En las demoliciones de Voltaire,
en los evangelismos de Rousseau, los historiadores de la gran revolución
hallaron siempre la fuerza explosiva de esa fiesta de sangre que se torna
seria, terriblemente seria, después de ser sonrisa de enciclopedistas.
¡Las musas del arroyo que iban
cantando sobre las cureñas de los cañones, estaban disfrazadas de Minervas!
Veamos cuales fueron paralelamente ambas ideologías francesa y alemana en un
siglo. Aplebeyada y sangrienta, la libertad transformada al universo.
Los filósofos que aprendieron en
Rousseau la mentira del “contrato social”, aspiran a una fraternidad ilusoria,
perro románticamente perseguida, que se traduce en proyectos de falansterio
universal o en el Viaje a Icaria de Cabet, que parece la égloga de un sociólogo
extraviado en la lírica.
Desde entonces Francia sólo
quiere trabajar para un mundo libre. La humanidad por redimir es siempre la
obsesión de sus hijos selectos, de su poeta Víctor Hugo, de su más reciente
enciclopedista, Emilio Zola, de su filósofo más popular, Augusto Comte.
Ninguno de ellos ofrece en vida y
obras tan singular contraste como este último. El positivista, el paraninfo de
la literatura naturalista, predica una religión de la humanidad aún no
extinguida. Los cielos están desiertos, más él no se arrodilla, como Villiers
de I’Isle Adam, ante las tinieblas, sino erige el altar de la comunidad humana.
Voltaire
Voltaire
PROGRESO
Pueden hacer sonreír ciertos
extremos de ese culto efectivo que nos refieren sus biógrafos. Pero se
prolongaba así ese mesiánico anhelo de connivencia mundial tan socorrido para
todos los oradores. Estaba entonces pura y preñada de venturas probables la
palabra “progreso” que ya no nos atrevemos a emplear decentemente.
Va a llegar el año de 1870. Taine
a través de la escultura griega, está buscando para Francia la salud del “buen
animal” humano. Renán, el suave Renán, hostil a toda brutalidad histórica,
procura hallar en la ciencia un porvenir de concordia universal.
Ambos aman a Alemania por su
rumor de alameda socrática en donde se discuten los valores humanos, desde la
religión con Strauss hasta la realidad del mundo con Kant. Y ambos filósofos,
si los Goncourt no mienten, quedarían desconcertados, alelados, al ver la suave
Gerrmania del alquimista Fausto y del romántico Wilhelm Meister se convierte en
el ejército asolador del “año terrible”
Ellos sólo conocían otra, la que
comienza en Weimar con Goethe y es una sucursal de Grecia bajo los tilos. En
Goethe, en Lessing estalla el mismo asombro de los campesinos renacentistas de
Italia al descubrir en la gleba oscura el torso milagroso de Venus.
EMOCION
Circula en sus escritos una
emoción unánime y festiva que se traduce en la oda de Schiller. ¡Alegría,
divina alegría! Esa Alemania entrevista en la novela juvenil de Goethe o en la
“pequeña ciudad alemana de Kotzbue”, es una tierra de paz romántica en donde
persiste la quietud sentimental de los siglos medios.
Allí se deshojan margaritas para
adivinar como quieren los hombres, allí las palomas mensajeras del canónigo
Schmidt viajan hacia las ventanas ojivales, allí reina en las costumbres la
inocencia pascual y a veces “filistea” que describirá Heine en su Reisebilder.
Las Margaritas y las Carlotas se
dejan seducir únicamente por los alquimistas y poetas. Si alguna Minna de
Barmhelm adora a un oficial del ejército, le reprochará sonriendo su aire “demasiado
marcial, demasiado prusiano”
Y aquella preocupación francesa
de un futuro perfecto, esta palpable en la parábola del Euforión de Goethe, de
Euforión, el hijo inmaculado de Fausto, cuyo hermano futuro y deslayado sería
el superhombre de Nietzsche.
La filosofía que comenzara
negando la realidad del mundo sensible, viene a parar en el budismo inmanente
de Schopenhauer. La vida es dolor porque “la voluntad de vivir” rige la especie
y vivir es desear, y desear es padecer.
La muerte sin riberas, el
hundimiento indostánico en la nada será la mejor aspiración. Y en su parodia
terrestre, en el olvido que da el arte, sobre todo la música, cuanto pueda
paralizar el deseo, hallará la momentánea y sedante liberación de todo anhelo.
Rosseau y el Contrato Social.
Rosseau y el Contrato Social.
CERVECERIA
Segismundo, el Segismundo de
Calderón, ha emigrado a Alemania y está meditando en una cervecería de
Koenisberg, que la vida es el sueño de un Dios malvado como el viejo Thor de
las leyendas germánicas.
¿Cómo concuerdan estas negaciones
de la voluntad con el arranque guerrero? Se diría que están disociados un
pueblo y sus filósofos. No olvidemos la frase “demasiado prusiano” que
subrayara en el drama de Lessing.
Al pacifico bebedor de cerveza de
Múnich y aguardiente de Dantzig le han dado un casco de punta. Segismundo va a
poner en práctica los sueños regios de la mazmorra en que ha dormido. Y la
victoria, “la borrachera del éxito”, que censuraba Bismarck, mudará sonoramente
a la ateniense Alemania en una Esparta guerrera.
Esta Alemania triunfante y
operante necesitaba un filósofo. Lo tuvo en Nietzsche. ¡Ah! No muy
cariñosamente, porque en la mano de Zarathustra estaba el látigo. Para castigar
a su rebaño escarnecía “el empobrecimiento del espíritu alemán cuya causa busco
en un alimento compuesto exclusivamente de periódicos, de política, de libros y
de música wagneriana, a lo que es preciso agregar las causas que explican la
elección de tal régimen: el exclusivismo y la vanidad nacional, el principio
fuerte pero estrecho de “Alemania por encima de todo”.
Alemania: una belleza inagoable de Europa.
Alemania: una belleza inagoable de Europa.
DESCONFIANZA
Y luego: “la desconfianza
profunda, glacial que Alemania inspira desde que llega al poder-y la inspira
una vez más en nuestros días- es todavía un resultado de ese horror insuperable
que durante siglos Europa experimenta ante los furores de la germánica bestia
rubia, aunque exista apenas relación de categoría y mucho menos de consanguinidad
entre los antiguos germanos y los alemanes de hoy”
LO que en boca de Nietzsche no es
ya censura sino elogio. Toda su filosofía está basada en la magnífica
brutalidad de las razas fuertes, en su alegría terrible y “su espléndido gozo
de todas las voluptuosidades de la victoria y de la crueldad”. ¿NO nos parece
estar leyendo el prospecto de la guerra que él no vería y el manifiesto avant
la letre de un intelectual alemán?
Como la revolución ideológica de
los enciclopedistas trascendía a la calle y encharcaba en el arroyo, así llego
al cuartel el pensamiento del solitario de Sils María. El mismo Nietzsche ha
advertido ue las ideas son peligrosas.
Renán y el pensar.
Renán y el pensar.
Nadie sabe los estallidos lejanos
que esta dinamita mental poder provocar en las muchedumbres y tal vez llegará
el día previsto por Renán en que la profesión de pensar esté sólo reservada a
unos cuantos sabios prudentes.
Un periodista de l’Action
Francaise ha afirmado que los aviones alemanes no dejaban caer bombas sino
ideas en sus excursiones nocturnas a París. Tiene razón. Busquemos en la celda
del monje Lutero o el laboratorio de Goethe, en la isla de Tolstoy, la ermita
de Rousseau o el convento de San Vicente de Paul lo que será mañana santidad y
dulzura, ruina y catástrofe en las almas confusas del anarquista y de la
hermana de caridad. (Editado, resumido y
condensado del libro “Obras Escogidas de Ventura García Calderón”, destacado intelectual peruano que, con sus estudios, rescata
los orígenes culturales de este país. Nació por un azar patriótico en Paris,
retornó al Perú donde estudió. Posteriormente volvió a Francia en 1905 salvo
cortos intervalos por aquí, Rio de Janeiro y Bruselas hasta 1959 en que murió,
siempre habitante de la ciudad luz)
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