En las grandes ocasiones también
se dio en Lima espectáculos de esa clase y la afición a las pruebas de los
maromeros, especialmente de los dominadores en la cuerda, despertó el ansia del
vuelo con tantas derivaciones en Lima de antaño. En el siglo XVIII se encarnó
en la figura curiosísima de Santiago el volador, precursor a su manera de los
modernos aviadores.
Esta afición fue típica y
ardorosa. A nuestro pueblo nada, salvo los toros, le entusiasmo tanto como la
fiesta de los traperos y de las argollas, del señor Tragafuego o la señorita
del caballo sabio. En los solares abandonados, en las pampas de los callejones,
bajo carpas, mal alumbradas generalmente a los sones de una banda de músicos
empíricos ejecutadores de aires campanillescos, se apiñaban muchedumbres
sencillas las cuales miraban boquiabiertas a los volatineros llamativos, con
sus trajes de colorines, cascabeles y lentejuelas.
La acrobacia de estos tiempos actuales
La acrobacia de estos tiempos actuales
EL CIRCO
Venían con su ingenuo prodigio
los juglares y maromeros a encantar con sus hechizos simples a las gentes de la
ciudad. Un arte viejísimo y tosco imponía su chillón señorío yen los amplios
corralones de otros días se instalaban las tiendas de los aventureros artistas
de la barra y del chiste barato,
Aunque sólo de tarde en tarde
venían acróbatas famosos, no por eso dejaba de haber siempre algún circo de
artistas nacionales, imitadores de aquellos famosos y tan mimados hasta
alcanzar el honor de ocupar con sus retratos hechos por Manoury o por Courret,
la última página de los álbumes domésticos, muchas veces al reverso de la
figura de un poeta del ciclo romántico o del grupo encantador de las damas de
la Emperatriz Eugenia.
Pero desde muy atrás la afición a
la juglería y la farándula fue grande en la ciudad. Entre las leyendas de
nuestro beato Fray Martin de Porres hay una con mucha maroma y guaracha criolla
y es aquella en la cual el buen hermano prohibido de hacer milagros, deja en
suspenso en el aire al trabajador que caía de la torre, mientras corre a la
celda de su Padre Superior a solicitar el permiso para realizar el prodigio de
mantener su existencia escamoteando su muerte
La admiración del pueblo, el
asombro de los chiquillos, la simplicidad un poco aldeana de nuestras
costumbres. Contribuyeron a acrecentar doquiera la fama de los circos, a crear
imitadores y a influir hasta en las formas de nuestra incipiente cultura
física.
Magia y espectáculo de los años 50
Magia y espectáculo de los años 50
TIPOS
No fueron ajenos al excesivo
desarrollo alcanzado en nuestros colegios las palanquetas, las monstruas de las
barras o los espejos de la vieja acrobáticamente ligados con una segunda en las
argollas. Todos, más o menos, se proponían como tipos ejemplares al mollerudo
pulsario o al ágil saltarín y en los callejones pintorescos y populosos, la
pampa destinada a tender la ropa, swe convirtió muchas veces en el teatro de
las hazañas volantineras de los mestizos del barrio.
La gente se abobaba mirando las
habilidades de los saltimbanquis y la de sus amaestrados animales. Allá por el
año de 1841 fue famosísimo un perrito sabio de una señora Nioef. Hizo su
primera presentación en el coliseo de los gallos. Decíase con gravedad que ese
raro animal se había educado en París donde su saber extraordinario dio motivo
a las investigaciones de los sabios meditadores.
Minino, así llamaban al perro,
alcanzó gran fama en Lima. También por aquella época cobraron gran prestigio el
primer “Hércules francés Santiago Abdale y su señora mujer doña Dolores
Fernández llamada “El Fenómeno Occidental”. El era lo llamado un gran pulsario
y ella tuvo celebridad por sus extraordinarias dislocaciones
Por el sesentaitantos fue
celebradísimo el gran circo Buislay con sus famosas pruebas de la percha en
sala, los trapecios volantes y una hecha por un niño llamada la
“zampillaerostracion”. El gran circo Chiarini alzó su carpa por los barrios de
la Aurora y trajo el famoso payaso “el amarillito quien hizo destornillar de
risa a los abuelos, tuvo mucha fama y hay todavía viejos y viejos conservadores
del recuerdo.
Añoranza por la carpa del circo
Añoranza por la carpa del circo
EL ELEFANTE
Hubo muchísimos otros. Materialmente
deslumbraron al público limeño: Salvini con sus perros y sus monos amaestrados.
Cantoni uno de los más famosos exhibidos en la Exposición con el popular
elefante Youski. Ya muy decaído lo alcanzamos los de la generación nacida
después de la guerra con Chile.
Allá por el noventitantos
trabajaba con un personal criollo, una traga espadas que hacía abrir con
espanto los ojos de la chiquillería dominguera, una chicuela equilibrista la
cual se nos antojaba descontenta y triste, un payaso para hacernos reír a pesar
de su romo ingenio, el mismísimo pintor de fachadas en lo cotidiano, se
embadurnaba el rostro los días feriados para rodar si gracia y hablar como
inglés por un jornal tan mísero como su oficio y sobretodos un barrista de
engomados pabellones, burdas mallas y detonantes choletas quien, antes de hacer
sus pruebas, daba saltitos, cruzaba las piernas y enviaba besos volados a los
concurrentes.
Aquel circo de la Exposición era
para todos el más característico. El barrista sirvió por razones de parecido
físico para apodar a un inspector del Colegio Guadalupe y la chiquilla melancolice
con su balancín por la cuerda, nos traía a la imaginación las leyendas
terribles contadas sobre gitanos torvos robadores de niños.
VARIOS
Vinieron después circos para
nosotros maravillosos. Aquel de Quiroz con su hombre pez y su elegante chino de
los equilibrios en la soga, su boxeador y su jockey vertiginoso. Aquel circo
llenó de encanto nuestra niñez. También destacaron el Nelson, Frank Brown, el
de Osambela. Y tantos otros…
Las hazañas de Blondin, el
atrevido equilibrista cruzado sobre una cuerda del Niágara. Los trabajos de los
Poisson, domadores de leones, la resonante y coloreada temporada de Keller en
la Politeama, con sus fieras y su ingenioso Litle Peter, fueron acabando, definitivamente,
con los circos de menor cuantía. Uno de los más representativos fue el de “La
Estrella Blanca de la Pampa de Lara.
Ha pasado ya el circo en su
aspecto peculiarmente limeño. Los deportes han influido seguramente en esta
decadencia de la afición a la maroma. Ya a los muchachos no se les ocurre jugar
al circo cuando todos por una curiosa reacción sicológica se disputaban el
puesto más triste, el de payaso, tanto como el de primer espada de toradas con
disfraces de mentirijillas. Casi todos querían hacer reír
La conocida frase sobre la
maroma, tornose significativa, se hincho de simbolismo y se aplicó mucho en
política., El célebre Ño Valeriano había creado entre sus tipos uno de maromero
el cual concluía, después de inverosímiles y complicadas zapateadas, sacándose
la cabeza y peloteándola con los pies, con lo que el regocijo del público
llegaba al paroxismo
La maroma ganó antaño gran
fortuna y enriqueció nuestro folklore. De ella derivaron adjetivos, epítetos y
hasta la suprema modalidad gramatical del verbo. Nadie podía equivocarse cuando
se decía: “Fulano está maromeando. Mengano maromea como un volantinero.
La maroma subsiste como actitud
espiritual. Lo externo ha condicionado lo interno. “No hay como la maroma”,
decían los de antaño por el juego juglaresco de los acróbatas y saltimbanquis.
“No hay como la maroma”, se dicen seguramente así mismos, por otra clase de
juegos, cuantos politiqueros de hogaño. (Páginas seleccionadas de las "Obras
Completas" que pertenecen como autor al consagrado escritor y político,
José Gálvez Barrenechea).
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