martes, 21 de diciembre de 2010

¡ASI SE HACE UNA REVISTA!

Lo que a continuación publicamos es un cuento de Maynor Freyre que forma parte de uno de sus exitosos libros,  “36 Estampas sin Bendecir”, basado en hechos reales relacionados con el periodismo nacional porque la principal protagonista, en este caso, es una mujer inigualable de mucho talento que, precisamente, fue la fundadora de una publicación de prestigio como es "Caretas" : Doris Gibson Parra del Riego.
Hay en el relato un tono grato. Si se quiere festivo de los cierres de edición de dicho medio y el orgullo por los poros del autor de haber formado parte de esa prestigiosa redacción. Las anécdotas están a la orden del día incluso con tiradas a la cara de chilcanos de pisco  de parte de una mujer de carácter, a un hombre de fama por su talento.
Asimismo discusiones tan fuertes  pero tan fuertes que esto lo que vamos a leer es, verdaderamente, un cuento que, de todas maneras, hay que revisarlo, sí queremos saber que cosa es lo que pasa en las redacciones de los medios.
Pero también hay un convencimiento de parte de Freyre que va- con precisión de lo real a la ficción- para pregonar, a los cuatro vientos, un hecho que para él y para muchísima gente es una verdad más clara que la luz: Caretas es efectiva escuela de periodismo y en los cierres de edición hay hasta conflictos, insultos y todo lo que parezca inconcebible. La realidad se junta con el cuento. Pero vaya uno a saber si solo se queda en el cuento…
Con una constante importante y persistente que sí existe y está comprobada. El objetivo, ante todo y por sobre todo, de estas peleas tremebundas, es mejorar- día a día- la calidad de la revista para bien de los lectores. Eso es lo principal y todo se justifica.
Los nombres de los personajes del cuento están cambiados. Pero muy fácil es reconocer a cada uno de ellos. Que duda cabe que Dorina es  Doris Gibson. Kiko, Enrique Zileri Gibson, periodista de renombre y hoy Presidente del Directorio de la publicación.
Victorio es el magnífico reportero gráfico Víctor Manrique que pasó más de 20 años al lado de Zileri, registrando con su lente preciso y certero, buena parte de la historia política y social del país.
Nos atrevemos a decir, aunque no estamos seguros, que Julita es la famosa Juanita Núñez, amante como pocos de la música criolla y mujer de  simpatía innata con lenguaje directo y fluidísimo, como pocas.  Lo que  no nos equivocamos  es que Román es Humberto Romaní, otro reportero gráfico de polendas. Alonso es el periodista ya desaparecido Alfonso Tealdo Simi, quien con su talento como entrevistador marcó época en el periodismo nacional.
Leamos el cuento porque es, realmente muy interesante. Vayamos de la ficción a la verdad y a ver que sale.
LA DUEÑA DE LA REVISTA
Me recibió de pie parada sobre su tamañazo, agrandado más aún por los altos tacos de sus zapatos, con los brazos en jarras, y de inmediato recordé que una de las imágenes que más se me había grabado de la revista era la de esa Señorita Perú- no miss, como lo decían en otras publicaciones-, una tal Ada Gabriela Bueno, de origen apurimeño, posando en la misma actitud que la dueña y me imaginó a doña Dorina haciéndola posar, aunque después la experiencia me ensañaría que lo que daba era órdenes: Ay mira Victorio la pones así- y le asomaba una sonrisa burlona-y vas a ver como la cholita (todos riéndonos) se pone de vuelta y media, ¿tú que dices?-le espetaba al más cercano-, y dale con las poses y las muecas, dándose vueltas como toda una vampiresa ( y ahí sí la cagadera general de risa) y ella feliz por sus coqueterías de niña-vieja, palomillosa, no como ahora que estoy por primera vez frente a ella, parada en pintoresca pose, diciéndome: Ah  Rivero Bustamante, ¿de Arequipa, no?, y yo  un poco por llevarle la contra de arranque, para que no se me vaya prender: No, de Huacho, y ella risa y risa. Pero usted no va a venir escribir de política, ¿no?, ya politiqueros tenemos bastante, ¿tú que dices? Y todos cachacientos, si señora, claro, engolada la voz de Victorio y yo con unas ganas locas de mandarme mudar, que de haberlo hecho me hubiera perdido de participar en aquello que me fascinaba, porque todo en los puestos de periódicos no era sino de gringas, aunque al pomo y con su plata, y no la Ada Gabriela apurimeña de pura cepa, o la genial foto del doctor Manuel Prado, el señor  Presidente de la República peruana, todo huachafoso con el pecho cubierto de cuchumil medallas, bastón de mando en mano, vestido de levita y tongo, por supuesto lleva cruzada la banda presidencial y luce una sonrisa de maniquí parisino en la carátula, que para que te cuento, entonces como no sentirse entre feliz y nervioso de entrar a trabajar a ese lugar donde ¡carajo!  se te presentaba la oportunidad de demostrar que no todo lo bacán en este país era necesario traerlo de Miami o de California, que no se precisaba imitar lo gringo para ser buenos, no como en Mundo, la otra revista donde había estado como ave de paso, plagada de huachaferías y sobonería de la más seria para colmo de males, por ello me decidí presentarme con insolencia ante la dueña de esos impresos quincenales superinsolentes, a la que ahorita la estoy viendo con ambas manos posadas en las caderas y con las piernas abiertas como las de un boxeador (no en vano había sido amante del pintor pugilista) enfrentándose a Kiko, el director, porque ahora se le había antojado cambiar la portada de la revista, cuando nos habíamos amanecido seleccionándola (me consta) pero la dueña insiste que esas cosas no venden y que ella creó de la nada este magazín y no pensaba perderlo por el mal asesoramiento que te dan, papito, ni sueñes con eso, mi esfuerzo, mi lucha que me ha costado levantar esto para que tú pretendas derrumbarlo, ¿qué dices tú? (pero todo el mundo buscaba ya que escaparse a espetaperros), y el bonachón y bromista Kiko se iba transformando en un monstruo y la empezaba a gramputear, mientras la discusión se agriaba, y él vociferaba: ¡te ruego, déjame tranquilo, por favor, por favor, por favor!, esta última frase en in crescendo, hasta que se paraba y la sacaba a empujones de su gran oficina intentando tirarle un portazo, más ella se oponía con todo su cuerpo y entonces él le daba un empujón final para ahí lanzar el ansiado portazo ¡puummmmmmmm!, entonces ella se iba del tercer piso al octavo piso, caminando como mareada, en una borrachera de desengaño, escuchando los conchatumadre que vociferaba Kiko a manera de despedida, y ella: so malcriado, soy tu madre, ¿o no lo sabes?, 0 lo has olvidado?, escúcheme hiji.. Hijaeputa, eres una hijaeputa madre!, bramaba él, en tanto nosotros corriendo a nuestras oficinas a sacar nuestros libros y apuntes a ponernos nuestros sacos ( el maldito de Román esta vez me ha engrapado las mangas), listos para salir corriendo en puntitas de pies, y ya desde el octavo piso ella telefoneaba y Kiko contestaba, pero tales eran los gritos que por el aspiradero del  gran edificio se escuchaba como cerraban las ventanas, bajaban las persianas, y los gritos seguían desaforados con tiradas de teléfono del hijo-director hasta quebrar el aparato  y solo quedaba Julita esperando que el se largara ¡pandangán!, tirando un portazo más, esta vez de la puerta de salida, para entrar Julita en la oficina del director con un gran rollo de esparadrapo a pegar el aparato telefónico hasta poder reemplazarlo por otro nuevo. Lo que yo no sabía ahí tratando de desengrapar las mangas de mi saco es que ella iba a tomar  el sitio del vencido después de la cruenta batalla y al único cojudo que encontró fue al nuevo, y el nuevo soy yo, recién llegadito de Europa y espero mañana cobrar mi primer sueldo y se me acerca lasciva me mide, me tasa y me dice, sobrinito acompáñame al octavo piso para seleccionar una portada, de allí llamaremos a Alonso para que nos ayude, ven no me tengas miedo porque tú eres mi sobrinito  ¿no? Y me agarró del cuello como un pelele y a Julita, la fiel secretaria, no le quedó otra cosa que darme una cómplice guiñadita de ojo.
ººº
Ya en el octavo piso pude ver su colección de platos de cobre, conocer los santos y nacimientos con personajes de largos cuellos de los Mendívil y otras bellezas de la artesanía peruana, además pude conocer a ese gran periodista que se llamaba Alonso, todo un maestro de la pluma y de los chilcanos dobles, como saber el porqué esta mujer amaba al Perú y a sus cholos y adoraba los pisco sour del viejo Hotel Mauri. Pero el número que siguió de la revista y que editamos los tres se ocupó de los negros peruanos y sacamos una negra bellísima en la carátula que hasta me cantó a capella cuando la entrevisté y pudimos contar como el Presidente general Ramón Castilla proclamó la libertad de los negros para usarlos como carne de cañón contra Echenique. Total, Kiko se dio unas merecidas vacaciones y regresó como si nada. Y madre e hijo volvieron a tratarse con cariño hasta el próximo  round, que lo hubo, con clinch y todo. Pero así es como se hacen las buenas revistas en el Perú, o no don Alonso, que lo recuerdo con la cabeza mojada con los pelos por toda la cara (usted se peinaba para atrás, ¿recuerda?) por ese chilcano de pisco que le había tirado como buena amiga la doña al no ponerse de acuerdo sobre no sé que recuerdos del bar Zela. Pero al minuto ya estaban conversando como si nada y usted le decía a la doña, don Alonso, con su voz aflautada: Dorina, acabas de descubrir la fórmula que acabara con la glostora, desde ahora todos a peinarse tempranito con un buen chilcano de pisco.

3 comentarios:

  1. El cuento es realmente buenísimo. La ficción se confunde con la realidad y sale algo que merce la pena leerlo. Este blog cumple una labor de orientación literaria que es importante y merece destacarse. Rodolfo Alvarado.

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  2. Este es un homenaje que Doris Gibson se merece. Mujer fuera de serie que marcó época en su tiempo. Creadora de la revista que más prestigio tiene el país. Culta como pocas y un amor al Perú Inegualable. Bueno es que se le recuerde. Augusta Pazos

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  3. Impulsar la literatura es muy bueno para precisamente reforzar la cultura. Me ha gustado mucho el cuento de la dueña de la revista. La protagonista una mujer excepcional. Juan Arizmendi.

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