El primer Cónsul que tuvieron las
Provincias Unidas del Río de la Plata en Lima, fue un porteño distinguidísimo,
figura arrogante y de abolengo ilustre: Jose de Riglos y La Sala, nacido en
Buenos Aires el 30 de Enero de 1797, del matrimonio de Miguel Fermín de Riglos
y San Martín, caballero de Santiago, sargento mayor de la Plaza de Buenos
Aires, gobernador político y militar de Mosos
y Chiquitos, y de María Mercedes de la Sala Fernández Larrazábal, primera
presidenta de la Sociedad de Beneficencia de Buenos Aires.
Riglos tenía como sus antepasados
a personajes de gran relieve histórico entre los que mencionaremos al General
Rodrigo Ponce de León y Vera Guzmán, Alférez
Real de Buenos Aires. Al General Alonso Riquelme de Guzmán, caballero
veinticuatro de Jerez y conquistador del Paraguay. Al General Domingo Martínez de Irala,
conquistador del Plata y Paraguay y fundador de la Asunción. Y al General
Alonso de Escobar, vecino fundador de Buenos Aires y su corregidor y alcalde.
Estando además entroncado con Juan de Garay, el fundador de la capital
argentina y con Alvaro Núñez Cabeza de Vaca, el célebre explorador y adelantado
de claro linaje y resonantes hechos.
Fruto de una raza seleccionada,
Riglos podía ostentar, como pocos en
aquellos tiempos de linajuda prestancia, los más relucientes cuarteles
de la heráldica, y como si aquello no bastara, dentro de la noble supervivencia
de la estirpe, le unían lazos de parentesco con el Virrey Sobremonte, de quien
vienen los Primo de Rivera, apellido en sonora actualidad hoy, y con muchos de
los próceres y fundadores de las patrias americanas, como el propio libertador
San Martín, Cornelio Saavedra, los Soller y los Guido.
Jose de Riglos: toda una figura diplomática.
Jose de Riglos: toda una figura diplomática.
ABOLENGO
Con su abolengo tenían relación
también Juan Gutiérrez de la Concha, de quien proceden los marqueses de La
Habana y del Duero y los duques de Fernán Núñez y de Rivera. No era poco añil
el que su sangre tenía el emprendedor caballero de Riglos, quien supo hacer
honor a su tiempo, vinculándose no obstante sus raigambres con la anquilosada
colonia, con las más vivas corrientes republicanas, que alcanzaron en plena
juventud al estudiante del Real de San Carlos de Buenos Aires.
Riglos se incorporó al movimiento
renovador y asistió como ayudante de campo del General Alvear, al sitio de
Montevideo, mereciendo la medalla decretada a los vencedores del 23 de Junio de
1814, después de lo cual dejó la carrera militar y dedicó sus actividades a
prósperas empresas comerciales, hasta que se anunció la expedición que,
saliendo de Cádiz, debería venir a sofocar las sublevadas provincias del Rio de
la Plata.
Es muy interesante este proceso
de la vida de Riglos que nos la presenta como un hombre de vanguardia pues a
pesar de sus enraizamientos coloniales, se orientó hacia las rutas nuevas, insospechadas para
los que seguían viendo la vida americana dentro de los moldes que se encargaron
de romper los libertadores.
FINANCIAMIENTO
Pero la forma con Riglos sirvió a
la causa americana tuvo características especiales de un romanticismo eficiente
de modalidades prácticas. Fue uno de los que, como decíamos ahora, financió la atrevida
y gigantesca empresa de San Martín.
Ocupada Lima por el Generalísimo,
Riglos traslado sus negocios y su casa comercial a esta ciudad, donde se
vinculó rápidamente y ganó magníficas relaciones aún entre las más
recalcitrantes familias godas.
Fue en Lima apoderado de casi
todos los argentinos de esos tiempos y sirvió como tal a San Martín, en cuya
nutrida correspondencia hay muchas cartas que aluden a este hecho. El año 1825,
ya completamente ligado a la sociedad limeña, contrajo matrimonio con Manuela Diaz de Rábago
Abella-Fuertes, hija del brigadier de los ejércitos reales Simón Díaz de Rábago
y Gutiérrez de Morante, caballero de Santiago, secretario de cámara, gobierno y
capitanía general del Virreinato del Perú, diputado a Cortes, regidor perpetuo
de Lima y presidente del consejo de guerra de oficiales generales.
El matrimonio debió ser
sonadísimo en Lima. La familia Rábago y Abella-Fuertes era de lo más
empingorotados de la ciudad, y aunque el linaje de Riglos era de los más
lúcidos y sin mácula, no dejaron de haber comentarios entre los renuentes
monárquicos, que estaban en la capa, al ver que la hija del que había sido
secretario de Abascal casaba con un republicano tan decidido como José de
Riglos.
Uno de sus titulos nobiliarios
Uno de sus titulos nobiliarios
AÑORANZAS
El matrimonio se realizó en el
hogar de los Rábago en la calle de San Pedro, en la casa que hace esquina,
junto a los Marqueses de Torre Tagle. Por cartas de la época que hemos visto en
el archivo de la familia Moreyra descendientes de don José, nos hemos enterado
de las quejumbrosas añoranzas de muchas gentes por los días virreinales.
Los primeros años republicanos
fueron duros, para los marqueses limeños. ¡Nadie quería pagar”, dice una dama
de esos días. Felizmente Riglos es todo un caballero y se porta muy bien. El
hidalgo argentino al unirse a la familia Rábago, la salvó de las odiosidades
que surgieron inmediatamente después entre los choques monárquicos y
republicanos y pronto los salones del argentino imponente y elegante fueron el centro
social más animado de Lima
Cuenta la tradición que Miguelita
de Riglos unía a su distinción y buen gusto una avanzada cultura para una mujer
de esos tiempos. Sus salones de la calle de San José se vieron concurridos por
la más antigua aristocracia y por lo más conspicuo de la intelectualidad.
Cuando se haga la historia de los salones literarios de Lima, entre los que
habrán de ser evocados, el de Manuelita quedará como uno de los más expresivos
del buen tono y de la gracia limeños.
ABUELO
Aunque al señor de Rábago no le
faltarían ganas de volverse a su España, después de los triunfos emancipadores,
sus múltiples intereses, su larga familia
y sus años, le obligaron a permanecer en Lima a la que, a pesar de las
novedades republicanas, todo lo ligaba.
Además ya veía venir las horas
patriarcales de ser abuelo y como, según la leyenda familiar, era querendón y majadero en
achaques hogareños, continuó respetando
y respetable en su casa de San Pedro, de donde cotidianamente mandaba a una de
sus esclavas a casa del yerno Riglos por los pañales de los pequeñines, para
juzgar por sí mismo, como lo haría hoy el más concienzudo de los puericultores,
el estado de salud de los nietos.
Y ya por el año 27 Riglos estaba
sólidamente atado a la vida de esta ciudad. Prosperó en sus negocios, apuntaló
con gran versación económica la fortuna de los deudos de su esposa y se rodeó
de grandes consideraciones y prestigio.
Gobernaba el austero La Mar y se advertían el
malestar y el descontento contra los rezagos inevitables después de toda larga
intervención, que había dejado la política bolivariana, al punto que corría de
boca en boca una picara cuarteta del
satírico Larriva, la que los jaranistas de la ciudad coreaban entre el
rauco pespuntear de las guitarras en las tenidas de rompe y rasga de las
huertas limeñas, donde señoritos elegantes de fraques oscuros y pantalones de
gamuza alternaban con seductoras mulatillas de floreadas faldas y enjazminadas
cabezas.
NOMBRAMIENTO
Dícese que don José de Riglos,
como buen argentino y buen alimeñado, no desdeñaba mezclar a su vida de gran
señor las encerronas en que se cantaran relaciones. La copla de moda era ésta:
Sucre en el año 28/irse a su tierra promete/ ¡Como permitiera Dios/ que se
fuera el 27!.
El año 28, precisamente, José de
Riglos recibió el nombramiento de Cónsul
General de las Provincias Unidas del Río de la Plata que le otorgó
Bernardino Rivadavia. Miguel Riglos, en carta que hemos visto en la colección
del doctor Luis Varela Orbegoso, bisnieto de
José, le decía que aunque ellos no son amantes de los cargos públicos,
debería aceptar el nombramiento de Rivadavia, quien manifestaba mucho interés
en afirmar las relaciones con los nacientes países de América especialmente con
el Perú y se empeñaba, dada sus relaciones con los Riglos, en no ser desairado.
Este don Miguel de Riglos y La
Sala, hermano de nuestro héroe, es uno de los abuelos de Joaquín Anchorena. En
la gran urbe platense existió hace mucho tiempo ya, el balcón de Riglos sobre
el que escribió una preciosa tradición Pastor Obligado.
La madre de Riglos.
FAMILIAS
La madre de Riglos.
FAMILIAS
Del caballero Riglos que se
avecindó en Lima, descienden muchas familias principales de nuestra sociedad.
Panizo, Varela, Prevost, Moreyra, Riva Agüero, Riglos. Y de las ramas que
quedaron en Buenos Aires las de Anchorena, Oromí, Escalada, Pinedo, Avellaneda,
Irigoyen, entre otras. El gran poeta Guido Spano y los presidentes Avellaneda y
Quintana estaban entroncados también con los Riglos.
El primer Cónsul argentino tuvo
en Lima, más que un consulado, una verdadera legación. Por sus salones
suntuosos desfilaban las más encumbradas personalidades. Su esposa era centro
de una verdadera corte de políticos, intelectuales y artistas.
Vez hubo en que se la citó en los
discursos de la Cámara. Con la oratoria recargada de esos días, se le comparaba
con las matronas de las clásicas eras. José Joaquín de Mora que ejerciera aquí,
como en Buenos Aires y Chile, un intenso pontificado literario, le dedicó no
pocas composiciones, entre ellas un pulido soneto que acompañaba el fino
obsequio del “Ivanhoe” de Walter Scott.
Un apuntar del romanticismo hubo
en estas reuniones, a las que concurrieron, junto con los rutilantes generales
de la época, Santa Cruz, Orbegoso, Necochea, Salaverry, representativos como
García del Río, Olmedo Vidaurre, Pardo, Ros, Vivanco, Rodulfo. Aunque parece
que la de Rábago no era muy bonita, un atractivo especial emanaba de su
aristocrática figura, un no sé que de lánguido que no todos podían percibir.
UNA TAPADA…
Tanto que se cuenta que cierta
vez, en la calle, cuando iba de bracero con su arrogante esposo, una de esas
“tapadas”, esencia de gracia y de lisura, que se cruzó con ellos, dijo entre
una carcajada y un suspiro: ¡Qué lástima de buen mozo! En el salón de Manuelita
Rábago de Riglos podría encontrarse, tal vez, una de las motivaciones
generadoras del romanticismo entre nosotros.
El obsequio de Mora ya es un
dato. La lectura de versos de Víctor Hugo, a quien admiraba la Rambouillet
limeña, nos afirma en la eminencia de la sospecha y la blanca enfermedad que se
llevó en el pintoresco pueblo de Tarma, especie de Suiza de nuestras serranías,
a la administradora de Chateaubriand y de Manzoni, pone su nota consagradora y
melancólica en la figurina diáfana tan dilectamente cantada por los poetas de
su tiempo. “A Manolita” se titula una romántica y desolada elegía de Mora.
De los años subsiguientes a los
primeros del flamante consulado poco se sabe. Rivadavia el representante de la
ciudad y de la cultura, tan bien descrito por Capdevila en su libro “La Vísperas
de Caseros”, había sido arrollado por el
hombre de la pampa, “por el más de a caballo”, como decía Sarmiento, por aquel extraño y recio señor
don Juan Manuel de Rosas.
La capital, Buenos Aires, de su época.
La capital, Buenos Aires, de su época.
MUERTE
Riglos continuó, seguramente,
bajo el gobierno rojo la nominal secuela
de su cargo. Su familia no era, por lo menos en los primeros tiempos, enemiga
del tirano. Pero como éste no se interesara
por las relaciones con los demás países, a los que veía con
desconfianza, seguramente también el Cónsul de las Provincias Unidas ya no tuvo
mucho que hacer en su papel consular, que terminó por la fuerza de las circunstancias
en el periodo de Santa Cruz, cuando declarada la guerra de la Confederación
Peru-Boliviana, el General Braun derrotó
a las fuerzas rosistas, con lo que se rompieron las relaciones entre los
confederados peruanos y los argentinos.
El 22 de Febrero de 1839, a los
42 años, murió en Lima Riglos. Suerte produjo dolorosa impresión en la sociedad
de entonces. Se le dedicó un laudatorio folleto necrológico. José de Riglos se
había hecho, como tantos otros argentinos, completamente nuestro.
El Gobierno del Perú, en
retribución de sus servicios y del caudal que puso a disposición de su
expedición libertadora, le dio las casas que en una esquina de las calles de Trapitos
y Plaza de la Inquisición habían sido, en días remotísimos, de los Marqueses de
Lara y en las que rondaba, cuando había fantasmas y duendes en Lima, el
espectro del Virrey Conde de Nieva, abogado por unos sacos de arena que sobre
su tenoriesca humanidad descolgaron contundentemente los criados de un esposo
ofendido.
100 AÑOS
En este año de 1924 se cumplen,
precisamente, 100 años del definitivo avecindamiento en Lima de Riglos. Durante los 100 años su
estirpe ha crecido y e ha multiplicado con extraordinario brillo. Entre los
actuales descendientes del primer Cónsul argentino podemos citar a Enrique de
la Riva Agüero, ex Ministro de Relaciones Exteriores y ex plenipotenciario en
Argentina y España. A José de la Riva
Agüero y Osma, historiador y sociólogo, una de nuestras más robustas
mentalidades. A Luis Varela y Orbegoso (Clovis), gran cronista y gran señor,
uno de nuestros más finos, más cultos y más autorizados periodistas. Al doctor
Federico Panizo y Orbegoso, ex Ministro de Estado y actual Presidente del
Tribunal Superior de Lima.
Ligado en el ayer a legendarias
figuras de la conquista y de la colonización, colocado el mismo en la
encrucijada decisiva entre el antiguo mundo y el nuevo, cuya senda contribuyó a
abrir y esclarecer, y generador en estas tierras del Perú de una plecara
secuencia de varones insignes y de mujeres graciosas y bellas, el primer cónsul
general, casi un ministro, que tuvo la
Argentina en tre nosotros, fue un hermoso ejemplar de hombre, en el que, desde
aquellos tiempos precursores de una más
amplia solidaridad se juntaron todas las condiciones eficaces y vitales que
contribuyeron a la continuidad de las glorias comunes de Argentina y Perú. (Páginas seleccionadas de las "Obras
Completas" que pertenecen como autor al consagrado escritor y político,
José Gálvez Barrenechea.)
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