Recordemos como está formada la
Academia. No es su objeto exclusivo, como en Madrid, fijar la lengua. La lengua
está fijada mejor por otros. Y en cuanto al “esplendor” estos cuarenta
inmortales no tienen la pretensión de acapararlo. Se contentan con guardar
celosamente las tradiciones de elegancia y cortesanía,
Se limitan de hacer de la
Academia “el último salón en que se charla”. Como un salón elegante, debe ésta
ser ecléctica: mundanos, generales, arzobispos…Hay allí republicanos, por
supuesto, pero son liberales morigerados, socialistas con camisa que pasaron
por casa de la manicura.
En cambio, el prelado tendrá muy
ancha la manga. Si entra un antiguo bohemio como Donnay, es cuando tiene estilo
encanecido y cabello gris. Solo faltan mujeres en el salón. El feminismo
propuso, pero se negaron los académicos.
A la condesa de Noailles, presunta
candidata, le oponían la misma resistencia que no puede vencer la genial
condesa española. Y aquí explican la negativa traviesamente como en Madrid: ya
no se podía contar con la Academia cuentos verdes.
Napoleón Bonaparte
Napoleón Bonaparte
HOMBRES
“Solo para hombres”, como las
picaras novelas, es el salón académico. Pero los hombres son allí de toda
categoría. Los hay admirables. Los hay que no han escrito nunca una línea de
las publicadas con su firma y lo que es peor, no han leído sus propias obras.
Otros han escrito
considerablemente, pero no los lee nadie. Escribir, pues, no tiene máxima
importancia. Se exige, en cambio, finas maneras y elegancia moral sin tacha.
Por donde es un candidato perfecto el generalísimo.
Otras razones pueden aducirse.
Hay una antigua connivencia entre quienes ganan las batallas y quienes saben
escribirlas. Alejandro que lleva consigo siempre la Iliada con la nostalgia de
su Homero para contar sus altos hechos es semejante a Napoleón cuando le brinda
amparo a Goethe en París y dice a los edecanes con reverencia-el mejor elogio
de sus labios- “¡Ese es u hombre!
¿Qué hubiera sido Hugo sin
Napoleón? Un gran épico sin duda. Más faltarían las mejores dianas del clarín.
En cambio, sin Hugo para ensalzarla, me parece que no hubiera sido tan
universal la fama del guerrero. “Él supo obrar y y escribir. Solo los dos somos
para en uno”-decía del Quijote nuestros Cervantes.
La Condesa de Noailles.
La Condesa de Noailles.
VOLUNTAD
Obrar y escribir son así dos
formas vecinas de voluntad. Renán, que tal sutil agorero fue en leves páginas,
exclamaba ya en 1885, precisamente en un discurso académico: “Quien tiene
seguridad de formar parte de nuestra institución es el general que nos de la
victoria un día. He aquí una persona con quien no disputaremos por su prosa.
Por aclamación, le nombraríamos sin ocuparnos de nuestros escritos. ¡Ah que
hermosa sesión de academia aquella!”
Contestaba así el discurso de
Lesseps que tampoco había escrito, si no abriera un canal al mundo.
Por un lindo contraste, el más
exquisito profesor de duda le respondía al hombre de acción, efusivamente. No
creo que fue ironía de académicos. Cuando más, quisieron hacer notar lso dos
aspectos casi extremos de Francia, los mismos que esta guerra magníficamente
nuestra: ironía y denuedo juntos, reticente sonrisa y acción viril
¿Quién podría responder a Joffre
en esta recepción imaginada? An atole France, por supuesto. Solo el titiritero
de Nuestra Señora la Ironía diría soberbiamente la belleza de una vida ejemplar
y la tenacidad de su esperanza, si es cierto, como creo, que quienes mejor
alabaron la salud y la fuerza del mundo fueron almas enfermizas y delicadas, lo
mismo Nietzsche que Isabel Barret Browning.
Renan: un agorero de polendas
Renan: un agorero de polendas
MERITO
France hallaría los más irisados
sofismas para reconciliarse con la guerra que tanto desprestigiara en sus
libros. Y no necesitaría buscar mucho para encontrar hermosas páginas de
Joffre. Son escasas, pero admirables. Su mérito no está sólo en el laconismo de
la frase desnuda, sino en la tensión del alma que revelan.
Pocas palabras augurales de
renombrados poetas pueden compararse a su “Orden del día” de la batalla del
Marne. Cuando París, “evacuado” a medias oye el cañón, cuando los prófugos
llegan con ojos desorbitados y las mujeres magdalénicas por enlodadas rutas con
el crispado hijo al pecho llegan temblando, cuando todo vacila y todo huye, pocas
veces igualan a esta grave y conminatoria y victoriosa voz que dice:
_ Las tropas que no puedan avanzar,
antes que retroceder un paso deben dejarse matar ene l mismo sitio… (Editado, resumido y condensado del libro “Obras
Escogidas de Ventura García Calderón”, destacado intelectual peruano que, con sus estudios, rescata
los orígenes culturales de este país. Nació por un azar patriótico en Paris,
retornó al Perú donde estudió. Posteriormente volvió a Francia en 1905 salvo
cortos intervalos por aquí, Rio de Janeiro y Bruselas hasta 1959 en que murió,
siempre habitante de la ciudad luz)
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