martes, 28 de julio de 2020

PARIS DE AYER Y DE MAÑANA

- ¿Por qué no nos habla usted de la victoria?, me dice un amigo de América.
He dudado un momento. Dudamos siempre al entonar la Marsellesa. ¿Recordáis a aquellos hombres canos que el 14 de Julio con La Concordia, vitoreaban a las tropas de veinte naciones y veinte lenguas?  Pero no supieron decir nada cuando pasaron-de color bronce, como si ya estuvieran esculpidos- los cazadores llegados de lá-bas, del país rojo y negro en que se muere Pues muchos como esos hombres canos y reticentes. No queremos empavesar por la misma razón que diera Joffre: ¡porque hubo tantos muertos!
Pero en las horas triunfales es bueno recordar las inquietudes pasadas para hacer más hermosa, con un crespón votivo, la corona. Quien ha visto a  París en los pasados días no puede olvidarlo nunca. La fraternidad de la inquietud era aquí tan cautivante como la emulación de la esperanza.
El obrero del asiento vecino os preguntaba os preguntaba en el metro si las noticias eran buenas y le regalabais regiamente, como si fuese la caja de Pandora, un número del intransigeant que tiznaba la mano.
Chiquillas rubias leían en alta voz los comunicados llenos de nombres terribles que nunca pudieron retener en el colegio. Y confidencialmente nos murmurábamos los nombres de las calles en donde habían estallado bombas.

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RESISTENCIA
Una fe impaciente, un crispado optimismo se leían en los rostros de los hombres maduros que solo pueden contribuir a la victoria con sus votos. Las mismas cabezas frívolas adquirían solemnes rasgos. Se parecían singularmente a aquella soberbia testa de mujer que está vociferando el himno eterno al pie del Arco del Triunfo.
Nunca el esperar fue mayor virtud porque de la suma de tenaces anhelos surgía, estoy seguro, el ambiente de resistencia que salvara a París. ¡Y como no, si estas chiquillas que se leían entre sí las cartas heroicamente burlonas de sus poilus, les habían escrito por la noche, con mala ortografía y buen fervor, la misiva que alienta! Del hervidero de París salía así, a todas horas por correo, como un blanco vuelo de mensajeras, el tierno y terco mandato de resistir hasta la muerte.
En uno de sus maravillosos cuentos refiere Villiers de lIsle Adam la guerra antigua donde los sacerdotes están sobre las altas torres situadas conjurando a los dioses y leyendo el destino propicio en las estrellas. Nosotros también, ingenuos parisienses, hemos pasado más de una noche con los ojos en alto
De nuestro balcón queríamos adivinar el perfil de la Torre de Eiffel por donde llegarían, crepitando. Los mensajes del triunfo. De la calzada negra estudiábamos los signos de la noche en el abismo estrellado de Hugo.
Sólo que tal astronomía apasionada estaba llena de sorpresas. Hemos discutido horas enteras con el vecino desconocido y fraternal que miraba la altura como nosotros si aquellas estrellas se movían. Porque cada constelación era un aviador posible y no sería raro que más de un aviador fatigado del mundo, se haya quedado allí arriba, entre las nebulosas.

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SECRETOS
Menos felices nosotros permanecíamos aquí abajo exhalando en triviales palabras nuestras inquietudes recónditas que acentuaba el cañón de las noches góticas. Después de haber aprendido con pasión, astronomía y geografía, nos iniciábamos en los secretos de la balística.
Ya sabíamos distinguir en el salvaje concierto de la defensa de París los grandes tenores solitarios y ese coro ligero crepitante de los automóviles artillados que el público seguía curiosamente como va en pos de los bomberos.
Y fue en esas noches locas, cuando era producente confinarse en el sótano, pero imposible reprimir la curiosidad de ver la sombra fantásticamente iluminada por reflectores y obuses, fue en esas noches cuando aprendí a comprender por entero el alma de París.
Era la misma ciudad deslumbradora de nuestro amor juvenil. Era la misma que enfrentaba frívolos refranes en los fuegos de artificio del 14 de julio, pero acogía delirante al tío Pablo cuando llegaba del Transvaal pidiendo el reino de Dios sobre la tierra como un nazareno de levita.
Era la misma que se agolpaba en torno del caballo de Boulanger, pero arrasaba las Bastillas y sabia morir en las Comunas. La que no durmió para saber si Mme. Steinhel era absuelta y velaba ahora sin medir el riesgo evidente. La que aborrecía todas las injusticias y amaba todos los penachos, la ciudad de Cyrano y de Gavroche, el París de siempre, en fin, sin reproche y sin miedo, tan pronto al entusiasmo como a la burla, a la indignación que condena como a la sonrisa que perdona.

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APRENDIZAJE
Era la misma ciudad que perdona, pero su acento parecía más grave. Había sonreído tanto ayer que perdió la costumbre de aborrecer. Si la palabra imposible no es francesa, según el dicho antiguo, tampoco el odio lo es.
Y sorprendía ahora a todo el mundo el súbito y necesario aprendizaje de ira. En las catacumbas de los metropolitanos esas dolorosas madres plebeyas que amparaban a su prole tiritante, decían, con desalentado encono, cuando arreciaba el cañoneo:
- ¡Les sales boches!
Pero las modistillas saludaban cada estampido con una sonrisa y la palabra de Cambronne… ¿Olvidará la ciudad generosa las miserias sufridas como olvidó los hombres del 70? Por lo menos algunos parisienses no las olvidaremos nunca
Diré más, con cierta vergüenza de confesarlo. París volverá a ser la feria de la sonrisa, el París rutilante y bullicioso como un parador de caravanas de las Mil y unas Noches. Una vez, en su carnaval, se codearán el sudamericano y el bajá.
Grandes duques escapados al bolchequivismo con anarquistas sin camisa, nuevos ricos con eternos pobres el “todo Jerusalén con los recientes aliados de la Quinta Avenida. Bajo el vuelo de las águilas americanas los mozos de café recibirán de nuevo el apostólico don de lenguas. Y por esa calle de Babel que va de la Magdalena a la Bastilla, los Reyes Magos bajarán otra vez con su tributo de amor y billetes de banco.
Pero entonces algunos hombres que hemos leído a Manrique, empezaremos a suspirar tal vez por esa ciudad fraternal en donde todos participábamos de la misma esperanza, en donde la noche estaba de estrellas falsas, en donde una sirena lúgubre nos invitaba como el viejo Kempis de la Imitación a “aparejarse cada día a morir”.  (Editado, resumido y condensado del libro “Obras Escogidas de Ventura García Calderón”, destacado intelectual peruano que, con sus estudios, rescata los orígenes culturales de este país. Nació por un azar patriótico en Paris, retornó al Perú donde estudió. Posteriormente volvió a Francia en 1905 salvo cortos intervalos por aquí, Rio de Janeiro y Bruselas hasta 1959 en que murió, siempre habitante de la ciudad luz)

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