Si le viéramos afligido, tal vez
sabríamos hablar. Pero sonríe a su Antígona con esa tremenda sonrisa de los
ciegos, cándida como un asombro de niño, bondadosa como si nos perdonaran. Y
cuando sale, seguido por todas las miradas, porque un instante ha representado
la congoja de Francia, yo sé que todos quisiéramos-todos cuantos tendremos ojos
para ver los arboles renacientes, el excelso estío del bosque-decirle con voz
cordial y fraternal como el personaje de Dostoyewski:
El amigo- voluntario de la Legión
Extranjera- que viene de pelear y va a pelear de paso por París, entre dos
trenes, me dice así:
-Lo que más me sorprende es que
la guerra continúa la vida civil. Hay valientes y cobardes como en la paz.
Tanto como destruir ese observatorio del enemigo nos preocupa grandemente lo
que se va a cenar. Por los teléfonos que enlazan las baterías, entre dos
observaciones de ingeniero, estalla una voz triunfal: “Nos darán fresas esta
tarde”.
Heridos de guerra.
Heridos de guerra.
UNA BALA
El héroe no sabe que lo es sino
cuando el capitán se lo demuestra. Si vieras la muerte simple de ese mozo el
otro día Pasaba llevando una fiambrera y le atravesó el pecho una bala. Conteniendo
con una mano la sangre que borboteaba, dijo al vecino: “Se lo llevarás al
capitán”. Pensaba sólo en la consigna
¡Qué podía valer su ida cuando
ninguna vale nada! Caer heridos nos parece un accidente de trabajo. Nuestra
mentalidad es la del obrero que en el violento rodaje de la fábrica puede
perder el brazo o la vida. Pero atrás, muy lelos de las balas, están literatos
y periodistas añadiendo ornamentos, movilizando adjetivos, hermoseando.
NO saben cuan poco amigo de
literatura es el peludo. Nos bastan la Marsellesa y unas cuantas canciones bien
picantes. Y no creas que esto que llaman “cotidiano heroísmo” los periódicos,
es sólo patrimonio de los soldados.
Tras una trinchera, una vieja
campesina conserva su vaca y sus gallinas. En un puentecillo donde llovían
“marmitas” y por donde sólo pasábamos por la noche y a gachas, una mujer
circulaba con canastos incólume por un milagro diario.
Alrededor de nuestro 75, un
anciano esté arando. ¡Hay que vivir! Carece de mentalidad para ver la guerra en
grande. Para él es una calamidad local. Confunde en su odio a los alemanes y a
la filoxera o la langosta. Su patriotismo, tan hermoso como cualquier otro,
está ligado oscuramente a su lote de paraíso terrenal, a esta avara tierra que
le hizo avaro. Y sólo allí he comprendido al viejo campesino de Maupassanrt,
que por la noche iba a matar alemanes con una hoz.
Un anciano arando la tierra.
Un anciano arando la tierra.
ODIO
Si por amor un santo pudo llamar
hermano a los lirios, el odio también puede extenderse a las rosas o los
muguetres, cuando éstos vienen de Alemania. Un periódico exigía hace poco que se
naturalizara a ciertas rosas bautizadas con nombre de mujer alemana.
Otro diario nos advierte la
manera de distinguir cuando los lirios del valle son franceses, porque vienen
algunos de Baviera, por Holanda. A tal extremo llega el odio y lo comprendemos.
¡Flores de Francia únicamente. Todo rencor a las mariposas porque recuerdan
Gretchen! Al ofrecer una cosa tendremos que examinar, con sabiduría de
horticultor y olfato de poeta, sí son los pétalos y el perfume que cantaron de
Ronsard a Charles Guerin
Hace el capitán alemán tirano
meter en una gran casa de paja mucha cantidad de gente y hacerlos pedazos, y
porque la casa tenía una viga en lo alto, subiéronse en ella mucha gente,
huyendo de las sangrientas manos de aquellos hombres o bestias sin piedad y de
sus espadas. Mandó el infernal hombre pegar fuego a las casas donde todos los
que quedaron fueron quemados vivos.
Bartolome de las Casas: a la altura de servir con bondad...
Bartolome de las Casas: a la altura de servir con bondad...
FRAGMENTO
¿En dónde ha ocurrido esto. Es
una acusación francesa, una queja belga o la macabra fantasía de un periodista?
Es simplemente un fragmento de la Brevísima relación de las Indias, publicada
en 1552: la historia de algunos predecesores alemanes de la Kultur, contada por
el bondadoso, el humanísimo padre Bartolomé de las Casas.
En el patio de la ambulancia
estamos algunos curiosos esperando. Los preparativos parecen fúnebres, pero
algunos enfermeros sonríen. Un sepulturero solemne avanza con la caja negra en
donde no cabría un niño. El cortejo de parientes y amigos se pone en marcha.
Desde la ventana, incorporándose
en el lecho, el amputado pálido mira por última vez el ataúd donde está su
pierna que llevan a enterrar. Y adoptaríamos la compungida actitud de los
entierros, si por instantes no nos retozara en el alma una risa acerba, como
ante el más extravagante “capricho” de Goya. (Editado, resumido y condensado del libro “Obras Escogidas de Ventura
García Calderón”, destacado
intelectual peruano que, con sus estudios, rescata los orígenes culturales de
este país. Nació por un azar patriótico en Paris, retornó al Perú donde
estudió. Posteriormente volvió a Francia en 1905 salvo cortos intervalos por
aquí, Rio de Janeiro y Bruselas hasta 1959 en que murió, siempre habitante de
la ciudad luz)
No hay comentarios:
Publicar un comentario