jueves, 21 de marzo de 2019

AL MARGEN DE LA GUERRA

Viene del brazo de una mujer. Al subir al vagón del Metropolitano, ella le advierte la grada y vemos, penosamente, su titubeo. Bajo la venda blanca tiene el semblante de algún vendado amor. Todos, hombres y mujeres, nos levantamos para ceder el asiento a este soldado. Más no le sonreímos, no le preguntamos como a los otros, donde cayó, si ya no sufre…
Si le viéramos afligido, tal vez sabríamos hablar. Pero sonríe a su Antígona con esa tremenda sonrisa de los ciegos, cándida como un asombro de niño, bondadosa como si nos perdonaran. Y cuando sale, seguido por todas las miradas, porque un instante ha representado la congoja de Francia, yo sé que todos quisiéramos-todos cuantos tendremos ojos para ver los arboles renacientes, el excelso estío del bosque-decirle con voz cordial y fraternal como el personaje de Dostoyewski:
-Pase adelante y perdónanos nuestra felicidad.
El amigo- voluntario de la Legión Extranjera- que viene de pelear y va a pelear de paso por París, entre dos trenes, me dice así:
-Lo que más me sorprende es que la guerra continúa la vida civil. Hay valientes y cobardes como en la paz. Tanto como destruir ese observatorio del enemigo nos preocupa grandemente lo que se va a cenar. Por los teléfonos que enlazan las baterías, entre dos observaciones de ingeniero, estalla una voz triunfal: “Nos darán fresas esta tarde”.

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Heridos de guerra.

UNA BALA
El héroe no sabe que lo es sino cuando el capitán se lo demuestra. Si vieras la muerte simple de ese mozo el otro día Pasaba llevando una fiambrera y le atravesó el pecho una bala. Conteniendo con una mano la sangre que borboteaba, dijo al vecino: “Se lo llevarás al capitán”. Pensaba sólo en la consigna
¡Qué podía valer su ida cuando ninguna vale nada! Caer heridos nos parece un accidente de trabajo. Nuestra mentalidad es la del obrero que en el violento rodaje de la fábrica puede perder el brazo o la vida. Pero atrás, muy lelos de las balas, están literatos y periodistas añadiendo ornamentos, movilizando adjetivos, hermoseando.
NO saben cuan poco amigo de literatura es el peludo. Nos bastan la Marsellesa y unas cuantas canciones bien picantes. Y no creas que esto que llaman “cotidiano heroísmo” los periódicos, es sólo patrimonio de los soldados.
Tras una trinchera, una vieja campesina conserva su vaca y sus gallinas. En un puentecillo donde llovían “marmitas” y por donde sólo pasábamos por la noche y a gachas, una mujer circulaba con canastos incólume por un milagro diario.
Alrededor de nuestro 75, un anciano esté arando. ¡Hay que vivir! Carece de mentalidad para ver la guerra en grande. Para él es una calamidad local. Confunde en su odio a los alemanes y a la filoxera o la langosta. Su patriotismo, tan hermoso como cualquier otro, está ligado oscuramente a su lote de paraíso terrenal, a esta avara tierra que le hizo avaro. Y sólo allí he comprendido al viejo campesino de Maupassanrt, que por la noche iba a matar alemanes con una hoz.

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Un anciano arando la tierra.

ODIO
Si por amor un santo pudo llamar hermano a los lirios, el odio también puede extenderse a las rosas o los muguetres, cuando éstos vienen de Alemania. Un periódico exigía hace poco que se naturalizara a ciertas rosas bautizadas con nombre de mujer alemana.
Otro diario nos advierte la manera de distinguir cuando los lirios del valle son franceses, porque vienen algunos de Baviera, por Holanda. A tal extremo llega el odio y lo comprendemos. ¡Flores de Francia únicamente. Todo rencor a las mariposas porque recuerdan Gretchen! Al ofrecer una cosa tendremos que examinar, con sabiduría de horticultor y olfato de poeta, sí son los pétalos y el perfume que cantaron de Ronsard a Charles Guerin
Hace el capitán alemán tirano meter en una gran casa de paja mucha cantidad de gente y hacerlos pedazos, y porque la casa tenía una viga en lo alto, subiéronse en ella mucha gente, huyendo de las sangrientas manos de aquellos hombres o bestias sin piedad y de sus espadas. Mandó el infernal hombre pegar fuego a las casas donde todos los que quedaron fueron quemados vivos.

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Bartolome de las Casas: a la altura de servir con bondad...

FRAGMENTO
¿En dónde ha ocurrido esto. Es una acusación francesa, una queja belga o la macabra fantasía de un periodista? Es simplemente un fragmento de la Brevísima relación de las Indias, publicada en 1552: la historia de algunos predecesores alemanes de la Kultur, contada por el bondadoso, el humanísimo padre Bartolomé de las Casas.
En el patio de la ambulancia estamos algunos curiosos esperando. Los preparativos parecen fúnebres, pero algunos enfermeros sonríen. Un sepulturero solemne avanza con la caja negra en donde no cabría un niño. El cortejo de parientes y amigos se pone en marcha.
Desde la ventana, incorporándose en el lecho, el amputado pálido mira por última vez el ataúd donde está su pierna que llevan a enterrar. Y adoptaríamos la compungida actitud de los entierros, si por instantes no nos retozara en el alma una risa acerba, como ante el más extravagante “capricho” de Goya. (Editado, resumido y condensado del libro “Obras Escogidas de Ventura García Calderón”, destacado intelectual peruano que, con sus estudios, rescata los orígenes culturales de este país. Nació por un azar patriótico en Paris, retornó al Perú donde estudió. Posteriormente volvió a Francia en 1905 salvo cortos intervalos por aquí, Rio de Janeiro y Bruselas hasta 1959 en que murió, siempre habitante de la ciudad luz)

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