12 de Mayo de 1937. Londres
despierta sin haber dormido. Mientras el alba apunta y las luces eléctricas
palidecen, los innumerables colores de un día de fiesta se fijan poco a poco.
El blanco, el azul y el rojo, que en el
recorrido adornan los balcones y tribunas. Los gallardetes que flotan en la
cima de los mástiles. La cruz anual de San Jorge que ondea en el viento. Los
pabellones de todas partes del Imperio. Las guirnaldas multicolores que
atraviesan las calles. Todo esto, que es multiple e impresionante, da la
impresión de que el día nace de una fiesta que nunca acaba.
Para verla, más de tres millones de hombres y mujeres se
apretujan en las calles. En Oxford Street, los soldados ayudados por los boys
scouts, colocan barreras para impedir la entrada de la multitud por las calles
laterales. Aquellos que han podido pagar entre 3 y 15 libras ya se ubican en
las tribunas levantadas en la plaza del Parlamento, en el Mall, frente a
Buckingham Palace y a todo lo largo del Park Lane.
Reyes, príncipes, gobernantes
coloniales, primeros ministros británicos y de los dominios, van llegando en
las suntuosas comitivas. Westminster abre sus puertas de par en par para
recibirlos. El pueblo aclama a las princesitas Elizabeth( la actual soberana) y
Margarita. También a la Reina María que, por primera vez, presencia la
coronación de un hijo desde hace dos siglos y medio: Jorge VI
Exactamente a las 11 se inicia la
coronación con el ceremonial tradicional que dura hasta las 14.15. Una vez más
el pasado ha triunfado sobre el presente. El más grande imperio sobre la tierra
se ha puesto al servicio de su arcaísmo.
El Duque de Windsor y el amor de su vida: Wallis Simpson
El Duque de Windsor y el amor de su vida: Wallis Simpson
COSTUMBRES
Inglaterra saca a relucir sus
costumbres más tradicionales. Resucita sus más antiguos trajes, para afirmar
mejor que su desarrollo se ha cumplido en el marco de instituciones milenarias.
Todo esto mezclado con un profundo sentimentalismo que hace que la mujer del
pueblo se preocupe del cansancio de las princesitas, y que tal o cual leal
súbdito de Su Majestad, evoque su segunda intención, pero con una franca
simpatía de hombre, a su Alteza ausente, que prefirió a una mujer a los fastos
de una coronación.
A esa misma hora, envuelto en una
róbe de chambre, el Duque de Windsor escuchaba por radiotelefonía la
transmisión de la solemne ceremonia que originariamente había sido preparada
para él.
Ardía el fuego de la chimenea del
Castillo del Cande, cerca de Monts, junto a la que se hallaba sentado. Afuera
llovía. Frente a él su prometida, Wallis
Simpson, norteamericana y dos veces divorciada, también escuchaba atentamente.
Luego un miembro del séquito del duque
informaría sobre el estado de ánimo de Eduardo con esta frase textual: “Era
evidente que para las pocas personas que pudieran estar cerca de él, que nunca
se sintió en su vida tan feliz como ese momento”.
Jorge VI asumio el reinado porque su hermano se enamoró.
Jorge VI asumio el reinado porque su hermano se enamoró.
BANDOS
Atrás quedaba la tempestad.
Cuando se hizo público su amor por Lady Wally, se formaron dos bandos
irreconciliables en las filas del pueblo, pero una sola opinión había en el gobierno inglés: el
enlace era totalmente imposible, a menos que Eduardo renunciara a su corona.
El mundo vivió pendiente del
insólito episodio y acompañó con su simpatía a la pareja. Por último el 10 de
Septiembre de 1936, Stanley Baldwin, Primer Ministro inglés, anunció que
Eduardo VIII había resuelto abdicar, en el curso de un dramático discurso
pronunciado en la Cámara de los Comunes.Su reinado duró sólo 325 días. Fue uno
de los monarcas de más corta duración en la historia del Reino Unido y nunca
llegó a ser coronado
Un mensaje del propio monarca
confirmó la noticia: “Después de largas y maduras reflexiones he resuelto
abdicar. Esa es mi última e irrevocable decisión. No puedo desempeñar esta
pesada tarea con eficacia y satisfacción propia.
Algunos diarios hicieron este
comentario: “Asistimos a la crisis más triste y más terrible que recuerdan los
anales de Inglaterra, pero nadie tiene derecho de juzgar al Rey”. Ahora junto
al fuego Eduardo medita. Sin embargo, un noble de su séquito diría a los
periodistas que fueron al Castillo de Cande, “que nunca se sintió tan feliz
como en aquellos momentos”…
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