miércoles, 9 de septiembre de 2020

LE JOUR DE GLOIRE EST ARRIVE

 El sol se ha puesto sobre el arco gris que los poetas comparan con un gigantesco dado o con la puerta de un asiático palacio de nubes. Y en la atestada avenida rebulle un pueblo silencioso porque ya se ilumina, bajo la curva de piedra, el relieve dorado de aquella escultura de mujer-una idea del viejo Clemenceau-que está evocando a los muertos de la guerra.

Desde la temprana noche de Hugo, el Arco del Triunfo no había sido cenotafio. En novelas y en crónicas habéis leído seguramente narraciones de aquella velada de 1885: un pueblo insomne que estaba velando a su poeta. Jamás un príncipe del ingenio sintió arder, como cirios de luto, tantos corazones en torno suyo. Jamás un hombre ha dejado tantos huérfanos.

Las criaturas de su suelo desmesurado, los vivientes hijos de su tórrido genio bajaron a lamentar a su padre común. Despacio, del viejo París, fueron llegando Quasimodo con su joroba y Gavroche que no reía y los miserables en obscura turba anónima. Entonces, como si el alma ustoria del poeta se diluyera en la muchedumbre, un gran soplo pagano cruzó por la avenida. Se perdieron en la sombra las parejas nupciales y cada Booz busco los labios de Ruth dormida.

Aquella noche y esta noche me parecen unidas en la historia francesa por una sublime concordancia. Los que nacieron en 1866 un año después delos funerales de Hugo, decía Barrés, deben ser vigilados. ¡Por supuesto! Son los hombres jóvenes de hoy cuyas madres estremecidas asistieron a aquella ceremonia de exaltación y a aquel juramento de revancha. Había muerto el poeta del “año terrible”, pero toda Francia heredaba su cólera.

Georges Clemenceau - Wikipedia, la enciclopedia libre

Clemenceau evocó a los muertos dela guerra.

ROSTROS

Hasta imagino ver en esta ruta nocturna los mismos rostros de aquella velada fabulosa. El montón obscuro y formidable que hace la historia está esperando como ayer el testimonio del triunfo que dará la aurora futura. Si los miserables son los mismos: la anciana que se ha dormido con la frente apoyada en un cañón, las parejas que entrelazan las manos en un banco lleno de sombra. A la luz de las fachadas, todas las noches ardientes se ven sueños ingenuos y cabecitas insomnes que están contando astros.

Todo el París popular se instala aquí. La avenida de los Campos Eliseos es una tercera clase de transatlántico repleta de emigrantes que tararean canciones o duermen pesadamente en un rincón o esperan el alba mondando su melancólica naranja. Hasta los mástiles y los altos gallardetes que la empavesan completan la sensación de una travesía marina.

Sobre la paciencia de la santa canalla que padeció cuatro años de congojas, la noche tiembla de estrellas y mensajes. Como en otras pasadas e inolvidables, los altos fanales de París están cambiando signos con los remotos mundos. Una polvareda estelar y levísima desciende sobre la negra masa dormida, como el rocío de las mañanas y la paz de las tardes.

Tal vez no vienen de la Torre, sino de más remoto origen, aquellas lentas miradas luminosas que súbitamente descubren en la sombra la escultura de un bloque humano: tal vez se apiada, en fin, el lejano demiurgo y será pronto verdad la esperanza redentora de Hugo…

Paris July 2011-30.jpg

El Arco del Triunfo 

GALLOS

Pero ya anuncian la mañana todos los gallos de París. Una clara y transparente mañana de primavera. Decididamente el “viejo aliado del Káiser, el soberano señor del trueno y de la nube en un francófilo de última hora. Si nos manda su lluvia cerrada, fracasa el día de gloria.

Alegre y fresca se despereza la avenida: los alquiladores que pernoctaron en la silla o en la mesa os proponen a precio escandaloso el más humilde banco.  Pasan hombres maduros con una exposición permanente de medallas en la solapa del frac. Alsacianas con sus encendidas faldas y su airoso lazo negro en los cabellos. Parisienses palidísimas que han dormido mal pero que no olvidaron la mota de polvos.

Por todas partes bandera, y flores y cantos, bajo la espléndida sorpresa de este sol mañanero. Solo que, de trecho en trecho, nuestra sonrisa se desvanece al ver en cualquier balcón el rostro maternal de una mujer que está explicando al soldado ciego la imprudente alegría de los otros.

Es preciso esperar hasta más de las 9 de la mañana para que asume, sin los clarines de  Rubén, la epopeya viviente en marcha. Bajo el azul recién lavado las nubes solo parecen una humareda de los cañones y el estampido de los cañones solo un eco celeste del corazón de París que late con el más violento ritmo.

Durante todo el desfile resonará su júbilo altisonante. ¡Ya viene el cortejo y tú no estás aquí para cantarlo, Rubén Darío! Primero los mutilados casi ocultos bajo la avalancha florida. Después los sammies con su paso que danza y los guerreros de la vieja Albión, recién aceitados y rubicundos, en sus finos caballos de carrera.

Campos Elíseos de París: historia, tiendas y cómo llegar

Los Campos Elíseos

LIBERTAD

Y el luto de Bélgica en las banderas que París aplaude hasta enroquecer. Luego todas las razas oscuras, los nuevos pueblos de 1919 salidos, se diría, de una mazmorra de siglos, a respirar el viento de libertad que orea el mundo esta mañana.

Más ya desfila el Arco del Triunfo el ejército azul con rostros y banderas que el mismo viento ha curtido en las batallas. Aquí esta Francia de pie con sus veinte razas de gesta: aquí viene, avanza, crece, bajo la invisible sombra de las victorias ápteras. Bretones recios y pueriles que morían cantando, normandos de altos mostachos y el rostro encendido de sus manzanas, risueños chiquillos de París, negros de todas las Africas con la luz tropical de su sonrisa.

Zuavos flotantes, rutilantes junto a los albornoces de los viejos príncipes árabes. Oscura gente pacífica, disfrazada con paño azul, carne de fábrica y de gleba, catadores y viñadores, rudos jayanes de Champaña o Borgoña que abandonaron sus vides en agosto para empezar la vendimia de sangre.

Los cetrinos hombres de la tierra de los olivos y laureles que llevaron a las morosas trincheras la alegría de sus cigarras. Como arrecifes en aquella marea las figuras emergen de Joffre, abuelo de todos. De Foch, lento y rígido como si sintiera ya en las venas el bronce de su futura estatua ecuestre. Y la mandíbula de Mangin el Implacable y la gracia más humana de Gouraud con su barba arábiga que llega hasta la altura del brazo manco.


Alameda en París foto editorial. Imagen de lugar, magnífico - 55339261

Alameda de París. 

BANDERAS

¡Cómo sofocar la emoción de aquel minuto! De las ardientes flámulas y las banderas desgarradas, de las cercanas fanfarrias y el vocerío de la turba ronca, de la caudalosa avenida en que deflagran vítores y aletean mensajes de pañuelos, de toda esa clase conjunción de raptos, se levanta un perfume de lagar, un olor de vendimia nueva.

Estamos borrachos por un minuto largo. Los pañuelos de las mujeres que partían de la ribera de cada balcón llevando a los guerreros su secreto deseo, regresan ya a los ojos húmedos. Mi vecina de observatorio tiene las mejillas tiznadas de blanco y negro porque todo el artificio de rimmel y polvos de arroz, los deshizo el sollozo brusco.

Brillo de espaldas y de llantos, bayonetas floridas, rosa y laurel sobre los uniformes, alegría violenta y cielo azul nada ha faltado a la fiesta. Todavía su polvareda de gloria está flotando en la avenida. Pero cuando se amortigua ya en los bulevares la sonora titilación de los clarines, cuando el paso de la victoria armada no estremece la más gloriosa alameda de París, solo quedan en la mente, como imágenes de aquel fastuoso minuto de parada, la manga de Gouraud batiendo al viento como una bandera rota y las lágrimas lentas que manaban los ojos de los soldados ciegos. (Editado, resumido y condensado del libro “Obras Escogidas de Ventura García Calderón”, destacado intelectual peruano que, con sus estudios, rescata los orígenes culturales de este país. Nació por un azar patriótico en Paris, retornó al Perú donde estudió. Posteriormente volvió a Francia en 1905 salvo cortos intervalos por aquí, Rio de Janeiro y Bruselas hasta 1959 en que murió, siempre habitante de la ciudad luz)

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