Os echa afuera el calor del verano español. La luna se ha quitado su carrera de nubes. Tal vez os llama un organillero, uno de esos organillos socialistas que dan a un aria de Beethoven compases dislocados de petenera
¿A dónde ir sino al Retiro?
Brilla su escándalo de lejos, ruidoso y claro en la noche azul. A este jardín va en tumulto falenas y gentes
¿Por qué se ponen uniforme esos caballeros para tocar la música de Chapi? Ya están
girando madres obesas y los inevitables niños góticos pelan la pava en público.
Tal vez se inclinarían a
declararse, pero les estorban los pantalones blancos, casi tanto como la
vigilancia militar de las madres. Estos centinelas del hogar parecen reñidos
para siempre con el corsé de París. ¿Cómo no aterran a los novios? Allí está
vivo el futuro del matrimonio.
Escapáis siguiendo a la clorótica luna que se remonta del coronel terrenal a un cielo fresco. Una florista se nos ha prendido del brazo como una amada. Tunantemente le pedís otra cosa que rosas y ella tarifa en una peseta el madrigal. Os acomete un menudo proyecto de mujer que solo abe decir “mamá”, “papa” y una “perra gorda”.
El célibe errante va a parar
necesariamente a una horchatería. Sirven rubias y morenas-half and a half, para
todos los gustos- y al dejaros el vaso fresco se quedan lánguidamente en
jarras, mirando al techo remoto en donde un Zuloaga aprendiz pintó españolas
feas de mantilla. Tunantemente les pedís otra cosa que horchata y ellas
sonríen, taimadas para aumentar la propina.
COCHERO
¡Cochero a la Parisiana! Como el
camino es largo tenemos tiempo, bajo esa luna linfática, de imaginar un soneto
y un amor. Se llega al Parque del Oeste. Observáis que los grillos y las
estrellas parecen estar de acuerdo para titilar al mismo tiempo. Riman
verlelianamente esta breve endecha insistente y aquella luminosa intermitencia.
Nos persigue el dúo sentimental
hasta la puerta. Parisiana es un café convierto al aire libre. Se cancanea a
veces, pero lo clásico ahí es la jota y el cuplé con sal y pimienta. Esta
manera de agitar las caderas que Mauricio Barrés elogió irreverentemente en las
mujeres y las mulas de España, nos arranca oles sonoros y vivas a las madres.
Las madres están cerca de
nosotros. Tienen horrendos sombreros, dientes postizos y un pronunciado bozo de
bachiller. ¡Asó serán las hijas! Si algún pintor católico estuviera aquí
extraviado, podría repetir aquellos cuadros morales en donde se inspiraba el
asco a la carne joven mostrando cerca la carne desvencijada.
¡Miremos solo a las hijas! ¿Cuántos años fueron necesarios para aquella virtuosidad de castañuelas donde, desde el pianísimo hasta el tableteo estrepitoso? ¡Cuántos consejos de las madres para obtener esa ciencia de la sonrisa! En cuanto a la ondulación de cadera y vientre-la bisagra como dicen los entendidos- no se aprende. Para zarandearse así, es preciso haber nacido en la tierra de María Santísima.
MANZANILLA
¡Cochero a la bombilla! Es el
recurso de las noches aburridas. Beberemos una caña de manzanilla, es decir, un
dedal de vidrio con un jerez aguado, trepador y sabroso. Veremos bailar a
manolas legítimas con señoritos de esmoquin.
Un organillo socialista toca a
huelgas de amor y a meneos toreros. El clásico sirviente sordo os sube a la alcoba del palco un falsificado
jerez de Blazquez, más caro que el champagne en Montmartre. Como la noche
refresca, la moza que comparte con vosotros los langostinos tose
desesperadamente arrebujada en su fino mantón.
El mantón tiene una flora cananea
de rosas y cabezas de filipinos que son sin duda guerrilleros, Rizal tal vez.
Os conmueve este recuerdo. Habéis bebido con exageración chatos y cañas. Y la
famélica manola os habla del mantón que es regalo de un novio. ¿Cuál de ellos?,
murmuráis. Ella os da un golpecito en los labios con un abanico musical que
tiene cosidos cascabeles. La palabra novio os aparece abarcar en España
significados singulares. La noche está sentimental
Esta manola va a contaros un
querer hondo y bostezáis aparatosamente hacia la flotante luna. Alla en Sevilla,
chiquillo, tuvo más novios que estrellitas en el cielo. Para ayudarla a llorar,
pedís una manzanilla. Llega el nauseabundo olor del veguero que fuma con
delicia un espada flaco. Os sorprende que haya venido a este lugar pecaminoso
aquella respetable dama de cabellos blancos y toca de viuda. El mozo del
merendero os responde sonriendo: ¡Ah, no sabíais que así anda vestida doña
Celestina la entrometida!
FAVORES
Vuestra compañera la conoce, la
debe tal vez favores. ¿No es natural invitarla, siguiendo la costumbre, a una
botella de manzanilla? Ella, que es castiza, retornará al cuarto de hora.
Empieza el tiroteo a vuestra salud. Si queréis pasar por madrileños es preciso
continuar esta batalla de cortesías, esta guerra amable, hasta agotar el último
duro y haber trasegado una barrica.
Para abreviar, será mejor
llamarla a vuestra mesa. No preparéis una sonrisa cínica: ya no emplea
Celestina aquel lenguaje rudo y pintoresco de la antigua tragicomedia. Es una
dama distinguida, melindrosa, que come los langostinos con tenedor. Para hablar
de la profesión dice “el trabajo” y al precio le llama “pretensiones”. Su lema
es: “Señor, el pecado puesto que es inevitable, pero con la mayor elegancia”
Estallan, como cohetes musicales,
los organillos. De cada merendero llega distinta música. En el aire impregnado
de humedad campestre y de luna se elevan, caen, insisten con alaridos de
parturienta, voces que narran sin palabras una histórica melancolía, una pena
arábiga. En cercanas alquerías se despierta el gallo sonoro.
Un tintineo vagaroso y dormido os
anuncia la gracia eglógica de cabritillas que en la cercana choza duermen.
Despertáis pesadamente cuando el camarero os prueba, cuenta en mano, que la
dorada manzanilla es oro líquido.
Vuestra compañera se ensaña
todavía con el cadáver de un cangrejo. Bajo la luna amparadora de celestinajes
y parrandas, doña Celestina os propone a su sobrina. No la ciega el parentesco,
pero es señor, un capullo de rosa
BAILE
Un chulo alto, cadavérico,
enroscada la inevitable flor en la oreja esta bailando el agarrao con una
tétrica manola de pies menudos que da intermitentes pataditas. Frente a frente,
en el sentido más aproximado de la frase, se están mirando en los ojos como los
becquerianos que quieren ver su imagen en el fondo.
Mas no se ha inventado este baile
para gentes que abusaron del jerez y la manzanilla. Mejor sería estar en uno de
esos instrumentos de tortura que llaman coches. Y el golfito providencial os va
a buscar un cochero amarillo que llega desabrido porque estaba jaleando. Para
adularlo os interesáis por su jamelgo. ¡Qué no se arranque en las cuestas!
Vamos despacio, amigo mío. ¡Linda noche!
Avanzamos prudentemente como
expedicionarios en un país salvaje. Cuando él se fatiga de estar sentado baja a
arreglar una rienda floja, a dar una palmada paternal a este futuro rocín de
picador. Ninguno de los viajeros tiene prisa. Siempre hemos de llegar me dice este filósofo del pescante. Y un día
nos hemos de morir, epilogo yo.
El jamelgo es sin duda. Clavileño
porque vamos recorriendo soñados países tenebrosos. Luego la parada dura tanto
que empiezo a barruntar que hemos llegado. Me saluda cariñosamente un nocturno
Diógenes. Amigo sereno, buenas noches. Todavía charlamos de la luna, de las
buenas mozas y de Antonio Maura, que Dios guarde. Con terrible fragor de llaves
abre la puerta este San Pedro bondadoso y barbado. Me palmea familiarmente el
hombro. Después, viendo mis pies no muy seguros, efusivo y nostálgico murmura:
- ¡Qué buena estuvo la
manzanilla! (Editado, resumido y condensado del libro
“Obras Escogidas de Ventura García Calderón”, destacado intelectual peruano que, con sus
estudios, rescata los orígenes culturales de este país. Nació por un azar
patriótico en Paris, retornó al Perú donde estudió. Posteriormente volvió a
Francia en 1905 salvo cortos intervalos por aquí, Rio de Janeiro y Bruselas
hasta 1959 en que murió, siempre habitante de la ciudad luz)
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