Se llama Fermín Tangüis y ha llegado
al Perú en 1870 o 72, según algunos. Natural de Puerto Rico, renunció a su
nacionalidad y optó por el exilio, pese a tener un padre inglés, cuando la isla
caribeña fue anexada por los Estados Unidos. Salido de este modo de la patria
materna, vino al Perú porque había leído las mil y una maravillas de aquel
lejano país en el ya famoso libro de Raimondi.
Fermin Tangüis.
Fermin Tangüis.
Llegado a nuestro país, Tangüis
trabajó primero como auxiliar de contabilidad en la Casa Bianchi y luego con la
familia de Leopoldo Pflucker, magnate minero de la época. Con ellos marchó a
las minas de Santa Inés, de Castrovirreyna. Aprovechando, con la clásica
mentalidad de los inmigrantes, cualquier oportunidad como si fuera la única.
Tangüis consiguió hacer una módica fortuna negociando con el desmonte minero
hasta hacerse dueño de la hacienda Urrutia, en Pisco.
BATALLA
Hombre callado, sobrio de
costumbres y gran trabajador, Fermín Tangüis y su esposa, la dama cajamarquina,
Isabel Novoa, se aposentaron así en el cálido paraíso del sur chico, listos
para librar una definitiva batalla contra la temible plaga del wilt.
Don Fermín estaba convencido que
la enfermedad la producía un virus específico y no un insecto. Sin ser
científico de escuela, documentándose con textos encargados al extranjero, se
propuso seleccionar hasta la perfección una variedad resistente de algodonero,
producto principal de Urrutia. Seis años pasó, día tras día, encerrado en su gabinete estudiando las
semillas, hasta lograr su objetivo. Y mucho más. La variedad Tangüis de la planta del algodón fue durante años la
más productiva y la más noble de la que se tuviera noticia en el mundo entero.
El algodón logrado por el
empeñoso chacarero, que él llamaba simplemente especial, entró con gran éxito
al mercado en 1912, superando inclusive al prestigiado algodón egipcio (variedad,
paradójicamente, originaria de los Estados Unidos), que entonces era record de
ventas. Sin mayores apoyos técnicos, trabajando solo y con el aliento único de
la propia obstinación. Tangüis se convirtió de la noche a la mañana en
propietario de la semilla más rica que ha producido la tierra peruana. Gracias
a ella, convertida en principal producto de exportación, en la favorable
coyuntura de la Primera Guerra Mundial, el Perú vio incrementados sus ingresos
en forma más que sensible.
CARACTERISTICAS
La planta de Tangüis tiene las
ramas más cortas y alcanza menor alzada que las tradicionales. Da, sin embargo,
mucho mayor cantidad de fruto. Pronto se hizo conocer en muchos lugares y llegó
rápidamente a cotizarse en Liverpool, centro de la bolsa mundial, donde se la
bautizó con el nombre de su descubridor.
Tangüis, sin embargo, no buscaba
la gloria ni estaba movido por ambiciones sin mesura. Tan pronto como halla la
solución a su problema, el sosegado campesino empieza a difundirla entre los
demás sembradores de la región, convencido de que la semilla milagrosa por el
descubierta puede brindar frutos suficientes para todos. ¡Tangüis tiene la
semilla, Tangüis tiene la semilla!, se avisan alborozados los lugareños tras
años de penalidad. Por fin, adiós a las plagas, a las cosechas perdidas, a la
ruina económica. Gracias a Tangüis, el valle costero sonríe, con verde y blanca
sonrisa, otra vez.
Tan generosa actitud le valió el
aprecio permanente de los algodoneros peruanos. Urrutia, ubicada a medio camino
entre Pisco y Humay, en el valle de San Juan de Cóndor, se convirtió pronto en
símbolo de la prosperidad y en lugar de visita obligada. Y su pacífico
propietario, don Fermín, en prominente personalidad civil de la zona, experto
en problemas agrícolas y, sobre todo, amigo incondicional de cuantos lo
necesitaran.
Plantaciones de algodón Tangüis.
Plantaciones de algodón Tangüis.
OFRECIMIENTO
En 1922, el Presidente Augusto B.
Leguía le ofreció a Tangüis, según refiere el Ingeniero Federico Uranga, el
pago de un sol por quintal exportado, hasta su quinta generación. Leguía
considera tal pago un deber del Estado peruano para con el descubridor de la
planta que enriquecía sus arcas. Tangüis, con su característica humildad,
declinó cortésmente la oferta. Tenía suficiente con su chacra, su mujer amorosa
y sus hijos pequeños y con las ganancias que el trabajo le brindaba. Nunca
había ambicionado mayor fortuna que aquella y, como quedó demostrado, nunca
había trabajado en pos de éxito o fama personales.
Tangüis pudo contar, al cabo de
su vida, con siete descendientes: Carmen Rosa, Enrique, Luis Augusto, Isabel,
Teresa, Francisco y la pequeña Anita. Como su padre, ellos fueron hijos
predilectos de la tierra pisqueña y hasta el día de hoy nietos y biznietos del
algodonero portan con orgullo el ilustre
apellido de un hombre ejemplar.
Un busto recuerda a Tangüis en
Lima. El Perú ha rendido varios homenajes a aquel modesto chacarero que tanto
dinero le permitió ganar, por concepto de exportaciones, en las primeras
décadas de este siglo. Y se le recuerda hoy, como lo hemos recordado, aquí, con
cariño y admiración. Fermín Tangüis murió en paz satisfecho de sus propios
logros y rodeado del amor de los suyos. Al final de su vida supo seguramente
que había estado en lo cierto: era suya, como de muy pocos, la buena semilla. Y
al futuro le corresponde hacerla fructificar.
(Jorge Donayre Belaúnde)
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