ingleses? Parecía que lo peor había pasado.
Petain.
Petain.
RESIGNACION
Esta impresión se adueñó en la
multitud, moral y físicamente abatida y contribuyó a suscitar los contrapuestos
sentimientos con que acogió la perspectiva de poner un fin inmediato a sus
sufrimientos. El Gobierno, el Alto Mando y el pueblo estaban convencidos de que
Inglaterra sucumbiría también y de que el final de la guerra estaba ya próximo.
Hubiera sido difícil censurarles por esta convicción.
No obstante y a pesar de los aplausos
con que se acogió en muchas ciudades el mensaje de Pétain, también era bastante
general el sentimiento de un desolada resignación. Muchos franceses lloraron al
oír la voz cansada del viejo soldado anunciando la dura decisión: otros fueron
presa de un abatimiento tan profundo que, en algunos casos, llegó hasta el
suicidio, y no faltaron, finalmente, quienes vertieron su resentimiento contra
los políticos culpables de las desgracias del país.
Pero lo cierto es que una gran parte del pueblo francés se mantuvo al margen de
esta efervescencia. Había muchos elementos
pasivos, y también muchos oficiales, que anteponían la disciplina a
todo, especialmente entonces cuando habían perdido los medios y la voluntad de
luchar. Estaban derrotados, y en su presunción profesional no podían admitir
que Inglaterra no tuviera que sufrir la misma suerte.
Operativo nazi.
Operativo nazi.
MINORIA
Existía además una exigua minoría
de elementos activos que, a veces, desempeñaron un papel decisivo en la tragedia.
Se trataba del reducido grupo de fascistas extremistas, los nazis de Francia.
Estos habían deseado ardientemente la victoria de Alemania-quizás habían
colaborado en ella- con la esperanza de hacer triunfar en su patria sus
ideologías.
Otro grupo estaba constituido por
los que formaban parte del Gobierno o pertenecían a los ambientes políticos,
quienes aceptaron el armisticio como el menor de los males y abogaron por esta
solución. Entre ellos figuraba Weygand y su Estado Mayor, movidos
principalmente por razones militares, pero también por otras causas de orden
político.
Otro sector como los políticos capitaneados
por Pierre Laval, funcionarios estatales, exponentes del mundo económico y
teóricos como el periodista monárquico Charles Maurras, veía en el armisticio
la ocasión más propicia para curar a Francia de sus evidentes males crónicos,
para darle una constitución más de acuerdo con los tiempos modernos y sobre
todo, más predispuesta a la colaboración con las dos dictaduras dueñas del
continente. Hubo, incluso, quien pensó en una Francia que ocuparía el puesto de
Italia como aliada de segundo orden de Alemania.
“LOS OTROS”
Pero no se deben interpretar
torcidamente estas actitudes francesas: quienes las sustentaban eran patriotas
sinceros, que consideraban como deber personal
adoptar unas actitudes realistas. Hombres convencidos de que debían
salvar a Francia de una destrucción total y asegurarle un porvenir más
prometedor y aceptable. Para ellos el armisticio era solamente el primer paso
hacia una paz razonable.
Finalmente estaban “los otros”,
los que se resistían, negándose a resignarse, a adaptarse o a bajar la cabeza frente al supuesto inexorable destino. Eran
pocos y aislados, y cuando proclamaban su propia indignación nadie les
escuchaba. Necesitaban algo o alguien que polarice sus energías latentes,
dispersas, pero potencialmente fuertes.
Y no tuvieron que esperar mucho. El 17 de Junio, el mismo día en que el
Mariscal Pétain comunicaba al pueblo francés la derrota, Charles De Gaulle llegaba a Inglaterra a bordo de un
avión británico, y por la tarde habló también él a los franceses, pero en un tono muy distinto:
“Creedme ¡nada se ha perdido para Francia! Los mismos sistemas que nos
han llevado a la derrota podrán conducirnos un dia a la victoria. ¡Porque
Francia no está sola! ¡No está sola! Esta guerra no se limita exclusivamente al
desgraciado territorio de nuestro país. No se reduce a la batalla de Francia.
Es una guerra mundial. Todos los errores, las dudas, los sufrimientos, no
bastan para cambiar la realidad innegable de que existen en el mundo medios suficientes
para destruir un día al enemigo…¡De ello depende el destino del mundo!”.
Muerte y desolacion
Muerte y desolacion
PATRIOTISMO
Sus palabras no causaron en aquel
momento un gran efecto en el pueblo francés. En primer lugar, pocos lo
escucharon. Y además ¿Quién era aquel General de Gaulle? Se le conocía
solamente en las esferas militares y quizás en el Parlamento donde Reynaud
había hablado de sus ideas sobre la guerra acorazada. Pero en 1940, los
franceses lo rechazaron con un encogimiento de hombros. Sin embargo, una
minoría bastante limitada escuchó su llamada. Una minoría compuesta por quienes
tuvieron el honor de poder definirse como los primeros gaullistas.
Aunque a escala muy reducida,
constituyeron una muestra representativa de todo el pueblo francés. Hombres y
mujeres, jóvenes y ancianos, militares de carrera e intelectuales, capitalistas
y obreros, funcionarios de todas las categorías, campesinos, pescadores,
extremistas de derechas y de izquierdas, como por ejemplo, los comunistas que
no aceptaban las directrices de Moscú.
El vínculo que unía todos estos “resistentes del primer momento”
era, desde luego, el patriotismo, pero existía otra gran mayoría de patriotas,
igualmente sinceros, que seguían a Pétain. Para ser un resistente del primer
momento como De Gaulle, e incluso antes de que De Gaulle hubiera expresado las
razones por las que se debía resistir, hacía falta tener algo más que
patriotismo. Algo que De Gaulle poseía en sumo grado: una obstinación que
incluso le hizo rechazar la aceptación del hecho.
DESPLAZAMIENTO
Unos sencillos pescadores
bretones ofrecieron, en este sentido, un ejemplo maravilloso: el 19 de Junio un
barco Lóiseau des Tempëtes zarpó del pequeño puerto de Le Primel hacia
Inglaterra. El 23, el 24 y el 25 de Junio otros tres salieron de Sein, la isla
más occidental de La Bretaña, que contaba en total mil 100 hombres,
transportando a Inglaterra 133 personas, es decir, toda la población masculina
comprendida entre los catorce y los cincuenta y un años. Los bretones eran por
tradición enemigos de Inglaterra, pero no habían sido nunca conquistados por
nadie. Y la obstinación bretona es proverbial en Francia.
Al concluir las operaciones
militares, las tropas alemanas empezaron un nuevo desplazamiento. Con gran
satisfacción por parte de las poblaciones, evacuaron el territorio libre que
habían invadido y tomaron posesión de las zonas no ocupadas todavía, a lo largo
de la costa atlántica. Así pues, el grueso del Ejército se sitió al Norte,
disponiéndose a lo largo de las costas del Canal de la Mancha para prepararse y
llevar a cabo la acción subsiguiente: la invasión de Inglaterra.
Pero los alemanes retenían en la
zona Somme-Aisne, de 700 mil a 800 mil prisioneros, ya que hasta aquel momento
había faltado el tiempo y los medios de transporte para trasladarlos a
Alemania.
Nadie sabía qué hacer con aquella masa humana,
a l que era preciso alojar y alimentar. Resultaba casi imposible improvisar
acantonamientos decentes y fue una fortuna para aquellos infelices que fuera
verano.
Charles de Gaulle
Charles de Gaulle
PRISIONEROS
Se improvisaban campos de prisioneros en
cualquier parte: en las escuelas, en las barracas, en las cárceles e incluso al
aire libre. Bajo juna vigilancia muy suave, ya que no solamente los prisioneros,
sino incluso los centinelas estaban seguros de que muy pronto serían puestos en libertad.
Esta convicción tuvo los más
diversos efectos: disuadió a muchos prisioneros de intentar una evasión que
hubiera sido fácil, e indujo a otros a salir tranquilamente del campo, a
vestirse con tropas de paisano y regresar a sus casas. Algunos comandantes del
campo llegaron a poner espontáneamente en libertad a muchos de sus prisioneros.
Un sargento de Aviación francés sustituyó los botones de latón de su uniforme
por botones negros, que le daban aspecto de chofer, y se alejó sin ser
molestado.
Un sargento de infantería consiguió
comunicar a su esposa donde se encontraba internado. Y la mujer se presentó
valientemente al comandante del campo pidiendo y obteniendo la libertad del marido.
Le extendieron una licencia con la orden de presentarse al mando militar de
París. Después, obtuvo una prórroga de duración indefinida que le permitió reanudar
su trabajo y vivir en su casa, con la única condición de presentarse cada día,
vestido de uniforme en la oficina de mando.
PROBLEMA
Poco a poco, los alemanes
cansados de verle comparecer cada veinticuatro horas, le dijeron que se
presentara solamente una vez a la semana, y después una vez al mes. Con el
tiempo, su único uniforme se gastó y como existía una administración francesa capaz de procurarle otro, le
permitieron presentarse vestido de paisano. Al final, fue exonerado de tal
requisito.
El problema más agudo era el de
los transportes, a causa de la gran escasez de medios disponibles. Habían sido destruidos casi 2
mil 500 puentes y mil 300 estaciones ferroviarias. Los rieles del tren y las
carreteras también resultaron muy dañados. Faltaba el carburante y la energía
eléctrica. El material rodado de que se disponía era escaso y las autoridades
del territorio libre se mostraban comprensiblemente reacias a enviar trenes,
hacia el Norte, ante el temor de no volverlos
a ver.
Existían además otras dificultades muy serias: el aumento
inesperado de la población creó enormes problemas de alimentación e higiene.
Artículos de primera necesidad como la carne y el pan escaseaban y tuvieron que
racionarse. Por otra parte, era evidente el peligro que corría la salud de muchos
fugitivos, obligados a dormir en coches durante semanas enteras al aire libre o
en casas llenas de gente y sin instalaciones higiénicas. Afortunadamente, la
estación y las condiciones atmosféricas-era un verano maravilloso-
contribuyeron a aliviar los sufrimientos y no hubo que lamentar ningún tipo de
epidemias como viruela o tifus.
MIGRACION
Antes de que los alemanes
pudieran disponer de la repatriación de los millones de fugitivos, muchos de
ellos ya habían empezado a desplazarse por propia iniciativa. Se registró
entonces un movimiento de migración en pequeña escala hacia el “territorio
libre”. El 29 de Junio, el Gobierno se
trasladó desde Burdeos a Vichy, escogida como capital a causa de ls
posibilidades de alojamiento que ofrecían sus numerosos y grandes hoteles y los
funcionarios tuvieron que trasladarse con sus oficinas centrales.
Asimismo llegaron a Vichy muchos
judíos. También fueron allá los antifascistas extranjeros o franceses, que
temían represalias y asimismo todos los franceses que no podían soportar la
idea de vivir bajo el dominio alemán. Excepto los funcionario gubernamentales, los
demás tenían que arreglárselas solos para llegar a la zona libre y ciertamente
no podían contar con la ayuda alemana, ya que los nazis hubieran obstaculizado
cualquier emigración si hubieran tenido tiempo para controlar la línea de
demarcación
Lo que la gran mayoría de
fugitivos deseaba más que nada era volver a sus casas, fuera en la zona que
fuera y algunos ya habían empezado a hacerlo. Se trataba de quienes habían sido alcanzados
por las tropas alemanas cuando estaban a poca distancia de sus hogares, o de
todos aquellos a quienes les faltó un medio de transporte o les fallaron las
fuerzas en las primera etapas de la fuga.
PROPAGANDA
La propaganda alemana no dejó de
aprovechar esta ocasión. Un gran cartel de colores llamativos que recordaba a
los franceses su deuda de gratitud hacia el Ejército alemán, mostraba a un
soldado nazi con un niño en brazos y otros dos que se le acercaban confiadamente.
Al imagen le acompañaba una leyenda en letras muy grandes: “¡Pueblos
abandonados confiad en el soldado alemán!
A su regreso, los fugitivos
encontraron una Francia completamente distinta. Ciudades y campos tenían un
aspecto extraño. Muchos centros habitados, grandes y pequeños, estaban en
ruinas, a veces completamente arrasados ´por los bombardeos y los incendios.
Algunas poblaciones parecían muertas, pues
faltaban total o parcialmente, los elementos típicos de la vida moderna: el
gas, la electricidad y el agua. Muchas veces faltaba incluso los víveres.
También los hospitales estaban vacios, sin médicos y sin personal, y los bancos
estaban cerrados por lo que escaseaba el dinero.
Las tropas alemanas se
comportaban exactamente como en una guarnición corriente, como si fueran
soldados franceses en su patria y junto con sus
auxiliares femeninas, llamadas “ratones
grises” por el color de sus uniformes, se convirtieron muy pronto en un
elemento normal del paisaje ciudadano.
PERPLEJOS
No fueron pocos los franceses que
perplejos quizás ante la inesperada indulgencia de los “barbaros del este”
intentaron apaciguar a aquellos vencedores aparentemente bien dispuestos,
mostrándose amables, hablando con ellos, indicándoles el camino, encendiéndoles
el cigarrillo y hasta ofreciéndoles de los suyos. Pero la presencia de los
alemanes y lo que ello significaba se revelaban de otra forma, quizás más preponderante
y sin duda más siniestra, mediante los innumerables bandos fijados en las
paredes.
Aparte de aquél “en beneficio de los fugitivos“ eran numerosas
las proclamas y las disposiciones del Alto Mando alemán en Francia que había
asumido la suprema autoridad y ejercitaba el derecho de potencia ocupante, lo
cual significaba que la organización de la vida civil estaba subordinada a las
necesidades y a las ideas de los alemanes.
El principio fundamental
establecido en el primer párrafo del armisticio, afirmaba la absoluta prioridad
de la autoridad alemana. Alemania ejercería sus propios derechos soberanos por
el trámite de los funcionarios civiles franceses, pero las leyes alemanas
tendrían prioridad sobre la legislación francesa.
El armisticio dividió Francia en
dos: la zona ocupada y la zona llamada libre, o sea no ocupada. Pero en vez de
dos partes divididas de un mismo país, en muchos aspectos parecían más bien dos
países diferentes. La circulación de bienes y de personas estaba vigilada y
para ir de una zona a otra los franceses necesitaban un salvoconducto extendido
por las autoridades alemanas.
La fuerzas de los tanques
La fuerzas de los tanques
ORDENES
Las órdenes dictadas por los ocupantes
eran tan detalladas que cada uno de los aspectos de la vida de los ciudadanos franceses
estaba regido por alguno de sus párrafos: todas las armas de fuego, las
municiones y los aparatos transmisores tuvieron que ser entregados a las
autoridades municipales francesas. No hacerlo podía ser castigado con la pena
de muerte. La propaganda anti alemana y las agresiones a miembros de las fuerzas
de ocupación eran castigadas con la misma pena, así como sintonizar emisoras que no fueran las alemanas o las
francesas del territorio metropolitano.
Castigos igualmente duros estaban
previstos para quien hubiera prestado ayuda a los enemigos del Reich. Naturalmente uno de los crímenes mas graves
era el sabotaje y el concepto referente a esta forma de ocupación se extendía a
todas sus posibles manifestaciones, desde el sabotaje económico, huelgas,
reuniones de huelguistas, paros, hasta los
ocasionados a las obras de arte o a los manifiestos que las autoridades
alemanas habían fijado en las paredes. Se impuso el toque de queda en los
primeros tiempos y la censura para la prensa.
El 20 de Junio se promulgaron
importantes disposiciones respecto a las finanzas. Se creó un instituto de
emisión monetaria para las tropas de los
territorios ocupados que realizaba todas las operaciones bancarias. El nuevo
organismo emitía billetes de banco. Se congelaron las cuentas bancarias extrajeras
y bloquearon las cuentas de ahorro.
COMENTARIO
Todas las cajas de seguridad
tuvieron que ser abiertas por el titular o por un representante legal en
presencia de un funcionario alemán y el
dinero liquido francés fue transferido a una cuenta a favor del propietario
junto con un comentario de tono moralizador, como “Usted no ha cumplido con su
deber de buen francés” o bien “El dinero
no debe permanecer inactivo”
Los alemanes, como era fácil
prever se apresuraron a intervenir en la prensa francesa. Los periódicos
franceses siguiendo las disposiciones del Gobierno, se habían trasladado con él
a Burdeos y desde el 11 de Julio no salían ya diarios en la capital.
El primero en reaparecer el 15 de
Junio de 1940, conservando su antiguo y ya incongruente título fue La Victoire.
Su director y propietario era Gustave Hervé, un extraño personaje que en 1914 había
abandonado el militarismo extremista y en 1939 acabó por inclinarse hacia el
nacionalismo más exacerbado. Ahora comenzó a escribir panfletos germanófilos de
igual violencia. No obstante, los alemanes clausuraron el periódico tres días más tarde. Evidentemente
Hervé no inspiraba confianza a los ocupantes.
Distinto, en cambio, fue el caso
de Le Matin, uno de los mejores diarios parisenses y de mayor difusión. Su
propietario Bunau Varilla, que había permanecido en la capital, sentía
verdadera simpatía hacia los alemanes.
Carros de combate
Carros de combate
OTROS
PERIODICOS
El 15 de Junio volvió a editarse.
Pero el día 20 apareció inesperadamente un nuevo periódico, Les Derniéres Nouvelles de París, con el subtitulo “Diario
de la recuperación económica” de neta inspiración alemana, que editaba un grupo
de germanófilos poco conocidos. Algunos días después, el 30 de Junio, empezó su
miserable existencia La France au travial, dirigido por Jean Fontenoy, un ex
comunista que se convirtió en hitleriano fanático.
Pero todo esto era aún insuficiente: faltaba un periódico de la
tarde. Paris Soir, el más importante dejó de publicarse, lo mismo que los otros.
Los alemanes lo habían requisado alegando que las leyes de la guerra autorizaban
a las autoridades ocupantes a requisar
un periódico si tal medida estaba justificada por motivos de “interés
público”.
Los alemanes al querer adueñarse
de París Soir necesitaban a alguien que pudiera representar el papel de director y que hubiera trabajado
anteriormente en el periódico. Y escogieron para ello a un ex auxiliar
ascensorista que en aquel tiempo era el
jefe de los vigilantes.
Los ocupantes también se metieron
contra la cultura, Y por eso demolieron la estatua del General Mangin, que a
partir de 1918 tuvo a su mando la zona de ocupación francesa en Alemania. También
volaron el monumento situado al final
del dique de Zeebrugge, en Bélgica, erigido en conmemoración del ataque de la
Royal Navy en 1918.
GRAN GOLPE
Un nuevo y gran golpe de índole
muy distinta iba a caer sobre Francia inesperadamente. El 25 de Junio, el
Almirante Darlan confirmó las instrucciones ya dictadas y según las cuales
todos los navíos de la Flota, antes que caer en manos de los alemanes o
italianos, debían dirigirse a Estados Unidos, o bien hundirse, pero en ningún
caso podían ser capturados intactos
El 19 de Junio Lord Lloyd,
Ministro británico de Colonias, el primer Lord del Almirantazgo, Alexander, y
sir Dudley Pound, primer Lord del Mar, llegaron a Burdeos para discutir el
problema de la flota francesa. Se habían entrevistado con Pétain y con otras
autoridades, Se prometió solemnemente que en ningún caso los barcos franceses
se rendirían al enemigo para que no
pudiera emplearlos contra Gran Bretaña.
Antes de aceptar esta condición,
los respectivos comandantes los hundirían. Gran parte de la población de la
zona libre creía que los plenipotenciarios ingleses habían quedado convencidos
de las medidas tomadas por los franceses. Sobre todo la de trasladar la Flota
al norte de Africa, donde los alemanes no hubieran podido apoderarse de ella y
de las garantías de seguridad ofrecidas por Francia a Inglaterra. En cambio,
los ingleses no quedaron satisfechos y la Operación “Catapult” no tardaría en
demostrarlo. (Editado, resumido y condensado de la
Revista “Así fue la Segunda Guerra Mundial”)
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