La ventana de reja, como el
balcón, es de las cosas aún pervivientes, batallando por conservarse en medio
del torbellino arrollador de las novedades cambiantes de la fisonomía de la
ciudad. Es de lo más característico de Lima y su sentido profundo tiene una
doble significación de semejanza y de diferencia con su alto congénere: el
balcón. Porque como él, responde al alma
antigua de la ciudad y a necesidades de los viejos hábitos limeños.
Hay en la ventana el mismo afán
de atisbamiento de los balcones. Pero colocada más a ras de la tierra, este
carácter es más humilde. El balcón atalaya, la ventana fisga. El primero tiene
algo de mirador y de campanario. La segunda guarda un aspecto poco sorpresivo y
chismográfico. Los antiguos decían con cierta inquietud cuando alguien les
hablaba en secreto: “Cuidado las ventanas tienen ojos y las paredes oídos”.
Nunca miraron con temor al balcón.
Para el amor tuvo el balcón
prestigios de aventura y de ilusión romántica. Era la tentación para la osadía
escaladora y tenían el encanto de ser algo más distante, más alto, más difícil.
La ventana, en cambio, parecía hecha para el remansamiento de la conquista casi
lograda. Por ella fácilmente se deslizaba el billete amatorio, la palabra
atrevida y hasta el beso furtivo con cierto extraño y picante sabor carcelario.
El balcón era el mensaje. La
ventana, la confidencia. Al descender de un balcón un virrey donjuanesco-el
Conde de Nieva- pagó con la vida su audacia amorosa. La ventana carece de esos
resplandores trágicos, pero por lo mismo, al no tener tan aguda representación
épica posee un recóndito sentido lírico de amor y de tristeza.
Ventanas de reja que engalanan la fachada...
Ventanas de reja que engalanan la fachada...
TRANSACCION
No fue ni es, porque subsiste aún
en muestras admirables. Solamente la avanzada romanticona del caserón por donde
el anhelo de libertad escapaba de la clausura del hogar, autoritario y
recogido. Fue cuando la ciudad comenzó a crecer y complicarse el problema de la
habitación, el recurso decoroso de buenas gentes venidas a menos
Sirvió y sirve todavía a la
transacción resignada de las personas de renta escasa. En el departamento de la
ventana de reja encontraron el cobijo
“pobre pero honrado”. Fue el anuncio de la repartición de los hogares y el
medio encontrado por algunas familias, cuyo patrimonio comenzaba a desmedrarse
para “reducirse al principal” y alquilar las habitaciones con ventana a la
calle, primer doloroso anticipo de otras renunciaciones.
Entre sus melancolías tuvo la
ventana la de servir para el comentario piadoso unas veces, amargamente irónico
otras, condensado en la frase tremenda: “Pobrecitas las fulanas. SE han ido a
vivir a una ventana de reja”.
¡La ventana de reja! La cantaron
y la cantan los poetas. Ven en ella el trasunto sevillano para el reclamo de la
copla, el diálogo apasionado, la mujer enflorecida y el galán confidente y
pinturero. Pero fue y es algo mucho más hondo.
MISION
Todo eso pide el marco de la luna
para la barata oleografía. Albergó no pocas amarguras y cumplió una misión
vinculadora con el pasado y el porvenir asomada hacia la calle donde se ofrece
la posibilidad de una puerta para la tienda prosaica para abrirse algún día, o
para el departamento independiente y presuntuoso.
La viuda pobre obligada a salir
de la casa solariega por crueldades inevitables de la vida, se iba generalmente
a la ventana de reja de “alguna casa conocida” y allí aún no abandonada del
todo por las ilusiones aguardaba la hora en la cual el hijo pudiera devolverla
al “principal” este patio y traspatio, salón y cuadra.
Muchas no pudieron verlo así.
Pero se dejaron mecer por la esperanza y en el dulce engaño se resignaron y por
él vivieron entristecidas, pero soñando siempre y muchas niñas tras las
ventanas de reja, esperaron al príncipe del cuento.
A las personas pudientes las
ventanas de reja sirvieron para dar a los hijos una decorativa independencia.
En ellas se instalaron los varones creciditos para recibir a sus amigos y
preparar con los compañeros de aula los exámenes universitarios, discutir
programas de fiestas, cuestiones políticas y escuelas literarias, se lanzaban
al primer tresillo aquí llamado rocambor y se daban el lujo de aparecer
señoriales y libres.
Bella, imponente, colonial.
Bella, imponente, colonial.
BARRIOS
En algunos barrios las ventanas
fueron aprovechadas por los señores letrados. Acogieron también a procuradores
y escribanos y en los alrededores del Palacio de Justicia fueron innúmeras y lo
son todavía aquellos después de haber servido a los coloquios del amor, fueron
teatros de controversias legalistas y de rompecabezas jurídicos. Son tristes y
silentes en las noches y se ofrecen como una tentación a los rateros
especialistas en maquinas de escribir.
Además de estos tipos hubo la muy
característica del solterón empedernido aún persistente. La pobre ventana sin
enamorado como la de los leguleyos, la aseada por la vieja conocida de los días
del hogar lejano y desaparecido, la ventana melancólica del “hombre solo”, en
quien piensan como una solución posible las niñas del principal.
Hubo y hay todavía aunque en
menor escala, porque las casas de pensión comienzan a multiplicarse, la de los
estudiantes provincianos y bohemios, la revuelta ventana plena de bullicio y de
humos de cigarrillos baratos y de baratas ilusiones.
La ventana trasnochadora
detestada por los vecinos, de la cual salen, escandalizando el barrio,
violentas discusiones, carcajadas estruendosas y proyectiles de casas variadas.
El papel arrugado con el soneto rechazado por el areópago, la colilla rutilante
y peligrosa, la vacía caja de fósforos y todo lo que puede, en momentos de
excitación primaveral, servir al ensayo atrevido de la puntería estudiantil.
LA REVOLUCIONARIA
Hubo y hay la ventana novelesca,
siempre cerrada, en la cual aparentemente no vive persona alguna y llegan en
horas pardas y como ocultándose, misteriosos personajes como para hacer pensar
a los del barrio en folletines y trapicheos escabrosos
Tiene algún parentesco con ésta
la ventana revolucionaria, esa sí desaparecida, la que con un secreto podía
convertirse en puerta y dar paso al conspirador perseguido. Y las otras tan
llenas de colorido y de gracia evocadora, y de melancolía humilde, la
deslumbradora de los días pascuales, cuando abierta de par en par, dejaba ver
al buen niño Dios, a la vaquita, a la mula, a los pastores, a las lagunas de
cristal y a los patitos de migajón de pan.
Como contraste, la macabra del
velorio del muerto, con la visión de los enlutados dolientes trágicamente
iluminados por los cirios tremulantes y con el extraño olor de las flores, del
sahumerio y de la cera.
Pero de todas ellas, la más
simpática es la ventana del amor, aquella distanciada de los barrios aristocráticos y caros y tiene todavía a la
joven ilusionada en espera del paso del galán cotidiano. Ventana aún no ida en
ciertos barrios sobrevivientes a la casi abandonada tradición del paseo
romántico cuando las niñas aparecían con las cabezas cuajadas de jazmines.
En la ventana de la gente modesta
las cual, sin saberlo seguramente, está salvando de la muerte muchas bellas y
patriarcales costumbres. Parece fueran refugiándose en ciertas capas hasta las
cuales no ha llegado todavía el vertiginoso ritmo de la modernidad a todo
trance.
Esta es castellana de madera antigua.
Esta es castellana de madera antigua.
ENCANTO
Falta mucho para finar en sus
pintorescos días la típica ventana de reja. Quien vaya por ciertos barrios,
sobre todo si es en noche de luna, sentirá el viejo encanto. El celador en la
esquina devanará el hilo musical de una vieja tonada en su silbato de carrizo y
pegada materialmente a las rejas de una
ventana, habrá una silueta varonil en actitud madrigalesca.
El pasajero se solazará con el
fino cuadro con el cual le saldrá suavemente al encuentro una Lima insospechada
para muchos, la de vivir sólo en las reconstrucciones evocativas de los
amorosos del ayer, y sin embargo, defiende su supervivencia con un recato
encantador y una gracia escondida y leve.
No es verdad que la ventana en
toda su lírica significación, se haya ido como tantas cosas fugitivas las
cuales ya no son sino un recuerdo. Sigue todavía fisgadora y romántica y de
ella salen, no pocas veces, la risa graciosa y la pícara burla y el remoquete
ingenioso, reveladores pues, tras sus rejas celosas, de una limeña de grandes
ojos negros, mitad pícaros, mitad soñadores.
Blanca como la sal de su gracia y el jazmín de
sus manos, que para no parecerlo tanto, le ha robado al capullo y a la canela
un áureo tono de miel. (Páginas
seleccionadas de las "Obras Completas" que pertenecen como autor al
consagrado escritor y político, José Gálvez Barrenechea.
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