jueves, 18 de agosto de 2011

QUIÑONES, HEROE A CARTA CABAL


A los 27 años  y muy joven aún tomó la decisión, sin dudar en ningún momento, de inmolarse en suelo ecuatoriano y se lanzó en su avión NA-50 contra el nido de ametralladoras enemigas, desapareciéndolas por completo no obstante de que minutos antes había sido alcanzado por una ráfaga de fuego. Realmente, un insigne paladín a carta cabal con mucho coraje por sus cuatro costados.
Cabe subrayar que por ese acto enteramente riesgoso y de por sí admirable, el Teniente José Abelardo Quiñones Gonzáles, perdió la vida y se convirtió en héroe de la aviación militar del Perú.
A la altura de Grau y Bolognesi quienes también, como marino el uno y militar del Ejercito el otro, forman parte de la trilogía más preciada de abnegados patriotas con que cuenta  la Historia del Perú.
Quiñones luchó decididamente en la guerra contra el Ecuador registrada en 1941. El acto heroico ocurrió en el lugar denominado Quebrada Seca, durante la Batalla de Zarumilla, el 23 de julio de ese año cuando el país había pérdido la paz por las intromisiones  de los ecuatorianos.

Jose Abelardo Quiñones Gonzáles

En efecto, las tropas enemigas atacaron el puesto peruano El Lechugal y por eso mismo la aviación peruana bombardeó al amanecer  la zona que incluye a Chacras, porque precisamente en esos lugares estaban la mayor parte de las armas del agresor.
El bombardeo estuvo a cargo  de la 41ª Escuadrilla conformada por el Teniente Comandante Antonio Alberti, los Tenientes Fernando Paraud, José A. Quiñones y el Alférez  Manuel Rivera López, quienes formaron parte del ataque y lucharon bajo un  sostenido fuego antiaéreo.
Fue entonces que, seguido por Rivera, Quiñones realizó una riesgosa  picada a 300 metros del objetivo por lo que su avión  es alcanzado por una ráfaga de fuego. La reacción del piloto resultó inmediata y con lo que hizo, sin vacilaciones, pasó a la posteridad.
Fue ascendido a Capitán del Cuerpo Aeronáutico del Perú (CAP) y en 1966, tras una acuciosa investigación y documentación, se logró en el Congreso de la República la aprobación que lo declara Héroe Nacional, ley que fue  promulgada por el Gobierno presidido por el Arquitecto Fernando Belaúnde Terry.
Nació en el apacible y bello puerto lambayecano de Pimentel a comienzos de la  Primera Guerra Mundial, el  22 de abril de 1914, en un hogar muy disciplinado de costumbres cristianas arraigadas. Sus padres José María Quiñones Arisola,  Alcalde de Chiclayo en una oportunidad; y María Juana Gonzáles Orrego, con antepasados por ambos lado de origen español.
Realizó sus primeros estudios en un famoso colegio ubicado en  la capital de Lambayeque regentado por las hermanas Bulnes, de grata recordación hasta hoy por sus dotes educacionales en el norte del país. Era la época de su infancia cuando vivía en una parcela agrícola de propiedad de sus padres de nombre “El Palmo”.
Precisamente, a los seis años, mezclaba la arena con el azúcar en sus juegos y supuestos experimentos que abarcaban la construcción de los caballitos de totora y la confección de cometas que las hacia volar en el cielo azul.
Cierta vez creó uno de ellos de originales formas con larga cola, en cuyo extremo colocó un farolillo. Lo echó al vuelo, en una noche llena de estrellas con la bandera peruana. No hay duda, el niño quería mucho a su patria.

La hazaña del vuelo invertido.

SE VA A LIMA
La primaria la estudió en el Colegio Nacional de San José de Chiclayo y por aquel entonces le gustó mucho el teatro y convertirse en soldado en las actuaciones, según el relato de sus compañeros de carpeta.
A los 14 años, por decisión de sus padres, se fue a vivir a Lima y en la capital se educó primero en los Sagrados Corazones de La Recoleta, terminando la secundaria en el Colegio Nacional  “Nuestra Señora de Guadalupe”.
Era un joven de mediana estatura, aproximadamente con un metro y 68 centímetros, fuerte, ágil y de tez clara. Su cabellera castaña, ligeramente ondulada. Tenía un carácter alegre, bromista, muy amiguero.
Mucha cariño al deporte  y por eso mismo se dedicó a la práctica de la pelota vasca donde destacó nítidamente y se convirtió en el mejor valor peruano de este deporte. También jugó básquet y se inclinó por el automovilismo y el ajedrez
Incluso se compró un vehículo y hacía “piques” por las zonas apartadas del cercado de Lima, como entonces era la avenida Grau. Por su parte, el ajedrez sistematizaba su pensamiento  y agilizaba su inteligencia.


Listo para volar

AVIADOR
Su futuro profesional, tras pensarlo mucho, lo decidió a los 19 años. Quería ser, de todas maneras, aviador. Carrera de por si riesgosa que, desde un principio, le llamó la atención. Tan sólo vacilaba porque creía que sus padres se iban a oponer. Había algo de eso. Pero los logró convencer.
Por eso mismo se presentó al concurso de admisión de cadetes de lo que se llamaba, por aquella época,  la Escuela Central de Aviación Jorge Chávez, logrando su cometido al  aprobar el examen de ingreso. Era  el año 1935.
Comenzó para él un nuevo sistema de vida diferente al que hasta entonces había llevado, regido por normas rigurosas y orientadas hacia lograr la formación integral de un profesional en Aeronáutica.
Quiñones se adaptó fácilmente a las costumbres militares. Los cuatro años que pasó como cadete reguló el curso de su vida y dejó huella tanto en su personalidad como en sus conocimientos.
No fue un alumno excepcional. Si ordenado y responsable, estudiando con método. Hacia bien las tareas académicas, los ejercicios de aplicación y aprobaba los exámenes. Eso es lo que lo caracterizaba, según cuentan sus biógrafos.


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Maqueta del avión en que se inmoló

Lo que si era es extraordinariamente ágil. Practicaba: atletismo, carreras, natación y saltos ornamentales en piscina en los que era realmente espectacular. Integraba, además, los equipos de futbol y de basket de la Escuela de Aviación
Fue un asiduo lector de biografías de personajes de la Historia como: Anibal, Alejandro El Magno, Julio César y Napoleón. Admiraba, sobre todo, la genialidad de Bonaparte como estratega
Su carácter  jovial inclinado a las bromas y al juego configurando aquel tipo de muchacho que cae bien   con características de naturalidad, espontaneidad y jovialidad. Buen camarada y amigo leal, sencillo y bondadoso.
Otras de sus aficiones tuvieron que ver con la mecánica, para la cual tenía gran habilidad. Alguna vez se compró una carcocha y logro armar y desarmar su motor para que funcionase bien.
Su meta principal, evidentemente, era convertirse en piloto militar y en la escuela recibió las enseñanzas teóricas y el entrenamiento correspondiente, en los cuales evidentemente destacó con creces.
LA FASCINACION DEL VUELO
Un día tuvo que realizar su primer vuelo sólo. Lo llevó a cabo únicamente con cuatro horas y media de instrucción, batiendo un record de records. Una maravillosa sensación, dueño absoluto de su maquina. Con mano segura y hábil, escalando el infinito.
Nada era tan fascinante para él como el vuelo. Fue el primer cadete que empleó este tipo de aparatos voladores, pequeños y livianos. Asimismo se convirtió en  un experto en hacer piruetas en el aire con pericia excepcional. Como cadete voló un total de 307 horas y 34 minutos de entrenamiento.
Se recibió como Alférez el 21 de enero de 1939, convertido en el número uno como piloto cazador y se hizo acreedor al diploma y al Ala de Oro en su especialidad. Había recibido instrucciones en diferentes aviones y se especializó en la Escuela de Hidroaviación de Ancón.
Tras finalizar la ceremonia de graduación, los nuevos aviadores ejecutaron una vistosa exhibición aérea y cuando se suponía que todo había acabado, un avión Caproni Ca 113 apareció en el cielo gris limeño. Lo piloteaba Quiñones.
Los espectadores se quedaron enmudecidos, estremecedor suspenso, fijamente mirando cuando vieron que el avión descendió en picada hacia el campo. A metro y medio de altura sobre la tierra. De pronto, la aeronave se invirtió por completo y prosiguió su recorrido cerca al público que admirado aplaudió a rabiar.


Un avión de la época para prácticas de combate.

RETORNO A CHICLAYO
Como Alférez fue asignado  al Escuadrón de Aviación Nº 4 de Ancón. Estaba por cumplir 25 años, dedicando cuando era posible  su tiempo a volar. Llevó a cabo el más importante vuelo en planeador, recorriendo 118 kilómetros en 12 minutos durante las prácticas realizadas en la Pampa de Atocongo.
Su permanencia en Ancón fue breve, pues en el mes de junio de 1939, regresó destacado a las Palmas y al poco tiempo  recibió la orden de  ir a Chiclayo,  donde se integró al XXI  Escuadrón de Caza.
Era sin exageración un extraordinario piloto. Conducía y controlaba el avión con mano firme, dominando por completo la ciencia del vuelo. Hacia siempre ágiles maniobras, demostrando seguridad plena.
Tal habilidad lo llevó a practicar cada vez más la acrobacia aérea, reflejando  mucha pericia. Lo hacia individualmente y en grupo, como expresión de coordinación acertada. Formó parte de la Primera Escuadrilla en esta especialidad conformada  en Chiclayo por verdaderos ases.
Realizó exhibiciones memorables en Las Palmas y en el cielo de Arequipa en conmemoración del Cuarto Centenario de la fundación española de la ciudad caudillo. Espectáculos aéreos impecables.
El paracaidismo fue también uno de sus fuertes e integró  la primera unidad con un reducido número de oficiales y suboficiales que se juntaron en la Base Aérea de Chiclayo.  En la primera exhibición, realizada en setiembre de 1940, intervino impecablemente Quiñones
El grupo de paracaidistas tuvo realmente un significado excepcional porque se convirtió en el núcleo inicial del destacamento que se lanzó sobre Puerto Bolívar, el 31 de julio de 1941, durante el conflicto con el Ecuador en una de las más brillantes acciones de nuestra aviación militar. Pocos días antes, Quiñones se había  convertido ya en héroe.
Fue ascendido a Teniente a los dos años de haber egresado de la Escuela de Las Palmas. Estaba próximo a cumplir 27 años. Era el año 1941 y el ascenso lo recibió en Chiclayo. Por aquella época se desarrollaba la Segunda Guerra Mundial
Ese también fue el año que el Perú tuvo que atajar, con las armas en la mano, la agresión que desencadenó Ecuador sobre nuestra frontera norte y allí, precisamente allí, se desarrolló la acción heroica de Quiñones.


El héroe aparece en los billetes de diez soles.
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CONFLICTO CON EL ECUADOR
A lo largo de más de cien años desde que en 1830 quedó constituido como estado independiente, a raíz de la desmembración de la Gran Colombia, Ecuador vivió con la obsesión  de reclamar en distintas oportunidades y por diversas vías, pretendidos derechos sobre los territorios de Tumbes, Jaén y Maynas
La peruanidad de estos territorios era, desde luego, indiscutible sustentada en títulos jurídicamente inobjetables con la expresa y reiterada voluntad de sus poblaciones. Tumbes jamás dejó de pertenecer al  Perú, desde la Colonia. Jaén juró la  Independencia como provincia peruana y Maynas incorporada siempre al Virreinato de Lima. De todo esto no hay ninguna duda, ninguna.
El conflicto que desembocó en lucha armada por el papel agresor ecuatoriano fue definitivamente zanjado por el Protocolo de Paz, Amistad y Límites suscrito en Río de Janeiro el 29 de enero de 1942, después de que las armas del Perú alcanzaron una terminante y decisiva victoria.
El último intento del Perú por dar al problema una solución pacífica a través de la vía diplomática se realizó en la llamada Conferencia de Washington, reunida en esa ciudad entre setiembre de1936 y julio de 1937.
En contraste con la contradictoria actitud ecuatoriana, la del Perú fue contundente y flexible al  sostener, fundamentalmente, el respeto al principio de la libre constitución de las nacionalidades.
También planteó alternativas y fórmulas de arreglo, incluso el arbitraje de la Corte de Justicia Internacional de La Haya, sin encontrar la menor acogida de la parte contraria.
A partir de este momento, el Gobierno ecuatoriano se lanzó a una insidiosa y frenética campaña de prensa contra el Perú y a sistemáticas provocaciones, además de choques fronterizos en Tumbes y la selva nor- oriental.
El Gobierno de Quito arreció sus provocaciones en la frontera hasta que los días 5 y 6 de julio de 1941, en calificado acto de agresión, las tropas ecuatorianas atacaron nuestros puestos, tratando de atravesar el río Zarumilla para penetrar en territorio peruano y ocuparon las islas de Noblecilla, Matapalo y la Meseta del Caucho.

El avión de caza del Teniente Quiñones.

La respuesta del Perú fue fulminante. En 26 días, entre  el 5 de julio, fecha del ataque ecuatoriano, y el 31 del mismo mes en que se suspendieron las hostilidades, el adversario fue completamente derrotado en todos los frentes de lucha.
La participación de la Aviación  Militar del  Perú, a lo largo de la campaña, fue trascendental. El Agrupamiento Norte, comandado por el General Eloy G.  Ureta, organizado sobre la base de la Primera y Octava Divisiones Ligeras del Ejército, no sólo disponía y contaba con estos elementos, sino con Unidades de Caza y el XXI Escuadrón de Bombardeo, además de las unidades de reconocimiento y transporte del Primer Grupo Aéreo, bajo las órdenes del Comandante César Alvarez Guerra.
Nuestras fuerzas de tierra, mar y aire actuaron en coordinación, tanto en el planeamiento como en la ejecución de las operaciones militares. El XXI Escuadrón, cuyo Jefe era el Teniente Comandante Antonio Alberti, estaba constituido por varias escuadrillas. De la 41 formaba parte Quiñones.
Este último escribió en un artículo de la Revista Aviación Nº 45, que tituló “Caza en Alerta”, una frase premonitoria que vale la pena recordar: …“el piloto de caza tiene el deber de llegar hasta el sacrificio antes de permitir de que pase un solo avión de bombardeo”
 Quiñones cada vez que salía a volar aprovechó cualquier oportunidad para dirigir su avión a la frontera ecuatoriana con el propósito de estudiar, utilizando los mapas que llevaba siempre consigo, todos los puntos importantes de interés militar.
Lo hizo esmerada y minuciosamente, puntualizando guarniciones, puestos de reconocimiento o avanzados, emplazamientos de artillería, puentes, caminos, pueblos, quebradas, ríos. Los analizó y revisó a profundidad.
Coronó con magnífico éxito importantes misiones sometidas, en la mayoría de los casos, al fuego antiaéreo del enemigo. A la altura de  Zarumilla, persiguió y obligó a huir a un avión Junker de bandera ecuatoriana.
Actuando como observador, en el avión piloteado por el  Teniente García Romero, logró tomar fotografías de gran valor estratégico. Al iniciarse las hostilidades, la actividad de la Aviación Militar se hizo mucho más intensa. Conquistó total dominio y absoluta supremacía en el aire.


Monumento al valeroso militar ubicado en San Isidro.

ZARUMILLA
Sus ininterrumpidos vuelos de hostigamiento y bombardeo, lo mismo que los de reconocimiento, no sólo neutralizaron a la aviación enemiga, la que rara vez se hizo presente en el espacio, sino que causaron un contundente efecto desmoralizador, tanto en la población como en las tropas ecuatorianas.
Formó cuatro misiones de interceptación contra la aviación ecuatoriana mientras que las acciones del Ejército, posteriormente,  paralizaron y repelieron todos los ataques de las tropas ecuatorianas
La principal contraofensiva se desarrolló en la región de Matapalo, en la zona de Tumbes, donde se quebró la resistencia enemiga en un frente de 80 kilómetros aproximadamente que constituyó el teatro de la Batalla de Zarumilla.
Las tropas peruanas recuperaron la isla Noblecilla y fueron cayendo sucesivamente los puestos ecuatorianos de Rancho Grande, Angulo, La Bomba, Casitas, Rancho Chico, Refugio, Caravana, Quebrada Seca, Chacras, Huaquillas, Carabón y otros.
Los tanques tomaron Salinas y Bejucal, casi al mismo tiempo que caía  Progreso hasta que las tropas peruanas, en su incontenible avance, entraron triunfalmente en las ciudades ecuatorianas de Arenillas y Santa Rosa.
El 31 de Julio, en la primera operación de su tipo que se llevaba a cabo en América durante un conflicto bélico, el Destacamento de Paracaídas se lanzaba desde  un avión Caproni 111 sobre Puerto Bolívar, que caía junto con Machalá, capital de la provincia del Oro, en manos de las aguerridas fuerzas del Perú
 Simultáneamente en la frontera nor-oriental, en el departamento de Loreto, las fuerzas de tierra, mar y aire peruanas infringieron derrotas al adversario en una serie de acciones libradas en los ríos de la selva, entre los cuales cabe destacar el importante combate de Rocafuerte en el Río Napo. La victoria del Perú fue aplastante y decisiva.

Medallas otorgadas a Quiñones.


CONSIGNA
La amistosa mediación de Argentina, Brasil y Estados Unidos logró que Ecuador completamente derrotado  revoque el decreto de movilización general y garantice la seguridad de los residentes peruanas en su territorio, condiciones básicas que se exigían para suspender las hostilidades. El 31 de julio de 1941, el gobierno peruano ordenó el cese del fuego.
Más tarde, el 2 de Octubre de 1941, los Coroneles Miguel Monteza  del Perú  y  Cristobal Toledo del Ecuador suscribieron el Acta de  Talara, en virtud del cual se creaba una zona desmilitarizada entre ambos ejércitos que debían abstenerse de toda acción bélica.
Manteniendo nuestro país por razones de seguridad, la ocupación de la provincia del Oro. Hasta la firma del Protocolo de Paz, Amistad y Limistes de Río de Janeiro.
Quiñones  y sus compañeros de escuadrilla estaban perfectamente enterados de la vital importancia que tenía Quebrada Seca como objetivo militar. Las baterías instaladas en ese puesto a la vez que constituían un foco de resistencia del enemigo, eran un obstáculo para el avance de las fuerzas peruanas. Silenciarlas, la consigna que imponía la defensa de la Patria.



Una de sus fotos más conocidas.

EL ACTO HEROICO
Eran las 7 y 50 minutos  de la mañana. El sol impasible a través del cielo despejado. Agita el aire, el estrepito de los potentes motores, giran aceleradamente las hélices y los cuatro aviones de la 41 Escuadrilla de Caza, entre ellos el piloteado por Quiñones, remontan el espacio y se dirigen a Quebrada Seca volando a 2 mil metros de altura.
Una realidad es el fuego entrecruzado y silbante de las baterías antiaéreas. Se lanza el Comandante de la Escuadrilla. Cubre su retirada, durante la recuperación de su avión, el Teniente Paraud. La de éste es cubierta por Quiñones, quien tiene tras de sí al Alférez Rivera.
Han arrojado enteramente su carga de bombas. Regresan de nuevo conservando la misma formación. Suenan fuertemente las maquinas y el estampido de la muralla antiaérea. Quiñones inició la vertiginosa picada para atacar el objetivo.
A 800 metros, su avión alcanzado por el nutrido fuego de tierra comienza a incendiarse. Sus compañeros, conocedores de su pericia, esperan angustiosamente verlo arrojarse en paracaídas, legítimo medio de salvar la vida en tan decisivo trance.
Pero el avión en llamas, plenamente controlado por aquella mano firme y experta, realiza un cerrado viraje y enrumba directamente hacia el objetivo. Cae sobre él como bólido de fuego y silencia, definitivamente, la artillería enemiga. Acto eminente de heroísmo que los peruanos siempre recordamos. La misión de triunfo había sido cumplida por completo. Vale un Perú. (El Director)

2 comentarios:

  1. FELICITACIONES EDGARDO POR DAR A CONOCER CON ESE NIVEL DE SENTIMIENTO Y DETALLE LA VIDA DE NUESTRO HÉROE.- GRACIAS AMIGO, MI ESPIRITU AERONÁUTICO ESTA ENGRANDECIDO.
    ATTE.
    RÓMULO ESPINAR

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