jueves, 27 de junio de 2019

LA MAROMA

No hay como la maroma”, decían, los criollos viejos. Desde la Colonia gustó a nuestro pueblo la acrobacia. El ingenuo y sabroso Mugaburu, nos cuenta en su “Diario de Lima” sobre épocas de Alba de Aliste y de Lemos, cuando se llenaba con la gente para admitir el volantín, el cual daba vuelta en la maroma. Así como se corrían toros y cañas y salían mascaradas de “mucho ridículo” y se representaban al aire libre comedias de mucha tramoya como “Nabucondosor” o “El Arca de Noé”, lucían sus habilidades los faranduleros saltimbanquis. Haciendo cosas impresionantes.
En las grandes ocasiones también se dio en Lima espectáculos de esa clase y la afición a las pruebas de los maromeros, especialmente de los dominadores en la cuerda, despertó el ansia del vuelo con tantas derivaciones en Lima de antaño. En el siglo XVIII se encarnó en la figura curiosísima de Santiago el volador, precursor a su manera de los modernos aviadores.
Esta afición fue típica y ardorosa. A nuestro pueblo nada, salvo los toros, le entusiasmo tanto como la fiesta de los traperos y de las argollas, del señor Tragafuego o la señorita del caballo sabio. En los solares abandonados, en las pampas de los callejones, bajo carpas, mal alumbradas generalmente a los sones de una banda de músicos empíricos ejecutadores de aires campanillescos, se apiñaban muchedumbres sencillas las cuales miraban boquiabiertas a los volatineros llamativos, con sus trajes de colorines, cascabeles y lentejuelas.


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La acrobacia de estos tiempos actuales
EL CIRCO
Venían con su ingenuo prodigio los juglares y maromeros a encantar con sus hechizos simples a las gentes de la ciudad. Un arte viejísimo y tosco imponía su chillón señorío yen los amplios corralones de otros días se instalaban las tiendas de los aventureros artistas de la barra y del chiste barato,
Aunque sólo de tarde en tarde venían acróbatas famosos, no por eso dejaba de haber siempre algún circo de artistas nacionales, imitadores de aquellos famosos y tan mimados hasta alcanzar el honor de ocupar con sus retratos hechos por Manoury o por Courret, la última página de los álbumes domésticos, muchas veces al reverso de la figura de un poeta del ciclo romántico o del grupo encantador de las damas de la Emperatriz Eugenia.
Pero desde muy atrás la afición a la juglería y la farándula fue grande en la ciudad. Entre las leyendas de nuestro beato Fray Martin de Porres hay una con mucha maroma y guaracha criolla y es aquella en la cual el buen hermano prohibido de hacer milagros, deja en suspenso en el aire al trabajador que caía de la torre, mientras corre a la celda de su Padre Superior a solicitar el permiso para realizar el prodigio de mantener su existencia escamoteando su muerte
La admiración del pueblo, el asombro de los chiquillos, la simplicidad un poco aldeana de nuestras costumbres. Contribuyeron a acrecentar doquiera la fama de los circos, a crear imitadores y a influir hasta en las formas de nuestra incipiente cultura física.

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Magia y espectáculo de los años 50


TIPOS
No fueron ajenos al excesivo desarrollo alcanzado en nuestros colegios las palanquetas, las monstruas de las barras o los espejos de la vieja acrobáticamente ligados con una segunda en las argollas. Todos, más o menos, se proponían como tipos ejemplares al mollerudo pulsario o al ágil saltarín y en los callejones pintorescos y populosos, la pampa destinada a tender la ropa, swe convirtió muchas veces en el teatro de las hazañas volantineras de los mestizos del barrio.
La gente se abobaba mirando las habilidades de los saltimbanquis y la de sus amaestrados animales. Allá por el año de 1841 fue famosísimo un perrito sabio de una señora Nioef. Hizo su primera presentación en el coliseo de los gallos. Decíase con gravedad que ese raro animal se había educado en París donde su saber extraordinario dio motivo a las investigaciones de los sabios meditadores.
Minino, así llamaban al perro, alcanzó gran fama en Lima. También por aquella época cobraron gran prestigio el primer “Hércules francés Santiago Abdale y su señora mujer doña Dolores Fernández llamada “El Fenómeno Occidental”. El era lo llamado un gran pulsario y ella tuvo celebridad por sus extraordinarias dislocaciones
Por el sesentaitantos fue celebradísimo el gran circo Buislay con sus famosas pruebas de la percha en sala, los trapecios volantes y una hecha por un niño llamada la “zampillaerostracion”. El gran circo Chiarini alzó su carpa por los barrios de la Aurora y trajo el famoso payaso “el amarillito quien hizo destornillar de risa a los abuelos, tuvo mucha fama y hay todavía viejos y viejos conservadores del recuerdo.

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Añoranza por la carpa del circo

EL ELEFANTE
Hubo muchísimos otros. Materialmente deslumbraron al público limeño: Salvini con sus perros y sus monos amaestrados. Cantoni uno de los más famosos exhibidos en la Exposición con el popular elefante Youski. Ya muy decaído lo alcanzamos los de la generación nacida después de la guerra con Chile.
Allá por el noventitantos trabajaba con un personal criollo, una traga espadas que hacía abrir con espanto los ojos de la chiquillería dominguera, una chicuela equilibrista la cual se nos antojaba descontenta y triste, un payaso para hacernos reír a pesar de su romo ingenio, el mismísimo pintor de fachadas en lo cotidiano, se embadurnaba el rostro los días feriados para rodar si gracia y hablar como inglés por un jornal tan mísero como su oficio y sobretodos un barrista de engomados pabellones, burdas mallas y detonantes choletas quien, antes de hacer sus pruebas, daba saltitos, cruzaba las piernas y enviaba besos volados a los concurrentes.
Aquel circo de la Exposición era para todos el más característico. El barrista sirvió por razones de parecido físico para apodar a un inspector del Colegio Guadalupe y la chiquilla melancolice con su balancín por la cuerda, nos traía a la imaginación las leyendas terribles contadas sobre gitanos torvos robadores de niños.


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VARIOS
Vinieron después circos para nosotros maravillosos. Aquel de Quiroz con su hombre pez y su elegante chino de los equilibrios en la soga, su boxeador y su jockey vertiginoso. Aquel circo llenó de encanto nuestra niñez. También destacaron el Nelson, Frank Brown, el de Osambela. Y tantos otros…
Las hazañas de Blondin, el atrevido equilibrista cruzado sobre una cuerda del Niágara. Los trabajos de los Poisson, domadores de leones, la resonante y coloreada temporada de Keller en la Politeama, con sus fieras y su ingenioso Litle Peter, fueron acabando, definitivamente, con los circos de menor cuantía. Uno de los más representativos fue el de “La Estrella Blanca de la Pampa de Lara.
Ha pasado ya el circo en su aspecto peculiarmente limeño. Los deportes han influido seguramente en esta decadencia de la afición a la maroma. Ya a los muchachos no se les ocurre jugar al circo cuando todos por una curiosa reacción sicológica se disputaban el puesto más triste, el de payaso, tanto como el de primer espada de toradas con disfraces de mentirijillas. Casi todos querían hacer reír
La conocida frase sobre la maroma, tornose significativa, se hincho de simbolismo y se aplicó mucho en política., El célebre Ño Valeriano había creado entre sus tipos uno de maromero el cual concluía, después de inverosímiles y complicadas zapateadas, sacándose la cabeza y peloteándola con los pies, con lo que el regocijo del público llegaba al paroxismo

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La maroma ganó antaño gran fortuna y enriqueció nuestro folklore. De ella derivaron adjetivos, epítetos y hasta la suprema modalidad gramatical del verbo. Nadie podía equivocarse cuando se decía: “Fulano está maromeando. Mengano maromea como un volantinero.
La maroma subsiste como actitud espiritual. Lo externo ha condicionado lo interno. “No hay como la maroma”, decían los de antaño por el juego juglaresco de los acróbatas y saltimbanquis. “No hay como la maroma”, se dicen seguramente así mismos, por otra clase de juegos, cuantos politiqueros de hogaño. (Páginas seleccionadas de las "Obras Completas" que pertenecen como autor al consagrado escritor y político, José Gálvez Barrenechea).

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