He dudado un momento. Dudamos
siempre al entonar la Marsellesa. ¿Recordáis a aquellos hombres canos que el 14
de Julio con La Concordia, vitoreaban a las tropas de veinte naciones y veinte
lenguas? Pero no supieron decir nada
cuando pasaron-de color bronce, como si ya estuvieran esculpidos- los cazadores
llegados de lá-bas, del país rojo y negro en que se muere Pues muchos como esos
hombres canos y reticentes. No queremos empavesar por la misma razón que diera
Joffre: ¡porque hubo tantos muertos!
Pero en las horas triunfales es
bueno recordar las inquietudes pasadas para hacer más hermosa, con un crespón
votivo, la corona. Quien ha visto a
París en los pasados días no puede olvidarlo nunca. La fraternidad de la
inquietud era aquí tan cautivante como la emulación de la esperanza.
El obrero del asiento vecino os
preguntaba os preguntaba en el metro si las noticias eran buenas y le
regalabais regiamente, como si fuese la caja de Pandora, un número del
intransigeant que tiznaba la mano.
Chiquillas rubias leían en alta
voz los comunicados llenos de nombres terribles que nunca pudieron retener en
el colegio. Y confidencialmente nos murmurábamos los nombres de las calles en
donde habían estallado bombas.
Celebracion en Paris por el 14 de julio.
Celebracion en Paris por el 14 de julio.
RESISTENCIA
Una fe impaciente, un crispado
optimismo se leían en los rostros de los hombres maduros que solo pueden
contribuir a la victoria con sus votos. Las mismas cabezas frívolas adquirían
solemnes rasgos. Se parecían singularmente a aquella soberbia testa de mujer
que está vociferando el himno eterno al pie del Arco del Triunfo.
Nunca el esperar fue mayor virtud
porque de la suma de tenaces anhelos surgía, estoy seguro, el ambiente de
resistencia que salvara a París. ¡Y como no, si estas chiquillas que se leían
entre sí las cartas heroicamente burlonas de sus poilus, les habían escrito por
la noche, con mala ortografía y buen fervor, la misiva que alienta! Del
hervidero de París salía así, a todas horas por correo, como un blanco vuelo de
mensajeras, el tierno y terco mandato de resistir hasta la muerte.
En uno de sus maravillosos
cuentos refiere Villiers de lIsle Adam la guerra antigua donde los sacerdotes
están sobre las altas torres situadas conjurando a los dioses y leyendo el
destino propicio en las estrellas. Nosotros también, ingenuos parisienses,
hemos pasado más de una noche con los ojos en alto
De nuestro balcón queríamos
adivinar el perfil de la Torre de Eiffel por donde llegarían, crepitando. Los
mensajes del triunfo. De la calzada negra estudiábamos los signos de la noche
en el abismo estrellado de Hugo.
Sólo que tal astronomía
apasionada estaba llena de sorpresas. Hemos discutido horas enteras con el
vecino desconocido y fraternal que miraba la altura como nosotros si aquellas
estrellas se movían. Porque cada constelación era un aviador posible y no sería
raro que más de un aviador fatigado del mundo, se haya quedado allí arriba,
entre las nebulosas.
¡Viva Francia!
¡Viva Francia!
SECRETOS
Menos felices nosotros
permanecíamos aquí abajo exhalando en triviales palabras nuestras inquietudes
recónditas que acentuaba el cañón de las noches góticas. Después de haber
aprendido con pasión, astronomía y geografía, nos iniciábamos en los secretos
de la balística.
Ya sabíamos distinguir en el salvaje
concierto de la defensa de París los grandes tenores solitarios y ese coro
ligero crepitante de los automóviles artillados que el público seguía
curiosamente como va en pos de los bomberos.
Y fue en esas noches locas,
cuando era producente confinarse en el sótano, pero imposible reprimir la
curiosidad de ver la sombra fantásticamente iluminada por reflectores y obuses,
fue en esas noches cuando aprendí a comprender por entero el alma de París.
Era la misma ciudad deslumbradora
de nuestro amor juvenil. Era la misma que enfrentaba frívolos refranes en los
fuegos de artificio del 14 de julio, pero acogía delirante al tío Pablo cuando
llegaba del Transvaal pidiendo el reino de Dios sobre la tierra como un
nazareno de levita.
Era la misma que se agolpaba en
torno del caballo de Boulanger, pero arrasaba las Bastillas y sabia morir en
las Comunas. La que no durmió para saber si Mme. Steinhel era absuelta y velaba
ahora sin medir el riesgo evidente. La que aborrecía todas las injusticias y
amaba todos los penachos, la ciudad de Cyrano y de Gavroche, el París de siempre,
en fin, sin reproche y sin miedo, tan pronto al entusiasmo como a la burla, a
la indignación que condena como a la sonrisa que perdona.
El Arco del Triunfo
El Arco del Triunfo
APRENDIZAJE
Era la misma ciudad que perdona,
pero su acento parecía más grave. Había sonreído tanto ayer que perdió la
costumbre de aborrecer. Si la palabra imposible no es francesa, según el dicho
antiguo, tampoco el odio lo es.
Y sorprendía ahora a todo el
mundo el súbito y necesario aprendizaje de ira. En las catacumbas de los
metropolitanos esas dolorosas madres plebeyas que amparaban a su prole
tiritante, decían, con desalentado encono, cuando arreciaba el cañoneo:
- ¡Les sales boches!
Pero las modistillas saludaban
cada estampido con una sonrisa y la palabra de Cambronne… ¿Olvidará la ciudad
generosa las miserias sufridas como olvidó los hombres del 70? Por lo menos
algunos parisienses no las olvidaremos nunca
Diré más, con cierta vergüenza de
confesarlo. París volverá a ser la feria de la sonrisa, el París rutilante y
bullicioso como un parador de caravanas de las Mil y unas Noches. Una vez, en
su carnaval, se codearán el sudamericano y el bajá.
Grandes duques escapados al
bolchequivismo con anarquistas sin camisa, nuevos ricos con eternos pobres el
“todo Jerusalén con los recientes aliados de la Quinta Avenida. Bajo el vuelo
de las águilas americanas los mozos de café recibirán de nuevo el apostólico
don de lenguas. Y por esa calle de Babel que va de la Magdalena a la Bastilla,
los Reyes Magos bajarán otra vez con su tributo de amor y billetes de banco.
Pero entonces algunos hombres que
hemos leído a Manrique, empezaremos a suspirar tal vez por esa ciudad fraternal
en donde todos participábamos de la misma esperanza, en donde la noche estaba
de estrellas falsas, en donde una sirena lúgubre nos invitaba como el viejo
Kempis de la Imitación a “aparejarse cada día a morir”. (Editado, resumido y condensado del libro
“Obras Escogidas de Ventura García Calderón”, destacado intelectual peruano que, con sus
estudios, rescata los orígenes culturales de este país. Nació por un azar
patriótico en Paris, retornó al Perú donde estudió. Posteriormente volvió a
Francia en 1905 salvo cortos intervalos por aquí, Rio de Janeiro y Bruselas
hasta 1959 en que murió, siempre habitante de la ciudad luz)
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