Hombres silenciosos andaban por
las sendas y caminos de los Abruzzos.
Campesinos, estudiantes, obreros llegados de distintos lugares, todos en
marcha. Era el 28 de Octubre de 1922, a
una hora que apenas presentía las luces de la mañana.
A la pregunta invariable de ¿A
dónde van?, la invariable respuesta: “¡A Roma”! Esas escuadras respondían a una
consigna e iniciaban para Italia un capítulo histórico destinado a abarcar las
dos décadas más tumultuosas y terribles vividas por los pueblos de Europa y el
mundo.
Las causas que lo determinaban,
venían de atrás, de los días difíciles que sucedieron a la terminación de la
contienda bélica. En el caos de la desmovilización, el desempleo, los
conflictos sociales y la ocupación de las fábricas, pasó a un primer plano la
figura contradictoria de un hijo de Dovia de Predappio, expulsado del Partido
Socialista Italiano en 1914 por su campaña intervencionista, apresado por sus
ideas pro-aliadas, soldado en la trinchera del Alto Isonzo y herido de guerra:
Benito Mussolini.
Alzó primero la bandera de la reivindicación
adriática, apoyando la romántica aventura de d’Annunzio para singularizarse
luego en la lucha contra el bolchevismo, al fundar, en Marzo de 1919 los
fascios italianos de combate, en los que reunió las fuerzas anticomunistas
dispersas hasta entonces en toda la extensión de la península.
Miles de miles rumbo a la capital eterna.
Miles de miles rumbo a la capital eterna.
EL DUCE
En Octubre del mismo año,
apareció ya, en el Congreso de Florencia, como el Duce del Fascismo. Vinieron
años de lucha, de choques violentos. Pero un problema de orden
económico-social fruto de la depresión
de posguerra, significó como fundamental aliado de la nueva corriente a la que
se sumaron idealistas, especuladores y descontentos, heterogéneos elementos que
sólo una mano de hierro podía amalgamar.
1922 fue el año decisivo. La
inestabilidad del gobierno de coalición que dirigía los destinos de Italia
precipitó los planes de Mussolini. Luego de rechazar acuerdos transaccionales
con un régimen cada día más debilitado, se decidió a obrar y, el 27 de Octubre, ordenó la movilización general de los camisas negras.
La orden fue acatada tanto en las
grandes ciudades como en los pueblos pequeños, pero no sin oposición de los
sectores adversos. Esta circunstancia determinó una serie de choques, algunos
sangrientos, que crearían un clima de agitación en la península. El gobierno se
vio obligado a tomar medidas, pero no todo lo enérgicas que reclamaba la grave
situación
En Tívoli, tras duros días de
marcha, los hombres por millares se agolpaban en las terrazas de la Villa
D’Este en que estaban acampadas y miraban hacia Roma ¿Qué significaba para
ellos la ciudad?
La dirigencia fascista con Mussolini al centro.
La dirigencia fascista con Mussolini al centro.
SINTESIS
José Bottai, uno de los
luchadores de la primera hora del fascismo, sintetizó así el pensamiento de
todos: “En verdad, el fascismo, al principio, no fue otra cosa que una revuelta
de Italia contra Roma, la capital inerte, insuficiente, mezquina”.
El 28 al caer la tarde, luego de
solemne fusilería, entraron las primeras columnas por la puerta de San Lorenzo.
El propósito principal quedaba cumplido. Hubo aún otra tentativa para pactar
con el jefe victorioso, llegado el 30 a la ciudad.
El rechazo de toda negociación
precipitó la caída del gobierno. De inmediato el Rey invitó a Mussolini a
organizar el ministerio nacional en el que se reservó dos carteras vitales:
Interior y Relaciones Exteriores.
Así culminó el episodio que hizo culminar
esperanzas, pese al augurio de quienes preveían el fin del civismo democrático
en Italia. Pero los más prefirieron aguardar los acontecimientos, enfrentados
al hecho cierto de que el poder absoluto quedaba en manos de un hombre.
Indiscutiblemente que la marcha sobre Roma fue uno de los acontecimientos
políticos que, con mayor fuerza, gravitarían en el curso del siglo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario