viernes, 18 de febrero de 2022

EL MADRID DE RAPIDE

 Para conocer Madrid nadie nos guiará mejor que Pedro de Repide. Son un Baedeker lírico su Madrid de los Abuelos o su Costumbre y Devociones madrileñas. Preciosos estos libros. No nos enseñan descarnadamente una actualidad de viejas ruinas y rancias maravillas, sino el pasado sentimental que perdura.

Bien mirado, son lo contrario de las guías. Aconsejan éstas el mejor hotel y el más clásico romanticismo de viaje de novios: la góndola sonora de serenatas y la excursión al coliseo lunado. Pero en una página de Las Piedras de Venecia de Ruskín, hallará más sustento el alma. Recuerdo haber acudido por su consejo a una iglesia veneciana del arrabal para admirar un San Jorge de Carpaccio. Y en la solitaria “laguna muerta”, sin interpretes galoneados ni alemanes, todo me fue sensual delicia.

No se detiene Repide con el demorado pasmo de Ruskín ante los viejos cuadros. Pero como el escritor inglés, solo investiga en el pasado la ascendencia, la directa continuidad de la vida actual. En tal pintada virgen continuaba para el maestro la sonrisa y el garbo de la veneciana que está pasando, torcido en caracol el cabello sobre la nuca, casi Madona por el lánguido y azorado candor. Por calles y plazas patinadas, busca Rapide a las abuelas de las majas y las manolas.

Naturalmente, su edad preferida es la de Goya. Otros tiempos fueron mejores tal vez, pero no más españoles y, sobre todo, no subsisten. Juan de Zabaleta o Liñán y Verdugo en su delicioso Guía y aviso de forasteros, nos contaron otro Madrid encantador, cuyos rastros solo perduran en la eterna floración de busconas y picaros.

AGONIA

En cambio, el de Goya ya no se ha extinguido completamente. Vino Goya a pintar la agonía de lo castizo. Después llegaron al romanticismo, los ferrocarriles, toda exótica importación. Se tornó Madrid lo que hoy se llama una capital moderna.

Cuando paseaba aquí Gautier en 1840, ya no le fue muy fácil hallar una maja auténtica. Los mantones de Manila son excepción de fiesta. No corre en las orillas del Manzanares un río de Valdepeñas, ni pasa la ronda de la gallina ciega, ni salta al aire el pelele en esas charras églogas que iluminan con escándalo la sala baja del Museo del Prado…¡Se ha extinguido la alegría, se ha acabado la fiesta maja?

Vamos a las verbenas y a los merenderos los domingos. El público es más plebeyo que en los tiempos de don Francisco. Se tiende la Duquesa de Alba en un canapé, que está mirando picarescamente y aquí tenéis el más perfecto modelo de la majita.

 En los balcones que imaginan Goya o Velázquez Lucas, las sonrientes manolas de mantilla y peineta, son o pueden ser marquesas. La reina María Luisa en los retratos se parece a las mujeres que poco antes, en 1743, nos describe don Diego de Torres Villarroel por la calle de Postas, con “guiñaduras suaves y regaladas risas”, “arrullando las estrellas de sus ojos en el epiciclo de sus pestañas, impresionando con cada vuelco una vida de la atención más difunta y una muerte al más firme propósito de nunca más pecar”

 

ELEGANTES

Marquesitas, burguesitas llevan ahora sombreros de París. Estoy seguro que juegan al tenis y de que se aburren como civilizadas. Las veo en la Castellana o en el Retiro, elegantes o cursis, pero iguales a todas las elegantes y las cursis del mundo. No creo que un pintor actual se atrevería a pintarlas con el mantón de Manila, ni ellas van, que yo sepa, a las verbenas.

En las verbenas hay sobre todo criadas de servir. Si hallamos una mujer que sabe ponerse en jarras, terciar con garbo el mantón negro y cerrar de un golpe sabio el abanico, es seguramente horizontal, bailarina o cupletista. En la verbena de San Antonio bendito que procura maridos pintureros, quedé pasmado ante una mujer soberbia.

Giraba, tumbada atrás de risa la cabeza, en un caballo de palo del “tío vivo”. La seguí después para admirar el peinado con la supina peineta, un inverosímil pie de madrileña, aquel zarandeado paso de gata en celo. Por una hora, con el orgullo de Gautier, creí haber descubierto a la manola desconocida y típica. ¡Habría descubierto el Mediterráneo! Supe después que siguiera a la conocida cupletista la Fornarina. Y esto era menos interesante.

Claro está que en un domingo de merendero o en barrios bajos, algunos ojos conservan dengue antiguo y hay siluetas de cuadro. Por la noche, peripatéticas de mantón, la aceitosa crin atada en lindos arabescos, tienen arteros chichisbeos con los pasantes e improperios de la más castiza gracia. Y bajo un mal farol, en “capricho” vivo, conservan a menudo comiendo churros, doña Celestina y el sereno.

Más el pasado rancio se va acabando. Madrid se moderniza. Madrid cuenta con avenidas semejantes a todas las avenidas blancas y rectilíneas del mundo. Destruyen o quieren destruir los rincones de ensueño, como ese Jardín Botánico por el que aboga Azorín o se viejo Retiro que lamenta Repide.

Hasta a los pobres pintorescos-esos pobres de Madrid, ladinos, cariñosos, testarudos que os felicitan por vuestra buena cara y os piden solo en confidencia, un papel de fumar o una “perra gorda”-los ha querido recoger en asilos un alcalde terrible. Arena que sin sentir tan callada va pasando… Un día los mantones de Manila, hoy detenidos en los museos del pobre que son las casas de préstamos, irán definitivamente a los museos grandes: mortajas de una alegría extinta, estandartes de la majeza abolida. (Editado, resumido y condensado del libro “Obras Escogidas de Ventura García Calderón”, destacado intelectual peruano que, con sus estudios, rescata los orígenes culturales de este país. Nació por un azar patriótico en Paris, retornó al Perú donde estudió. Posteriormente volvió a Francia en 1905 salvo cortos intervalos por aquí, Rio de Janeiro y Bruselas hasta 1959 en que murió, siempre habitante de la ciudad luz)

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