domingo, 30 de abril de 2017

HISTORIA DE LA LITERATURA (IV) 1535-1914

La extensísima obra describe las etapas de una conversación. Olavide nos quiere convencer con argumentos, cuando Chateubriand seducía con imágenes. El interés de la obra se restringe a una erudita disertación de fundamentos de la creencia.  Su propósito es hallar en la fe una certidumbre y esto hace patético el pesado libro. Según Olavide, el corazón humano trae al nacer un insaciable deseo de felicidad y una necesidad irresistible de amar: débil e incierto, le hace un punto de reposo. ¿Quién no ve encerrada en esta confesión la vida entera de nuestro lánguido criollo?. Se acoge a sagrado en la vejez, aturdido por tantas cosas que se derrumban.
Años y desengaños lo abruman. La Inquisición dejaba de ser terrible- Nuestro compatriota sólo quería un rincón de paz en donde morir y el Rey Carlos IV le permitió volver a España en 1798. Tienen el acento de quien huyo para siempre del ruido mundanal los Ecos de Olavide, anteriores al Evangelio en triunfo, y el Salterio español, o versión de los versos de David que publicó en 1800. 
En su destierro de Sahagún, cuando cumplió la condena del Santo Oficio, había escrito ya, hablando de las manchas de mis muchos vicios”: Lávalas más, Señor. Haz que  tu sangre/borre y no deje más, de mis delirios, /que tu gloria de haberlos personado/y mi dolor de haberlos cometido. 

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Olavide: El criollo ilustrado

PENITENCIA 
El Salterio es sólo una larga penitencia poética. No tuvo dones líricos. El texto y la persona del rey David, por su pompa y sus salaces extravíos, le tentaban seguramente como un recuerdo propio. También volvió temeroso de castigos eternos, el salmo ardiente y desolado, después de amenas de orgía y de voluptuosidad. Tres años después de publicado el libro, se extinguió dulcemente en su retiro provincial, casi olvidado. 
El nombre de Olavide-nos cuenta su mejor biógrafo, Lavalle, sufrió completo ocaso en el Perú. Este vio una vez, en una galería de retratos de peruanos ilustres, que una limeña se acercaba a descifrar el nombre de uno de ellos, el de Olavide, murmurando: ¿Sería algún virrey! 
La fiesta colonial iba extinguirse. A pesar de la Inquisición, se filtraban rumores de la fulgurante libertad europea, y, como en Europa, explicaba la revolución un sordo rencor a la tiranía. Era ésta en el Perú irresponsable y más odiosa, porque eras más lejana. 
Jorge Juan y Antonio de Ulloa, que vinieron al Perú a mediados del siglo XVIII, advertían ya,  en sus famosas Noticias Secretas a que grado llegaba la aversión de criollos y españoles. A fines del siglo,  Terralla y Landa, en su “Lima por Dentro y Fuera”, cuenta que le enseñan al niño: a ser mortal enemigo/de cualquier hombre europeo. 
AVERSION
Aversión justificada algunas veces. Para el español eran las prebendas. Al pariente pobre, al soldado truhán, al hijo indigno se les enviaba a América. Su vanidad de advenedizos iba a afrontar la inflada vanidad del criollo. 
Y el limeño inteligente, pospuesto casi siempre, sería el mejor propagador de la independencia. Por natural reacción, vinieron con ella casi exclusivamente modas de Francia en literatura y en política. Angel Ganivet llamaba con acierto as este estado de ánimo “la escarlatina de las ideas francesas”. 
Treinta años, por lo menos, hasta consolidarse la independencia, la oraoria militar o política suplanta a toda literatura. No es el mejor momento esta larga batalla para ponerse a escribir libros y en realidad no los hay: sólo proclamas, bandos, arengas. La literatura que va a preceder al romanticismo ya está exaltada. 
Se observa en ella la más sorprendente mezcla de motivos clásicos con el acezado lirismo de Rousseau. Roma y Grecia son actualidad inmediata y familiar. Algo más tarde, en una rimbombante Victoria del Lago Negro canto a Santa Cruz (Cuzco 1835) se dice a cada instante: “cual Aquiles, cual Solón. Los guerreros elogiados son “los romanos de Numa en el hogar doméstico y los esparciatas de Leonidas en el campo de batalla.
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Lima antigua por esta época.

CURIOSO 
Y aquel curioso “ciudadano Vidaurre, que llena los primeros años de la república con su actividad discutidora y beligerante, después de hablar, una arenga, de la “inmortal romana”, dibuja la estampa sentimental como Rousseau: “¡Qué momento aquel en que se dio la mano a la amada y se la retiro para tomar el fusil” 
De tanto rumor no queda nada. Entonces y en mayor grado que nunca el literato es político. Si queremos buscar un acento de veras patético, alguna poesía personal, en los primeros años del siglo, la hallaremos en el arequipeño Mariano Melgar, nacido en 1796, fusilado en 1814. 
Sus versos son preludios de una melancolía autóctona, donde a españolas guitarras se mezclan ya sones de quenas. De su breve vida-una vida sin opresión- nos quedan dos imágenes prestigiosas: el poeta ocupado en fundir cañones y sus restos trasladados en Arequipa con el gorro frigio encima de la urna fúnebre. 
Le debemos el haber querido fundar un genero nacional, el yaraví, que hubiera podido ser nuestra dolora. En la aterida sierra peruana, cuando el indio se queja en la menos pánica de las flautas, porque exhala un dolor desnudo y sin consuelo. 
MELGAR
Cuando en rotundas montañas sube aquella estridente congoja que se quiebra para volver a elevarse infatigablemente, podemos imaginar su  transposición en coplas: dos ritmos breves y un sollozo como en Manrique. 
Lo intentó sin completa fortuna nuestro Melgar. Dejó escritos en lengua tersa canciones y yaravíes, algunas de aquellas encantadoramente simple: Donde quiera que vayas/te seguiré, mi dueño/así en eco halagüeño/mi bien me consoló/ ¡Oh suave! ¡Oh dulce acento!/Pero…¿para qué canto?/Callado placer tanto/guste mi corazón. 
Y tiene un eco peruano inconfundible este yaraví, el mejor de Melgar a mi juicio: ¿Con que al fin tirano dueño,/tanto amor, clamores tantos,/ tantas fatigas/ no han conseguido en tú pecho/más premio que un duro golpe/de tiranía? Tú me intimas que no te ame, diciendo que no me quieres.¡Ay, vida mía, y que una ley tirana/tenga de observar, perdiendo/mi triste vida!/Yo procuraré olvidarte y morir bajo el yugo/de mi desdicha:/pero no pienses que el cielo/deje de hacerte sentir/sus justas iras./Muerto yo, tú llorarás/el yerro de haber perdido/una alma fina,/y aún muerto sabrá vengarse/este mísero viviente/que hoy tiranizas./ A todas horas mi sombra/llenará de mil disgustos/tu fantasía,/y acabará con tus gustos/el melancólico espectro/de mis cenizas. 
CLIMA 
El  favor constante de la hipérbole política, la oratoria iracunda y generosa a la vez, nos harían pensar que se propagaba un clima espiritual muy favorable a la encantadora aberración romántica. 
La realidad es diferente. Poco ha cambiado la vida de Lima. Además de ciertas novelas políticas como  Los Amigos de Elena, de Casós, el documento más interesante para juzgarla son  “Las Peregrinaciones de Una Paria” de Flora Tristán. 
Flora, la nieta de aquel último virrey sin virreinato, es  francesa de educación y alguna vez peruana de vocación. Con Santa Rosa y Miquita Villegas-se me excusará la irreverencia del paralelo,- compone una trinidad de gracia en una ciudad tan favorecida por el ingenio de la mujer. 
Y la anexaríamos con gusto a nuestra literatura  si no hubiera escrito en francés sus libros. Flora que estuvo en Lima y en  Arequipa de 1833 a 1834, nos dice de la primera: “Lima es juna ciudad enteramente sensual y la belleza se disputan allí el imperio, como en París bajo la regencia o en el reino de Luis XV.

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Mariano Melgar: poeta arequipeño

LIMEÑAS
Parece que las limeñas acapararán la débil porción de energía que esta temperatura  cálida, embriagadora, permite a sus felices habitantes. Nos cuenta luego la perpetua fiesta: nos presenta a esos hombres que hablan elocuentemente de abnegación y de patria, más sólo piensan en sus menudos intereses. Acerbo es el cuadro, pero veraz la narradora. 
Y en ese ambiente templado de sociedad, en esa molicie mesurada de las almas y de las horas, va a  estallar la tristeza huracanada, la desesperación ceñuda y solitaria, la demente cólera, toda la desmedida “tempestad bajo un cráneo” de los privilegiados del dolor. 
¡Los románticos! “Ser byroniano, decía Barbey  d’Aurevilly, no es formar parte de una escuela, sino de  una raza”. Nuestros románticos fueron una raza y querían serlo aparte, más aristocráticamente tristes que los demás humanos. 
Siempre las mujeres (“ingrata” o “querub”) les hacen daño. Ellos no se contentan con bostezar su vida”, como el vizconde de Chataubriand: la lloran tan aparatosamente que su llanto no parece literatura. Si sufrieran de veras, tal no se quejarían. Hay una decencia estoica, una gan decencia moral a la de Vigny, en aguzar las puntas del más fiero dolor sin degradarlo en quejas fútiles. Ofende, en cambio, la poesía redundante y lastimera que fue la nuestra. 
CONTINUIDAD 
No maldecimos de los románticos porque fueron románticos. En general les faltaba precisamente lo que distingue a los grandes en Europa: continuidad en el delirio, sincera correlación de vida y obra. Escribieron, pero no vivieron en hipérbole. 
Una nueva escuela de críticos, presidida por el admirable Charles Maurras, combate en Francia el romanticismo en nombre de la tradición de mesura y de gracia, de clasicismo. No es extensiva esta crítica al Perú. 
¿Qué tradición teníamos? Censuremos, pues, a nuestros románticos porque no hicieron locuras por Teresa, porque en nupciales venecias no extraviaron un aturdido amor, porque no eran capaces, como el don Juan inglés, de ir a pelear en Grecia cuando el lirismo y la libertad tocaban a rebato. 
Los sentimientos que inspiran a esta poética-las ideas, si es lícito investigarlas en los poetas-son los mismos que los críticos franceses señalaron en los románticos, un individualismo ezxasperado, su extremada vejez de adolescentes aburridos (“Yo he vivido diez siglos en un dia”, dice nuestro Salaverry): el sentimiento de una grande y vaga injusticia que con ellos comete un destino oscuro. 
AUTORES 
La vanagloria del hastío. La juvenil jactancia de la melancolía. La urgencia de morir. La pasión de morir. Concilian esta desesperación con la creencia en un  Dios providente. “Preferimos la fe de nuestros antiguos poetas a la negación de creencias, al escepticismo desconsolador de los modernos dramaturgos de Francia, dice juzgando un drama de Salaverry el que pasaría más tarde por volteriano feroz, Ricardo Palma. 
Sólo en depuradas antologías puede leerse sin tedio nuestro romanticismo y entonces no discernimos nombres o tendencias en esta comunidad de melancolías. Comienza un poco tarde. De 1858 son ”Las Cartas a un Angel”, de Salaverry. “La Lira Americana” de Palma (1868) y “El Parnaso Peruano”  de José Domingo Cortes (1871) nos presentan como reciente esa literatura. 
De 1850 a 1870 ocurre su mayor intensidad. El cataclismo político ha influido en las letras acerbamente y romanticismo es casi sinónimo de libertad para el escritor. Y el mejor orientado de nuestros poetas, Salaverry, lo ve con toda sutileza. 
“El clasicismo en el mundo literario es como la anarquía en el mundo político. El clasicismo no es otra cosa que el despotismo del precepto literario y la poesía de nuestros jóvenes vates, el canto de la América no puede someterse a otro yugo que al de la razón, ni a otro imperio que al del genio de la libertad.
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Carlos Augusto Salaverry: vate del amor

POETAS 
Ser romántico es, pues, una manera de ser patriota y por dos rutas paralelas vamos a Francia. Así se juntan curiosamente en esta literatura los cantos marciales de la libertad recuperada y la desesperación de la vida sin sentido, la exaltación y el decaimiento, el entusiasmo y su antídoto. Y así no nos sorprende que nuestros revolucionarios fueran tan a menudo poetas en ruptura de lira. 
Tenían como el lánguido personaje de La Martine, “alas que abrir pero no aire suyo para sostenerlas. La literatura conducía a todo, hasta a ser diputado y ministro ¿Fuimos revolucionarios porque éramos poetas o viciversa? Enigma de aquellos tiempos afiebrado. 
La división del trabajo nunca fue ley peruana ni en economía ni en política. Lirismo y acción se acumulaban, por donde tuvimos tantos políticos y románticos y tantos literatos extraviados en la política. 
Y, sin duda, a causa de esto fue la nuestra una literatura inexperta alocada y exorbitante. La poesía, y la más intencionada y la más romántica, comenzaba a no ser sólo patrimonio de los poetas. 
YARAVI
 Son cantores de jarana-los negros Código o Mereñeque de la novela de Casós-quienes prepararon la abolición de la esclavitud con subversivas coplas. En saraos alegres en donde acaba de bailarse la moza-mala, en donde los elegantes de frac negro y camisa a lo Luis XV, no han adoptado todavía las actitudes fatales, una limeña coge la vihuela y despunta con el melancólico yaraví: 
Cuando en mi sepulcro frío/esté después que no viva,/con fuerza la más activa/revivirá el amor mío;/cuando todos los amores del mundo hayan acabado,/y cuando no haya quedado/sombra de los amadores… 
Influyen, sin duda, en los poetas Bécquer, Espronceda, Meléndez Valdés, pero sobretodo Víctor Hugo, Lamartine y Musset.  Como Palma, Salaverry y Cisneros, algunos de nuestros románticos vivieron años de juventud en París. 
Todos conocen el francés. ¿Nombres? Pueden citarse innumerables o ninguno. Las antologías de los críticos citan a Corpancho García, Márquez, Castillo, Villarán, Fernández, etc. etc. En realidad, sólo merecen retenerse los nombres de Clemente Althaus (1835-1881), Luis Benjamín Cisneros (1837-1904), Carlos Augusto  Salaverry (1831-1890) y más tarde Pedro Paz Soldán y Unanue, Juan de Arona  (1839-1895). 
TRANSICION 
Althaus ofrece la mezcla singular de clasicismo y romanticismo que podría señalar la transición. Alguna vez el romántico puro como Salaverry, le reprocha su “inspiración encadenada a la antigua forma de los clásicos”. 
“Cantas a España, agrega, cantas a una espada, y ni una sola palabra de libertad, ni un solo pensamiento republicano, ni un solo grano de incienzo para el altar de  la democracia”. Mezclados en   su heteróclito libro “Composiciones poéticas”, hallamos un lirismo empapado en lágrimas, una casta personalidad del Siglo de Oro y hasta una amena sonrisa. 
Había publicado en 1862 Poesías religiosas y patrióticas y Poesías varias. Sus maestros eran a la vez  Fray Luis de León y Chateaubriand. Inspiración religiosa siempre (Las Cautivas de Israel o Canto Bíblico). 
Alguna queja noble detiene al lector por un instante: Cuando en mi muerte próxima y temprana/en la vecina iglesia triste doble/de los agonizantes la campana;/cunado sin alma esté mi cuerpo innoble/y cual cera amarillo;/cuando al sonoro impulso del martillo/el postrer clavo mi ataúd taladre/cuando por fin, en indolente priesa/escondan mi cadáver en la huesa, me llorarás tú solamente, madre. 
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Luis B. Cisneros incluido en este estudio

PREDECESOR 
Epico fue el hermoso poema El Dos de Mayo; y debemos encomiarle por esa poesía “A América”, donde el poeta canta el continente destinado a futuros asombros. “Tuyo será el porvenir”, dijo Althaus mucho antes que Chocano. 
Predecesor inmediato de éste en la épica. Romántico juvenil en dos novelas, Edgardo y Julia. Preparsiano, como si más que en Víctor Hugo se inspirara en los flamígeros acentos del padre Dante. 
Luis Benjamín Cisneros escribe en su juventud “Aurora Amor”  y una admirable Elegía a la Muerte de Su Majestad el Rey Alfonso XII . No todo es excelente en aquel poema incompleto, que la parálisis le impidió concluir. Pero los fragmentos que podía balbucear en las treguas del mal nos indica, como los acentos de La Elegía, al gran poeta que perdimos. 
El más sincero, el único admirable sin reservas es Carlos Augusto Salaverry. Hijo del popular caudillo Salaverry, que pereció fusilado cuando nuestro poeta tenía sólo seis años, parece que llorara siempre esta orfandad. 
LIRISMO 
Su aparición en la literatura tiene la búsqueda de un Musset. En 1851, a los 21 años, cuando hace representar  su drama “Arturo”, es un desconocido en el Perú. Mientras que, en 1858, cuando comenzó a publicar sus “Cartas a un Angel”, las interrumpió -dice  Palma- “ a pesar de la ansiedad con que era esperada por el público cada carta, porque creía, en lo que tal vez estamos de acuerdo, que se profanan ciertos misterios del alma lanzándolos a los cuatro vientos del mundo”.
Esos “misterios” los supo velar y nos conmueve su reticencia en el universal diluvio de lágrimas. A este militar poeta le supongo haber querido seguir el ejemplo de Vigny. Espolvoreadas de cenicienta melancolía algunas páginas, entre ellas, “Acuérdate de mi”, pudieran ser los ápices del lirismo peruano. 
Nuestra literatura, tan terrestre, conoce allí el arranque para el vuelo durable. Dejo sonetos redondos. Su amigo Manuel González de La Rosa me contaba un día el encanto y vanidad de Salaverry al compoinerlos, pues se jactaba de ser inimitable en esa fina labor de alfarero verbal. 
Prefiero algunos de sus poemas de aliento y en todo caso ningún romántrico nuestro dejó un libro tan armonioso como Los Albores y Destellos”  de  Salaverry. ¿Era todo lirismo mientras tanto? Sospechamos que no, y don José Pardo, poeta menor, nos lo señala: En romántica canción,/¿quién te dirá angel de luz,/y te traerá a colación,/herética maldición,/una tumba y una cruz?/Yo no, chica, pues confieso,/aunque inocentada tal/puede costarme un proceso/que nunca con buen suceso/he sido sentimental.

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La Lima que fue inspiración de versos y creaciones

GUITARRAS
Con buen suceso como dice el simpático galicista, fueron pocas veces sentimentales los peruanos. Su género favorito-lo hemos dicho era la musa de Caviedes o de Palma. La Lima que describiera Terralla ha cambiado apenas.
La iglesia está  más desierta que el coloniaje. Pero es tan suntuosa como antaño. En la Alameda resuena el mismo son de jácara, la encendida querella de guitarras acordes en noches áticas y aterciopeladas. 
Aún hay tapadas que saben danzar la zamacueca y aguzar un donaire, beatas de convento que son ve corre y diles de enamorados, sospechosos veteranos de cien combates y mixtureras y aguadores, y procesiones festivales en donde ya no podemos lamentar miserias de Nazaret, porque trescientos años de obsequios hicieron al Cristo rico y a la Dolorosa millonaria. 
Vida criolla que encerraron en comedias de corte español y limeña gracia Felipe  Pardo y Manuel  Ascencio  Segura. Preceden a los románticos, propagando casi al mismo tiempo que éstos gemían, el realismo y la sátira irreverente. 
Contemporáneos semejantes en aguda vena y sentido realista, ellos realizan la más interesante tentativa de nuestra literatura: la fundación de un teatro criollo, que se va a extinguir con ellos. Felipe Pardo (1806-1868) es nuestro mejor satírico.


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Felipe Pardo y Aliaga creativo impecable de aquellos tiempos

GUSTOS 
Pretextos justificados tuvo en su agitada vida para amargarse y le sobraron a este peruano educado en España que volvió sólo al Perú a los veintidós años con gustos clásicos y europeos. Siete años antes  se instala la flamante república peruana. 
“Viva la Libertad” murmura Pardo en sorna. Y en realidad ésta es por el momento una mentira convencional. A Pardo, educado en la doble aristocracia de la España tradicional y del clasismo, le ofenden a la vez la hipérbole literaria de entonces y la forzosa mezcla de clases que iguala al noble de ayer-decía a su hijo en un verso- “con el negro que  unce tus bueyes”. Y al pueblo soberano le asesta el famosísimo soneto que comienza: Invención de estrambótico artificio/existe un rey que por las calles vaga/rey de aguardiente, de tabaco y daga/a la licencia y el motín propicio.

Igualdad ilusoria es la del Perú. Más que a ningún limeño debía sorprenderle a Pardo, como le sorprendió a Flora Tristán el contraste de las grandes ideas pregonadas con los menudos intereses perseguidos: la mentira ciudadana, cuando la profunda separación de clases continúa. En su felicísima “Constitución Política” aconseja al ciudadano de entonces: tener un pantalón y una camisa./que aunque no es ilegal votar en cueros,/ guardar conviene al qué dirán sus fueros. 
COMEDIAS
Vio la comedia peruana y se río. Más no se mantuvo indemne. Se mezcló a ella fervientemente, tomó parte en nuestras revoluciones, continuó. El que comenzara siendo limeño de importación lo era ya cordial y dolorosamente. Con los años y las amarguras se va acedando la sátira. Es política sobre todo social a veces. 
En sus comedias  “Una Huérfana en Chorrillos” o “Los Frutos de la Educación”, censura la libertad de esta vida: carnaval de rompe y rasga, “zamacueca de borrasca”. Y quizás por esto, porque el propósito del moralista era visible, las comedias no tuvieron gran éxito. 
En cambio ciertas prosas de “El Espejo de mi Tierra” y las admirables letrillas conservaron constante actualidad en nuestra Lima. ¿Quién no conoce allí el famoso viaje del niño Goyito? Y sus letrillas Qué guapo chico  o El Ministro  son ejemplos de la más leve y salada caricatura peruana. 
Menos intención tiene la burla de Segura. El coronel Manuel Ascencio Segura (1805-1871) sigue el intento de Pardo puesto que su primera comedia “El Sargento Canuto” es de 1839 y aquel estrenara diez años antes. 
Segura es el criollo nato. No ha observado, ni puedo hacerlo, con ojos imparciales de espectador, con reticiencias de español habituado a la comedia elegante, como Pardo. Describe en el más fácil verso la festiva vida que adora, con infatigable saturnal de limeñas de “medio pelo”, solo avezadas, como en Los Lances de Amancaes, a echar cintura en el baile, a la más aviesa lisura en réplicas mordaces, a beber chicha, a seducir siempre con la antigua travesura de la tapada.

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Famoso libro de Pardo

OPINIONES 
Critica la burocracia en “La Saya y  Manto”  o nos dibuja en “Ña Catita” a la vieja entrometida de los conventos, mentidero ambulante y cronista menor de la ciudad. Más todo le hace gracia, ¡qué digo! 
 Probablemente no querría vivir en una Lima sin taimados burócratas y viejas entrometidas, sin novios lánguidos que suspiran bajo un balcón, sin mujeres  de genio alegre y deplorable vida, sin beatas santurronas que se detienen en la calle a deshacer, para que nadie pueda pisar el santo símbolo, la cruz formada por dos astillas de madera. 
Ama como Ricardo Palma a  su Lima vieja y se comprende que colaborarán ambos en una linda comedia: “El Santo de Panchita”.  Los artículos  de “El Espejo de mi Tierra” de Pardo, que Segura continúa en sus cuadros de costumbres. 
 Las comedias de ambos y las letrillas del  primero. La chispeante poesía de Ricardo Palma. Las sátiras en prosa y verso de un infatigable y temible burlón, como Manuel Atanasio Fuentes, autor, con Palma y otros de uin agudo “Juicio de Trigamía”.

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AUTORES
Los chispazos de Juan de Arona. Las más modernas agresiones festivas de Federico  Blume y José María de la Jara, hasta las más actuales jocosidades de  Leónidas Yerovi, constituyeron una literatura del mismo acento, surgente continua de franca risa, cuyo abolengo esta en Caviedes, la más nacional sin duda, la única propia, porque el ingenio en hombre y mujeres fue siempre la virtud  o la flaqueza de Lima. Literatura anónima muchas veces y casi siempre política se extravía en periódicos de pasajera vida: El Moscón, El Murciélago y La Neblina. Continuará. (Editado, resumido y condensado del libro “Obras Escogidas de Ventura García Calderón”, destacado intelectual peruano que, con sus estudios, rescata los orígenes culturales de este país. Nació por un azar patriótico en Paris, retornó al Perú donde estudió. Posteriormente volvió a Francia en 1905 salvo cortos intervalos por aquí, Rio de Janeiro y Bruselas hasta 1959 en que murió, siempre habitante de la ciudad luz)

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