domingo, 17 de febrero de 2019

JOFFRE EN LA ACADEMIA

¿Por qué no?  Ya algunos diarios lo proponen y la Academia dispondrá favorablemente. Llevan espada los académicos, tienen bordado en el uniforme ese laurel que coronaba antaño indistintamente a los guerreros y a los poetas… Y puesto que Napoleón, como él decía, hubiera nombrado general a Corneille porque escribió dramas viriles, parece justo que a un siglo de distancia retornen la cortesía los académicos.
Recordemos como está formada la Academia. No es su objeto exclusivo, como en Madrid, fijar la lengua. La lengua está fijada mejor por otros. Y en cuanto al “esplendor” estos cuarenta inmortales no tienen la pretensión de acapararlo. Se contentan con guardar celosamente las tradiciones de elegancia y cortesanía,
Se limitan de hacer de la Academia “el último salón en que se charla”. Como un salón elegante, debe ésta ser ecléctica: mundanos, generales, arzobispos…Hay allí republicanos, por supuesto, pero son liberales morigerados, socialistas con camisa que pasaron por casa de la manicura.
En cambio, el prelado tendrá muy ancha la manga. Si entra un antiguo bohemio como Donnay, es cuando tiene estilo encanecido y cabello gris. Solo faltan mujeres en el salón. El feminismo propuso, pero se negaron los académicos.
A la condesa de Noailles, presunta candidata, le oponían la misma resistencia que no puede vencer la genial condesa española. Y aquí explican la negativa traviesamente como en Madrid: ya no se podía contar con la Academia cuentos verdes.

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Napoleón Bonaparte

HOMBRES
“Solo para hombres”, como las picaras novelas, es el salón académico. Pero los hombres son allí de toda categoría. Los hay admirables. Los hay que no han escrito nunca una línea de las publicadas con su firma y lo que es peor, no han leído sus propias obras.
Otros han escrito considerablemente, pero no los lee nadie. Escribir, pues, no tiene máxima importancia. Se exige, en cambio, finas maneras y elegancia moral sin tacha. Por donde es un candidato perfecto el generalísimo.
Otras razones pueden aducirse. Hay una antigua connivencia entre quienes ganan las batallas y quienes saben escribirlas. Alejandro que lleva consigo siempre la Iliada con la nostalgia de su Homero para contar sus altos hechos es semejante a Napoleón cuando le brinda amparo a Goethe en París y dice a los edecanes con reverencia-el mejor elogio de sus labios- “¡Ese es u hombre!
¿Qué hubiera sido Hugo sin Napoleón? Un gran épico sin duda. Más faltarían las mejores dianas del clarín. En cambio, sin Hugo para ensalzarla, me parece que no hubiera sido tan universal la fama del guerrero. “Él supo obrar y y escribir. Solo los dos somos para en uno”-decía del Quijote nuestros Cervantes.
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La Condesa de  Noailles.
VOLUNTAD
Obrar y escribir son así dos formas vecinas de voluntad. Renán, que tal sutil agorero fue en leves páginas, exclamaba ya en 1885, precisamente en un discurso académico: “Quien tiene seguridad de formar parte de nuestra institución es el general que nos de la victoria un día. He aquí una persona con quien no disputaremos por su prosa. Por aclamación, le nombraríamos sin ocuparnos de nuestros escritos. ¡Ah que hermosa sesión de academia aquella!”
Contestaba así el discurso de Lesseps que tampoco había escrito, si no abriera un canal al mundo.
Por un lindo contraste, el más exquisito profesor de duda le respondía al hombre de acción, efusivamente. No creo que fue ironía de académicos. Cuando más, quisieron hacer notar lso dos aspectos casi extremos de Francia, los mismos que esta guerra magníficamente nuestra: ironía y denuedo juntos, reticente sonrisa y acción viril
¿Quién podría responder a Joffre en esta recepción imaginada? An atole France, por supuesto. Solo el titiritero de Nuestra Señora la Ironía diría soberbiamente la belleza de una vida ejemplar y la tenacidad de su esperanza, si es cierto, como creo, que quienes mejor alabaron la salud y la fuerza del mundo fueron almas enfermizas y delicadas, lo mismo Nietzsche que Isabel Barret Browning.

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Renan: un agorero de polendas

MERITO
France hallaría los más irisados sofismas para reconciliarse con la guerra que tanto desprestigiara en sus libros. Y no necesitaría buscar mucho para encontrar hermosas páginas de Joffre. Son escasas, pero admirables. Su mérito no está sólo en el laconismo de la frase desnuda, sino en la tensión del alma que revelan.
Pocas palabras augurales de renombrados poetas pueden compararse a su “Orden del día” de la batalla del Marne. Cuando París, “evacuado” a medias oye el cañón, cuando los prófugos llegan con ojos desorbitados y las mujeres magdalénicas por enlodadas rutas con el crispado hijo al pecho llegan temblando, cuando todo vacila y todo huye, pocas veces igualan a esta grave y conminatoria y victoriosa voz que dice:
_ Las tropas que no puedan avanzar, antes que retroceder un paso deben dejarse matar ene l mismo sitio… (Editado, resumido y condensado del libro “Obras Escogidas de Ventura García Calderón”, destacado intelectual peruano que, con sus estudios, rescata los orígenes culturales de este país. Nació por un azar patriótico en Paris, retornó al Perú donde estudió. Posteriormente volvió a Francia en 1905 salvo cortos intervalos por aquí, Rio de Janeiro y Bruselas hasta 1959 en que murió, siempre habitante de la ciudad luz)

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