A Juan
Huirse de la Torre habrá que recordársele siempre como el más grande
profesional especializado en hípica de la prensa escrita del último medio
siglo. Esta actividad fue su pasión permanente, desde sus inicios en el Diario La Tribuna, en 1957, hasta la lujosa
revista semanal “El Prismático” que
venía dirigiendo desde hace veinte años. Por algo escogió para identificarse,
desde siempre, con el mejor seudónimo que se recuerde en ese género
periodístico, Juan Centauro, mitad
hombre, mitad caballo.
La admiración que él despertó, sin embargo, no
quedó solo en los corrales equinos o el hipódromo, sus lugares de mayor
frecuencia durante sus 74 años de vida; sino que tuvo una actividad dispar y
tan asombrosa que rayó en lo genial. Fue consumado bailarín de tango; completo
maestro de Inglés; artista del billar: acabado ping ponista; diestro
amaestrador canino; excelente pianista, magistral ajedrecista y requerido
traductor de idiomas.
Juan Huirse de la Torre: capacidad de periodista hipico.
Juan Huirse de la Torre: capacidad de periodista hipico.
Nos conocimos en 1957 cuando ingresamos a la
facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de San Marcos. Desde entonces
hicimos una gran amistad que avanzó más allá de los límites de la fraternidad.
Mis padres, Juan y Dominga, casi lo adoptaron; del mismo modo que Juan José y
Lucía, sus progenitores, me cubrieron de afecto y cariño, abriéndome las
puertas de su amplia casa de la cuadra 20 de la avenida 28 de julio, La
Victoria.
Más que la Universidad, le ganó la hípica. En
setiembre de 1957, dos meses después de la octava reaparición del Diario La Tribuna, engrosó las filas de aquel periódico, gracias
a que ganó un concurso organizado por el recordado Efraín Cossio, a la sazón
jefe de la sección hípica. Cossio recomendó su inmediata contratación con un
argumento irrefutable: “¡Este chico sabe
más que yo de caballos!”.
Estaba escrito que así fuera, por tradición
familiar. Sus padres, ambos fieles militantes del aprismo, fueron maestros,
ella pariente de los Haya de la Torre. Don Juan José Huirse fue hijo del
patrono del periodismo puneño, don Rosendo Huirse, señero director del Diario de Puno.
Centauro midió fuerzas a su paso por la
Universidad, con sus rivales políticos. Tal vez ninguna acción más recordada
fue cuando un puñado de los “dorados”,
desalojó a cientos de adversarios el 15 de octubre de 1959, causando un sonado
fiasco a la investidura de un líder rival. Ese arrojo casi lo paga con su vida
en 1961 cuando había concurrido a un mitin izquierdista en la plaza Unión,
acompañando a una becaria americana, Carolina Williams, del programa Alianza para el Progreso. La
providencial presencia de Genaro Carnero Checa evitó que lo ultimaran, pero ya
estaba devastado por la inmisericorde golpiza propinada la cual le condujo a la
Clínica Sánchez Moreno por varios
días.
Con otros colegas al centro y de chompa azul.
Con otros colegas al centro y de chompa azul.
Para entonces éramos sufridos y estoicos
redactores de La Tribuna, único
diario peruano en cuya edificación no se tomó en cuenta una ventanilla de pagos
a sus trabajadores. Nuestro afán no era pujar por un sueldo. Nuestro anhelo era
aprender el oficio y para eso tuvimos maestros insignes. Para nosotros, ser
político-partidarios fue una forma de hacer servicio social.
La demostración de ello está en el hecho que
Juan Manuel jamás formó parte en las inmensas colas de pedigüeños tras un
puesto público a cambio de una adhesión. Siendo una pena, no es infidencia
decir que su pensión de jubilación mensual ha sido, hasta este mes del 2015, de
106 dólares mensuales. Y eso que cumplió veinte años de maestro de escuela
pública.
A principios de los años 60, conoció a una
bellísima chiquilla de ancestros trujillanos, Elsa Barnuevo. Allí nació un
idilio que solo la muerte ha pretendido diluir. Víctor Manuel, primer hijo de
ambos, siendo yo testigo de su nacimiento por empeñoso afán de Centauro, murió
apenas al cumplir su primer año. Aquella fue una tragedia que jamás abandonó a
la pareja.
Elsita, cargada de pesares y nostalgias,
falleció el 14 de setiembre del año pasado. Juan no pudo o no quiso
sobreponerse a tan inmenso dolor.
El malestar cardíaco que le hizo perder la
vida, le sorprendió mientras manejaba su auto. Conduciendo él su vehículo se
hizo acompañar por un familiar hasta el hospital Loayza, la noche del lunes 26
pasado. Narran que en su hora final, Juan Manuel Huirse de la Torre susurró un
idílico anuncio a su amada:
--¡Elsita,
espérame, ya voy…a las 8 y 10 estaré contigo…!
Centauro se fue para siempre a esa hora y
hacia ese lugar infinito. La compañía del dúo Juan y Elsa, deshecha en vida, ha
sido ahora rehecha por siempre, por la muerte (Justo Linares Chumpitaz).
° Solamente
un añadido de reafirmación al elocuente y sentido artículo de Justo Linares.
Con Juan Huirse, el centelleante centauro de la hípica, me unió una entrañable
amistad de una punta de años forjada en el devenir noticioso de los diarios
“Correo” y “La Crónica”, donde trabajamos juntos. No obstante, jamás compartí sus ideales
políticos apristas. Pero sí de política hablamos mucho y a profundidad. Sin discutir, por si acaso. Cada uno en su
posta y respetándose. Si nos unió la democracia. Más no la ideología. Su inesperado
fallecimiento me impactó y me dejó pasmado. Muchos años no lo veía pero
continuamente nos comunicábamos por
Internet hasta hace muy poco, con el mismo afecto de siempre. El que le tendré
para siempre. La vida continúa pero te trae dolores como estos con su desaparición. Superado
el momento de impacto total, pongo estas líneas para recordar exactamente al
periodista con el pelo negro ensortijado, de mediana estatura y sonrisa
reluciente, de vestir colorido y poco cuidado. Con su viejo carro sucio de
marca Opel (el Ford alemán) que era una
caja de Pandora de innumerables sorpresas. Me veo otra vez visitando el Buenos
Aires querido, ciudad en la que estuve con él de visita vacacional, bailando
tangos-el perfectamente, yo en la mediocridad
total-, libando bien acompañados bebidas espirituosas al lado del ensueño
impactante de dos vidas jóvenes: la mía y la suya, captadas por completo en una
bohemia reluciente y gozosa… (Edgardo de
Noriega)
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