Tal vez nunca en tal estrecho
vínculo se enlazaron religión y cultura. Con los pesados blandones con esa
“constante primavera de aliños”, los viejos tropos paganos, depurados apenas,
atestiguaron la exactitud del verso de Sainte Beuve: “Pan también se burlaba en
voz baja y la sirena se reía”.
Disipado el misticismo de los
abuelos, literatura y religión se convertían en la más elegante fórmula.
Guirnaldas, brocados, piedras preciosas, cubrían la antigua y formidable
miseria del Nazareno.
Tropos en serie como los de una
alegoría cuatrocentista, alejaban a la literatura de la verdad. Un pueblo incrédulo y sensual alegre y nada
escrupuloso, aceptaba el catolicismo como una nueva mitología, le prestaba la
misma fe que concede el literato a Venus o a Minerva.
La literatura, pues, no sale
generalmente de la iglesia por el autor o los temas. Hay que buscarla:
descriptiva, en relatos de procesión. Lírica en elogios fúnebres y en oraciones
panegíricas de frailes.
Llegó a Lima en 1630 una noticia
de capital importancia entonces: el santoral se enriquecía con veintitrés
bienaventurados más. Lustre y gloria nuevos para la orden de San Francisco.
Celosamente proclaman entonces las órdenes religiosas sus prerrogativas y sus
méritos.
ABOLENGO
ABOLENGO
Los cronistas de cada una
disputan con acritud como Calancha y Meléndez, cuál fue la más antigua en el Perú, exactamente como los nobles del tiempo
pelean las excelencias del abolengo. Cada convento tiene su padre “señalado
en literatura”, docto en profanas y
sagradas letras.
A Fray Juan de Ayllón lo elige la
comunidad para cantar tanta gloria y él escribe el Poema de las fiestas que
hizo el convento de San Francisco de Jesús de Lima, a la canonización de los 23
mártires del Japón (1630)
Es el primer poema gongórico. Tiene el limeño, sobre todo, los defectos
y no las cualidades del español, pero sabe enredar con sutil arte la poesía
enigmática. Su poema en cinco cantos va a servir de modelo para todas esas
descriptivas apologías del altar florido, de incensada fiesta.
Los procedimientos del maestro
están, por supuesto, exagerados en el discípulo. Lo recuerda a cada paso. Dice
en “montes de cristal copos de nieve” porque el otro cantaba “en campos de zafiro
pace estrellas”. De un Góngora inferior
en la metáfora de la luna: la silente señora/del siempre reino opuesto al Luminoso.
Aquel paralelismo de la agudeza
lo hallamos en Ayllón: Entregó a la
región/si escura/elada. Aquel trastorno pintoresco de la frase que se reputa
por arcana elegancia, aquí es frecuente: Veinte sobres doscientos vieron
años/Ocho tu industria consumiese días.
RETORICA
Imposible y muy injusto sería
juzgar a esta retórica por la muestra. El genio destruye dogmas y crea nuevos,
lo mismo en religión que en poesía. Para los discípulos en concilio, aquello se
haced canon. Es la flaqueza de la religión y la perenne incertidumbre de las
poéticas.
Esta tiene un ceremonial retórico
tan preciso, que haría imposible expresar en ella los movimientos espontáneos
del alma lírica. Es poesía intelectual y “libresca”, victoria lenta de ingenio.
Así comprendidos, pueden ser elogiables
versos como éstos: Los dulces que inspiro, doblando el gusto,/Apolo versos a mi culta
Lira,/quando el alva nos da su tez de rosa,/famoso Azpeytías, ya del indio
adusto/Sol, cuyas luces bruxuleando mira,/escucha atento si la trabajosa/vela
tuya, y piadosa,/alterna la atención con dulce canto:/que si el canoro en vozaa
de instrumento/(adulación del viento)/a tú invicto valor consagra tanto/ quanto
el deseo, erigiré a mi gloria/gloriosos templos de inmortal memoria.
Más elegante, más simple, porque
el autor leyó a Gracián, es, años después, el libro que comenta “los
epitalamios sacros con que celebró (Lima) la beatificación de su santo arzobispo Toribio de Mogrovejo. Pocas
obras conozco de tan enrevesada gracia como la Estrella de Lima convertida en
Sol sobre sus tres coronas. Lleva la
firma del capitán D. Francisco de Echave y Assu.
Pero su verdadero autor el jesuita
limeño José de Buendía (1644-1727). Torres Saldamando, contra la duda de
Mendiburu, lo asegura y podemos creerle a Saldamando, nuestro más admirable
erudito.
Fray Juan de Ayllón agudo poeta.
Fray Juan de Ayllón agudo poeta.
BUENDIA
Se funda en una nota marginal del
ejemplar perteneciente a la Biblioteca
de la Compañía de Jesús.”El Padre José de Buendía es quien lo escribió para descargo
de la conciencia de difunto”. ¡Singulares tiempos aquellos en que escribir
podía ser obra padiosa y rescate santo, como las misas por el alma que gravaban
todos los testamentos!
Los parecidos con una Vida
admirable y prodigiosas virtudes del venerable apostólico padre Francisco del Castillo
(1693), firmada ésta por Buendía, publicada años después de La Estrella de Lima
y llena de párrafos entresacados de esta última, confirman por autor a Buendía,
si no queremos suponer el más descarado plagio.
Pudo agregar Saldamando que no
eran entonces raras estas sustituciones, Montalvo, en su Sol del Nuevo Mundo
habla de una Filosofía y anillo de la muerte que publicó el padre limeño
Campuzano “debajo del nombre de Francisco de Carrera”.
Buendía es también autor de Sudor
y lagrimas de María Santísima en su santa imagen de la Misericordia y de una
Presentación real (1701), descripción de las honras por Carlos III, que le
encomendara el virrey Conde de la Monclova, donde hallamos este soneto, que
puede confirmar nuestra opinión sobre la primacía de este padre entre los
habituales culteranos:
VERSO
Viviste para Dios lo que
reinaste,/porque reinase en Dios lo que viviste,/que aunque más vida y reino
mereciste,/en siglos de virtud lo desquitaste./En uno y otro mundo conquistaste/dominios
a la fe, que estableciste,/y de los lauros que a la paz cogiste,/aún más que a
ti la religión laureaste./En un siglo y un mundo fue la suerte/fatal que nos
robó dueño tan santo,/y en otro mundo y siglo se revierte/porque inunda a los
siglos dolor tanto,/que si un siglo ha acabado con tu muerte,/otro siglo
principia con tu llanto.
La mejor obra de Buendía es su
Estrella de Lima, que fue preámbulo de las infinitas “Limas gozosas”. Alegre, empavesada
está la corona ciudad porque ha llegado el 17 de Abril de 1680, la noticia de
la beatificación de Santo Toribio.
Lima, que tan fácilmente acoge
todo pretexto de holganza, tiene aquí solaz fundado. ¡Hogueras de alborozo en
la noche, alborada con todas las campanas al vuelo y la dulzaina por las calles!
Doctores de la universidad compulsando graves textos imaginan leves fuegos de
artificio.
Las más lindas pecadoras disponen
ya para el santo la suntuosa sotana de tafetán. Los hidalgos preparan para el
día de procesión el cirio y el madrigal que salvan el alma y la condenan. Los
mejores ingenios, hurtando algunas horas
al matinal divagar en la plaza o a las tenaces discusiones del claustro se
aperciben a asombrar con un soneto
crespo.
Los personajes de la Literatura dibujados con precisión
Los personajes de la Literatura dibujados con precisión
CUALIDADES
Nuestro José de Buendía concierta
ya las intrincadas razones de su elogio. En el hallamos unidos culteranismo y positivismo. Más sobre todo los preceptos
de la agudeza y el paralelismo de la frase, aquella oposición de conceptos que
fue primera bíblica y queen San Agustín alabó Gracián como suprema fineza.
“Usamos-dice Buendía- de las
flores como de los beneficios: que cuanto más frescas son más agradables, y el
tiempo les va quitando de estimación cuanto les dilata de vida. A veces llega tarde el agradecimiento, que se
ha resfriado el beneficio.
Aún el favor llega corrido si
llega muy esperado. Y como leyó el Arte de Ingenio, quiere que la metáfora
sorprenda por su rebuscada novedad: “Ya en sodo, el caudaloso Nido combate con sus espumas los
astros y prende en grillos de cristal las riberas.
Su barroquismo no es lento y
trabajoso como en los otros panegiristas. La exageración misma de la manera,
como la profusión de angelotes y guirnaldas en un marco tallado, le da toda la
gracia que alcanzan a veces en poesía y en arte las variaciones sobre un tema
idéntico. Si divagara de amor, diríamos que maravilla Oídle:
RESEÑA
“Las impaciencias son las esperanzas en las dilaciones del gozo. Vuela
el deseo mandado del amor y robándole el
corazón las alas acusa de tardos y perezosos los vuelos más arrebatados del
tiempo, condena las horas por sigilosa y por eternidad los días: al despecho de
la esperanza, ni los orbes se mueven, ni
el carro del Sol camina, ni las cándidas ruedas de la Luna vencen con su
movimiento las distancias de su jurisdicción. Todo parece que calma cuando el
amor espera”.
El libro es reseña de fiesta. No
perdona girándula luminosa. No omite altar de procesión. En ésta se detiene con
cariño, porque nada puede inspirar mejor que su desfile abigarrado a estos
ingenios. Es el centro de la vida y como la poesía cotidiana de cada cual.
Durante años cualquiera podría
salir con cirios y hachones cantando su fe expansiva por las calles. Fueron
primero raptos de misticismo colectivo. Después
sólo algazara de fiesta. El pueblo, el clero, la nobleza, se asocian
siempre al cortejo vistoso, a ese auto sacramental vivido, cuando todavía la separación de la Iglesia y del Teatro no
se ha operado.
Preceden clarines, se gasta
pólvora en salvas, los gigantes pasan vestidos con ropas nuevas, porque hay
modas también para los gigantes. “Cortejando a nuestra patrona”, dice
>Buendía, pasan setecientos clérigos.
La ilusatración de la intolerancia religiosa.
La ilusatración de la intolerancia religiosa.
ORO…
Todo es oro, plata, púrpura. Cada
altar y cada fuego de artificio le merecen páginas de elogio, que ingenios tan
sutiles como el autor encerraron allí fastos de historia o arcanas intenciones
de poeta: Cisneros a caballo, “atropellando a las plantas del bruto dos moros
que rendidos le entregaban la llave de Orán”, o el pelicano de alas tendidas
que simboliza el amor de Toribio a los pobres.
Laberíntico en el verso, como los
mejores escritores de la época. Inventor del lenguaje hispano-latino, el
jesuita limeño Rodrigo de Valdez (1607-1682) dejó solo el Poema histórico sobre la fundación y
grandezas de Lima, porque en rapto de enajenación mental, dicen sus biógrafos,
de clarividencia crítica tal vez, rompió sus obras.
Por él podemos juzgar que la
literatura continuaba siendo histórica y descriptiva exclusivamente: unas veces
la prolija enumeración de ornatos santos o de títulos de gloria, ya fuera altar
o mérito de virrey lo que se pretendía hipertrofiadamente elogiar en “presentaciones”
o “llantos funestos” o “gozos ostentativos” o “lamentos”. Otras la historia sin
vuelos, la cronología de la ciudad. Como en la Lima Fundada, de Peralta, más
tarde, o en la Vida de Santa Rosa, “poema heroico” y mediocre de don Luis
Antonio de Oviedo y Herrera.
El poema histórico de Valdez,
precede inmediatamente a la Lima fundada. Justo es que allí Peralta dijera:
Este es el gran Valdez que representa/como, uniendo al latino el canto hispano/
hará con el más puro suave electro/milagro la ciudad, milagro el plectro.
HISTORIA
Estamos, pues, en presencia de una
forma literaria favorita a los peruanos de entonces. El autor pone en penoso
verso las composiciones. Así podemos llamar a estos horrendos cuartetos de romance-
la historia de la ciudad, que otros padres dispersaron en prosa.
Preferimos la prosa de estos
padres. El relato de algunos milagros en la Crónica Moralizada (1638 y 1653),
de Calancha. La descripción de Lima en el Memorial de las historias del Nuevo
Mundo Perú, de Cordova y Salinas (sin fecha) y la biografía de Santa Rosa en
los Tesoros verdaderos de las Indias (1685), de Meléndez merecen con equidad
por su castizo y terso estilo, mayor elogio que aquellos poemas sin arranque.
Y en lejana provincia se está
escribiendo entonces el mejor libro de prosa peruana, después de los
comentarios de Garcilaso. Su autor, Juan de Espinosa Medrano (1632-1688), es
tesorero, chantre y arcediano de la catedral del Cuzco.
Latinista, músico, literato
precoz, todo lo sabe o lo adivina. A los catorce años escribía ya autos
sacramentales de los cuales queda apenas un título: El robo de Proserpina.
Antes de los 20 publica una Panegírica declamación por la protección de las ciencias
y estudios. Su prosa es simple y
simpática, como su vida de canónigo humorista.
La lectura religiosa.
La lectura religiosa.
HUMILDAD
El anónimo autor de los Anales
del Cuzco, al hacer la apología del
Lunarejo (llamado así por uno o varios lunares del rostro), nos refiere
esta anécdota, que le confirma por hombre de encantadora simplicidad:
“Predicando un día en la catedral advirtió que repelían a su madre, que
porfiaba por entrar y dijo: “Señores den lugar a esa pobre india, que es mi
madre”.
Y al momento la llamaron
convidándole sus asientos. “Esta humildad, agrega el cronista, le granjeó más
que la literatura y erudición de que lo dotó el cIelo” En vez de alabar a los
poderosos con dedicatorias encomiásticas, según la moda de entonces, les pedía
ingeniosamente y con graciosa franqueza el beneficio. Cuando quiso obtener la canonjía
del Cuzco, le dijo al venezolano de Portillo, en su poema “El Aprendiz de Rico”: Querrá piedad divina/que el monarca español, cuarto en el nombre,/por
verme tan sin nombre/me diga, cuando así menos se entienda: carga tu lecho y
vete a una prebenda.
Su literatura contrasta con la
época. Este admirador de Góngora observa una elegante claridad. Este eclesiástico
mantiene el alma ecuánime en su provincia inquieta y castigada. El Cusco, la
antigua metrópoli incásica, conservaba hasta los comienzos del siglo XVII esa amable
y graciosa relajación de que tantos ejemplos vimos en la colonia.
PROHIBICIONES
En 1601 las Constituciones sinodales
prohibían a las personas eclesiásticas llevar guitarras por las calles, asistir
a corridas de toros o a comedias, danzar “en
misas nuevas, bodas y otros ayuntamientos”, lo que está indicando el
frecuente abuso. Mas sobreviene en 1650 cuando era muy joven Espinosa, el más
formidable terremoto.
La causa del daño la atribuyen lo
cuzqueños, por supuesto, a la pasada iniquidad. Hombres y mujeres salen por las
calles encenizados, descalzos. Con palos de mordaza en la lengua, soga al
cuello y corona de espinas, los religiosos pasan tan asombrosamente penitentes,
dice un autor de la época, que causan horror al pueblo. La desgracia favorece
el lirismo elegíaco y los poetas de ocasión van por las calles clamando: Cuzco quien te vio ayer,/y te ve ahora,/
¿cómo no llora?
Más tarde los disturbios por la
famosa mina de Potosí llenan la ciudad de marciales y sacrílegos rumores. Aterra como
celeste admonición un cometa. Años antes
de la muerte de Espinosa, nuevas centellas chisporroteaban fugando en el cielo
nocturno. En estos tiempos de Leyenda Dorada nos place que un criollo ejemplar
escribiera ese libro ponderado que se llama Apologético a favor de Góngora.
Escribió además una Filosofía
tomística, muy celebrada en Roma, según nos cuenta el autor de los Anales del
Cuzco. Un poemita de fácil verso y festiva inspiración “El Aprendiz de Rico”. Elegantísimos
sermones, como la Oración panegírica del augusto sacramento del altar o su
prédica sobre el tema ergo sum victis.
La influencia de lo divino para escribir.
La influencia de lo divino para escribir.
REPUTACION
Su reputación se la da el
Apologético, librito de 200 páginas, que es a la vez una rareza bibliográfica y
la más elegante prosa del coloniaje. Este peruano escribe a ratos con la
sobriedad energética y nerviosa de un Gracián. “Una perla caída en el muladar
de la poética culterana”, dice Menéndez
y Pelayo. Mientras el coro de los doctores de Lima agrava de incisos la oración
y con hipérboles la prosa, el Lunarejo
desarticula y aligera la suya.
Desde las primeras páginas vemos
la admiración que merecía a sus contemporáneos. Escritores de Lima y del Cuzco
lo nombran “caudaloso ingenio”, “Demóstenes indiano”. Dionisio de Peñaloza y
Briceño nos señala el moderno biógrafo de Espinosa, Manuel Calderón este soneto enrevesado:
Febo criollo renació Medrano,/numen mayor de las pimpléidas nueve,/porque
sólo su pluma al orbe eleve,/fénix de la región y clima indiano./ La emulación
su arpón dispara en vano./ Así aliento y espíritu de bebe/al erudito Tulio, a
quien le debe/sus elocuencias el caudal romano./Pino es, y no espino, aunque
las frías/sombras de envidia empañen sus verdores/al sol opuesto de sus
bizarrías./Y si no es pino, teman sus rigores, más no teman que el tiempo, en
breves días, produjo ya de sus espinas flores.
OBJETO
El objeto del Apologético es
defender al amado maestro español contra los ataques del portugués Manuel de Faría y Souza. Audacia
grande era sustentar la perfecta claridad y transparencia de un poeta
crepuscular como Góngora. La tuvo nuestro Espinosa.
NO por escribir y pensar claro
rehusaba admiración a esos poemas umbríos, dondevislumbró admirablemente el
ensayo de una poética briosa y española que volvía a las formas latinas en vez
de continuar “la femenina naturaleza de los italianos” que aceptaba el ornato
augusto y desdeñaba “el melindre”.
Si los imitadores lo adulteraron,
culpa no fue de Góngora. Bastaría a probarlo tal clarividente apologista como
Espinosa. Su magistral obrita quedará como un raro episodio de sutileza crítica
y discursiva elegancia en el mal gusto convulsivo del coloniaje.
¡Prosa del Lunarejo y poesía de
Caviedes! Es el más prestigioso momento, el siglo de oro.. Juan del Valle y
Caviedes (1653-1692) inicia la venta satírica en el Perú. Otros se burlaron
antes. Nunca con esta gracia aleve.
En las postrimerías del siglo
XVIII representa y define la literatura vernal, que en otra parte he llamado criollismo
y cuyo árbol genealógico se extenderá en línea recta, sin extinguirse por todo
el siglo XIX de nuestras letras: Felipe Pardo, Manuel Ascencio Segura, Manuel
Atanasio Fuentes, Ricardo Palma.
Felipe Pardo y Aliaga digno representante de la Literatura.
Felipe Pardo y Aliaga digno representante de la Literatura.
SIN GRACIA
Es el primer realista, el único
que parece haber mirado bien la pintoresca vida del coloniaje. Hemos visto lo
ficticia que entonces era la literatura de circunloquios. Faltaba en ella la
franca gracia, la negligente sinceridad que se abandona. Estorbaban la
erudición y la tiranía de la poética, la penosa ambición de mostrar ingenio y
sutileza.
Fresca, espontánea surge, en
cambio, la poesía de Caviedes. Poco sabemos de su vida. Era, según parece, hijo
único de un comerciante español acaudalado. Este lo envía a España a los 20
años. ¿Qué libros lee allí? ¿A qué maestros sigue nuestro criollo? Tal vez ni libros ni maestros le hace falta,
pues sólo en 1761 va a ocurrírsele escribir. Dirá más tarde, arrogantemente:
Cuando a hacer versos me heché/sin ser el único, solo/llegue a la casa de
Apolo.
Muere su padre. Caviedes regresa
a Lima en jóvenes años. A los 24 de su edad es el limeño manirroto que se
entrega a la alegre fiesta hasta enfermar. De su dolencia va a conservar acerba
y graciosa inquina a los físicos de su tiempo.
PATRIMONIO
Con los restos del malgastado
patrimonio pondrá uno de esos cajones de ribera” a donde las limeñas de saya y
manto acudían por la mañana, bajo la mirada gavilana de los hidalgos a comprar
alfileres y fruslerías, después de adquirir mistura en la calle simbólica de Peligros.
No se sabe si la historia es
auténtica. Lo parece y quisiéramos que fuera así. Un cajón es una excelente
butaca para observar la comedia pintoresca de la ciudad: La plaza es entonces el mercado y la escuela matinal
de travesura.
En torno de la pila pintada de verde están
dispuestos viandas y frutos en anchas hojas de plátano. Allí se vende y se
aprende galantería. Las limeñas que hoy van a tiendas iban a revolver más que
adquirir en los tenduchos, los chapines sevillanos y los guantes de polvillo
servilletas damascadas y los bofetones, y los baroches, y las trancaderas de
hilo blanco que dicen de belduque finas.
¿Cuál de estas cosas leves y
femeninas vendía nuestro Caviedes? Sospechamos que, si vendía mal, ganaba el tiempo en bien mirar.
De un espectador apasionado son sus consejos a una dama: Anda tu, menudito muy a prisa/con hipócrita pie martirizado,/ pues
siendo pecador anda ajustado/ usaras al andar muchas corbetas,/meneos y
gambetas/que es destreza en la dama que se estima/imitar los recortes de la
esgrima./Fingirás la palabra de ceciosa,/sincopando las frases que repites/con
unas palabras de confites.
La religiosidad como base de la creatividad.
La religiosidad como base de la creatividad.
DAMAS
Y aunque tengas la boca como espuerta,/ frúncela por un lado un poco
tuerta,/y harás un hociquito/de arcángel trompetero tan chiquito/que parezca
una boca melisendra/que no cabe por ella ni una almendra./Procura conseguir una
tercera/de la que en su florida primavera/fueron damas y ahora
jubiladas/conocen mil pasadas./Así los mercaderes superiores/se meten en
quebrando a corredores, ajustando los precios de otra hacienda/ya que no venden
nada de su tienda.
Desfilan damas. Maestros en
santidad fingida q ue parecen
“en las cruces un calvario” de la gloria”.
La beata provista siempre de medallas de azófar, que camina “resonando
cencerros, por memoria de que es mula de recua de la gloria”. Los “caballeros
chanflones” parecidos en esponjada arrogancia y en miseria al melancólico
hidalgo del Lazarillo.
Los médicos, en fin que son el
blanco preferido de su malicia. El físico es entonces un hombre solemne y
latinizante, que no suelta a Hipócrates de la mano. Usa irremisiblemente como en
la sátira de Caviedes, anteojos “con sus tirantes largos de cerda”.
ASTROLOGO
Va en mula paciente y doctoral:
tiene visos de astrólogo y lo es a ratos, porque la medicina es todavía una
ciencia oculta. Se escribe gravemente tratados sobre el aojo. Se reparan las
fuerzas del enfermo con darle a oler viandas nutritivas y el doctor Pedro Gago
Vadillo, que estuvo largos años en el Perú, nos cuenta en su Luz de verdadera
cirugía, que, para cicatrizar pronto la herida, algunos cirujanos la curaban con
vino o aplicaban paños secos en forma de cruz.
¡Cómo no había de reír nuestro
burlón de las “tumbas con golilla, los fracasos con barbas”,” los asesinos
graduados”, como él llamaba a los
galenos! No les perdona sus malos ratos cuando estuvo próximo a morir. Uno por
uno los analiza y los zahiere.
La hipérbole constante parece
aprendida en Quevedo, a quien recuerda siempre. Aquellos ojos de que nos habla
el español, “tan hundidos y oscuros que era
buen sitio el suyo para tienda de mercaderes”, aquellas “barbas descoloridas de
miedo de la boca vecina, nos hacen recordar al cierzo de la medicina y
carámbano con golilla, ante quien tiritaban los tabardillos, según Caviedes.
Curioso influjo que no le resta
originalidad a nuestro autor. Sus temas, su inspiración, son nacionales.
Cotejando sus burlas con los relatos de
los viajeros, estamos seguros de la veracidad del costumbrista.
Otros temas de aventura para la literatura.
Otros temas de aventura para la literatura.
RETRATO
Por primera vez un peruano trata
de retratar la vida ambiente y, olvidando la poética elevada, desciende al
profano vulgo y tira por los aires el
postizo coturno de nuestros líricos. ¡Qué fresca y sana alegría circula en El diente del Parnaso, la obra más homogénea
de Caviedes!
Alguna vez se destaca esta poesía
como en Quevedo más casi siempre el ingenio es de fina calidad como cuando dice
a la hermosa Arnarda que estaba en
el Hospital de la Caridad curando
discretos males: En la caridad se halla/por su mucha caridad/que a ningún amor
mendigo/negó limosna jamás
Melancolías de madurez, la más
patética poesía de esos tiempos. Desamparado por la muerte de su esposa, a
quien canta en Poesías Diversas, comienza a beber hasta su temprana muerte,
como cualquier vate romántico.
No se disipó nunca en Lima la
nombradía del Poeta de la Ribera, como se le llamaba entonces. En 1700, los
concurrentes a la tertulia del Virrey Castel-dos-Rius lo plagiaban
descaradamente. Por donde la vena del ingenio popular, tantas veces disparado a
palacio para ofender a un virrey, entra allí, en fin, mezclándose su acento
casquivano, familiar y jovial a ese penoso juego malabar de poetas galeotes que
presidía Peralta.
Una belleza religiosa para describirla.
Una belleza religiosa para describirla.
INGENIO
Y en cuadernos manuscritos o
trasmitidos oralmente, su ingenio continuaba enseñando la picaresca alegría y
el realismo desenfadado que fueron y son virtud limeña. Para hallar, sin
embargo, un discípulo notorio de esta versión es menester traspasar un siglo.
Hacia 1787 vino de México al Perú un español, Esteban de Terralla y Landa que
oyó seguramente las sátiras de Caviedes.
No estaban impresas pero corrían
por las calles. El mundo descrito por ambos es el mismo. Bien se advierte que
es criollo el primero y el otro un chapetón, como ya se llamaba al español.
Llega Terralla con altiveces de fichado
hidalgo, como casi todos los iberos de aquel entonces.
Y esa sensual reyecía de la
limeña sobre el extranjero recién llegado. Ese vértigo que 40 años más tarde
asombraba a Flora Tristán, van a abrumar al literato. Lo suponemos siguiendo a las que llamará después “ángeles con uñas”.
En el manuscrito de un sainete
titulado El Amor Duende y atribuido a Peralta, adivinamos cuales fueron las
melancolías del recién llegado. “Mi reyna
dice el español. Y le responden “Señor Chapetón”. ¿En que lo echaron de ver.
En lo reyna, /que aquí suena lo niña mas bien. Continuará. (Editado,
resumido y condensado del libro “Obras Escogidas de Ventura García Calderón”, destacado intelectual peruano que,
con sus estudios, rescata los orígenes culturales de este país. Nació por un
azar patriótico en Paris, retornó al Perú donde estudió. Posteriormente volvió
a Francia en 1905 salvo cortos intervalos por aqui, Rio de Janeiro y Bruselas
hasta 1959 en que murió, siempre habitante de la ciudad luz)
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