Acababa de terminar la fiesta de
confraternidad en Paso de los Libres. Los presidentes de la Argentina y Brasil,
participantes de la ceremonia inaugural de los monolitos del puente
internacional que unía a dos naciones, se confundieron en estrecho abrazo,
presidiendo luego el desfile de tropas y el paso de las columnas ciudadanas,
certificando una vieja amistad. El 7 de Enero de 1938 finalizaron los festejos.
En un campo adyacente a Paso de
los Libres todo está listo para emprender el regreso a El Palomar, cada piloto
frente a su máquina. Momentos antes se habían recibido los partes meteorológicos.
A las 18 horas llega el Presidente de la Nación, Agustín P. Justo, con su comitiva. Se le informa de
los inconvenientes que puedan surgir en la ruta, pues se ha desatado un
temporal.
La respuesta es breve, casi
cortante: “Lo que deseo saber es sí
podemos o no podemos partir. El diálogo se reduce a pocas palabras: “Si podemos
partir”. “Vamos entonces”. El Presidente es el primero de ocupar su asiento en
el Lockheed y le sigue su comitiva.
Surge un inconveniente. El Jefe
de la Casa Militar, Coronel Schweizer, el Edecán, Teniente Coronel Firmo H.
Posadas y el Teniente Coronel Antonio Berardo, jefe del 1 de Artillería, se han
retrasado. El tiempo apremia, pues el temporal se ha extendido ya por una vasta
zona del trayecto.
Se resuelve entonces que ocupen
los lugares vacíos el Coronel Kelso y el Capitán de Fragata Schak,
disponiéndose que los retrasados viajen en el Lockheed al mando del Teniente
Coronel José F. Bergamini. La fatalidad se cierne sobre los ausentes.
Uno de los aviones.
Uno de los aviones.
VUELO
El destino ha elegido sus
víctimas. Rugen los motores. El avión parte. El Teniente Vacca, piloto del
aparato, enfrenta poco después la tormenta. Toma más altura, vira al Este,
luego al Oeste, baja hasta ver brillar el sol sobre la campiña.
El arribo a El Palomar se realiza
sin inconvenientes. Se espera ahora el avión de Bergamini. Todos los aparatos
de escolta se encuentran ya en el campo, menos el Lockheed, entre cuyos
pasajeros se halla Eduardo Justo, hijo del Presidente.
Pasan las horas. Y con el
desvanecerse de esperanzas, surge la incertidumbre y la angustia. Es necesario
esperar el nuevo día. Con el alba casi, levantan vuelos varios aviones. Buenos
Aires vive el clima tenso de la premiosa
búsqueda.
La aeronáutica de naciones
vecinas también presta su colaboración. Al fin, la noticia anonadante.
Emergiendo de las aguas del arroyo Itacumbú, son avistados los restos del Lockheed.
Ninguna señal de vida.
Sólo el silencio de los montes
cercanos. Venciendo inconvenientes, pues un aterrizaje es imposible en esa
región, llegan baqueanos hasta el lugar y comprueban que nadie ha quedado con
vida a bordo.
La zona de Itacumbú.
VICTIMAS
VICTIMAS
Es evidente que el avión, tomado
por la tormenta, perdió su rumbo y, en cierto momento, sea por efectos de un rayo o una falla de los
motores exigidos al máximo, se ha precipitado envueltos en llamas. Algunos
lugareños confirman la versión. Vieron como una llamarada bajaba del cielo para
incrustarse en la tierra.
La ciudad que ha recibido acongojada
los restos, los acompañó hasta su última morada. Desde entonces, en Itacumbú,
en la soledad del paisaje, una blanca cruz con los escudos argentino y
uruguayo, vela la paz eterna de los nueve nombres grabados a su pie: Schweizer,
Berardo, Posadas, Bergamini, Oresnick, Vergani, Justo, Leverato y Castillo. Esa
cristiana cruz y el recuerdo es todo lo que queda de la tragedia.
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