Hace muchos años, había en Lima
un peluquero famoso, engreído por mucha gente de buen ver y a quien todos
conocían con el nombre del maestro Eustaquio. Este fígaro limeño, que vivió
hasta hace unos 30 años, poco más o menos y a quien alcanzaron muchas generaciones
en su peluquería de la calle de la Concepción, era tipo clásico del barbero
antiguo, medio dentista y medio médico, de los que también descañonaban una
barba, como desmolaba unas tantas muelas o sangraba un apoplético. Bien
relacionado, solía ir a la casa de don Felipe Pardo a afeitarlo y, haciendo
honor a su leyenda, charlaba con el ilustre hombre de estado y de letras, con
la soltura de lengua que caracteriza a tales tipos dicharacheros y simpáticos.
Don Felipe Pardo estaba ya
valetudinario y con esa admirable serenidad y grandeza de alma que agigantó su
figura insigne, soportó con estoicismo sus angustias, atrayendo sobre si la
veneración de todos.
Conversador, ocurrente y cultísimo,
recibió en su sillón de enfermo, el homenaje de las más altas personalidades de
Lima. Después de haber intervenido activamente en la vida política del país,
vio lleno de lucidez admirable, desde su sitial de paralítico, anudarse
intrigas, sucederse mandones, transcurrir sucesos, alzarse y desvanecerse
personajes, conservando siempre la brillantez del numen y la distinción
señorial de su prestancia caballeresca.
Felipe Pardo y Aliaga: politico y literato
Felipe Pardo y Aliaga: politico y literato
OCURRENCIA
Atildado y pulcro, gustaba de
hacerse afeitar diariamente, y a propósito de esta costumbre suya, le ocurrió
alguna vez algo tan gracioso que bien la pena de ser rememorado. Estaba en
Chorrillos en el corredor de su rancho, cuando acertó a pasar por allí el
doctor Adán Melgar, muy mozo entonces y que solía visitar con frecuencia la
casa del gran satírico. Entró el joven, encantado de poder charlar con don
Felipe. Muy atento lo saludó y le dijo con zalamería:
-Que bien está usted don Felipe,
que rozagante, que bien afeitado. Y don Felipe sonriendo lo interrumpió:
-Y usted mi amiguito que pronto
se sube a las barbas…
En la época de nuestra historia,
vivía don Felipe Pardo en la casa de la Pileta de la Trinidad y uno de sus
mejores y más queridos amigos era el doctor Francisco Orueta y Castrillón,
sacerdote ilustre, que llegó a gobernar nuestra arquidiócesis y que dejó una
bien ganada fama de teólogo y canonista, pero cuya ciencia no fue lo bastante
bien reconocida sino después de larga
labor.
Eran tiempos aquellos en que el
clero peruano estaba representando por verdaderas eminencias, oradores insignes
y escritores castizos, plenos de erudición. Entre ellos figuraban Pellicer,
Tordoya, Urizmendi, Aguilar, Benavente, Charún, Herrera…
Monseñor Orueta: figura de la Iglesia.
Monseñor Orueta: figura de la Iglesia.
ALBAÑIL…
Un día hablaba entre alguno de
ellos del saber y doctrina de nuestro clero y comenzó a mencionarse nombres y
más nombres y alguno recordó el del doctor Orueta, pero don Lucas Pellicer dijo
con displicencia:
-“Ese es un albañil”…
Pasó el tiempo y se trató de una
sonadísima cuestión en la célebre Asamblea Liberal del 56: el fuero eclesiástico.
Los liberales suprimieron la inmunidad personal del clero y como estuviera vacante
la silla episcopal, se nombró Vicario Capitular a Pellicer, quien dándose
cuenta del momento en que se le designaba para tal cargo, dijo: “Yo sé porque
me nombran, por lo del fuero”.
Nuestro eclesiástico se alborotó,
la discusión enardecida en la Asamblea se entabló muy especialmente entre
Monseñor Tordoya y don José Gálvez. La Arquidiócesis tuvo que preparar un
concienzudo informe sobre la cuestión.
Monseñor Pellicer, gran
canonista, preparó su alegato de defensa y consultó con muchos de sus
compañeros, uno de los cuales, respecto a un dato esencial, señaló al señor
Orueta como el único capaz de darle con la documentación indispensable.
Pellicer se fue al Convento de
San Pedro donde vivía Orueta que pertenecía a la extinguida Congregación de San
Felipe Neri, que allí tenía su local, y fue recibido amablemente por su colega.
Después de los saludos afectuosos de estilo, el Vicario Capitular expuso su
pretensión y pidió a Orueta que lo
ilustrara sobre el punto que tan necesario era esclarecer para la mejor defensa
del fuero eclesiástico.
Fiesta de Amancaes célebre por esta época.
Fiesta de Amancaes célebre por esta época.
CONSULTA
Orueta servicial y rápido,
absolvió la consulta, le dio profusamente las informaciones pedidas y por fin,
sacó de uno de sus nutridos anaqueles, la obra precisa y preciosa donde estaba
la documentación deseada.
Pellicer, acompañado por Orueta,
ambos muy melosos y galantes. Ya en la puerta, al insistir Pellicer en sus
agradecimientos, Orueta que se conoce sentía el resquemorcilo de la frase de su
pastor, no pudo contenerse y muy amable y humilde, respondió a los elogios:
-Ya ve usted Monseñor, para eso
servimos los albañiles. Para dar los materiales a los arquitectos”…
Tal era el contertulio y amigo de
don Felipe Pardo. Y tan notable en
Derecho Canónico, que por ahí anda un folleto suyo, muy rico de
doctrinas y muy poco de forma, contra el famoso proyecto de Casós, sobre la
desamortización de bienes eclesiásticos.
SACERDOTE
Orueta, pese a su ciencia y su
cultura, no era en aquellos tiempos lo que podría llamarse una figura, una gran
figura. Sacerdote considerado por todos, no calzaba los puntos de celebridad de
los que anteriormente hemos mencionado.
No había pues sobre el, las expectativas
que podía fincarse en otros, de más brillo o más famosos ya. Pero, como el
mérito acaba por imponerse, Orueta llegó a las más altas dignidades, habiendo
sido Obispo de Trujillo y muchos años más tarde Jefe de la Iglesia Peruana.
Pero ¿qué tiene que ver todo
esto, me dirán los lectores de esta sobremesa, con la profecía de don Felipe
Pardo? Pues aquí mas información.
Afeitaba un día el maestro
Eustaquio a don Felipe Pardo, ya enfermo repetimos, y el poeta que gastaba muy
buen humor, le preguntó al barbero:
-¿A dónde vas ahora?
-A San Pedro, señor, a afeitar al
doctor Orueta
-Pues felicítalo por la Mitra…
Llegó el maestro Eustaquio a la
celda de Orueta, dispuso sus útiles y comenzó su charla:
¿De dónde vienes?
FELICITACION…
Don Felipe en otra faceta de su vida.
Don Felipe en otra faceta de su vida.
-De casa del señor Pardo, quien
dicho sea de paso, me ha encargado felicitarlo a usted por la Mitra.
-¿Por la Mitra? Pues mañana que
vayas, dile que yo tendré la Mitra cuando la banda presidencial esté en su
casa.
Es de advertir que don Felipe
Pardo ya no estaba en condiciones de intervenir en la vida activa, por ningún
motivo y que su hijo Manuel, muy mozo entonces, no revelaba aún disposiciones
de político.
Pasaron los años. Don Felipe
Pardo, lámpara solitaria, fue apagándose y el año 1869 murió, habiéndosele
tributado honores excepcionales, a los que contribuyeron el gobierno de entonces, las instituciones
representativas y todas las clases sociales.
De la broma cambiada, apenas si
quedó el recuerdo pues la frase de Don Felipe Pardo fue pronunciada en tiempos
en que ni el propio Orueta pensaba en la posibilidad de ser mitrado. Pero el
tiempo ante el porvenir, que por intermedio de un simple barbero, tuvieron aquellos
dos hombres ilustres, no sin que hubiese dificultades y cuestiones complicadas
que pusieron en serio peligro la consagración de Orueta como Arzobispo.
PROPUESTA
El Gobierno de Balta que creyó en
sus postrimerías que contaba con el Congreso, propuso como Arzobispo de Lima a
Monseñor Manuel Teodoro del Valle, Obispo de Huánuco, envió las preces a Roma,
sin consultar al Congreso y el Papa Pio IX aceptó la propuesta y preconizo como
jefe de nuestra iglesia al dignatario propuesto.
Pero llegaron las bulas el año
1872, cuando se había realizado en Lima uno de los más extraordinarios y
sangrientos sucesos de nuestra agitada vida republicana: la revolución y la
efímera dictadura de los Gutiérrez.
Un movimiento enorme pleno de
fecundidad y de pasión civil llevó a don Manuel Pardo al poder. Colosal por su
intensidad, por su proyección, por su trascendencia, aquel movimiento removió
formidablemente la vida del país.
Y don Manuel Pardo llegó al poder
como jefe de uan vigorosa agrupación política. El Gobierno de Pardo se encontró
con que el Papa Pio IX nombraba Arzobispo de Lima a Monseñor del Valle que no
había sido elegido por el Congreso, creándose una situación doctrinaria
sumamente difíicil y vidriosa
Nuestro parlamento, celoso de los
fueros del patronato eclesiástico, no quiso aceptar el nombramiento de Monseñor
del Valle, se agitó la prensa, se murmuró, se discutió acaloradamente, hasta
llegar a publicarse un folleto muy nutrido en el que se contemplaba desde todos
los puntos de vista la cuestión.
Uno de los libros del magnifico intelectual.
Uno de los libros del magnifico intelectual.
COMISION
El Gobierno comisionó a Pedro
Gálvez, nuestro ministro en aquel entonces cerca de los gobiernos de Francia e
Inglaterra, para que viese la forma de arreglar el asunto, respetándose la
soberanía del país. Se cambiaron notas entre nuestra Cancillería y la de su
Santidad.
El Sumo Pontífice no parecía bien
dispuesto a revocar su bula y todo se presentaba de manera que hacía suponer
que Monseñor Valle sería el Arzobispo de Lima. Quien quiera mayores detalles
puedo acudir a la interesantísima obra “Historia de los Tratados” del Doctor
Aranda que en el tomo 11 dedicado a la
Santa Sede, trato la cuestión con el lujo documentario que solía el ilustre
maestro y maravilloso conversador, poner en todos sus trabajos.
¿Y Orueta? Parece que de Monseñor Orueta nadie se acordaba,
por lo menos ostensiblemente. Por fin, Monseñor del Valle, ante la situación
creada dio una nobilísimo ejemplo de ecuanimidad y de renunciamiento evangélico
y se dirigió a la Santa Sede, rogando se le relevase el honrosísimo encargo.
BULA
Fue entonces que Pio IX, ya en
1873, dio la Bula, reconociendo en la “laudable prudencia y humildad de
Monseñor Valle al renunciar, la forma por la cual el Gobierno peruano quedaría
en libertad de elegir otro arzobispo y, como un título, otorgó al renunciante
la alta categoría de Arzobispo de Berito, encargándole a la vez la
administración apostólica de Huánuco.
Libre el Gobierno de Pardo envió
las ternas de estilo al Congreso haciendo figurar en ellas a Monseñor Francisco
Orueta y Castrillón, que había sido administrador apostólico de la Arquidiócesis,
nombrado por la Curia Romana, a petición del Arzobispo Goyeneche.
El Congreso eligió de las ternas
a Orueta y así llegó a tener la Mitra Archiepiscopal, después de una serie de
dificultades, cumpliéndose la profecía de don Felipe Pardo, en la forma en que la aceptó Orueta , muchos años antes,
es decir cuando la banda presidencial estuviese en casa de don Felipe Pardo,
pues, como se sabe, el domicilio de don Manuel, Presidente de la República, fue
el mismo de la calle de la Pileta de la Trinidad, donde pasó sus últimos años
de gloria y martirio el gran satírico limeño, don Felipe Pardo y Aliaga. (Páginas seleccionadas de las "Obras
Completas" que pertenecen como autor al consagrado escritor y político,
José Gálvez Barrenechea.
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