Buenos Aires se transforma hacia
1936. Lejos de sentir el peso de los cuatro siglos que en este año la separan
de la primera fundación, se aligera de prejuicios. Caen viejas casas
coloniales, se ensanchan las calles y apuntan al cielo los nuevos rascacielos,
mientras orugas de metal corren por su subsuelo. Avenidas, edificios, trenes
subterráneos. Todo lo que significa progreso va venciendo la resistencia de los
porteños que miran con nostalgia el solar vacío que ocupara una casa de
departamentos, añorando la casona señorial que allí tuvo sus cimientos. Y tan desprejuiciada
se siente la ciudad, que no titubea en celebrar su cuarto centenario evocando
el desembarco de don Pedro de Mendoza, con su séquito de capitanes y futuros
regidores.
Bajo el sol de regular intensidad,
la gente los ve descender de un galeón cuya construcción llevó muchos días de
duro trajín a un pequeño ejército de obreros. El Adelantado, como corresponde a
su titulo, luce el atuendo clásico de los capitanes de España: gorra coronada
de pluma y negra coraza.
Luego vienen los segundones,
aquellos hidalgos que persiguieron quimeras en el continente nuevo tratando de
atenacear las utópicas visiones que traían en sus mentes trabajadas por las
fiebres tropicales. Ya descienden. Ondean el pendón de Castilla y la cruz y la espada marcan el
sitio de la fundación.
El gigantesco e impresionante obelisco de Buenos Aires.
El gigantesco e impresionante obelisco de Buenos Aires.
TRANSFORMACION
El puerto de Santa María del Buen
Ayre será, de allí en más, hito civilizado en las orillas del Plata. Ni la
destrucción evitará que se cumpla ese destino, pues ya vendrá un hijo de las
tierras vascas a afirmar la voluntad de aquel imperio que colmó con sus hechos
varios siglos en la historia de la humana empresa.
Años hacía que en algunos tramos
fue desapareciendo la Corrientes “angosta” tan grata a los recuerdos. Pero la
urbe no puede vivir aferrada a su sentimentalismo. Tiene otras urgencias. Y van
cayendo los últimos “reductos” del pasado.
La piqueta no descansa. Al fin se
abre un amplio claro en lo que fue densa concentración de casas bajas, de
viejos teatros, de famosos cafés donde se practicaba la bohemia que nació con
el romanticismo, aún antes de nacer el siglo XX.
El sábado 23 de Mayo de 1936, el
pueblo se ha dado cita en la flamante
Plaza de la República. El primer magistrado de la nación preside la solemne
ceremonia. Son exactamente las 3 de la tarde cuando la Banda Municipal ejecuta
el Himno Nacional.
Se cortan simbólicamente las
cintas y se declara inaugurado el nuevo tramo del ensanche y el gran Obelisco
convertido en motivo inspirador del tradicional ingenio porteño. En la rotonda
se han reunido chicos de las escuelas. Sus cánticos tienen resonancia
significativa.
Otra vista del coloso por estos tiempos actuales.
Otra vista del coloso por estos tiempos actuales.
EMOCIONES
Parecen anunciar y saludar a la
vez a la gran urbe del futuro. Todos se sienten un poco emocionados. Hasta los
más desaprensivos intuyen que Buenos Aires da otro paso hacia adelante. Y es,
en esa tarde, signo de un tiempo que ya apunta ya
hacia el trasponer cuando la capital
latina del Plata experimenta la sensación
de que una nueva etapa, portentosa e infinita, nace para ella.
El pueblo allí reunido lo
certifica con su acción de presencia, interpretando el sentir de la población
que ha asistido con interés a las obras que se declaraban inauguradas en la
oportunidad.
La voz del intendente municipal
concreta el pensamiento de todos, encasillando el acontecimiento en su justo
marco. Este Obelisco será con el correr del tiempo el documento más auténtico
de este fasto del cuarto centenario de la ciudad.
Dentro de las líneas clásicas en
que se erige, es como una materialización del alma de Buenos Aires que va hacia
la altura, que se empina sobre sí misma para mostrarse a los demás pueblos y
que desde aquí proclama su solidaridad con ellos.
Buenos Aires se siente grande,
fuerte, pujante. Y como todos los grandes, no alienta sino sentimientos nobles,
generosos, fraternales. Porque es grande, no siente emulaciones sino amor.
Porque es grande, tiende sus brazos a todos los pueblos, presidiendo desde aquí
los destinos de la nacionalidad argentina, particularmente a las demás naciones
del continente que surgieron del mismo esfuerzo gigantesco del imperio español.
Y con quienes siente la
solidaridad del pasado fecundo, del presente renovado y del futuro indefinido
ilimitado. Se apagan las voces y ríos de gente discurren por la gran avenida.
En su IV centenario, la ciudad no siente el peso de los siglos transcurridos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario