Juan Manuel Polar Vargas nació en Arequipa el 22 de febrero de
1868. Sus padres fueron el entonces Canciller de la República Juan Manuel Polar
y Carasas y María Manuela Vargas Maldonado. Sus datos biográficos son escasos.
No obstante haber sido, sin lugar a dudas, un personaje de polendas. Poco se
sabe de sus primeros catorce años de vida.
Exactamente 54 años se dedicó a
la enseñanza, desde que era muy joven. Primero en planteles particulares y,
desde 1902, en el Colegio Nacional de la Independencia Americana. Allí dirigía la
sección primaria y resultó ser el mentor principal del conglomerado humano que
se juntaba en ese centro de estudios, de tanto prestigio que, dicho sea de
paso, hasta ahora existe.
Su discípulo, el famoso y
caustico periodista Federico More, dijo de él lo siguiente: “Nosotros, en el colegio, no lo conocíamos
sino por don Juan Manuel. Lo comparábamos con los profesores severos y con los
inspectores inexorables. Sabía olvidarse de cuando no sabíamos dar la lección.
En ese colegio de incrédulos, de masones y de ateos-lo diremos con las palabras
que las viejas usaban entonces- don Juan Manuel fue el único que nos llevó y
nos infundió un encantador y aristocrático sentido religioso. No nos enseñó la
piedad, sino que nos enseñó a ser piadosos”.
OTRO RECUERDO
Por su parte, otro maestro como
el que fue director del mismo colegio y asimismo abogado, Horacio Morales Delgado, recuerda a Polar de la siguiente manera: “Las mañanas estaban destinadas por él para
sus “piojos” de la primaria y cuando llegaba yo dejaba todo quehacer de director
y le acompañaba hasta su aula del día
Luego añade: “Los chiquillos ya habían adelantado una
comisión receptora que requería de su maestro: la entrega de los anteojos, la
cigarrera, los fósforos, la libreta de anotaciones para alinearlos anticipadamente
sobre el pupitre. La clase integra esperaba ansiosa, diariamente, como si cada
día fuese la primera vez, después de mucho tiempo, la llegada de una persona
muy querida”
También fue Catedrático de la
Universidad Nacional de San Agustín. Este centro superior de estudios le otorgó
el grado de Doctor Honoris Causa, en mérito de su brillante labor intelectual y
académica desarrollada a lo largo de los años.
Otras actividades desarrolladas
por Polar fueron las siguientes: Secretario de la Junta Departamental de
Arequipa. Miembro del Directorio del Tranvía Eléctrico, Secretario de la
Sociedad Eléctrica. También asesoró a la Cámara de Comercio, en la realización
de la Conferencia Económica de la Región Sur.
Fachada actual del Colegio de la Indepedencia.
Fachada actual del Colegio de la Indepedencia.
CATOLICO
Creyente de los verdaderos y un
católico por convicción. El famoso intelectual dio muestras de su religiosidad,
confesando públicamente sus creencias y ejerciendo sus preferencias de este
tipo como devoto de San Francisco de Asís.
Para el pensador cristiano Víctor
Andrés Belaunde, según dice en sus memorias “Arequipa de mi Infancia, Juan Manuel ha sido el tipo del caballero
franciscano, austero, sencillo, sobrio en sus gustos, gran amante de la
naturaleza, cultor de las tradiciones, alma de gran hondura religiosa,
enamorado del gran Miguel Cervantes Saavedra.
Encarnaba de un tipo de hidalgo
semejante al pintado en trazos inmortales por el Greco. Tenía aficiones
literarias: poeta de finos sentimientos, narrador incomparable para el cuento
vernáculo, definidor de caracteres, con acertado instinto de dramaturgo.
Era, sobre todo, un espíritu acogedor y
confidencial. Un alma esencialmente cristiana Se sabía de memoria capítulos
enteros del Quijote. Amaba a Arequipa en su depurada tradición y en los ideales
que parecían flotar, por encima, de las pequeñas ambiciones y de las menudas fantasías.
Un incomparable sondeador de espíritus. Ha desempeñado la altísima misión de
revelar, suscitar y alentar vocaciones.
Nació y vivió en una típica
casona arequipeña ubicada en la calle Santa Catalina al igual que sus once
hermanos los Polar Vargas, entre otros muchísimos parientes. Sólido inmueble de
sillar o lava volcánica, construido –posiblemente- sobre roca hacia 1840 0
1846. Es decir, en pleno siglo XIX. Sus paredes, de más de un metro de espesor,
con altos techos abovedados que superaron a todos los terremotos ocurridos en
la zona sur del país.
Polar: fiel devoto de San Francisco de Asís.
Polar: fiel devoto de San Francisco de Asís.
LA PACPAQUERIA
Según cuenta sobre la vivienda
Mario Polar Ugarteche en su ameno libro “Viejos y Nuevos Tiempos, Cartas a mi
Nieto”, sobrino carnal de don Juan Manuel a quien llamaba “Papa Juan”, las
rejas de fierro resguardaban las amplias ventanas que dan a la calle. Escaleras
hechas también con bloques de sillar. Patios de un naranjo solitario y compartimentos
grandes. Callejones abovedados con infinidad de habitaciones, terrazas y
acequias.
En este lugar tan original había
un continuo trajín: siempre venían los estudiantes y los campesinos para
recibir los consejos de don Juan Manuel. Por las tardes, en una salita, se
reunían las gentes importantes de Arequipa en los conversatorios de La Pacpaquería, reuniones para charlas
que se daban extensamente. Los asistentes eran llamados “Los Pacpacos”, nombre indígena de los búhos.
En Arequipa, según Mario Polar,
llegó a ser un honor ser pacpaco, que era casi sinónimo de intelectual
renombrado. En los meses del verano, las visitas merodeaban desde muy temprano.
Ahora bien, las reuniones vespertinas eran las clásicas.
Mario Polar describe a "Papa Juan" exactamente.
Mario Polar describe a "Papa Juan" exactamente.
VALIOSO
También acudían “Los Apaches”, extraños pobres
vergonzantes que retiraban, de las paredes exteriores de la Pacpaquería, los
cigarros que Polar dejaba archivados en las porosidades del sillar. Ellos
también tomaban sus copitas de pisco que bebían de inmediato. La invitación
corría a cargo de don Juan Manuel.
Resultó ser el último de los once
hermanos Polar Vargas. No fue doctor y, según se cree, ni siquiera concluyó la
educación secundaria. Pese a ello, como lector apasionado y autodidacta, llegó
a poseer un variado surtido de conocimientos que iban desde la Literatura y la
Filosofía hasta la Astronomía.
En compañía de Ernesto Gunther,
fundador de la Cervecería, tradujo un tratado de Cosmología. Escribió,
asimismo, obras para teatro y publicó hasta tres libros: “Don Quijote en Yanquilandia, “Comentarios” y “Al Margen”.
Era un varón altivo de mediana estatura,
aunque más alto que bajo. Muy delgado e intensamente masculino. El cabello
entrecano lo llevaba muy corto y usaba una barbita en punta, que ponía de
resalto su rostro enjuto. Mirada atenta, aguda, penetrante. Sin embargo, lo
definen como la cordialidad en persona. Lo era evidentemente
Maestro de educación primaria y
secundaria. Cuando ingresaba a clase nunca se quedaba en el pupitre. Se sentaba
en una silla al centro del aula y los escolares salían de las carpetas para
rodearlo. Un narrador estupendo y vivido.
Como profesor de historia, daba a
los personajes, un color y un calor humanos realmente impresionantes. Mientras
él hablaba, el silencio era profundo. Para sus alumnos, Cristóbal Colon y
Francisco Pizarro los personajes de carne y hueso, emocionantes, estampas de
coraje y de valor.
Polar hablaba con palabras
llenas, cálidas, A veces solía bajar la voz hasta el susurro. Como todo orador
nato, un expositor consumado. La muerte de Atahualpa, las aventuras del Demonio
de los Andes, las epopeyas de Grau en Angamos se quedaban grabadas para
siempre. Enseñaba en varios colegios y el esfuerzo que desplegaba resultaba
admirable.
La Arequipa de los años 20 y 30 que albergó a Polar.
La Arequipa de los años 20 y 30 que albergó a Polar.
FUMADOR
Un magnetismo total, aunque
mientras hablaba fumaba unos horrendos cigarrillos amarillos. Jamás negaba
ayuda a quien se lo solicitase. Sobre todo, a los más pobres. Las necesidades
de los otros eran sus necesidades
Aconsejaba a la gente a cada rato
sobre el quehacer de la vida. Sus opiniones la seguían al pie de la letra y,
evidentemente, jamás cobraba un centavo: completamente desinteresado. Como si
esto fuese poco, se daba tiempo para visitar a los enfermos y acudía a las
casas donde hubiese una aflicción. La consolación llegaba con Polar. Vestía
siempre de negro con un sombrero de paño en la cabeza.
Enfermó de un momento a otro.
Lucía en la cama muy demacrado. Su cuarto muy sencillo y hasta pobre conformado
por un catre, una pequeña mesa de noche, un lavatorio con su jofaina. Había
también una mesa desvencijada llena de libros y papeles con un armario en la
pared.
PEDIDOS
En esas condiciones llamó a sus
sobrinos, entre ellos Mario Polar y otros tres más, a quienes les dijo sereno y
vigilante de las reacciones: “Quiero morir con la resignación y el valor de los
hombres”. Se fue de este mundo 16 días después.
Les pidió a sus parientes que lo
enterrasen en un ataúd sencillo sin lujo alguno, a las cinco de la mañana,
absolutamente en privado. Que a las exequias no invitasen a nadie. Que no se
permitan ceremonias. Ni tampoco discursos de ningún tipo.
Los periódicos daban cuenta,
todos los días en primera plana, del estado del paciente. Arequipa, sin
excepción, estaba unido a Polar en su lecho de dolor. Cada día empeoraba su
salud. Como un quijote y un santo.
Mario Polar, en el libro para su
nieto, cuenta: “Murió sin quejarse, mordiendo con los dientes el dolor,
luchando contra la traición de la carne”. Cuando vino la parca, un aura de
serenidad le cubrió el rostro que, definitivamente, irradiaba paz por todos los
lados. Era el 22 de marzo de 1936. Había cumplido 68 años.
Toda una multitud fue al entierro de Juan Manuel Polar
Toda una multitud fue al entierro de Juan Manuel Polar
No fue posible cumplir el total
de sus encargos. Efectivamente se impidió que lo velarán en la Municipalidad,
que no hubiese honras ni discursos en el sepelio. Pero no se pudo evitar que lo
enterrasen en pleno día. El pueblo lo pidió y tuvo que hacerse así.
El Concejo Provincial de Arequipa
y el Gobierno después decretaron duelo en la blanca ciudad, ratificando el
cierrapuertas que espontáneamente se produjo. La población se volcó sobre la
casa de Santa Catalina donde era velado. Pero uy pocos pudieron entrar.
El cortejo llenó varias cuadras.
Los gremios, dentro del desorden general, organizaron-como pudieron- la larga
marcha porque todos querían cargar el féretro. Primero fueron los amigos. Como
en una procesión, los cargadores se turnaban con frecuencia: los estudiantes,
los obreros, los ferroviarios, los curtidores. Todos tuvieron su turno. Así, en
honor a multitud, se fue de este mundo y enterrado el hombre, el maestro, la
figura principal de Arequipa de esos tiempos. (Edgardo de Noriega)
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