Siempre me han dicho las cosas y
especialmente las añejas, mensajes reveladores y desde niño tuve la
preocupación de encontrarles un alma. Mucho antes de adivinarse en mí la
vocación literaria, solía pasear los ojos, límpidos, por detalles no mirados
por mis compañeros. Fui de aquellos chicos de pronto descubridores en una calle
transitada algo no visto o no apreciado por otros.
Debo, sin duda, a esa infantil
disposición, influida por las conversaciones con gentes a la manera antigua y
los rezagos de los cuentos de penas y de duendes, la tendencia perdurada en mi
de buscar la espiritualidad como un aroma no por todos percibida y desprendida
de lo aparentemente inanimado, siempre por algún secreto.
Y como he amado intensamente esta
ciudad con tanto carácter antaño, siempre he creído en ella se esconde un alma
múltiple. En cada rincón musita una extraña confidencia. Procuré un buen día
restaurar en cuadros tal vez desmayados, pero fieles, costumbres en trance de
transformación, y en menudas estampas intenté revelar algo de lo mucho dicho
por las cosas idas con la Lima que se va.
Dejo ahora un poco la leyenda y
la costumbre y reanudo para los lectores de La Prensa de Buenos Aires mi dialogo con algunos aspectos limeños. Pueden
explicar mucho, y para mi muy bien, de los hábitos, de los usos y de la
psicología especialísima de esta ciudad paradojal.
El balcón del Palacio Arzobispal.
El balcón del Palacio Arzobispal.
TERREMOTO
Lima fue una ciudad de balcones y
debió a ellos no poco de su carácter personalísimo. Aún los hay, ciertos ejemplares selectos son la revelación
del espíritu a la vez hogareño y atisbador de nuestros antepasados.
Hoy, son, apenas, recuerdo de
algo ido y con muy raras excepciones, no cumplen la misión otrora cumplida y
para llegar hasta nuestros días han debido luchar contra todo. Hubo momentos penosos-y
los hay- y fueron rudamente combatidos, pero la ciudad los combatió
apasionadamente.
El terremoto de 1746 que dejó a
Lima hecho un corral, según frase de la época, provocó en los hombres de
consulta de aquellos días un debate interesantísimo sobre los balcones.
Opinaron muchos y entre ellos el famoso
cosmógrafo Luis Gaudin debían ser suprimidos, pero el vecindario reclamó con
ardoroso celo y las medidas tomadas por el Virrey Superunda quedaron escritas
solamente porque, poco a poco, al irse reconstruyendo la ciudad, volvióse al
morisco o pérrico sistema de los balcones corridos por donde es fama subieron y bajaron tantas
promesas de amor.
Fue el balcón limeño algo casi
sagrado y de enorme importancia como debió serlo también en Buenos Aires donde
tan célebre fue aquel de Riglos, sobre el cual escribió una donosa trasdición
don Pastor Obligado.
Otras bellezas.
Otras bellezas.
CELOSIAS
En aquellos días en los cuales se
vivía mucho más en el hogar y no en la calle, era el balcón de esparcimiento atalaya
de amores, venero de averiguaciones y exposición de gracias. Todos los encantos
de la ciudad se revelaban y se escondían, a la vez, tras las labradas celosías.
En Lima el balcón, como la mujer,
tuvo una mezcla de provocación y de recato: la ciudad con los balcones se
tapaba y se descubría, como la mujer lo hacía con el manto. Algo pudoroso y
pícaro a la vez, hay en el balcón- No sin algo de razón alguien ha dicho de
Lima es una ciudad recatada y
provocativa.
A los balcones subían los chismes
sin necesidad de dueñas parlanchinas, escalaba la tentación, descendían el desdén
o la promesa, y en ellos, muchas veces, se anudaba el amor o se desencadenaba
la tragedia.
La ciudad vivía pendiente de los
balcones y en las mañanitas grises, de ese rosáceo gris de perla, uno de los
mayores encantos de Lima, los madrugadores, alzando los ojos hacia las
celosías, ansiaban ver en ellas las marcas de una aventura: escala de seda
olvidada por el ladrón romántico, pañuelo de nobiliaria cifra caído en la fuga,
o tahalí desprendido en la porfía.
Pero el balcón ¿era apenas un
pretexto lírico? ¿nació al azar como las genuinas expresiones arquitectónicas
respondía no sólo el alma de la ciudad sino a sus necesidades y costumbres,
envolviendo en su espiritualidad, por los tradicionistas y poetas, ventajas
positivas?
Impecable e incomparable.
Impecable e incomparable.
ADAPTACION
Los balcones fueron, sin duda, una
adaptación admirable a la fisonomía y a las conveniencias comodonas de Lima .
Por esto tuvo para decirlo de una vez, algo de relicario, de mirador y de
desván.
En las épocas cuando el vivir se
recogía casi por entero en el hogar, el balcón era el lazo de la mansión a la
calle. Los caballeros después del yantar de la tarde, paseaban esperando desde
los balcones la mirada de la dueña de sus pensamientos.
En las grandes solemnidades,
entradas de virreyes, fastuosas procesiones, mascaradas y desfiles
universitarios, rogativas callejeras o inquisitoriales, bandas de encapuchados
con la corza y la vela verde, los balcones, con gualdrapas lujosas con bordados,
se llenaban de lindas mujeres cuchicheadoras. Salía así a la calle el mensaje
de la intimidad hogareña de Lima, y según las ocasiones caían flores de
homenaje o espinas de burlona picardía de aquellos tallados y salientes
atalayadores urbanos.
Pero, además del aspecto
decorativo y de la función vinculadora, después, en días de locura carnavalesca
se intensificó muchísimo más y cumplía el balcón otras misiones modestas y
saludables.
Armonia y originalidad incomparable.
Armonia y originalidad incomparable.
APOSENTO
Era en cada casa un aposento más
para el desahogo y la ventilación. Defendía del sol en los días caniculares y
se adaptaba a maravilla para que en las mañanas, en las cuales el señor de la
casa se arreglase barba y peluquín, antes de salir a sus cotidianas
ocupaciones.
Esta misión fue mayor en la época
republicana y los barberos contaban el último chisme al engreído amo, mientras
por el balcón entraba la luz y el frescor matinales con el sol campanero de las
llamadas a misa y el eco musical de los primeros pregones.
Con el progreso, los balcones se
vieron sustituidos en gran número por los llamados antepechos de toscos
balaustros o complicados enrejamientos. Toda la poesía, la salud y la comodidad
del balcón desaparecieron con este intruso, muchas veces llamativo y chillón,
como una persona advenediza y de mal gusto. El afán por las construcciones
fáciles ha concluido a prodigar el nuevo tipo, mas barato y hacedero del
tallado balcón de antaño.
El antepecho es menos generoso y
noble, no es el heráldico balcón cerrado. Es silencioso, da una sensación de
vacío: a él no puede asomarse, como escondiéndose, y en eso estaba la gracia y
la limeña lisura, las niñas balconeras.
Uno tras otro de incomparable hermosura.
Uno tras otro de incomparable hermosura.
EMPEÑOS
La sombra dada al viandante no es
tan amplia, tan benévola, tan segura como la ofrecida por el balcón arcaico. Además, como en sus
revolucionarios comienzos, asomó reemplazando al ventanal decorativo, típicamente virreinal bajo el cual se
empotraba el escudo familiar, se llevó muchas veces la marca nobiliaria, la ejecutoria pétrea de muchos
hogares blasonados.
Si democráticamente estuvo muy
bien dar paso a los empeños novísimos y a los afanes justicieros de libertad y
de igualdad-muy relativos porque el
antepecho es representación de la plutocracia, es más insolente que la cordial
y bondadosa aristocracia antañona-, estéticamente escamoteo a la ciudad uno de
sus más peculiares rasgos consonantes con su abolengo, su tradición y su
leyenda.
Pero, feliz<mente, no se ha
ido del todo el balcón. No tiene los prestigios de ayer, ni cumple tan variados
y fecundos fines. En ciertas casas y en algunos barrios, representa una amable
supervivencia.
Ya es cierto, las niñas no
necesitan del novio paseando y repaseando
por la calleja solitaria en la espera de la caída, como al descuido, de
la rosa de una promesa. Ahora tienen al cinematógrafo, la confitería, las
fiestas múltiples y los innumerables recibimientos en las casas de las
amiguitas, amén del tenis y de las carreras.
Al fondo: casa colonial
Al fondo: casa colonial
CONVIVENCIA
Pero, todavía, el transeúnte anheloso de revivir horas
pretéritas puede ver en algunos rincones de la ciudad el lindo cuadro antiguo.
En el balcón donde en las mañanas se descañona el papá severo, está la niña con
la flor en la mano y en la esquina, jugando nerviosamente con el bastoncito, está
el jovenzuelo llevando, como una flor también, una esperanza en el corazón y un
madrigal en la cartera.
Así ha sido y así es el balcón.
Hace muy bien en no querer irse. Lima va transformándose vertiginosamente, pero
tiene la incomparable fortuna de hacer su marcha hacia el lado del mar. Puede
convivir con la Lima por llegar, la Lima que se va, esa Lima de alma obsoleta y
amable, de personalidad inconfundible, la misma buscada por los viajeros
deseosos de lo espiritual y alquitarado.
La quieren los devotos del aroma
viejo, no porque desdeñen el progreso, sino porque aman la continuidad y ansían
de los nuevos trojes se tome lo sano, lo bueno, lo cómodo, sin olvidar que por
eso lo del alma y de arte respetado por el tiempo, a veces menos cruel que los
hombres. ¡Ojalá sea conservada! (Páginas seleccionadas de las "Obras
Completas" que pertenecen como autor al consagrado escritor y político,
José Gálvez Barrenechea.)
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