Entre los recuerdos de la
infancia más gratos, más dulces y más genuinamente peruanos, el de los títeres
se graba en la imaginación de todos, revolotea con mariposeante gracia en nuestra memoria y nos trae un suave
encanto espiritual que aquieta el tormento de este vivir lleno de molestias y afanes.
Tuvieron los títeres de Lima un
significación peruanísima de crítica y de costumbres de primera, muchas veces
exacta, de tipos y de caracteres, y fueron para los niños el espectáculo por
excelencia. Unía a la ingenua gracia del muñeco movible el parlador donaire
criollo del titiritero, especie de dramaturgo en ciernes, que refugiado en su
Guignol, aprovechaba las ocasiones para decir muy ricamente sátiras sobre la
situación política o los usos merecedores de censura.
Todo en ello fue ingenuo,
primitivo, casi aldeano, pero tuvo siempre un relativo significado moral.
Especialmente como diversión apropiada a los niños, a pesar de las lisurazas
que acostumbraba a soltar con su voz
ronca. Don Silverio y con su
chillona voz Perotito, los títeres representaron algo fantástico con que soñaban las criaturas todos los días.
Hace ya mucho tiempo, extinguida
ya la tradición de la española Leonor Godomar que trajo a Lima los primeros
títeres en el siglo XVII, llegó acá un espectáculo de marionetas que
representaban las viejas formas de las farsas teatrales con su colección de
Arlequines, Pantaleones, Facanapas y Colombinos.
Titeres de la actualidad
Titeres de la actualidad
SIMBOLO
Fruto de civilizaciones
refinadas, aquellas artísticas farsas en relación con tradiciones antiguas de
países de Europa, no podían indudablemente impresionar sino que el símbolo
general que encerraban y por la novedad mecánica de la ejecución en los
graciosos movimientos de los muñecos.
Pero el colorido y la significación
tradicionales y locales, se evadían a
la mayoría del público. Entre los asiduos concurrentes hubo un mozo peruano
legítimo, vivísimo, ignorantón pero inteligente, con ese espíritu asimilador
que caracteriza la mentalidad fácil y brillante de nuestros tipos criollos.
Era un mulato alto, desgarbado, gracioso
por naturaleza que, deslumbrado por el espectáculo imaginó inmediatamente hacer
él también títeres, pero creando tipos nacionales y rodeando la representación con el sello y
ambiente propios, peculiares.
Artista ingenuo y burlón,
verdadero creador intuitivo, encantó algunos años varias generaciones de
chiquillos con sus farsas originales y de verdadero mérito. Apareció, pues, en
la escena un forjador, un tipo casi genial dentro de su género.
LIMEÑISIMOS
Alto, amojamado, sin garbo al
caminar, pero con toda la sal de la tierra en la imaginación despierta, lleno de aquellas ignorancias que saben
disimularse tras jovialísima sonrisa, observador y penetrante, hermano en
espíritu de Pancho Fierro, ideó Ño Valdivieso, como ya dijimos, hacer títeres
limeños.
Y con una paciencia y una finura especial
inefables, comenzó primero a dominar la parte técnica del asunto, llegando
a fabricar el mismo sus muñecos y a
crear una forma originalísima de manejarlos. Una vez que logró poner por medio
de cañas y de hilos sus personajes, creó la farsa que, es lo que constituye su principal mérito y nació
enseguida la leyenda memorable de Mama Gerundia y de don Silverio, de
Orejoncito y de Perotito, de Chocolatito y de Misia Catita.
Comenzó Valdivieso a presentar
sus títeres de lo que era inventor y maquinista, en los corralones y antiguas
casas de vecindad. Su fama creció pronto como la espuma. Los niños decentes quisieron ver también las
marionetas del país, su nombre se fue volando de boca en boca y de hogar en hogar y comenzó
entonces para el ingenuo criollo la era gloriosa de la celebridad y de la
reputación. Para las familias aristocráticas Valdivieso daba los días de santo
funciones especiales con muchos sermones que recuerdan.
FUNCIONES
Luego en el ya famoso salón
Capella daba funciones públicas que estaban siempre muy concurridas no sólo por
la gente menuda, sino también por los mayores, que guardaban aún el sabor de
Segura y de los escritores genuinamente criollos, lo que efectivamente Valdivieso,
dentro de su modestísima esfera y de su
ingenio, debió de inspirarse mucho en
éstos, sobre todo en Segura, a quien se pareció en su manera de ver la vida
limeña.
El espíritu de Valdivieso
empapado de limeñismo se reflejó en su teatrito: la leyenda creada por el es
sustancialmente criolla. Don Silverio con su gran tarro, sus pantalones claros,
su larga levita, su voz aguardientosa, su
carácter aparatoso y su estado de alma eternamente regañón era algo tan
nacional, que más de un Silverio de carne y hueso circulaba en las calles y aún
circula, movido Dios sabe por qué kilos, en este perpetuo Guignol de nuestra
vida.
Don Silverio era el indefinido, el eterno descontento, el buen bebedor y el regenerador
de la patria. No puede ser más peruano. Hasta ahora no faltan por allí algunos
Silverios que creen arreglarlo todo con
sus palabrerías. Mama Gerundia con sus chocheces, sin murmuraciones, su estilo
criollo, su afición a las ropas sahumadas, sus chismes y sus constantes pleitos
con don Silverio era una de tantas viejas refunfuñadoras que todavía veíamos en nuestro medio y que tan
frecuente fuera antaño en Lima.
CHILLON
Perotito era el zambito vivo, mezcla de mataperro y afeminado,
engreído, quimboso y dicharachero que pasaba por el ojo de una aguja, según la
frase popular. La voz que le dio Valdivieso bastaría para constituir una
creación. ¿Quién que oyera alguna vez a Perotito, olvidará aquella voz chillona,
hecha para los diminutivos que se desenvolvía con rapidez, como mareando a
todos? ¿Quién puede olvidar sus actitudes en Toros? Alma y cuerpo se unían tan
estrechamente que en verdad la creación sorprendía.
Así como en la farsa italiana se
forjaron personajes que luego han constituido símbolos dentro de la relatividad
humana en que nos agitamos, así Perotitos vemos en todas partes. Perotes
políticos. Perotitos sociales. Perotes y perotitos literarios que saltan,
chillan, se mueven siempre y al final y a la postre no hacen nada.
Cada vez más hábil dentro del
mecanismo de los títeres, Ño Valdivieso no se contentó con crear su farsa
perfectamente hilada y en la que se encuentran casi todas las expresiones
típicas que se usaron entonces, sino que, más audaz, dio ciertas obras de gran espectáculo,
como el combate del 2 de Mayo, que llenaba de admiración a la chiquillería y
sobre todo a la gente del pueblo, la cual admiraba boquiabierta aquellas
combinaciones escenográficas.
Evidentemente que, dada la
pobreza del medio y la falta de educación de Ño Valdivieso, no podían ser mejores.
La corrida de toros era también graciosísima y en todo aquello en que Ño
Valdivieso quería hacer mojiganga triunfaba ruidosamente, produciendo una
hilaridad franca y saludable.
LA MAROMA
Pocas frases tienen en este país
más graciosa y más justa significación que:
“¡No hay como la Maroma”! En una
frase netamente popular y en verdad en esta tierra no hay, sobre todo en la
vida social y política “como la maroma”. Así, sin duda, la adivinó Ño
Valdivieso, que tenía entre sus muñecos-no podía faltarle- un maromero.
Inteligentísimo en esto Ño Valdivieso comprendió que debía poner número de
circo, espectáculo al que el pueblo de Lima ha sido siempre muy aficionado y su
gran triunfo mecánico fue el maromero.
Salía a escena con toda la quimba
insolente que Ño Valdivieso ponía en sus muñecos todos y comenzaba a dar saltos
y volatines que encantaban a la muchedumbre. Pero donde la admiración llegaba
al paroxismo, era cuando el maromero se quedaba sin cabeza y comenzaba a jugar
con ella vertiginosamente con los pies. Ante
los aplausos y el rumor admirativo en la sala, no quedaba más remedio que
repetir el número y que Ño Valdivieso asomara su faz socarrona para agradecer
la ovación general.
Ño Valdivieso llegó a tener en
Lima una celebridad que ya quisieran para sí muchos políticos. Todos los
conocían y admiraban. Era algo extraordinario para los chicos. En las
actividades el mejor regalo que podía hacerse a los niños era contratar a Ño
Valdivieso, recomendándole, eso sí,
compostura en el lenguaje, pues su criollismo en muchas ocasiones se
manifestaba muy crudamente.
El de los viejos y antiguos tiempos.
El de los viejos y antiguos tiempos.
ANGEL
Durante la semana las criaturas
no pensaban sino en Ño Valdivieso y
cuando llegaba el soñado día de la representación, el titiritero era como ángel
bajado del cielo para distraerlos. Tal era la impresión que dejaba, que durante
varios días se jugaba los títeres, como se podía jugar a la gallina ciega, a la
viudita, a la cinta, cinta de oro o al pimpín.
Ño Valdivieso no siempre se
portaba bien y le gustaba, tal vez por su socarronería y por amor al contraste,
soltar de cuando en cuando en boca de don Silverio o de Perotito alguna
grosería de las más gordas, porque, como todo primitivo, no solía guardar las
clásicas formas, o mejor dicho las guardaba, ya que le complacía usar frases
gruesas como las que usaron el buen Arcipreste, Bocaccio, Rabelais, Cervantes,
Shakespeare y otros grandes forjadores, y válgase la compañía de perdón y de
gloria.
De cuando en cuando se le
escapaba como el mismo decía, alguna barbaridad y hasta en eso era fiel
trasunto del medio, ya que en materia de lenguaje, nunca fuimos muy finos. En
los hogares encopetados, tal era el gozo que provocaba Ño Valdivieso que a
pesar de su insolencia le llamaba, aunque haciéndole mil recomendaciones.
En la limeñísima quinta de
“Villacampa” se le recomendó una vez que
no fuera a decir o hacer barbaridades. Ño Valdivieso se llamó a ofendido,
aseguró que sabía su deber y apenas salió don Silverio hizo una maniobra, dificilísima para un
muñeco, haciendo caer sobre el público
una lluvia de las más claras y significativas.
SARCASMO
Quiere decir que se sonrió en los
rostros de la selectísima concurrencia. Naturalmente se le amonestó con
severidad, pero muy puesto en orden con la mas circunspectas de sus actitudes,
protestó que se le creyese capaz de
hacer algo inconveniente. Queriendo ser fino entre los finos no lo había hecho
con agua simplemente, como lo hiciera a veces con su público, sino con Agua de
Kananga legítima y de las más caras. Era añadir el sarcasmo a la burla
Como todos los grandes bufones,
gustaba en veces de fustigar a los mismos a quienes divertía. En otra casa, ya
con el lógico temor a sus audacias literarias le rogaron no ofendiera a los
pulcros oídos de las niñas y don Silverio más ronco y aguardientoso que de costumbre,
hizo con gracejo inimitable, la vasta y completa enumeración de todas las palabras gruesas que por deferencia a las señoras
no se dirían en el curso de la representación. Como el personaje de un prólogo
trascendental hizo luego una venia y nunca como entonces pudo decirse tableau.
Ño Valdivieso que había llegado
al pináculo en la admiración de las gentes de su tiempo, que había saboreado
hasta la amarga voluptuosidad de sufrir
persecuciones por su afán crítico que en más de una ocasión le llevó a
ridiculizar el poder, padeció una de las más hondas tristezas que un forjador
de leyendas puede sufrir.
Todo un arte.
Todo un arte.
ACONTECIMIENTO
Ño Valdivieso amaba su arte con
entrañable amor paternal, lo ejecutaba con pulcritud de verdadero artista, con fruición
y gozaba naturalmente en saber que nadie como él podía hacer los títeres y que
quien los hiciera tenía que robarle la leyenda, haciendo figurar a don Silverio
y a Mama Gerundia. Doloroso acontecimiento vino a poner su espíritu una nota de
desilusión.
Llegó el célebre Dell’Acqua con
su esplendida compañía de marionetas, con su maquinarias perfeccionadas, con
sus decorados grandiosos-mérito esencial de su espectáculo- con sus muñecos
suntuosos, con la novedad de sus incendios, de sus terremotos y de sus grandes
batallas y Valdivieso sincero y espiritual sintió que en su alma sencilla,
embriagada de triunfo, se clavaba la primera espina al reconocer lo punzadora
superioridad del adversario.
Comprendió que el público le
exigiría lujo y grandiosidad, sintió la inferioridad mecánica de sus manos ya
temblorosas, ante el aparato y precisión de los sistemas de Dell’Acqua, y
entristecido y desorientado, achacoso y
provecto, se debilitó, se fue apagando hasta que se perdió sin ruido en el
fracaso y en la muerte, pues no sobrevivió mucho a la indiferencia injusta del
público, injusta, porque como merito personal, dentro de nuestro medio, valía
mucho Ño Valdivieso que había recogido en el ambiente su leyenda, que había
creado con su propio y primitivo esfuerzo su sistema y su mecanismo y que había
llamado a sana risa a varias generaciones.
DECAIMIENTO
Poco a poco los títeres fueron
decayendo. Los hijos y sucesores de Ño Valdivieso lo imitaban vulgarmente y no
ponían el calor de alma, la propia observación, la sutil ironía que pusiera el
maestro en sus representaciones.
Los títeres de la exposición que entonces radicaron
allí, no fueron ni la sombra de aquellos que en el mismo local, en el salón
Capella y en otras partes manejara con maestría y gracia incomparables el
padre, maestro y creador.
Plácele al cronista hacer tierna
remembranza de Ño Valdivieso. Apenas le alcanzó pero recuerda la lejana ocasión
que en casa de la abuela rió y palmoteó, con la sana y abundante alegría de sus
pocos años.
Luego vio siempre en los
sucesores del ingenioso creador, el mismo espíritu del célebre titiritero y
nunca creyó en la dolorosa realidad de su muerte. Para él todos los tiriteros
fuieron Ño Valdivieso, en su espíritu simple no cabía aquella siniestra
suposición y nunca pudo concebir que se agotara aquel áureo hilo de miel para
los niños
¡Pobre Ño Valdivieso! Fue quizás
el último representante de las fórmulas
primitivas del espíritu criollo. Observador, amigo de la sal gruesa y picante a
la vez, significó no sólo un esfuerzo dentro de la caricatura social y dentro
de la crítica dramática, sino fue un verdadero pintor de costumbres y, por lo
mismo que fue sencillo, primitivo, ignorante y natural, tuvo mérito excepcional
y propio.
Enteramente creativo y artístico.
Enteramente creativo y artístico.
CARCEL
Sus espectáculos fueron ingenuos,
alegres, movidos, realmente pintorescos. Se desenvolvían como un cuento
infantil, realizaban el prodigio de que los muñecos se movieran y hablaran,
como los de carne y hueso, llenaban la imaginación de cosas vividas que
formaban parte de nuestro medio y tradición y tenían la virtud, nunca bien
pagada, de hacer reír copiosamente hasta las lagrimas. En compensación de los
títeres, ¿qué tienen hoy los niños?
Ño Valdivieso que por la critica política
hasta a la cárcel estuvo (lo que prueba su importancia entre nosotros), murió
pobre, casi olvidado, sintiendo la melancolía inenarrable de su decadencia. Su
entierro paso inadvertido. Y, sin embargo, pocos como él tuvieron el derecho de
que lo acompañaran hasta la tumba los niños que bien pudieron haber
entristecido un día por quien tanto y tanto les hizo reír.
Pero tal vez fue mejor así. Los que eramos
niños cuando él murió, al saber su muerte hubiéramos comprendido también que la
leyenda se moría. Ignorándola hasta que fuimos grandes, continuamos durante
mucho tiempo creyendo que Ño Valdivieso tuvo una especie de inmortalidad y perduraron
y perdurarán en el recuerdo Perotito y
Chocolatito, Don Silverio y Mama Gerundia, el Angel que aparecía cuando
comenzaba el espectáculo, como en un viejo auto sacramental, el padre del sermón
famoso.
CON MARINERA
La descomunal jeringa que nos hiciera desfallecer de risa,
la corrida de toros y la marinera final en que al son del pianito ambulante bailaban
los títeres con verdadera sal criolla, dando al baile nacional toda la gracia
de la tierra, que se llevó a la tumba Ño Valdivieso.
Todavía nos parece ver el escenario
y nos parece escuchar, como a través de un sueño brumoso y dulce, las tonadas
del pianito de manubrio, que acompañaban con un motivo musical a cada
personaje; la de don Silverio grave; la de Perotito, ágil, alegre, serpenteante
y pueril como él; y entre el bullicio de las carcajadas, la voz aguda,
chillona, solemne o afeminada del múltiple y graciosísimo maestro.
Para quienes le conocieron y trataron,
para los que cerca de él estuvieron y alcanzaron su apogeo de celebridad y de
gloria, Ño Valdivieso no fue más que un pobre titiritero. Para el cronista fue
mucho más; fue un bohemio, una informe alma de artista, incompleta por
ignorancia, pero grandemente intuitiva, un espíritu sano, un corazón gozoso y
generoso que supo repartir, como buena sembradura, su alegría de buen amigo de
los niños.
Y quien supo ser amable con los
pequeños, bien merece que los ya mayores que no olvidan la infancia y, por
consuelo de amargarse, se complacen en revivirla de vez en vez, siempre que
pueden, le tributen un homenaje puro y simple con la pureza y simplicidad con
que lo hicieran en los inefables primeros años. (Páginas seleccionadas del libro “Una Lima que se Va”,
cuyo autor es el consagrado escritor y político José Gálvez Barrenechea)
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