Han
pasado exactamente ochenta años desde que la normalidad acabó por completo en
la capital del departamento de La Libertad. Quedó marcada para siempre, una madrugada con fuerte frio invernal, acompañada de una neblina que
copaba por completo el cielo con una intensa, fina garúa, de un 7 de
julio de 1932. Allí en la histórica y bella ciudad ocurrió ese aciago día,
inevitablemente, un enfrentamiento muy violento a sangre y fuego que trajo
consigo miles de muertes que hasta ahora exactamente no se puede calcular,
constante desolación y entero sufrimiento entre los peruanos.
Según
Basadre, la Revolución de Trujillo
fue una de las peores tragedias que sufrió el Perú. Ningún episodio se le puede
comparar. Sin exageración para este pensador, uno de los más abominables hechos
de la historia nacional. Aquí reinó el encono y la venganza que anticipó a la
guerra civil española de 1936 a 1939.
Ello
no justifica para el mismo historiador, la represión que sobrevino. En el
cumplimiento de las sentencias con pena de muerte, se hicieron barbaridades. Cabe
añadir que ocurrieron centenares o miles de ejecuciones sin proceso. Pareció
que predominó la política no sólo de
castigo o represalia sino con miras al exterminio del adversario que, al fin y
al cabo, también era peruano.
Así se enfrentaron a,como de lugar y sin prever ninguna consecuencia, por un lado los apristas cargados de ideales y de indignación imbuidos de apoyo popular con la fuerzas del orden compuestas por militares y policías que defendían como manda la Constitución y las leyes, el fuertísimo gobierno del Comandante Luis Miguel Sánchez Cerro que para variar también tenía apoyo masivo de la población peruana.
Quiérase o no reconocerse el Jefe del Estado, a quien denominaban "El Mocho", fue elegido por el pueblo en las elecciones un año antes, venciendo precisamente al líder los insurrectos: Víctor Raúl Haya de la Torre, quien en esos dramáticos momentos estaba preso, injustamente dicho sea de paso, en la Penitenciaria de Lima.
Antes Víctor Raúl y por ende su partido erróneamente nunca reconocieron ese triunfo dado en las urnas. Que "El Mocho" tenía popularidad, la tenia. Eso nadie lo puede negar porque históricamente esta comprobado. Que el Presidente defeccionó y se fue hacia el autoritarismo desenfrenado, también es otra realidad.
La revolución de Trujillo: una verdadera tragedia.
SANCHEZ CERRO
Por eso es que Jorge Basadre dice en la Historia
de la República del Perú: “Resulta muy
difícil decir si hubo fraude o no en 1931… El escrutinio demostró que Sánchez
Cerro obtuvo más votos… Los apristas constantemente han desconocido elecciones.
Lo hicieron en 1962 y 1963 con idénticas características y con idéntico
contenido”…
Luego
añade: Sánchez Cerro se popularizó desde
1930. El había conseguido lo que nadie pudo hacer en once años; sacar a Leguía.
Era un hombre común, mestizo de raza con mezcla de blanco, de indio y de negro,
en contraste con Haya blanco puro, cuyos blasones trujillanos se remontan al
siglo XVI. Un caudillo de esencias humildes. Lo querían e idolatraban las
mujeres de los mercados. (Es decir, los sectores populares) La leyenda de
virilidad lo rodeaba. Era joven, dinámico, resuelto agresivo, pintoresco orador
popular”.
La
denominada Revolución de Trujillo, además de las injustas muertes de seres humanos y los daños irreparables, si que trajo consecuencias políticas
profundas durante casi medio siglo en la vida política del país porque dio lugar a una rivalidad incontenible entre las
Fuerzas Armadas y el Apra que recién pudo ser superada, luego de que el
Gobierno dictatorial del General Morales Bermúdez puso de por medio el entendimiento y desaparecieron para
siempre, las heridas, poco antes de la muerte de Haya de la Torre, ocurrida el
2 de agosto de 1979.
Los ajusticiamientos perjudicaron a un lado y al otro.
CAMBIO TOTAL
Pero
en el camino del desentendimiento, azuzado por diferentes grupos representativos de intereses incluso legítimos e ilegítimos,
la Historia del Perú cambio por
completo. Sobre todo en contra de los apristas. Por ello, en primer lugar,
jamás Víctor Raúl pudo llegar a la Presidencia de la República, no obstante
contar con el voto popular. El veto militar, inevitablemente, lo impedía.
Aunque eso no fuese muy democrático que digamos.
En
efecto, en 1962, luego de las elecciones donde ninguna de los candidatos alcanzó
el tercio que la Constitución vigente de 1933 exigía, los militares le dieron a
conocer al Presidente Prado la oposición tajante de las Fuerzas Armadas de que
el líder del Apra asumiese el poder.
Haya
había obtenido el primer lugar y se suponía que el Congreso lo iba a elegir
entre los tres candidatos que ocupararon los tres primeros lugares. En este caso, él, Fernando Belaúnde y el General Manuel A. Odría.
Haya de la Torre pronunció desde el local de Alfonso Ugarte,
ante la masa enardecida de miles de miles de apristas, un discurso de reflexión
y de renuncia al poder que marcó época y quizá se convirtió en una de sus
piezas oratorias más destacadas de su vida política tan sacrificada donde la
cárcel, el destierro e incluso el asesinato de muchos apristas fue el pan
injusto que ganaron.
A
los pocos días, la situación se arregló por el inevitable y al mismo tiempo
criticable golpe de estado, que aducía fraude inexistente con cuatro militares
en el poder: Ricardo Pérez Godoy (Ejército) Nicolás Lindley López (Ejército),
Juan Francisco Torres Matos (Marina) y Pedro Vargas Prada (Aviación).
Ellos
convocaron a elecciones para dentro de un año. Pero antes Lindley sacó a Pérez
Godoy de Palacio de Gobierno. En Junio de 1963 y a los 12 meses prometidos, los
comicios los ganó limpiamente Belaúnde.
Haya,
por efectos del veto, trató de llegar a un acuerdo con Belaúnde. Pero al final
terminó pactando con Odria para que el enemigo infatigable del ayer fuese
elegido por el Congreso.
Todo un pueblo en pie de lucha
HACIA LA DERECHA
Ello
que pudo ocurrir constitucionalmente fue impedido por el levantamiento militar
y se registró, inevitablemente, el paso definitivo del Apra de posiciones
revolucionarias y de avanzada como las que ejerció en la Revolución de Trujillo, al más contradictorio y
rechazable de los derechismos.
Exactamente al lado de quien precisamente lo persiguió a
mansalva e incluso le quitó la nacionalidad peruana: el general Manuel
Apolinario Odria. Nunca más este partido volvió a las posiciones progresistas.
Eso también está registrado por la Historia.
Muchos
pensadores con razón relatan que, por efectos de la Revolución de Trujillo, el dictador
Benavides se encaramó en el poder, desconociendo la elección de Eguiguren con
votos apristas y prolongando su mandato.
Adicionalmente, en 1939, escogió a Prado
y, en elecciones fraudulentas, lo hizo ganar.
La
persecución al Apra continuó. El año 1945 se tuvo que buscar un candidato
independiente que fue Jose Luis Bustamante y Rivero, hombre honesto y de
principios, que llegó al poder, luego de la conformación del Frente Democrático.
BASTIONES
Lo mismo ocurrió en 1956 cuando, en comicios
libres, Prado fue elegido por segunda vez. Los apristas, por esa rivalidad con
las Fuerzas Armadas visible e invisible, no podían elegir candidatos. Eso es lo
real y también, por supuesto, rechazable. Nada democrático. Reconocerlo es
inevitable, si se quiere ser consecuente con la verdad histórica.
Obviamente que el pretexto estaba legalizado
con una ley anticonstitucional que prohibía ejercer derechos a los partidos de
raigambre internacional, como el Apra y el comunismo.
Entre
las décadas de los años 1920 y 1930,
Trujillo vivió la gestación y crecimiento de la organización sindical
entre los campesinos y la agitación de
la intelectualidad.
Las
haciendas Casa Grande, Cartavio y Laredo se convirtieron en verdaderos bastiones
del recién nacido Partido Aprista Peruano, organización política fundada por el líder estudiantil seguidor del
radical Manuel González Prada, Víctor Raúl Haya de la Torre.
Sánchez
Cerro publicó una ley controvertida que proscribía las libertades políticas y
permitía la detención de cualquier ciudadano, sin mandato judicial. Este hecho,
sumado a las desigualdades sociales, al desconocimiento de los derechos
laborales de los trabajadores de las haciendas azucareras ubicadas al norte de
la ciudad de Trujillo, acrecentó el descontento social. A partir de entonces,
las demandas en contra del gobierno
y la liberación de Haya de la Torre, se
volvieron incontenibles.
De
madrugada a eso de las 2 am, el 7 de Julio de 1932, un grupo insurgente compuesto
fundamentalmente por campesinos obreros y estudiantes del Colegio Nacional de
San Juan, comandado por Manuel Barreto conocido como “Búfalo",
asaltó y capturó el cuartel de artillería Ricardo O’Donovan, ubicado en la
entonces entrada de la ciudad de Trujillo.
Manuel "Bufalo" Barreto: luchador aprista
“LOS DORADOS”
El núcleo de apristas
rebeldes era un grupo de élite llamado “Los Dorados”, que habían recibido
entrenamiento en el manejo de toda clase de armas, prevención y defensa de
dignatarios. El General Atagalpa Montezuma, de la Guardia de Sandino, vino de
Nicaragua en 1931, no se ha establecido si enviado por él o por iniciativa
propia. Llegó a entrenar a 120 apristas
selectos.
A las 7 a.m., los rebeldes
ingresaron triunfantes a la Plaza de Armas, llevando como trofeo un cañón del
cuartel que capturaron. Pedían a gritos el fin del gobierno “Sanchezcerrista” y
la liberación de Haya de la Torre. No sólo los habitantes de Trujillo
participaron en las hostilidades, los de los distritos aledaños se sumaron
también.
Estuvieron acuartelados en
el O¨Donovan, el regimiento de
artillería Nº 1 al mando del Teniente Coronel Julio P Silva Cáceda y una
compañía del regimiento de Lambayeque.
La lucha duró cuatro horas
desde las 2 a.m. hasta las 6 de la mañana. Murieron, inevitablemente, muchos de
los defensores y los atacantes. Entre ellos Barreto.
El Capitán Leoncio Rodríguez
Manffaurt, que vio su cadáver en el hospital, lo describe así: “Está decentemente vestido con traje
cabritilla. Era bastante musculoso, peludo y barbudo. Más que todos. Su color amarillo, como si hubiese sufrido ictericia.
Por boca y narices sale ya una espuma sanguinolenta. Tiene una rosa rosada en
el primer botón del saco, en el centro mismo del pecho. Un gesto de sonrisa que
hiela la medula. Esa sonrisa parece una daga toledana”.
El Cuartel del Cuerpo de
Seguridad fue tomado por gente del pueblo, tres horas después de la caída del O´Donovan. En la Prefectura y en el local de la Guardia Civil se
rindieron el Prefecto Pedro La Riva, el Jefe de Artillería Julio P. Silva Cáceda,
el Mayor Luis Pérez Salmón, el Teniente de la Policía Alberto Villanueva y otros, bajo la promesa de que se respetarían sus vidas.
Paso a los caídos...
INSULTOS
Y AMENAZAS
Fueron conducidos, entre
insultos y amenazas, a la cárcel. Allí los presos comunes obtuvieron su libertad
apoyados por la multitud y algunos se convirtieron en dirigentes de la revuelta
y en carceleros.
El levantamiento se extendió
a Salaverry, el valle de Chicama, Otuzco, Santiago de Chuco y Huamachuco. También
llegó a Cajabamba en Cajamarca y repercutió
por completo en Huaraz, la capital de Ancash.
El Capitán Rodríguez
Manffaurt afirmó que cuando Agustín Haya de la Torre le pidió que aceptara ser
jefe de la plaza, le dijo: “En cuanto a
la situación interior, no puedo luchar contra los jefes que han hecho este
movimiento tan descabellado. Yo ignoraba por completo que tal cosa se
preparase, ni cuáles serán sus proporciones. Estoy deshecho, ayúdeme. Dentro de
una hora, dos o tres, comenzarán a llegar las comisiones. Posiblemente traerán
más gente de las haciendas. No se que hacer”. Era, prácticamente, un hombre
física y moralmente acabado
Ni Agustín Haya ni sus
colaboradores adoptaron medidas que abrieran el camino a una revolución social.
No entregaron la tierra a los campesinos. Las fábricas a los obreros o los
ingenios a los trabajadores de las haciendas industrializadas. Tampoco
proclamaron la abolición de la propiedad privada o el desconocimiento de la
deuda pública. Ni organizaron consejos de obreros, campesinos y soldados.
Agustín Haya de la Torre.
TROPAS
El Mayor Alfredo Miró
Quesada con tropas enviadas desde Lima, dos compañías de fusileros y una
sección de ametralladoras, desembarcó en Salaverry, puerto que fue recapturado
bajo protección de dos secciones del mismo destacamento, cuyo avance se efectuó
por carretera desde Chimbote.
Pero al marchar sobre
Trujillo, Miró Quesada encontró porfiada resistencia y tuvo que retirarse con
pérdidas de vidas y de armamento. Los sublevados habían obtenido una primera
victoria y la celebraron entregándose a la algarabía y el alcohol, sin
perseguir al enemigo.
El Gobierno de Lima envió para debelar la rebelión de Trujillo al
Coronel Manuel Ruiz Bravo, Comandante de la Primera Región Militar con sede en
Lambayeque. Las fuerzas que estuvieron bajo sus órdenes fueron un regimiento de
infantería, una compañía de fusileros una sección de ametralladoras de
Cajamarca y varios destacamentos de la Guardia Civil.
Su acción estuvo facilitada
por la defensa que efectivos de esta institución habían hecho de la hacienda
Casa Grande y por la toma efectuada el 9 de Julio de la hacienda Cartavio,
fuertemente defendida por los facciosos en cinco horas de cruento combate.
Las victimas del enfrentamiento.
ATAQUE
A TRUJILLO
El ataque de Trujillo fue
materia de un plan elaborado por Ruiz Bravo y su Estado Mayor encabezado por el
Teniente Coronel Eloy Ureta, después general, héroe de la Guerra contra el
Ecuador y Mariscal del Perú.
Este plan combinó la acción
en dos frentes de las tropas provenientes de Lima, a órdenes del Mayor Miró
Quesada cuya base era Salaverry y de las del noreste que tenían su vanguardia
cerca del aeropuerto. La aviación recibió la misión de colaborar señalando los nidos
de ametralladoras y los focos de resistencia de los facciosos.
La lucha se inició en la
madrugada del 10 de Julio, precedida por el bombardeo aéreo de la ciudad sin
previo aviso, incluyendo el hospital donde había números heridos y desoyendo,
los atacantes, la petición de parlamentar.
El combate ocurrió dentro de
la ciudad y el avance de los gobiernistas fue hecho en algunos barrios, casa
por casa. En la noche del 10 de julio entraron en acción las tropas de Miró
Quesada que habían sido reforzadas y a las 10 de la mañana del 11 ya combatían
por la posición de la Plaza de Armas y la Prefectura. Esta fue capturada a la 1
de la tarde.
El sepelio de Barreto.
LOS
AVIONES
Participaron, en la
debelación del levantamiento de Trujillo, una escuadrilla de aviones de caza
mandada por el Teniente Coronel Sales Torres y una escuadrilla de hidros bajo
la dirección del Comandante Manuel Cánepa Muñíz. La aviación protegió, junto
con el Crucero Almirante Grau y dos submarinos, el desembarco de tropas
gobiernistas en Salaverry. Luego bombardeó el cuartel O´Donovan y otros lugares
de Trujillo.
Mientras tanto, el Prefecto Agustín Haya
de la Torre y otras autoridades nombradas fugaron en la noche del 9 de julio.
La ciudad quedó en poder del pueblo y la cárcel en el de los penados.
La madrugada del 10 de julio ocurrió el horrible asesinato de
los jefes y oficiales del Ejército y la
Guardia Civil incluidos sargentos, clases, cabos, soldados y guardias.
Entre las victimas
figuraron: el Teniente Coronel Julio P. Silva Cáceda, el Mayor Luis Pérez
Salmón, los capitanes Manuel Morzán y Armero Víctor Corantes, los alféreces
Miguel Picasso Rodríguez y Ricardo Revelli Elías, los subtenientes Carlos
Hernández Herrera y Federico Mendoza Gastón, el Capitán GC Eduardo Carbajal
Loayza y el Teniente GC Alberto Villanueva Gómez.
Los cadáveres fueron
mutilados, saqueados y quedaron extraídos el corazón de Silva Cáceda y los
órganos genitales de Villanueva, de quien se recuerda la frase “Mátenme a mí, pero no toquen a mis
guardias”. Fueron masacrados catorce jefes, oficiales y soldados del
Ejército y veinte guardias civiles entre oficiales, clases y guardias.
Una corte marcial comenzó a
actuar de inmediato a diestra y siniestra, condenando a la pena de muerte a 44 reos presentes
y a 53 ausentes. Entre ellos Agustín Haya de la Torre. Sin embargo, este último
nunca fue encontrado. Recibieron la pena de penitenciaría 19
reos presentes y 62 ausentes.
Pero también ocurrieron para colmo de males, las
numerosas ejecuciones no legalizadas de Chan Chan. En relación con las muertes
entonces producidas, conviene distinguir entre las víctimas que hicieron la
tropa y los oficiales al tropezarse en su avance casa por casa y calle por
calle, con combatientes civiles o con sospechosos de serlo y quienes cayeron después
de que cesó la lucha.
Inclusive se aseguró que fueron fusilados
todos aquellos a quienes se encontró en las manos o en los hombros huellas de
que habían disparado. Con crueldad e irresponsabilidad total.
Los mandos militares gubernamentales
REPERCUSION
El levantamiento de Trujillo
repercutió en Huaraz. Después de haber sido vencidos cinco rebeldes, fueron
ejecutados en cumplimiento de una sentencia de una corte marcial. Con el voto
en contra de dos vocales de ella
Entre los fusilados, en un
acto de crueldad innecesaria, estuvieron el Mayor Raúl López Mindreau y el joven dirigente aprista Carlos
Philips. Uno de los reos, Arístides Boza, recibió la pena de prisión, sin haber
sido acusado por el Fiscal y sin nombrarle defensor.
El juzgamiento fue hecho
primero por grupos, clasificados de antemano por los jueces como autores, cómplices
e inculpados. Las cuestiones de hecho y las sentencias fueron dictadas
individualmente, sin haberse oído y juzgado a todos los acusados. Similares
anomalías hubo en los procesos de Trujillo.
En Trujillo fue, realmente, macabro encontrar
muertos a los oficiales del ejército y los policías capturados en la revuelta. Cierto es que los cuerpos estaban destripados,
decapitados, seccionados, descuartizados, triturados, reventados. La sangre y
las vísceras cubrían el suelo y hasta habían saltado a parte de las paredes y el
techo.
Tragedia de tragedias
ACUSACIONES
Los líderes del movimiento armado habían
pasado a la clandestinidad y se les acusó de los crímenes. Pero,
desafortunadamente conforme pudo comprobarse, no se estableció la autoría.
En esta acción, el mismo Barreto fue uno de
los primeros en caer abatido. El cuartel fue saqueado. Las armas, entre ellas
seis cañones móviles, fusiles y ametralladoras,
distribuidas entre los insurgentes. En el curso de la mañana, la ciudad fue tomada por el pueblo
insurrecto.
En
actitud desafiante se nombró como
Prefecto, es decir la máxima autoridad civil, a Agustín “Cucho” Haya de la
Torre, hermano de Víctor Raúl que, a sabiendas que era muy riesgoso entre dubitativo y preocupado, asumió el
cargo. Mientras tanto, miles de pobladores de los distritos aledaños a la ciudad también se
sumaron a la revuelta
A
lo dos días, las tropas del regimiento N° 7 fueron rechazadas por los
insurgentes en la zona denominada “La Floresta”, Incluso el Lunes 11 de Julio, el pueblo armado
logró contener el ataque de las fuerzas del gobierno. Lo cierto y real es que
se registraron numerosas bajas por ambos lados.
En
la madrugada del día 11 de julio, tras un intenso bombardeo aéreo y terrestre,
un gran despliegue de tropas inició la ocupación de la ciudad. En la “Portada
de Mansiche”, un grupo de francotiradores dirigidos por Carlos Cabada contuvo
el avance del ejército, ayudando a fortalecer las defensas dentro de la ciudad.
En
la histórica plazoleta de “El Recreo”, al final de la calle central Pizarro,
Maria Luisa Obregón, apodada “La Laredina”, condujo la resistencia
disparando ella misma una ametralladora. La lucha se desarrolló calle a calle. Los
soldados eran recibidos con disparos y en general con cualquier objeto
contundente arrojado por los pobladores rebeldes desde los techos, entre
cánticos y lemas alusivos al Apra.
María Luisa Obregón, "La Laredina".
Fue
el profesor Alfredo Tello Salavarria quien se mantuvo al frente de las últimas
trincheras, en el barrio trujillano de “Chicago”. Esta misma persona, años
después, fue diputado del Congreso y estuvo comprometido judicialmente con el
crimen de Francisco Graña Garland, director del diario La Prensa, ocurrido el
año 1947.
REPRESALIAS
El
18 de julio, el jefe de operaciones, Coronel Luis Bravo, informó tener pleno
control territorial, luego de cometer numerosas represalias contra la población
civil en Chepén, Mansiche, Casa Grande, Ascope y Cartavio. Las tres últimas
haciendas azucareras donde laboraban algunos de los revolucionarios.
Un
gran número de combatientes que incluso se rindieron fueron fusilados sin juicio. La Corte Marcial”, sin ninguna garantía e independencia, dictó pena de muerte
contra muchas personas sindicadas como principales responsables del alzamiento.
Muchos
de ellos se encontraban fugitivos y otros fallecieron en el enfrentamiento. La
pena se aplicó a los detenidos, quienes fueron llevados a la ciudadela
histórica de barro de Chan Chan, obligados a cavar sus fosas que se convirtieron
en sus tumbas.
Sin
excepción, ellos recibieron la descarga fatal el 27 de Julio de 1932. Según algunas fuentes, el
número exacto de muertos, al terminar el conflicto, llegó a sumar más de 4 mil
civiles muy vinculados al Partido Aprista, quienes fueron fusilados de forma
extrajudicial.
Este
número, precisamente, lo dio Haya de la Torre en su manifiesto del 12 de
noviembre de 1933. Para Basadre, “en esta cifra existe, sin duda, mucha
exageración”.
Lo
cierto es que el Perú pasó por uno de sus mayores sufrimientos. En que, por
ambos lados, se cometieron excesos tremendos que por supuesto nunca, nunca se
deben repetir. No le hace bien a la patria. No le hace bien a ningún peruano.
De guerras estamos cansados. Y si son civiles. Peor. Mucho peor. Nunca más. (Edgardo de Noriega)