Cuando ofrece amor, le piden 100 pesos
para un faldellín. Cuando después de mil demoras le descubren el rostro,
Terralla aprenderá también que las “caras son caras”, como él dice. Y las
madres conscriptas del arte del gorroneo”, le dejan melancólica acidez. Salud y
dineros pierde en su bisoña galantería. La salud la restablece en 1792 en el
convento de los padres belethmitas. El alma no la puede aliviar. Y su despacho
está exhalado en el largo romance Lima por dentro y fuera publicado con el seudónimo
de Simón Ayanque, que tuvo tantas ediciones en el Perú.
Escribió además un libro pronto
olvidado: Lamento métrico general, llanto funesto y gemido triste por el nunca
bien sentido doloroso ocaso de nuestro augusto monarca Don Carlos III (1789) y El Sol en el Mediodía (1790)
donde celebra en prosa y verso los festejos celebrados en Lima por el
advenimiento al trono de Carlos IV, obra como la anterior forzada, chabacana y
aduladora.
Cuando olvido la lisonja y sólo quiso
vengarse escribió su obra durable, la que había de leerse muchos años después,
quizás por el duro tono: su Lima. Esta le ha merecido toda suerte de censuras
que no comparto.
“Hacinamiento en chocarrerías de mal
género” la llama Palma. Que Terralla escribiera sólo la versión pesimista de
sus días de mal humor. Que recargara el cuadro perfectamente. Pero bastan
testimonios de viajeros paras probarnos la voracidad de la pintura. Lejos
estaba de ser un paraíso de santidad nuestra colonia.
El famoso libro de Simon Ayanque.
El famoso libro de Simon Ayanque.
DESCANSOS
En diez y siete descansos. Le va
advirtiendo al amigo que pretende venir a Lima los peligros de la ciudad y a sus
devaneos. Es un lazarillo de españoles caminantes y una guía completa de
pecadoras. Su objeto, dice el lector,
“es imponerte a fondo las costumbres, usos e inclinaciones de las gentes que
habitasen la ciudad llamada de los Reyes”.
Son gentes a quienes no quiere bien. El “pobre
infeliz extraño” ha sufrido las
emboscadas de las sirenas de los portales de las emperatrices del sexto”, de
aquellas mulatas vendedoras de la plaza
destinadas al comercio/las unas al de la carne/las otras al de los mesmo.
De estos romances, como de un paseo
del Diablo Cojuelo, surge el gracioso misterio de la ciudad, con sus españoles
peripuestos de capa de grana y gran chambergo. Con sus hipócritas y sus beatas,
“que por tabaco o por mate inventarán dos mil cuentos”.
Con sus mulatas insolentes que
alternan en gala y atavío con las señoras.
Con sus viejas de siglo y medio, que fingen estar en cinta y “usan barrigas postizas para ir la edad
encubriendo”. Con sus pobres maridos bicornutos, con sus médicos mulatos y
ostentosos, que van en buena mula sobre silla de plata.
AMOR
Con sus mujeres, en fin, con sus
mujeres a quienes alternativamente adora y aborrece. ¡Cuán ingenuamente “se
entregó todo al amor”! como él confiesa. “Tapadas entre cortinas y a veces con
barbiquejo, le sedujeron. Son de bellísimos cuerpos/con las almas de
leones,/todo remilgos y quiebros/todo cotufos y dengues/todo quites y
arremuescos.
Su encantador artificio, su cuerpo
emboscado, su andar tunante, le fascina y le irrita. Aconseja vivir a lo filósofo, pero es después de haber adorado a
las madamas. Las ha seguido cuando van por la mañana a comprar velos o encajes,
tan seductoramente bribonas, que “los babosos tenderos se enternecen y no
cobran.
Ha escarmentado su falaz amor avezado
a los petitorios o sus ceceosos fingimientos: Jesús que gacia! Le dicen ¿Amod
yo? Quéame vmd, caballedo, que nunca supe queded… Huyendo del “mundo, demonio y
carne” quiero solo morir y otorga en verso su testamento, añadido como epilogo
al curioso libro. Este y las adivinanzas, que tanto éxito tenían en Lima
mantuvieron su reputación por muchos años.
Del mismo espíritu que Caviedes o
Terralla es el Ciego de la Merced, Fray Francisco del Castillo (1714-1770) cuya
gracia, a veces chusca, se manifestaba en coplas de pie forzado y libertina
audacia.
La Lima de la época.
La Lima de la época.
IMPROVISADOR
Era un prodigioso improvisador. Como más tarde
el padre Chuecas, tuvo debilidades amorosas compartibles en Lima con el hábito.
De sus impromptus quedan sólo los que conserva la tradición oral y que recogió Ricardo Palma
La sátira a Jesús Nazareno dará ideas
de su incisivo talento: Estos frailes, buen Jesús, se vistieron de librea/sin
duda porque se crea/que mereciste la cruz. En fin, a fines del siglo escribe su
singularísimo Lazarillo de ciegos caminante (1773) un realista más descarado
que Terralla y Castillo, Calixto Bustamante Carlos Inca, alias Concolocorvo.
Aquel cuzqueño picaral, que decía en las primeras páginas del libro,
como cualquier Estebanillo de Madrid esta frase famosa en el Perú: yo soy indio neto, salvo las
trampas de mi madre, de que no salgo por fiador. El Lazarillo no es novela
picaresca, sino el itinerario de un viaje de Buenos Aires a Lima, un relato
somero, ingenioso y tunante.
Con el siglo XVIII ha comenzado el más grande esplendor limeño.
Vida y cultura llegan al ápice. El viajero Frezier, el más ilustre de cuantos
vinieron por entonces a América, nos llama en 1713 “un pueblo carnal” y se
asombraba de nuestro amor a los beaux dehors.
CREACIONES
El viajero Durret, en 1720 habla de la
Alameda de los carruajes de las limeñas en cuya portezuela madrigalizan
amantes, como de un espectáculo
versallesco. Más tarde los padres Sobreviela y Barceló hallaron “actores dignos
de las escenas de Madrid y Nápoles”, se pasmaban de los suntuosos festines y
corridas que ofrecía el nuevo doctor de universidad.
Esta,
que sólo fue su origen un seminario, crea poetas y sabios. A pesar de
las severas consignas del Santo Oficio,
una inquietud se inicia en el pensamiento. Tarde llegan noticias y libros. Pero
vamos a tener enciclopedistas.
¡Ah! Lo son como Peralta y Olavide,
apenas heterodoxos, condenados a arrepentirse a cada paso si quieren vivir en
libertad. Su audacia intelectual parecía mezquina allende. Pero ya muestran que
ha llegado al Perú el fermento de universales curiosidades, lo que llamará
diletantismo el siglo próximo.
Peralta poetiza en francés. Olavide
inspira a Marmontel y a toda esa serie de libros artificialmente peruanos,
cuando Lima como Amsterdam o Pekín, fue un lugar distinguido para fechar libros
galantes. Uno y otro sienten la urgencia de acaparar disciplinas humanas.
A través de los libros Peralta, a
través del mundo y de las ideas Olavide, viajan infatigablemente. Su curiosidad
es más intelectual que sentimental, por donde serán sobre todo filósofos. Y
sólo cantan porque escribir versos parece entonces un arte añejo al saber.
La obra de don Calixto Bustamante.
La obra de don Calixto Bustamante.
ERUDITO
Pedro Peralta Barnuevo Rocha y
Benavides (1663-1743) es el portento del coloniaje, el erudito y poliglota de
fama europea, cuyo saber y pedantería asombran por igual. “En el inmenso mar de
la erudición, dice un autor de la época navega a todos vientos”
Lo ensalzan sus coetáneos, porque se
ven reflejados en él. Como ellos, es Peralta un catedrático extraviado en la
literatura. Disciplinas sin cuento,
astronomía, música, jurisprudencia, matemáticas, no colman su universal
curiosidad. Habla ocho lenguas, o mejor dicho en culta latina, ocho idiomas son
los que abren otras tantas bocas al caudaloso Nilo en su ciencia
A la literatura vuelve siempre. Como a
rector de la Universidad y a “fénix americano”, le corresponde escribir esos
“carteles de certamen” que reúnen la pompa verbal, la hipérbole académica, a la
más arrodillada cortesanía.
Es una ley inalterable del reino de
las letras, dice él, ofrecer los trabajos a los grandes hombres”. El “nuevo
héroe de la fama” el “Júpiter olímpico” son veniales elogios de virrey para
este doctor áulico. Su pluma está al servicio de quien gobierna.
POEMA
Al Virrey Morcillo, que tantas burlas
merece en Lima, lo defiende enconadamente y vemos asombrados un día que el
grave rector escribe un poema en “celebración del maravilloso tiro con que el
príncipe (Caracciolo) dio muerte a un toro que acometía al puesto donde está la
princesa.
Los virreyes premian con su favor a
los ditirambos. Peralta es su consejero lírico. En la célebre Academia de uno
de ellos, el marqués de Castel-dos-Rius, rige y legisla el mal gusto del ambiente.
Singular y simbólica figura la de este
académico nato. Su capacidad de leer los modelos literarios en ocho lenguas. Su
afición al sobrio Corneille, de quien traduce Rodegunda. Toda su enorme cultura
gravita, en vez de servirle, cuando quiere escribir por cuenta propia. ¡Ah! ¡Si
se limitara a compilar. Si solo pretendiera escribir obras como La Historia de
España Vindicada. Pero el es poeta sobre todo.
La inspiración le falta, si no el
ánimo. Y nunca se vio mejor la distancia del profesor al lírico. Más no
juzguemos que el saber le impide escribir con pluma leve. Este enciclopedista
no se parece a los de Francia. ¿Quién
disputa la universalidad y el don literario a Voltaire? Peralta lo aprende todo
y no se apropia nada.
Pedro Peralta Barnuevo: erudito y políglota.
Pedro Peralta Barnuevo: erudito y políglota.
POEMA
No examino aquí las numerosísimas
obras de nuestro autor, ni siquiera las puramente literarias: “Lima Triunfante” (1708), “El Júpiter
Olímpico” (1716) “El Teatro Heroico” (1720), “El Templo de la Fama Vindicado”
(1720), “El Cielo en el Parnaso”. “Las comedias Triunfo de Amor y Poder”
(1710), Afectos vencen finezas. Las loas perdidas, las traducciones, dos
tomos inéditos de obras poéticas liricas y cómicas, un “Panegírico del Gobierno del Conde de la Monclova”, romances de mil
coplas anunciados éstos en una lista de manuscritos para imprimir.
¿Qué más? Siempre habrá sorpresas. Si según el
proverbio sólo se presta a los ricos, a este millonario en imágenes culteranas
se le concedía fácilmente la paternidad de la obra incierta. Su más seria
tentativa, la única plausible, es el poema heroico “Lima Fundada” (1732).
Desde las primeras páginas admiramos
la ceguera de sus contemporáneos. Pedro Bermúdez de la Torre, que juzga el
libro del “Virgilio español” alaba la “invariable continuación de sus aciertos”
y reputa por “octava maravilla cada estancia”
El Padre Torrejón exclama: “Tu canta
más parece encanto”. Angel Ventura Calderón, de quien leemos curiosas poesías
en “La Flor de Academias”, nos asegura que “oscurece Peralta de Homero y de
Virgilio la memoria”. Miguel Mudarra de la Serna Roldán cierra el coro
elocuente y merece transcribirse su soneto:
ESCAPE
Heroico
numen de inmortal empleo/que un mundo
ilustra, cuando dos describe,/pues Minerva excedida se percibe,/sintiendo vano
el émulo deseo./Del luciente Zenith rayo Phebeo/vital, que comunica lo que
vive,/ tu pluma es que el sol baña y luz escribe,/transformado en dichoso
Prometheo./ La dulce Lyra y la elegante
Historia/te adora Numen, te venera Apolo, español Livio, si Virgilio
Iberio:/así se ve que a Lima das tal gloria,/que puede al ilustrar el Austral
Polo,/a dos orbes vencer un Hemispherio.
Tales elogios hacen sonreír y, sin
embargo, Lima fundada es el mejor poema épico de todo el coloniaje peruano. Un
verso bien timbrado sorprende a veces. No siempre confunde la epopeya y la
historia. Hasta parece que olvidara a ratos el cuidado ornamental de su prosa ensortijada
Hasta la publicación de Pasión y
Triunfo de Cristo (1738) escapará
Peralta a la Inquisición. Y ciertamente aún mirando con severo criterio,
no se descubre audacia heterodoxa en ese libro de meditaciones pías, como los
manuales de Kempis o de Fray Luis
Pero la cultura de Peralta inspiraba
recelos y, para los severos, el
pensamiento en un seglar era sospechoso.
¿No está todo en la Biblia? Parecía que difícil que Peralta tan cortesano, tan
halagüeño, se malquistara con nadie. Además los más santos propósitos inspiraron
el libro. A pesar de todo fue acusado Peralta en 1739.
Achacosa y
envejecido, recobra un instante su energía
para defenderse en una satisfacción de las dos proposiciones que se han
notado en el libro intitulado “Pasión y Triunfo de Cristo”, de las dos frases
tachadas: “Oh mortales como, aunque fueseis vosotros otros Cristos, nunca pudiereis
corresponder a lo que debéis y “un
Redentor en traje de expirante sin la muerte”.
Uno de los documentos más antiguos.
Uno de los documentos más antiguos.
EMBUSTERO
La
sutileza escolástica encuentra aquí los más grandes barruntos de herejía. Del
conjunto de culteranismos bien intencionados y piadosos-añade Riva Agüero de
cuyo libro “La Historia en el Perú” tomo estos detalles sobre Peralta-
extrajeron con saña indecible un montón de proposiciones heréticas.
“Embustero
presumido”, le llama el Padre Torrejón, que lo alabara antaño. Merced a oscuras
influencias, o tal vez a la monstruosidad de la acusación, no terminó nuestro
limeño en el calabozo. Moría amargado y libre en 1743.
De
mediados a fines del siglo XVIII, la literatura continua siendo un juego floral
de ingenios éticos, un lirismo palaciego, cuando no es la franca burla que
corre manuscrita en décimas y romances. Ha codificado el mal gusto la Academia
poética de Palacio.
Se reunían
cada lunes por la noche, de 1709 a
1710,, en el opulento camerín del
marqués de Casteldos-Rius, bajo la presidencia de Peralta, los mejores escritores de la ciudad. El propósito del
Virrey era seguir “con generosa imitación el alto ejemplo de su augusto
ascendiente español Teosio que, partiendo gloriosamente el tiempo, daba el día
a los despachos públicos y la noche a las
diversiones estudiosas, dice el secretario de la Academia.
CHARADAS
Como en
las veladas italianas de Il Cortegiano, canto y música preceden al ejercicio
poético, soliviantan los más remisos
ánimos. Un académico es poeta forzosamente. Propone al virrey los temas que desarrollan
sus cortesanos.
Flor de
Academias se llama este centón estrafalario, en donde copiaba un asesor los
favores de cada musa. Un día, como en una clase de retórica, el Virrey dicta el
pie forzado. Otro ruega los contertulios que preparen su enigma. Y nuestro
Peralta, rector y sabio, apeándose del
Pegaso para montar sólo en el rucio, escribe el enigma del reloj como
cualquier coplero de charadas de cuarta página. Esas charadas que La Gaceta de
Lima de 1744, deseando dar materia a los ingenios, proponía al lector desocupado.
Los temas
varían singularmente con el humor del virrey. Tal vez era humorista. Tal vez el
espectáculo escolar de los mejores talentos obedeciendo al compás de su
capricho poético le halagaba en un refinamiento de pleitesía
Ha varado
una ballena en Chorrillos, o el virrey tuvo al despertar ideas negras. He aquí
dos motivos de poesía chabacana o patética, aburrido siempre. Algunas veces el
palaciego roba un verso de Caviedes o acierta el autor del poema heroico sobre
Santa Rosa, el conde de la Granja “cisne cano y canoro”, como plagiando a
Gracián, le llamaba el redactor de las actas académicas o presenta algún
romance fácil
Pedro José
Bermúdez de la Torre y Soler, el menos detestable hijo de Apolo en esta escuela
de maestros. Bermúdez escribió “uniendo lo florido a lo canoro según Peralta,
certámenes para elogio del Virrey como El Sol en el Zodiaco, una “epopeya amorosa
en cuatro cantos de Telémaco en la Isla de Calipso, etc.
Así fue el Cusco en tiempos de los virreyes.
Así fue el Cusco en tiempos de los virreyes.
POETAS
Los nuevos
poetas siguen el ejemplo de la poética invertebrada y servil. Habían hecho
usuales los académicos, según el secretario, los primeros más difíciles, siendo
en lo que continuamente se decía, ya todas las voces de una letra vocal, ya
todas de una misma inicial, ya retrógradas, ya con ecos, paranomasias y otras
delicadas armonías y artificiosas elegancias”.
Los vates
posteriores escriben acrósticos, octavas en donde todas las voces comienzan en
la misma letra. Dos poetisas de igual
valor cantan entonces. María Manuel Carrillo Andrade y Sotomayor, limeña musa,
dicen sus contemporáneos, adopta el
gongorismo como una saya ceñida, con sumisión de mujer a la moda y publica en
la Relación de las exequias del rey don Juan V de Portugal (1752) del padre
Bravo de Ribera, siendo Virrey Manso de Velasco, estos versos que no desdeñaría
Peralta:
Cifra del susto, imagen del espanto,/que en
copia de esplendorosos pavoroso,/si eres de Manso duelo luminoso,/ de Bravo
ostentas regulgente llanto./Los lucientes que ese manto/ argentado a su impulso
generoso,/en lo que asombro viven prodigioso,/respiran los anhelos del
quebranto. Selle del Nilo el caudaloso acento,/ con que por bocas siete se
derrama/en lenguas de cristal sonoro aliento,/y exprese el bronce alado de la
fama/que ese altivo obelisco, real portento/apaga los raudales su llama.
CAMBIAN
Afortunadamente,
esta horrenda serie va a acabarse. Hombres o mujeres de iglesia, iniciadores
siempre en la literatura colonial, cambian de acento. Ya el padre Juan Bautista
Sánchez en su Sermón predicado en la fiesta de la reedificación de San Lázaro
(1758) y en su Oración fúnebre en las exequias de don Fernando VI (1760),
parece regenerar la prosa.
Y la
abadesa de Santa Clara, sor Josefa Bravo de Lagunas, publica en la Puntual
descripción de la muerte de la reina de Portugal (1756) este soneto , que se dicta
ejemplarmente ¡tanto sorprende su relativa llaneza en los encrespados tiempos!:
Cuando difunta admiro,¡oh fiel señora!/de tu
regio esplendor la uz primera,/¿qué esperanza la flor tendrá en su
esfera/sabiendo que también muere la aurora?/Desengaño a la vida le
atesoras/ese espejo que mustio reverbera,/cuya eclipsada luna es más
severa/para quien si la ve no se mejora/ Descansa en paz, pues tú virtud me
avisa/la corona mejor que te declara/el que allá en las estrellas te
eterniza;/que a mí para seguirte me prepara/el religioso saco en su ceniza;/
del fin postrero la verdad más clara.
Y si olvidáramos
el ya mencionado El lazarillo de ciegos caminantes, las avispadas coplas de
Castillo y de mil anónimos poetas de Parnaso abajo, no podríamos hallar
literatura hasta los comienzos del siglo XIX. Pero la reputación de Olavide
puede colmar tan desmayados años.
Casi
europeo, español de Lima, Olavide influye apenas en el Perú. Leyeron muchos,
sin embargo, “El Evangelio en Triunfo”,
con reservas mentales seguramente. Para nuestros republicanos fue quizás a pesar de la final
abjuración del autor, un libro en donde lamentar el calvario del hombre libre y
aborrecer la ominosa cadena de nuestro himno
.
.
FORAJIDOS
Eran-imagino-
lectores de Olavide aquellos simpáticos forajidos que destrozaron en Lima el
local de la Inquisición, cuando por acta de las Cortes fue abolida. El más
ilustre peruano del coloniaje es Pablo
Antonio José de Olavide y Jáuregui (1725-1803).
Su
reputación era europea. Su influjo
grande en España y en Francia.
Precede a toda esa cohorte de americanos que como Ruben Darío o Gómez Carrillo,
contagiaron inquietudes de europeo a la vieja metrópoli}
Como ellos
tienen la prodigiosa facultad de asimilación, del donde lenguas y de almas. En
España se olvidan de que es criollo para
encomendarle cargos abrumadores. En Francia Voltaire le elogia y la Convención
va a declararlo “ciudadano adoptivo de la República Francesa”. Es excelente en
vida y letras
Vivió
afanosamente y escribió en el reposo forzado del destierro y de la prisión. Sus
dones debieron ser admirables para merecer del patriarca de Ferney esta frase
en una carta: “tengo que decirle que en España
encantan personas como vos”.
Nace de
clara estirpe este limeño. A los diez y siete años se recibe de abogado y
doctor en Sagrados Cánones de la Universidad de Lima. Su mérito precoz lo hace
nombrar oidor de la Real Audiencia a los 20 años. El terremoto del Callao en
1746 le torna celebre. La benéfica actividad de Olavide repara en parte
los daños.
IMPRUDENCIA
Con el
mismo entusiasmo edifica de nuevo una iglesia y un teatro. Esta imprudencia
basta: algunos frailes hablan de sacrilegio. Un envidioso lo acusa de malversar el
caudal público. Le llaman a Madrid para que se justifique de ambos
cargos.
Preso
allí, moribundo, le salvan el amor y el dinero de una mujer, Isabel de los
Ríos, viuda avanzada en años (50 le atribuye un autor severo) va a ser la
esposa infeliz de este hombre inquieto e
innovador.
Aumenta
Olavide su caudal. Viaja por Francia a menudo hasta Ferney, en donde Voltaire
lo acoge como a un discípulo. Propaga en Madrid el lirismo y la gracia, traduciendo
Zaire o Mérope y viviendo la más ordenada vida. Su lujo, su elegancia
espiritual y la amistad del famoso conde de Aranda le tornan casi célebre.
Contribuye
a la expulsión de los jesuitas. Le
nombran intendente del ejército de los
cuatro reinos de Andalucía y asistente de Sevilla. “Sin saber cómo-dice Olavide
en carta que poseía su biógrafo Lavalle- me hallé un personaje tan grande que,
después del Conde de Aranda y de los ministros soy el mayor de España.
Funda lo
que era genial novedad entonces, una
colonia agrícola de emigrantes en
tan fragoso rincón como la Sierra
Morena. Cambia jarales y yermos en pensiles. Realiza utopías de Juan Jacobo en un país de inquisición
preponderante
Está en la
cumbre: la más ligera delación de envidiosos
lo echa a tierra. Después de dos años de calabozo inquisitorial, aparece
fatigado, domeñado en el auto, con vestido de penitente y vela verde. Minuciosos son los motivos de la condena. Se
le reprocha haber dicho que San Agustín era un pobre hombre. Que Santo Tomás retardó el progreso de la inteligencia
humana. Se le achaca la pintura en la que aparece junto a Cupido y a Venus.
El Tribunal de la Santa Inquisición: ¡Líbrenos Señor!
El Tribunal de la Santa Inquisición: ¡Líbrenos Señor!
FRANCIA
Se le echa
en cara sobre todo, sin decirlo, su amor a la temida, a la aborrecida Francia,
de donde pudieron venir, Olavide mediante las
malas ideas. No cumple, felizmente, los 8 años de destierro conventual
que le infligen.
Al cabo de
un breve retiro en Sahagún huye a París, en donde le reciben en triunfo como a
una víctima. Son sus mejores años. En la Academia Francesa, Marmontel lo elogia líricamente. Pero en Francia misma
le persigue el rencor inquisitorial, que exige y obtiene la extradición.
Clandestinamente escapa Olavide a Suiza.
Las
alternativas de su vida no han concluido. El libertario no lo parece a los
desalmados del terror. Encarcelado como contrarrevolucionario, obtiene sólo su
libertad después del 9 Termidor. Sin duda ocurrió entonces la crisis amarga de su vida.
Crujía
el mundo viejo y se levantaba ujn culto
nuevo que tenia por sacerdotes a verdugos. A una orgía de sangre venía a parar
el anhelo de libertad: el Jacobinismo era tan odioso como la Inquisición. Por
todas partes se veían sólo fanáticos y la sinceridad de opinar era castigada en
Francia y España con un calabozo idéntico.
FAMOSO
En la
penumbra intelectual de esos años parece natural que Olavide abjurará por
segunda vez. Este remordimiento del vuelo, esta melancolía de haber tenido
alas, se llama “El Evangelio en Triunfo”
(publicado sin nombre de autor en Valencia en 1798) el más famoso libro de
Olavide. Lo comenzó en la prisión de Orleans, en 1789, cuando el terror lo
encarcelara. Lo terminó después del 30
Termidor, en casa de un amigo en Cheverny.
Traducido
varias veces al francés y al italiano, propagado en España y en el Perú, es superior su fama al mérito. Lo que
buscaban en él los coetáneos de Olavide era sobre todo historia de esa viuda
pre-romántica. “El Evangelio en Ttriunfo” o “La Historia de un Filósofo Desengañado”
se llama el libro.
Si la filosofía
es, como entonces se entendiera, cordura sonriente en la adversidad, mereció el
título a medias. Después de haber tenido tantas aventuras como Cándido, su filosofía no fue alegre.
Un tono de
miserere, el de las Memorias de Ultratumba de Chateaubriand, indica en ese
libro que lo concibió un alma mellada por dolores sin cuento. Su propósito es
“reparar en la amargura de mi corazón los ya pasados días de mi vida y pensar
en los años eternos”. Se impone a cada paso el paralelo con Chateaubriand, a quien probablemente inspiró, según opinión de
sus biógrafos.
En
cuarenta y una cartas, dirigidas generalmente por “el filósofo a Teodoro”,
intenta la Apología del Cristianismo y traza el itinerario penitente del buen
católico. Para serlo como Pedro comienza por negar varias veces a sus maestros,
a Rousseau y al patriarca de la irreligión, Voltaire, Perdió Olavide la
frivolidad amable del segundo. Conserva la abundancia de lagrimas del primero.
ELOISA
Este
místico advenedizo sollozante cada verdad. El acento y el estilo son de la Nueva Eloísa. Los mismos éxtasis, las
interrupciones bruscas, “¡oh pobres!, ¡oh Jesús!, sus transportes ante la
felicidad de ser padre, etc.
Cuando
habla de la manera de enseñar la religión a sus hijos, adopta el tono
pedagógico de Emilio. Y como había sido inspiración de Rousseau su idea de la colonia
agrícola en Sierra Morena, fueron
también utopías aprendidas en Julia aquellas geórgicas administrativas
del Evangelio, aquella sociedad del bien
público, en donde se dieron premios “de buen padre de familia, recompensas a
quienes tuvieran más ágiles piernas y quienes cultivarán mejor la vid. (Editado,
resumido y condensado del libro “Obras Escogidas de Ventura García Calderón”, destacado intelectual peruano que, con sus estudios, rescata
los orígenes culturales de este país. Nació por un azar patriótico en Paris,
retornó al Perú donde estudió. Posteriormente volvió a Francia en 1905 salvo
cortos intervalos por aquí, Rio de Janeiro y Bruselas hasta 1959 en que murió,
siempre habitante de la ciudad luz)
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