viernes, 6 de julio de 2012

¿COMO FUE LO DE PEARL HARBOR?

El ataque aéreo de Japón contra Estados Unidos, en la Segunda Guerra Mundial, fue un acto de destrucción total y sistemática. Nunca, hasta entonces, una fuerza aérea había aniquilado prácticamente a una flota enemiga en una sola acción.
No obstante, el éxito japonés no fue completo: dos  portaviones  americanos de la “Pacific Fleet" escaparon del desastre, y más tarde, en el transcurso de los meses que siguieron, desarrollarían una actividad de importancia fundamental.
Así y todo, se trató de un triunfo indiscutible: transcurriría mucho tiempo, después de Pearl Harbor, antes que los norteamericanos estuvieran de nuevo en condiciones de desafiar la supremacía de la Marina de Guerra del Japón.
Según el plan original de guerra japonés, el avance hacia el sur siguiendo unas directrices que permitieran ocupar Tailandia, Malasia, Filipinas y las Indias holandesas debería ser apoyada por toda la Marina de Guerra Imperial. La Pacific Fleet estadunidense que, como era de prever, se  apresuraría para llegar a las Filipinas a fin de socorrer a los países atacados, hubiera sido hostigada por aviones y submarinos, con base en las islas Marshall y Carolinas, antes de entablar batalla con la superior flota japonesa.

Attack on Pearl Harbor Japanese planes view.jpg
Fotografía de Pearl Harbor al comienzo del ataque.

YAMAMOTO
Sin embargo, el Comandante en Jefe de la Flota japonesa, Almirante Yamamoto, considero este plan con ciertas reservas. A diferencia del grupo militar del General Tojo Yamamoto se percató claramente de que, si bien, gracias a su excelente preparación, el aparato bélico japonés era capaz de lograr un franco éxito en las fases iniciales, el inmenso potencial industrial de Estados Unidos frenaría muy pronto la expansión nipona.
Cuando llegase este momento, sólo sería posible negociar una paz de compromiso en el caso de que el Japón estuviera ya tan firmemente instalado en el nuevo imperio recién conquistado que la empresa de “desterrarlo” pareciera imposible  a los aliados occidentales. Con este fin era necesario asegurarse un periodo de tiempo de completa libertad de acción, destruyendo para ello la "Pacific Fleet".
Habiendo advertido, desde hace tiempo, el papel decisivo que los portaaviones podían desempeñar en la estrategia naval, Yamamoto  se convenció de que los seis de que disponía constituían un elemento idóneo. Entonces, el  Contralmirante Takihiro Onishi, Jefe del Estado Mayor de la 11ª Fuerza Aérea, recibió la orden de estudiar la posibilidad de un ataque aéreo sobre Pearl Harbor.


Almirante Yamamoto.
SECRETO TOTAL
Onishi llamó a su lado a un héroe de la guerra de China, el General Minoru Genda. Trabajando en el más absoluto secreto, a fines de mayo de 1941, habían ultimado un estudio del que se desprendía que la operación ofrecía las mayores posibilidades de éxito. Siempre, claro está, que se emplearán los seis portaaviones de la Flota y que se consiguiera mantener el más absoluto secreto en torno a los preparativos.
En un principio, el plan fue rechazado, alegándose que los portaaviones eran necesarios para apoyar el avance hacia el sur y que, además, si la operación dependía totalmente del factor sorpresa, resultaba muy arriesgado realizar la travesía de 3,400 millas. No obstante, confiando en que las objeciones serían superadas, Yamamoto dio órdenes a los grupos de portaaviones para que prepararan un programa especial de adiestramiento basado en el ataque por torpedos, en el  bombardeo en picada y en el de gran altura sobre blancos situados en espacios muy reducidos. Exceptuando  un limitado número de oficiales de Estado Mayor, ultimaron el plan detallado. Nadie estaba al corriente de la finalidad de estos ejercicios.
TORPEDOS ESPECIALES
A los técnicos de la principal base naval de Yokosuka se les confió la tarea de preparar los torpedos aéreos de un modo especial, a fin de que aún siendo lanzados, desde una cuota superior a lo normal, entraran en el  agua en posición horizontal y no se sumergieran demasiado al comienzo de su recorrido. Desde luego, no se informó a nadie la finalidad de esta adaptación. En setiembre, dichos torpedos, provistos de especiales aletas estabilizadoras, se experimentaron con el más completo éxito, empezando su producción en serie.
El dia l6 de octubre, cuando cayó el gobierno presidido por Konoye, quien fue sustituido por el agresivo General Tojo, Washington se apresuró a enviar al Almirante Kimmel y al General Short a las islas Hawai, lo que indicaba claramente que la situación era grave.
No obstante, los políticos americanos creían que el primer movimiento japonés sería un ataque contra los territorios marítimos de Rusia. El detalle de que, en julio, hubiera prevalecido el criterio de la Marina imperial en el largo debate mantenido con el Ejército en cuanto a los planes de guerra, y que luego los japoneses decidieran una ofensiva hacia el Sur, no llamó la atención del Servicio de Información norteamericano. 


Pearl Harbor el 30 de Octubre de 1941

SUPERFICIALIDADES
La posibilidad de un ataque aéreo había sido considerada tan sólo de una manera muy superficial. Los ejercicios con unidades de la Marina se efectuaron a un ritmo intermitente y con el espíritu propio de lo tiempos de paz. Ciertamente los resultados no habían sido brillantes.
A partir de Agosto comenzaron a llegar a Hawai algunas instalaciones de radar móviles, bastante primitivas, que el mando local situó en diversos puntos a lo largo de la costa de Oahu. Aquellas instalaciones sufrían frecuentes averías y padecían lo que se podría llamar “trastornos de crecimiento”.
A juicio de los comandantes de la Marina tanto de Washington como de Hawai, la nueva situación era más bien inquietante. Se consideraba que un ataque del Japón probablemente se produciría contra Rusia. Pero no se descartaba la posibilidad de un ataque contra Estados Unidos o Gran Bretaña. Por ello la "Pacific Fleet" recibió la orden de tomar oportunas precauciones, comprendidos aquellos despliegues que no descubran las intervenciones estratégicas y no constituyan acciones provocativas contra Japón.
PRECAUCIONES
En caso de acciones hostiles por parte de los japoneses contra la navegación mercante americana, todos los buques que se encontraran en el Pacifico occidental deberían dirigirse a  puertos amigos. Asimismo habiendo recibido órdenes de adoptar todas las medidas de precaución para la seguridad de los aeródromos de Wake y Midway, Kimmel envió a ambas islas refuerzos de marines, convoyes y aviones de reconocimiento. Se tomaron también especiales medidas de precaución con el fin de impedir que submarinos japoneses pudieran efectuar ataques por sorpresa en la zona donde se estaban realizando maniobras.
Pero, por lo que parece, nadie pensó en la posibilidad de un ataque aéreo contra Pearl  Harbor.
Casi al mismo tiempo, a bordo del portaaviones japonés Akagi, buque insignia del Vicealmirante Chuichi Nagumo  ante los ojos de los oficiales pilotos y del mismo Yamamoto, se les dio la asombrosa noticia de que el objetivo de su misión sería la base naval americana situada en aquella bahía. A partir de entonces la actividad de adiestramiento se reemprendió con un ritmo y un entusiasmo mucho mayores. El 1º de Noviembre, el Comandante en Jefe impartió la orden ejecutiva, fijando que el domingo 7 de diciembre sería el día decisivo. Dos días después, el Almirante Nagano  fue convencido, al fin, para que diera también su asentimiento. 
RUTAS TORTUOSAS
Entre el 10 y 18 de  Noviembre, solas o por parejas, las unidades de la fuerza de asalto de Nagumo-seis portaaviones, dos acorazados, tres cruceros, 9 destructores y 8 petroleros- salieron furtivamente de sus fondeaderos y, siguiendo rutas tortuosas, se dirigieron hacia un punto secreto de encuentro: la desierta bahía de Tankan, en Etorufu, la mayor de las islas Kuriles. Todas las unidades recibieron la orden de mantener el más riguroso silencio por radio.
En Hawai y en Washington no faltaron indicios que señalaban la inminencia de alguna importante operación japonesa. El día 1º de Noviembre los centros de desciframiento informaron que todos los códigos de llamada por radio de las unidades japonesas habían sido cambiados. En realidad, este detalle no era muy importante, pues por lo general, de vez en cuando dichos códigos se cambiaban. Pero el cambio ulterior que se produjo tan sólo un mes más tarde, no podía ser otra cosa que un síntoma grave por demás para los americanos, de que los japoneses estaban preparándose para actuar.
En el transcurso del mes de noviembre, el centro de desciframiento de los mensajes radiados consiguió identificar de nuevo cierto número de unidades. Pero, en cambio, había perdido todo contacto con los portaaviones japoneses. Basándose en el hecho de que las hipótesis formuladas en análogas ocasiones habían demostrado ser exactas, los americanos llegaron a la conclusión de que dichos buques debían encontrarse en las aguas territoriales japonesas.
Pero de otra fuente de información llegaban muy diversas noticias. Desde el 5 de noviembre en adelante, una serie de mensajes dirigidos a los representantes de Washington, advertían que el 15 de noviembre era la fecha tope del plazo improrrogable para lograr un resultado positivo en las negociaciones.


Prepararon el ataque durante semanas sobre una maqueta.

FRACASO DE LAS NEGOCIACIONES
El 22  Tokio aplazó aún el vencimiento hasta el 29. Pero después de esa fecha, cualquier cosa sucedería automáticamente. La última semana de Noviembre ya se podía considerar que las negociaciones habían fracasado definitivamente. En consecuencia cabía esperar que la guerra estallara en cualquier momento. Pero como los americanos habían decidido no ser los primeros en abrir fuego, la elección del tiempo y del lugar quedaba en manos de los japoneses.
El 24 de noviembre, los marinos norteamericanos recibieron la siguiente advertencia: “es posible cualquier movimiento agresivo basado en la sorpresa”. En cualquier dirección comprendidas Filipinas y Guam. Luego se citaron los posibles objetivos. Pero los mensajes no mencionaban las islas Hawai. Ni tampoco Wake. 
LOS NAVIOS SALEN
Precisamente antes del envío de este despacho, los navíos del Almirante Nagumo habían salido de las aguas frías de la Bahía de Tankan para dar comienzo a su misión. Uno tras otro, los buques se fueron alejando hasta desaparecer en el tempestuoso mar septentrional, apuntando hacia el este a lo largo del paralelo 43 y lejos de todas las rutas normales de navegación.
A bordo de aquellos portaaviones de navegación reinaba una atmósfera de gran excitación. Pocas horas antes, todos habían sido informados de la naturaleza de la misión: descargar un golpe mortal contra las fuerzas navales que se interponía entre el Japón y su glorioso destino.  Sólo Nagumo estaba pensando en los grandes riesgos de aquella operación
Unas 3 mil millas más al Sudeste, inmersa en su maravilloso clima y del todo ignorante de cuanto iba a suceder, resplandecía Pearl Harbor. Los únicos síntomas aparentes del peligro de guerra eran algunos movimientos de soldados y de camiones del Ejército. Había sólo precauciones contra la posibilidad de  sabotajes. En las unidades navales no se tomó ninguna ulterior medida. Las unidades de la escuadra americana permanecían normalmente en el mar.
EQUIVOCACIONES
Nada indicaba que Pearl Harbor fuera un posible objetivo japonés. No había contacto con los portaaviones japoneses. Los americanos creían que los buques japoneses estaban fondeados pacíficamente en aguas de su país.
Pero la razón que, por encima de cualquier otra, indujo a los norteamericanos a no tomar en consideración la posibilidad de un ataque en Pearl Harbor, era la existencia de claros indicios de que, más al Sur, los japoneses estaban a punto de iniciar una operación anfibia. El 6 de diciembre, algunos aviones de reconocimiento ingleses y americanos habían descubierto convoyes japoneses de tropas navegando por el golfo de Siam y los comandantes americanos ni siquiera podían imaginar que los japoneses tuvieran recursos-o audacia- para organizar en otro sector una operación simultánea que exigiera el empleo de todos sus portaaviones.
Eso es lo que exactamente sucedía. A unas miles de millas al noreste de la isla de Hawai, los portaaviones japoneses  consiguieron avanzar sin ser descubiertos. En los buques todos estaban en cubierta donde se escucharon inflamados discursos patrióticos. Estos hombres conmovidos y excitados volvieron a sus puestos. La formación se dirigió al Sur, para alcanzar a toda velocidad la posición elegida de despegue de los aviones. 



Momentos precisos del acto bélico.

MARSHALL
Mientras tanto, en Washington, el General Marshall como Jefe del Estado Mayor General, de regreso de su habitual paseo matutino, se enteró de la ruptura de las negociaciones. Propuso que se transmitiera un especial aviso de guerra a todas las Fuerzas Armadas. El mensaje fue enviado. Pero mucho antes que llegara a Pearl Harbor, el estallido de las bombas y los torpedos japoneses fueron una realidad contundente. Era el 7 de diciembre de 1941.
El primer ataque de la primera oleada de aviones japoneses se lanzó con 50 bombarderos con una bomba de 800 kg cada uno más 43 cazas Zerom capaz de perforar la más robusta coraza. Había otros 70 provistos de un torpedo. Y 51 bombarderos en picada, cuya misión era escoltar y atacar en vuelo rasante.
A lo largo de Pearl Harbor ya estaban desarrollándose las acciones de guerra. El dragaminas americano Condor en misión habitual de dragado, advirtió al destructor Ward, en servicio de patrulla, que había divisado un periscopio. No obstante, no se transmitió ninguna señal de alarma a la estación del puerto. Después de haber sido inútilmente buscado durante más de dos horas por el Ward, el periscopio fue nuevamente divisado por un hidroavión, que señaló su posición con bombas fumígenas.
EXPLOSION
Así el destructor pudo entrar en contacto con el enemigo: se trataba de un submarino de bolsillo japonés que a las 6.45 horas fue hundido con cargas de profundidad y algunos cañonazos. La noticia llegó con cierto retraso al Almirante Kimmel. A las 7.50 mientras Kimmel se dirigía a toda prisa a su despacho, una explosión sobre la isla Ford, que se encuentra en medio de la bahía, constituyó la primera indicación de que Pearl Harbor estaba sufriendo un ataque aéreo.


Otra tremenda explosión

En efecto, desde las 6.15, la primera oleada de aviones japoneses volaba hacia el Sur, guiada por el Comandante Mitsuo Fuchida, quien piloteaba el bombardero que iba en cabeza. Un par de operaciones de radar que se ejercitaban en el manejo de la estación móvil de Opana, vieron aparecer los aviones en pantalla, a una distancia de 220 kilómetros y, por curiosidad, calcularon la dirección en que se aproximaban. El centro de información, recibido el mensaje del descubrimiento, les contestó que, con toda probabilidad, se trataba de una escuadrilla de “Fortalezas volantes” que llegaban del continente.
Fuchida condujo sus aviones a lo largo de la costa occidental de Oahu,bajo las miradas perezosamente curiosas de las numerosas familias que vivían junto a la playa y que lo confundieron con aviones propios. A las 7.50 Fuchida vio, al fin, más allá de la llanura central de la isla, la bahía de Pearl Harbor.
SORPRESA
Evidentemente el enemigo iba a ser atacado por sorpresa. Entonces dio la orden de atacar. Cada piloto japonés sabía exactamente lo que debía hacer. Pocos minutos antes de las 8, los aviones fueron lanzados en picada casi vertical. Las bombas empezaron a estallar entre los aviones americanos que se hallaban dispuestos en los aeródromos ala contra ala.
Al mismo tiempo a bordo de los acorazados, los hombres del turno de guardia que iban a izar  la bandera vieron a los aviones torpederos lanzarse y atacar los buques inmóviles e indefensos. Ni un sólo cañón había tenido tiempo todavía de abrir fuego y ni un sólo caza americano había despegado.
La sorpresa total, conseguida por los atacantes en los aeródromos, quitó toda posibilidad de una defensa eficaz por parte de los caza americanos. En la rada cinco de los siete acorazados-West Virginia, Arizona, Nevada, Oklahoma y California- fueron alcanzados por los torpedos en los primeros minutos del ataque. Solo el Maryland y el Tennesse, que se encontraban fondeados en puntos más lejanos, asi como el Pensnnsilvania, buque insignia, que se hallaba en el dique seco, se libraron de momento de los torpedos. Otras unidades torpedeadas fueron el viejo acorazado Utah y los cruceros ligeros Raleigh y Helena.



Un acorazado intenta escapar.

LA REACCION
Pese a las violentas sacudidas provocadas por las explosiones de los torpedos y de las bombas y a la enorme confusión que el inesperado ataque produjo, casi todas las tripulaciones americanas entraron en acción con rapidez y eficiencia, abatiendo algunos de los aviones atacantes. Se hizo todo lo posible para que los buques no escoraran. Repararon los aparatos  eléctricos, las tuberías de aguas, las líneas de comunicación y lucharon esforzadamente contra los incendios
Un acorazado, el Nevada, consiguió incluso ponerse en movimiento y dirigirse hacia la salida del puerto. Pero, entretanto, por encima del humo y en aquel primer momento casi increíble de total ausencia de cazas y de un esporádico fuego de artillería, los bombarderos de altura de Fuchida elegían sus blancos y apuntaban con fria precisión. Una bomba perforó los 13 centímetros de coraza de una torre del Tennesse y estalló en su interior. Otra, después de haber atravesado la cubierta del Arizona, hizo explosión en los depósitos de proa y parte del buque voló por los aires. Asimismo el Maryland y el California sufrieron daños. 
AVERIAS Y DESTRUCCIONES
Cuando a las 8.25 se retiró la primera oleada de aviones japoneses, concediendo a los atacados una breve tregua, casi todos los aviones americanos habían sido averiados o destruidos. El acorazado West Virginia era presa de las llamas y estaba hundiéndose. El Arizona ya se había hundido, con más de mil hombres atrapados bajo cubierta. El Oklahoma había volcado recostándose en el fondo con la quilla fuera del agua. El Tennesse con una torre destruida estaba ardiendo. Por último, el California había sufrido daños tan graves que a pesar de los esfuerzos de su tripulación, acabo por hundirse. Mas lejos todo lo que se podía percibir del Utah era su quilla herrumbrosa. El Raleigh hundido a consecuencia de la inundación de unos compartimentos.
Mientras ocurría todo eso, un submarino de bolsillo japonés consiguió penetrar en la bahía, aprovechando la circunstancia que la barrera que defendía la entrada del puerto había quedado negligentemente abierta después de la entrada de las dragaminas. En una pausa de los ataques aéreos, este submarino fue divisado mientras lanzaba un torpedo contra un buque de apoyo. El torpedo erró el blanco y estalló en la orilla, sin causar daños. Luego el submarino fue atacado y hundido con cargas de profundidad. De los otros tres submarinos de bolsillo, dos desaparecieron sin dejar rastro, el tercero embarrancó en la playa y su tripulación fue hecha prisionera.

Los hangares en llamas.

SEGUNDA OLEADA
La segunda oleada de aviones japoneses-54 bombarderos, 80 bombarderos en picada y 36 cazas, al mando del Comandante Shimasaki del portaaviones Zuikaku- había despegado una hora después de la primera. Esta segunda oleada se  encontró con una defensa más eficaz y, por lo tanto, sus resultados no fueron tan brillantes.
Como durante la breve tregua entre los dos ataques, los cañones antiaéreos recibieron la adecuada provisión de municiones y los hombres destinados a servir las piezas habían sido reorganizados y reforzados en número, se consiguió abatir algunos bombarderos en picada. De todas maneras, la segunda oleada consiguió averiar  al Pennsilvania, destruir dos destructores  que se encontraban a su lado en el dique seco, hacer saltar por los aires otro destructor y obligar al Nevada, que intentaba alcanzar la salida del puerto, a que se encallara.
De improviso a las 10 horas, todo cesó. El zumbido de los aviones dejó de oírse de pronto, dejando tras ellos un extraño silencio, roto únicamente por el trepitar de las llamas de los incendios y por los gritos angustiados de los hombres que los combatían. 
FUERA DE COMBATE
Con la irrisoria pérdida de nueve cazas, quince bombarderos en picada y cinco aviones torpederos de los 384 aparatos que intervinieron en el ataque, la Marina japonesa acababa de poner fuera de combate a los buques de línea de la "Pacific Fleet"
Al preocupado Nagumo el éxito le parecía tan milagrosamente completo o casi completo y el precio pagado por él tan exiguo, que cuando Fuchida y algunos comandantes de escuadrón, le pidieron que organizara un segundo ataque, consideró que eso sería como lanzar un reto a la fortuna. Por lo tanto, ignoró su sugerencia y ordenó a la formación que se alejara en dirección Noreste, para alcanzar a los otros navíos y dirigirse después al Japón.
Esta decisión fue un grave error. Pero hay que reconocer que Nagumo no era el único en aquel tiempo que no se daba cuenta de que el armamento tradicional, como eran los grandes cañones de los acorazados, ya no constituía el medio más eficaz para asegurarse el dominio de los mares.
Sobre las bastas extensiones del Pacífico, sólo los portaaviones tenían los “brazos largos” y eran capaces de buscar y atacar a la flota enemiga donde quiera que estuviera. Desde luego que un segundo ataque habría proporcionado una victoria mucho más completa, pues el Enterprise  estaba regresando en aquellos momentos a Pearl Harbor y muy difícilmente hubiera podido sobrevivir a un ataque aéreo en masa.


Bombardero destruido.

GOLPE DURO
Asimismo también las instalaciones de la base y sus grandes depósitos de petróleo, con los tanques repletos de carburante, estaban aún intactos y virtualmente indefensos. Destruyéndolos, la base naval habría quedado totalmente inservible durante muchos meses, obligando a los restos de la "Pacific Fleet" a retirarse hacia la base más próxima, en la costa occidental de América y, por lo tanto, fuera de la inminente zona de operaciones en el Pacífico.
De este modo, el audaz y bien preparado ataque de Yamamoto no alcanzó todos los resultados que se esperaban, si bien el golpe descargado sobre la Marina de Guerra de los Estados Unidos había sido muy duro. Sin embargo, tuvo un efecto indirecto mucho más decisivo aún y es que indujo al pueblo americano a entrar en la guerra. (Seleccionado, resumido y condensado de la Revista “Asi fue la Segunda Guerra Mundial”)

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