martes, 19 de enero de 2016

VICTORIA OCAMPO: AMOR Y VIDA

Por las playas de este planeta habré pasado la mayor parte de mi vida, tal vez inútilmente, empeñada en recoger mares en un baldecito. Digo tal vez porque incluso, en los días de descreimiento y ahogo, he guardado la ilusión de que para algo significaba mi trabajo. Mi ilusión nacía que este trabajo ha sido para mí, un refugio seguro y una alegría que sólo dependía de mi esfuerzo. Quiero decir que la alegría no estaba supeditada al éxito, sino a la labor en sí. Creo en las obligaciones hechas con amor sean manuales e intelectuales. Si hay cosas donde no cabe el amor son  malos trabajos y urge modificarlos”.
Así fue tal como lo expresa la séptima parte de “Testimonios”: Victoria Ocampo pasó la mayor parte de su vida en recoger mares en un baldecito, pero no inútilmente. Creyó efectivamente en el trabajo y no necesariamente en su éxito y por último dotó a su tarea de amor, un ingrediente desusado en el mundo contemporáneo.
Trazar un perfil de Victoria Ocampo a través de sus intérpretes constituye una tarea parecida a encerrar a la sensibilidad dentro de una probeta. Victoria Ocampo fue una mujer singular que singularizó a toda una época.
Escribió tanto de los otros, como los otros sobre ella, se tuteó con un mundo brillante, alucinante, expresivo, bello. Hizo cosas y a veces hacer es tanto o más difícil que ser. Victoria Ocampo fue e hizo.

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Victoria Ocampo: mujer excepcional

GRAN SEÑORA
Sin duda una gran señora de la sociedad argentina que jamás olvidó su origen. Pero también una luchadora tenaz, incansable, talentosa, espíritu sensible, soñador. Una mujer en un mundo de hombres.
“En resumen y para terminar-decía en “Testimonios”- he vivido en la época en que la medicina, el derecho, la arquitectura, la filosofía y las letras no eran carreras para una mujer verdaderamente decente”.
Victoria Ocampo hizo. Hizo “Sur”, una de las más importantes publicaciones literarias de habla española que arrojó a Argentina a plumas de la talla de T. E. Lawrence, Virginia Woolf, José Ortega y Gasset, Camus, Gabriela Mistral, Gandhi, Malraux, Graham Greene.
Hizo “De Francesca y Beatriz”. “La Laguna de los Nenufares”, Domingos en Hyde Park”. “San Isidro”, en homenaje al lugar de su residencia. La biografía del legendario G.T. E. Lawrence. Sus famosos “Testimonios”. “Soledad Sonora”. “El Viajero y una de sus Sombras”.
También Lawrence de Arabia y otros ensayos. “Virginia Woolf en su diario”. “Habla el Algarrobo, en 1959. “Tagore en las Barracas de San Isidro”. Y en 1969, “Diálogos con Borges y “Diálogos con Mallea”. También traducciones de obras de Faulkner, Camus, Greene, Callois, Lanza del Vasto, John  Osborne, Dylan Thomas…

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Una placa recordatoria

CONDECORACIONES
La señora Ocampo fue e hizo una inusual conjunción que le confirió satisfacciones tales como ser Vicepresidenta del Congreso Internacional de Escritores de los Pen Club, que se reunieron en Buenos Aires en 1936.
Presidenta del Teatro Colón en  1933. Fundadora de la Unión Argentina de Mujeres. El curriculum consigna otras distinciones como el Gran Premio de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores. El María Moors Cabot, adjudicado por la Universidad de Columbia. El Alberdi Sarmiento.
 El de la Fundación Vaccarop. El doctorado “honoris causa” de la Universidad de Harvard. Las condecoraciones de la Legión de Honor y de Comendador de la Orden de Artes y Letras del Gobierno Francés y el sillón Alberdi en la Academia Argentina de Letras.
Ese día no tan remoto, la señora Ocampo dijo ante dos mil personas que se reunieron  en el gran salón del Palacio Errázuris: “No tengo pasta de académica ni de diplomática… Soy una  autodidacta, una francotiradora en el terreno de las letras”
También en esa oportunidad convocó a tres mujeres: Virginia Woolf, Gabriela Mistral y una india guaraní de nombre Agueda-su antepasada indígena-, mujer de Domingo Martínez de Irala. “A estas tres mujeres-subrayó- les debo algo que he contado en mi vida.


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Su famosa revista.

MATICES
Luego añadió: “A una, parte de mi existir, a las otras el no haberme contentado con existir”…  Vaya si no se contentó con existir. Discutió sobre la “Divina Comedia” con Mussolini. Admiró a Gandhi y Nehru, porque intentaron injertar lo espiritual en lo político.
Compartió con Stravinski el estreno de “La Consagración de la Primavera”. Paseó en una playa de Mar del Plata con St. John Perse.  Admiró los vitraux de Notre Dame con Paul Valery, vio y oyó a los adolescentes hitlerianos marchar por las calles de Darmstadt. Recibió odio y amor. Fue notablemente ensalzada o ferozmente criticada
Tal vez ninguna de esas posturas fueron válidas para revelar su esencia. Que las páginas de su revista se convirtieron en vehículo de la cultura extranjerizante o que consumiera su fortuna editando a Musil, Nabokov, Virginia Woolf o Henry Miller suelen ser especulaciones no demasiado afortunadas de los críticos.
Ser y vivir, que también es una forma de hacer, no pueden estar expuestos a la polémica. Más que una escritora fue una animadora permanente de la cultura argentina, y personas así, precisamente, no abundan.    

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