Por ancestrales motivos, la
castellana de aquel refugio de exterior escueto y simple y de interior bello y confortable,
tiene culto por los recuerdos- Y una visitante, nieta del Gran Mariscal, sabe develarlos
con la castiza fineza de una criolla noble- En el ambiente tradicional y
plácido de aquel rincón disuenan graciosamente, de cuando en cuando, unas voces
infantiles parloteadoras en francés, mientras nosotros desgranamos ante la
sonrisa acogedora de un parisiense amoroso de nuestras costumbres, una áurea
mazorca de añoranzas limeñas
Y pasan así preguntas y respuestas,
comentarios y remembranzas. La nieta del Mariscal nos cuenta una anécdota y, tras
ella, la castellana nos sugiere la visión de aquellas tías amables, tan
características en la vida encantadora de ayer- ¡Oh las tías!, repetimoslos
contertulios.
Aquellas se quedaban en las
casonas solariegas, como el más seguro eslabón con el pasado, y solteras o
viudas sin hijos, dedicabánse a engreír sobrinos y a decirles el cómo y el porqué
de muchas cosas.
CARACTERISTICAS
Las mismas conservadoras y creyentes, sabían novenas
con versos, recetas de cocina, canciones olvidadas, obsoletos refranes,
remedios curanderiles y guardaban en los fraganciosos armarios rozagantes manzanas,
membrillos y dulces exquisitos.
Eran las rociadoras del pañuelo a
los sobrinos, las expertas en ablandar los chinchones con el agua de Florida y
las obsequiadoras de bordados detentes y escapularios y de místicas estampas. Y
nos preguntamos todos: ¿Es qué no hay tías como aquellas? Por lo menos el tipo
clásico ha desaparecido casi por entero.
Las añoradas por nosotros eran de
dos clases: las del hogar común y en él tenían una misión especial de solicitud
con los niños, como hadas consentidoras intercesoras a favor de los traviesos y
las habitadoras en soledad de casas distantes acompañadas por alguna criada
leal y vieja, rodeadas de muebles y de lienzos antiguos, llenas de
remembranzas, prisioneras de su pasado. Tías a quienes se iba a visitar como se
va a un museo con algo de bazar y de archivos. Tías como para mantener siempre
vivas y luminosas las lámparas de antaño
Con sus silentes y caseros
zapatos de manfort, con faldas oscuras y sus blancos peinadores, alisados los
cabellos sin presunción con dos grandes trenzas caídas a la espalda, ofrecían
una expresión de simplicidad majestuosa y venerable.
La Qujinta de Presa en la Lima antigua
La Qujinta de Presa en la Lima antigua
CONSEJAS
Trascendían como el jardín de la
quinta magdaleneña, a jazmineros y a rosales y además a alhucema y peritos de
olor. Sabían consejas, por nadie conocidas, sabían al dedillo las genealogías
de todas las familias de la ciudad, guiñaban discretamente los ojos cuando,
como ellas decían, se trataba de algún linaje turbio, y entre aspavientos y
avemarías, le daban de tarde en tarde, gusto al diablo, contando alguna pícara
historia en la cual quedaba al descubierto alguna vana protección de hechizo
nobiliario.
Verdaderas maestras en
historiales gentilicios conservaban, con avara solicitud, las miniaturas y los
daguerrotipos y se complacían inmensamente cuando el sobrino curioso les iba
preguntando por cada personaje del enchapado álbum de los retratos viejos
“Esta linda mujer se casó con un
marino inglés y fue enamorada de Vivanco”. “Esta murió muy joven, estaba de
novia con Lastres y la acabo la pena cuando lo fusilaron”. “Este de las grandes
charreteras es un general colombiano, insigne rocamborista, gran amigo de tu
bisabuelo”. “Este es un francés simpatiquísimo víctima de la peste de la fiebre
amarilla. “Aquí está fulanita con el vestido con el vestido lúcido en el baile
de La Victoria”
“Esta negrita pizpireta es Milonguita,
la hija de la esclava Manonga. Se quedó en casa y le llevaba a tu abuela la alfombrita
para el trisagio” …” Y de prono ante un mancebo de bella apostura y corbatín
romántico, la tía, se quedaba silenciosa, con la mirada pérdida en Dios sabe
que mundos lejanos, y entre los suspiros, con una lentitud voluptuosa y triste,
volvía la hoja, sin decir, palabra y entornaba los ojos. Y así era un encanto
el repasar del personaje. Anécdotas y costumbres.
Casona de antaño impecable.
Casona de antaño impecable.
FAMOSAS
Eran las tías limeñas una
institución. Nadie como ellas para presidir asociaciones piadosas, preparar
pastillas para las fiestas del santo preferido, arreglar los nacimientos,
amadrinar moritos y realizar en las casas el franciscano prodigio de lograr la
camaradería de perros y gatos.
Eran las tías del buen tiempo
para ocuparse de ellas, porque los niños tienen miles y miles de solicitaciones
callejeras. Tan famosas y buscadas eran que algunas fueron por antonomasia las
tías de la ciudad.
La linajuda doña Joaquina Puente
era un venero de tradiciones y conservaba en su orgullo afable, el sentido de
los días coloniales, fue ara muchísimas gentes, con las cuales no tenían
relación de parentesco, la tía Joaquinita
A ella se le pedía informes
genealógicos, datos familiares, consejos para los casorios. Y todos la llamaban
tía, como ocurriera también, con doña Polita Egúzquiza Ortiz de Zevallos, la
tía Polita, tan amada por el cronista, a la verdad su tía abuela, a quien recuerda
rodeada de sus retratos, siempre atareada con sus sociedades de caridad y de
religión, y de cuyas manos recibiera, en los jueves encantadores de las
vacaciones, el dulce de convento o el alfajor de Bejarano y la reluciente
moneda de plata, como acababa de acuñar y salida de un cajón de mueble fino
milagrero.
Así fueron las tías de antaño.
Un grupo de tias en la colonia
Un grupo de tias en la colonia
El AYER
Suaves y modosas en todo, hasta
en el andar deslizante y silente, representaron la más vigorosa vinculación con
el ayer. Hoy, cuando todo se va, de aquellas tías no queda sino un vago,
impreciso recuerdo. La de hogaño no pueden ser como las de otrora.
Algunas, por rara excepción,
quedan tal vez. Pero la inquieta vida de hoy ha repartido su misión entre otros
seres los cuales parecían no tienen el espíritu ni el amor de aquellas. No
saben historias ni cuentos, ni tienen un álbum con retratos, ni dulces de
convento, ni pesetas nuevecitas, ni polícromos detentes para contener al
enemigo malo. (Páginas seleccionadas de las "Obras Completas" que pertenecen
como autor al consagrado escritor y político, José Gálvez Barrenechea).
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