jueves, 12 de noviembre de 2015

UN GRAN FUNERAL

Muchas personas me han preguntado a veces como era antaño un gran entierro y siguiendo este sistema, medio pintoresco y medio documentado, de recordar hechos de nuestra vida, fijando características del ambiente en torno a sucesos y personajes ya idos, ocúrreseme que puede resultar muy interesante describir el gran entierro que se realizó en Lima el 16 de Mayo de 1853, cuando gobernaba la república el opulento y cortesano general Rufino Echenique.
Sabido es que hasta la mitad del siglo XIX se conservaron casi por entero las costumbres coloniales y que por lo tanto un entierro de importancia tenía que semejarse en mucho a aquellos grandiosos funerales que describe Mugaburu en su interesantísimo Diario de Lima, exhumado en feliz hora, por Romero y Urteaga, y en los que como hasta ahora ocurre en España, se llevaba los cadáveres a los templos, se les elevaba túmulos decorados con jeroglíficos y sonetos y después en las calles se les rezaba responsos en cada esquina.
Era el mes de Mayo de 1853, cuando ya comenzaba a levantarse en Lima el descontento por el Gobierno de Echenique, ese vago descontento que se formalizó en el 54, y que dio lugar a los levantamientos de Elías y de Castilla coronados por la célebre Batalla de La Palma, el 5 de Enero del 55.
Sin embargo, aún no se vislumbra, el formidable sacudimiento que propició, dicho sea en verdad, un interesantísimo movimiento ideológico, batallador, doctrinario, que esbozado puede decirse, en 1847, llega a la cúspide el 56, continua el 60 y comienza a desvanecerse y desorientarse el 67, a cambio de conquistas prácticas contra el militarismo que pareció derrumbarse definitivamente el 72.


Centenares de personas en un funeral de la Lima antigua.

FALLECIMIENTO
Era decíamos el mes de Mayo de 1853 y el día 14 “El Comercio” anunció a la ciudad que una dama ilustre acababa de morir: la señora del ilustrísimo Mariscal don Antonio Gutiérrez de la Fuente, doña Mercedes Subirat y Cossio.
Además que en la nota que en la sección “Lima” publicaba el decano había una lluvia de comunicados. Unos chilenos firmaban una plañidera prosa en la que decían henchidas frases de eelogio y de pesar: “la amada señora que hasta hace tres días era el ornato de la ciudad limeña”, “tan completa madre no la hemos encontrado en el Perú”, “había formado una familia que brilla sin despertar envidia” ¡Qué tal prodigio! Otros escritores rivalizaban en homenajes y todos los periódicos de la época están llenos de necrologías.
Yo recuerdo haber alcanzado personas que me contaron, y la descripción de los diarios está conforme con tales remembranzas, que en la noche del día 14, las calles del General La Fuente, Lezcano y la Merced, estaban obstruidas por millares de almas y en los balcones y en las ventanas, se veían familias enlutadas. 
LO QUE DECIA
Se suspendió la función en el Teatro, donde la Baril y la  Biscanccianti compartían los delirantes entusiasmos de un público afanoso de competencias. Las comunidades religiosas de Lima acompañaron los restos de la caritativa y religiosa dama, que según frase familiar que hemos recogido decía antes de morir: “Me muero porque no está aquí el doctor Aranda”, refiriéndose al notable facultativo don Marcelino, padre de este don Ricardo que no me dejará por mentiroso.
Los acompañantes llevaban hachones encendidos que daban a la triste procesión un aspecto de agua fuerte. Asistieron a la ceremonia magistrados, altos funcionarios, representante del ejército, de las asociaciones de caridad, mientras los frailes mercedarios entonaban responsos religiosos.
El taraceado ataúd fue cargado por los grandes mariscales Castilla y Cerdeña y por los generales Cisneros y Deústua, el infortunado Deústua que un año  y medio más tarde murió combatiendo denodadamente en la Palma. Sostenido por aquellos hombres ilustres, el ataúd llegó a la Iglesia, donde elevaron responsos y cánticos religiosos los miembros de las diversas comunidades, habiendo entonado la vigilia los de la Merced
La Iglesia estaba llena y doquiera se veían paños negros con grandes lágrimas de plata. El ataúd fue depositado en un catafalco tan sombrío como suntuoso. Al día siguiente el Señor Obispo de Eritrea que llegó a ser Arzobispo de Lima, dijo una misa de réquiem a la que asistieron miembros del Servicio Diplomático, los ministros de estadlo, los representantes a Congreso y los más altos dignatarios, habiendo sido después de la misa, transportado el féretro en hombros de los mismos generales al carruaje, llevando los cordones 11 generales de la Independencia.


Lima: Así fue el sepelio de Nicolás de Piérola a 100 años de su muerte (FOTOS)
El atáud del Presidente Piérola llevado al cementerio

GRAN DAMA
Asombra seguir las descripciones que guardan armonía con lo que contó al cronista cierta vez una tía viejecita. La señora La Fuente había sido realmente una gran dama. Hija de un militar español y de una señora de campanillas, casó con La Fuente cuando comenzaba  la lucha por la libertad y por la Patria.
Había visto ascender a su esposo-hijo del caballero español don Luis Gutiérrez de Otero y de doña Mercedes de la Fuente y Loayza, por donde resultaba entroncado con el primer Arzobispo de Lima- desde la clase de mayor hasta la de Gran Mariscal y se había identificado con la vida política del inquieto general, al punto de haberle salvado en alguna ocasión de la  muerte, como cuando lo persiguieron los secuaces de doña Pancha Zubiaga.
La presencia de ánimo de la señora Subirat dio tiempo a que el General escapara por los techos. En otra ocasión cuando Orbegoso desterró injustamente a La Fuente, un periódico de combate,  “El Limeño”, que redactaba el escritor español Bonifacio de Lazarte, llegó en sus ataques a Orbegoso a provocar denuncia del Fiscal. 
ATAQUES
¡Se armo la gorda! El Genio del Rímac, periódico de Vigil atacaba a La Fuente y a Lazarte. En cambio lo defendía el ingenio de don Felipe Pardo en “El Hijo del Montonero”, periodiquito del tamaño de un  librillo, que apareció para responder a los ataques de “El Montonero”.
Lazarte, que como decía Pardo, era hombre temible, de pluma y espada. Se vio la denuncia. Hubo una barra. Las tapadas acudieron. Se asegura que la señora de La Fuente dirigía a las atrevidas y graciosísimas interruptoras del Fiscal Colmenares, a quienes zaherían por sus grandes y rubicundas narices. Un periodiquillo de la época traía versos como éstos:  La calavera miraba/de un borrico don Pascual/ y enternecido exclamaba: ¡En lo que para un Fiscal!
A su vez “El Genio del Rímac” defendía a Colmenares y pedía pena de carceleta para el godo Lazarte y aludiendo a las narices decía: Son las grandes narices/prueba bien cierta/de talentos felices, /de alma despierta./Así no insultas/si a un narigón le dices/que tienes muchas…
Y así por el estilo. Naturalmente los partidarios de la Fuente negaban que señoras respetables hubieran ido de tapadillo a la audiencia. El hecho es que el Juri absolvió a Lazarte y las hojas lafuentinas siguieron pegando fuerte a los orbegosinos.
Eran tiempos de lucha brava, abierta, decidida, sin tracamandanas ni disimulos. Las esposas de los generales de la Independencia, aún las más suaves modositas-la de la Fuente parecía ser así- se identificaban de tal modo con los destinos de sus esposos, que eran capaces de sacrificarlo todo.


Lima: Así fue el sepelio de Nicolás de Piérola a 100 años de su muerte (FOTOS)
Los sacerdotes en un ritual de este tipo.

CONSPIRADORAS
Eran conspiradoras. Sabían de escondites, llegaban hasta la arenga, no se detenían ante el pasquín. La  Mariscala doña Pancha, ha pasado a la historia como el tipo ejemplar de ellas. Otras más dulces y señoriales, se contentaron con protestar enérgica y elegantemente.
La señora de la Fuente que dicen que fue muy bonita y un retrato que el egregio Montvoisin pintó allá por el cuarenteintantos, lo revela, era señora de alto copete. Su salón llegó a ser uno de los mejores de Lima.
En Chile llamó la atención y casó allá a una de sus hijas, Narcisa, con uno de los señores Zañartu, distinguidísimo miembro de la mejor sociedad santiaguina. Fallecida la señora La Fuente, la casa del Gran Mariscal fue hasta el año 1878 famosísima en Lima.
Y que las más altas y cultas damas eran politiqueras lo demuestra el hecho que don Manuel Lorenzo Vidaurre en una de sus famosas arengas, atribuye gran parte del triunfo de Orbegoso contra Bermúdez a una linajuda dama limeña, “Stael peruana” dice él, la señora Rávago de Riglos, famosa por su belleza, su distinción y su cultura literaria.
Pero volvamos al entierro. 
CARITATIVA
“No se recuerda un concurso más numeroso y espontáneo”, dice “El Comercio” como el que acompañó los restos de la señora La Fuente. Las campanas doblaron aquella noche a intervalos y hasta las once la visión de los hachones encendidos y de los grandes blandones de cera, perturbó a los vecinos de los barrios centrales.
Al día siguiente, continuaron los dobles. La Iglesia de la Merced resultó pequeña para el concurso. La señora no sólo había sido obsequiosa y sabía dar grandes fiestas sino se había distinguido por su espíritu  caritativo.
“Asistió toda la sociedad. La ceremonia fue muy larga y con toda la pompa que se podía disponer en el país. El Obispo Pasquel pontificó. Se cantó la célebre Misa de Réquiem de Mozart, a doble orquesta. El ataúd salió del templo en hombros de mariscales y generales.
A la puerta esperaban los carruajes de Lima y un enorme gentío. Antecedía a las fúnebre carroza un ómnibus con los miembros de la comunidad mercedaria que se adelantaron al cortejo, para recibir en el cementerio los restos, con responsos y cánticos.
En el cementerio tomaron la palabra José Antonio Barrenechea a la sazón muy joven y el ilustre escritor chileno Bilbao. Barrenechea muy emocionado dijo un bello discurso: “Humillémonos ante la inflexible ley de la naturaleza que, rompiendo la imperfecta y efímera unidad de nuestro doble ser, devuelve a la tierra lo que es de la tierra y a Dios lo que es de Dios”.


Capilla central del Cementerio Presbítero Maestro


ACOMPAÑAMIENTO
Y Bilbao, el gran historiador de nuestro gran Salaverry: “Te dejamos en las puertas de las mansiones superiores, a donde lentamente y en dispersión te seguiremos, pero el acento de nuestras almas te acompaña y te lleva un recuerdo del mundo que te pierde…”
A las tres de la tarde volvió el acompañamiento a la casa del Mariscal donde el viudo respetable llenaba dignamente su penoso deber. Era costumbre de esa época que los concurrentes a un sepelio volvieran a la casa mortuoria.
En ella el deudo más cercano atendía en el estrado a sus visitantes que formaban una rueda silenciosa y dolorida. Se consideraba casi de mal agüero, al que se atrevía a romper la etiqueta y muchas veces se alargaba la enojosa situación porque ninguno se sentía con la autoridad suficiente para ser el primero en levantarse y dar el pésame.
Por fin alguno lo hacía y entonces todos se acercaban al doliente, le manifestaban su condolencia y uno a uno se retiraban. También fue costumbre que pronto fue desterrada agasajar a los acompañantes y en muchas casas de duelo se preparaba una gran cena que más tarde cuando no se llevó los cadáveres a las iglesias, y se hacían los velorios en los hogares, se sustituyó por la cena, muchas veces profanadamente opípara . 
CONFUSION
De esta época debe ser la anécdota de aquel duelo en que nadie se atrevía a despedirse del doliente, caballero que usaba gran peluca postiza y al que un guasón se atrevió a decirle por lo bajo, que tenía el pilífero adminículo. Vino el segundo y repitiendo la frase consagrada dijo: “Diga a Ud. lo propio”.
 El caballero apenas tuvo tiempo para ladear la añadida cabellera, y apareció un tercero, que también dijo lo propio y luego un cuarto y un quinto, poniéndole en tal desasosegada confusión y desacierto, que concluyó por tirar el postizo y quedarse calvo, fatigado y compungido ante el asomb ro penoso de los que daban el pésame ritual.
Durante la procesión al templo de La Merced y en el sepelio mismo, muchas lloronas mesarónse los cabellos y dijeron a gritos las virtudes de la difunta, fueron hasta el panteón y luego volvieron a la casa y salieron de ella, al caer la tarde, sinceras las unas, seguramente después de recibir la pitanza del oficio.
Con el último contertulio quedó como penando la casa del Mariscal, cerrose la gran puerta, se pusieron negros vendones en las doradas y labradas rejas del vasto patio, en las mamparas de los decorados vidrios y en los grandes espejos.


Ceremonia para enterrar a  un muerto en aquella época.

TODO PASA
Y reinaron el silencio y la tristeza en la mansión en donde pocos días antes, se daban aquellas rutilantes tertulias que fueron decoro de la sociedad limeña. Pero como todo pasa, cuando los años pulieron las penas y la resignación se hizo carne y la vida recobró su imperio, el Mariscal abrió sus salones y su hija soltera, Carolina, hizo los honores de su cortesanía único hasta el año  1878 en que casi nonagenario murió en Lima siendo Senador por Tarapacá.
Carolina murió muy pobre y dolida en Lima hará unos 30 años, impaga de sus montepíos ya sin asomos de grandeza, pero tan señoril y tan fina que nunca quiso desprenderse de unos maravillosos encajes, los más maravillosos que nuestros ojos vieron y nuestras manos tocaron y de unos cuantos retratos, algunos pintados por el ilustre Montvisin, célebre retratista francés
En política dominaba el echeniquismo que estaba acusado de medio godo y ya se le enfrentaban los doctrinarios liberales que planteó la revolución que llevó al poder a Castilla. Había dinero y había ideología. Eran días consolidados de guano, de facilidad para la vida, de grandes negocios y de nutridas e interesantes polémicas.
Había entonces en Lima una compañía de opera  que tenía sorbidos los sesos de nuestros abuelos. Cantaban la Barilly, la Biscanccianti, la CAylly y los tenores Lorini y Galliani. Precisamente se realizó un colosal homenaje a  Biscanccianti. Cuando apareció la aclamaron entusiastamente. 
MARCHAS
Las bandas de música de los batallones Pichincha y Artillería abrieron y cerraron marchas. Así en medio de frenéticos aplausos la llevaron al Teatro donde se cantó la Norma. Le arrojaron aquella noche palomas y flores. La artista volvió a ser ovacionada en las calles. Los actos festivos terminaron a las 6 de la mañana.
En el festejo se vieron muchas tapadas: aquellas hechizadoras que comenzaron a disminuir después de la batalla de las Palmas y que desaparecieron por entero, sin que quedase una por encargo el año 58.
En materia de toros privaba el diestro español Pichilin, y en unos días precisamente, el público pedía en los comunicados de los periódicos que volviese a torear un banderillero, apodado el “mudo chileno”.
El contraste no puede ser más típico, Por pequeña que fuese Lima, por ligadas que estuviesen las familias, por importancia que tuvieran en aquellos tiempos los hábitos severos de un duelo, al día siguiente del entierro de la gran señora, sonaron las músicas, volvieron a lucirse los hachones, tal vez los mismos de la víspera y por la misma esquina pasó la muchedumbre loando a  una artista ansiosa de placeres, reclamando sus derechos a la dominadora voluptuosidad de vivir
En el teatro resplandeciente estallaron las ovaciones y casi pared por medio con la casa del duelo se alzó el bullicio victorioso de una canta actriz que pasó por nuestras calles saboreando uno de sus mayores triunfos. Sólo hubo un palco vacío, en aquellos tiempos en que los grandes personajes solían tener palcos propios en los teatros: el del General La Fuente.
Han pasado los años. Polvo y nada más que polvo son los que actuaban, llenos de pasiones, de angustias y de ilusiones en aquellos días remotos. Y, sin embargo, de los papeles fríos brota un vaho cálido, una emoción llena de fragancia.
De dos retratos arcaicos, tan llenos de fijeza melancólica fluyen miradas tiernas que parece que comprenden y los labios inmóviles un poco resquebrajados y descoloridos, nos dan la ilusión que van a verter una frase consoladora para los que recuerdan, como si dijeran: “Ya lo ves, nunca se muere del todo ni siquiera aquí en la tierra. (Páginas seleccionadas de las "Obras Completas" que pertenecen como autor al consagrado escritor y político, José Gálvez Barrenechea.

3 comentarios:

  1. Lo felicito Señor Noriega por esta excelente publicación.

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  2. Que hermoso escribe ud. dr. Noriega. Tienen una pluma muy ejercitada.

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  3. A propósito de este último comentario: nunca me gano indulgencias ajenas. Yo no soy el autor de esta nota. La ha escrito José Gálvez, una figura de la Literatura peruana. El es el que se merece los elogios.Así dejo las cosas aclaradas, conforme son.

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