jueves, 21 de marzo de 2019

J.M.POLAR: AUTODIDACTA Y GENIO INSIGNE

Un intelectual de pura cepa arequipeña que fue toda una figura del saber con sesudas actividades que lo definieron en el alto calibre de un maestro de polendas inigualables, desde la primaria, la secundaria y hasta la universidad. Adicionalmente y para conocerrlo más, un escritor de estilo impecable que brillo en el mundo de las letras con aportes efectivos. Lo calificaron en su tiempo, con exactitud, como el mentor paternal de los alumnos y, consultor sereno de los profesores. Evidentemente, una hazaña inigualable que dio lugar al aplauso generalizado del pueblo mistiano que supo valorarlo en toda su dimensión
Juan Manuel Polar Vargas nació en Arequipa el 22 de febrero de 1868. Sus padres fueron el entonces Canciller de la República Juan Manuel Polar y Carasas y María Manuela Vargas Maldonado. Sus datos biográficos son escasos. No obstante haber sido, sin lugar a dudas, un personaje de polendas. Poco se sabe de sus primeros catorce años de vida.
Exactamente 54 años se dedicó a la enseñanza, desde que era muy joven. Primero en planteles particulares y, desde 1902, en el Colegio Nacional de la Independencia Americana. Allí dirigía la sección primaria y resultó ser el mentor principal del conglomerado humano que se juntaba en ese centro de estudios, de tanto prestigio que, dicho sea de paso, hasta ahora existe.
Su discípulo, el famoso y caustico periodista Federico More, dijo de él lo siguiente: “Nosotros, en el colegio, no lo conocíamos sino por don Juan Manuel. Lo comparábamos con los profesores severos y con los inspectores inexorables. Sabía olvidarse de cuando no sabíamos dar la lección. En ese colegio de incrédulos, de masones y de ateos-lo diremos con las palabras que las viejas usaban entonces- don Juan Manuel fue el único que nos llevó y nos infundió un encantador y aristocrático sentido religioso. No nos enseñó la piedad, sino que nos enseñó a ser piadosos”.



OTRO RECUERDO
Por su parte, otro maestro como el que fue director del mismo colegio y asimismo abogado, Horacio Morales Delgado, recuerda a Polar de la siguiente manera: “Las mañanas estaban destinadas por él para sus “piojos” de la primaria y cuando llegaba yo dejaba todo quehacer de director y le acompañaba hasta su aula del día
Luego añade: “Los chiquillos ya habían adelantado una comisión receptora que requería de su maestro: la entrega de los anteojos, la cigarrera, los fósforos, la libreta de anotaciones para alinearlos anticipadamente sobre el pupitre. La clase integra esperaba ansiosa, diariamente, como si cada día fuese la primera vez, después de mucho tiempo, la llegada de una persona muy querida”
También fue Catedrático de la Universidad Nacional de San Agustín. Este centro superior de estudios le otorgó el grado de Doctor Honoris Causa, en mérito de su brillante labor intelectual y académica desarrollada a lo largo de los años.
Otras actividades desarrolladas por Polar fueron las siguientes: Secretario de la Junta Departamental de Arequipa. Miembro del Directorio del Tranvía Eléctrico, Secretario de la Sociedad Eléctrica. También asesoró a la Cámara de Comercio, en la realización de la Conferencia Económica de la Región Sur.

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Fachada actual del Colegio de la Indepedencia.

CATOLICO
Creyente de los verdaderos y un católico por convicción. El famoso intelectual dio muestras de su religiosidad, confesando públicamente sus creencias y ejerciendo sus preferencias de este tipo como devoto de San Francisco de Asís.
Para el pensador cristiano Víctor Andrés Belaunde, según dice en sus memorias “Arequipa de mi Infancia, Juan Manuel ha sido el tipo del caballero franciscano, austero, sencillo, sobrio en sus gustos, gran amante de la naturaleza, cultor de las tradiciones, alma de gran hondura religiosa, enamorado del gran Miguel Cervantes Saavedra.
Encarnaba de un tipo de hidalgo semejante al pintado en trazos inmortales por el Greco. Tenía aficiones literarias: poeta de finos sentimientos, narrador incomparable para el cuento vernáculo, definidor de caracteres, con acertado instinto de dramaturgo.
 Era, sobre todo, un espíritu acogedor y confidencial. Un alma esencialmente cristiana Se sabía de memoria capítulos enteros del Quijote. Amaba a Arequipa en su depurada tradición y en los ideales que parecían flotar, por encima, de las pequeñas ambiciones y de las menudas fantasías. Un incomparable sondeador de espíritus. Ha desempeñado la altísima misión de revelar, suscitar y alentar vocaciones.
Nació y vivió en una típica casona arequipeña ubicada en la calle Santa Catalina al igual que sus once hermanos los Polar Vargas, entre otros muchísimos parientes. Sólido inmueble de sillar o lava volcánica, construido –posiblemente- sobre roca hacia 1840 0 1846. Es decir, en pleno siglo XIX. Sus paredes, de más de un metro de espesor, con altos techos abovedados que superaron a todos los terremotos ocurridos en la zona sur del país.

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Polar: fiel devoto de San Francisco de Asís.

LA PACPAQUERIA
Según cuenta sobre la vivienda Mario Polar Ugarteche en su ameno libro “Viejos y Nuevos Tiempos, Cartas a mi Nieto”, sobrino carnal de don Juan Manuel a quien llamaba “Papa Juan”, las rejas de fierro resguardaban las amplias ventanas que dan a la calle. Escaleras hechas también con bloques de sillar. Patios de un naranjo solitario y compartimentos grandes. Callejones abovedados con infinidad de habitaciones, terrazas y acequias.
En este lugar tan original había un continuo trajín: siempre venían los estudiantes y los campesinos para recibir los consejos de don Juan Manuel. Por las tardes, en una salita, se reunían las gentes importantes de Arequipa en los conversatorios de La Pacpaquería, reuniones para charlas que se daban extensamente. Los asistentes eran llamados “Los Pacpacos”, nombre indígena de los búhos.
En Arequipa, según Mario Polar, llegó a ser un honor ser pacpaco, que era casi sinónimo de intelectual renombrado. En los meses del verano, las visitas merodeaban desde muy temprano. Ahora bien, las reuniones vespertinas eran las clásicas.

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Mario Polar describe a "Papa Juan" exactamente.

VALIOSO
También acudían “Los Apaches”, extraños pobres vergonzantes que retiraban, de las paredes exteriores de la Pacpaquería, los cigarros que Polar dejaba archivados en las porosidades del sillar. Ellos también tomaban sus copitas de pisco que bebían de inmediato. La invitación corría a cargo de don Juan Manuel.
Resultó ser el último de los once hermanos Polar Vargas. No fue doctor y, según se cree, ni siquiera concluyó la educación secundaria. Pese a ello, como lector apasionado y autodidacta, llegó a poseer un variado surtido de conocimientos que iban desde la Literatura y la Filosofía hasta la Astronomía.
En compañía de Ernesto Gunther, fundador de la Cervecería, tradujo un tratado de Cosmología. Escribió, asimismo, obras para teatro y publicó hasta tres libros: “Don Quijote en Yanquilandia, “Comentarios” y “Al Margen”.
Era un varón altivo de mediana estatura, aunque más alto que bajo. Muy delgado e intensamente masculino. El cabello entrecano lo llevaba muy corto y usaba una barbita en punta, que ponía de resalto su rostro enjuto. Mirada atenta, aguda, penetrante. Sin embargo, lo definen como la cordialidad en persona. Lo era evidentemente
Maestro de educación primaria y secundaria. Cuando ingresaba a clase nunca se quedaba en el pupitre. Se sentaba en una silla al centro del aula y los escolares salían de las carpetas para rodearlo. Un narrador estupendo y vivido.
Como profesor de historia, daba a los personajes, un color y un calor humanos realmente impresionantes. Mientras él hablaba, el silencio era profundo. Para sus alumnos, Cristóbal Colon y Francisco Pizarro los personajes de carne y hueso, emocionantes, estampas de coraje y de valor.
Polar hablaba con palabras llenas, cálidas, A veces solía bajar la voz hasta el susurro. Como todo orador nato, un expositor consumado. La muerte de Atahualpa, las aventuras del Demonio de los Andes, las epopeyas de Grau en Angamos se quedaban grabadas para siempre. Enseñaba en varios colegios y el esfuerzo que desplegaba resultaba admirable.

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La Arequipa de los años 20 y 30 que albergó a Polar.

FUMADOR
Un magnetismo total, aunque mientras hablaba fumaba unos horrendos cigarrillos amarillos. Jamás negaba ayuda a quien se lo solicitase. Sobre todo, a los más pobres. Las necesidades de los otros eran sus necesidades
Aconsejaba a la gente a cada rato sobre el quehacer de la vida. Sus opiniones la seguían al pie de la letra y, evidentemente, jamás cobraba un centavo: completamente desinteresado. Como si esto fuese poco, se daba tiempo para visitar a los enfermos y acudía a las casas donde hubiese una aflicción. La consolación llegaba con Polar. Vestía siempre de negro con un sombrero de paño en la cabeza.
Enfermó de un momento a otro. Lucía en la cama muy demacrado. Su cuarto muy sencillo y hasta pobre conformado por un catre, una pequeña mesa de noche, un lavatorio con su jofaina. Había también una mesa desvencijada llena de libros y papeles con un armario en la pared.

PEDIDOS
En esas condiciones llamó a sus sobrinos, entre ellos Mario Polar y otros tres más, a quienes les dijo sereno y vigilante de las reacciones: “Quiero morir con la resignación y el valor de los hombres”. Se fue de este mundo 16 días después.
Les pidió a sus parientes que lo enterrasen en un ataúd sencillo sin lujo alguno, a las cinco de la mañana, absolutamente en privado. Que a las exequias no invitasen a nadie. Que no se permitan ceremonias. Ni tampoco discursos de ningún tipo.
Los periódicos daban cuenta, todos los días en primera plana, del estado del paciente. Arequipa, sin excepción, estaba unido a Polar en su lecho de dolor. Cada día empeoraba su salud. Como un quijote y un santo.
Mario Polar, en el libro para su nieto, cuenta: “Murió sin quejarse, mordiendo con los dientes el dolor, luchando contra la traición de la carne”. Cuando vino la parca, un aura de serenidad le cubrió el rostro que, definitivamente, irradiaba paz por todos los lados. Era el 22 de marzo de 1936. Había cumplido 68 años.

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Toda una multitud fue al entierro de Juan Manuel Polar

No fue posible cumplir el total de sus encargos. Efectivamente se impidió que lo velarán en la Municipalidad, que no hubiese honras ni discursos en el sepelio. Pero no se pudo evitar que lo enterrasen en pleno día. El pueblo lo pidió y tuvo que hacerse así.
El Concejo Provincial de Arequipa y el Gobierno después decretaron duelo en la blanca ciudad, ratificando el cierrapuertas que espontáneamente se produjo. La población se volcó sobre la casa de Santa Catalina donde era velado. Pero uy pocos pudieron entrar.
El cortejo llenó varias cuadras. Los gremios, dentro del desorden general, organizaron-como pudieron- la larga marcha porque todos querían cargar el féretro. Primero fueron los amigos. Como en una procesión, los cargadores se turnaban con frecuencia: los estudiantes, los obreros, los ferroviarios, los curtidores. Todos tuvieron su turno. Así, en honor a multitud, se fue de este mundo y enterrado el hombre, el maestro, la figura principal de Arequipa de esos tiempos. (Edgardo de Noriega)

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