Como la vida era fácil, grandes
las casas y las familias generalmente muy numerosas, a nadie podía extrañar
esta mescolanza de gentes las cuales matizaban de modo tan original la vida
hogareña de la ciudad. Con muy raras excepciones, los amos trataban con cariño
a sus criados- Se formaba una especie de familiaridad entre servidores y
patronos.
Una acción y reacción recíprocas
se ejercían entre ambas clases y así no era raro se advirtieran entre los
caballeros, influencias pintorescas de los esclavos, y en estos, tonos y
modalidades señoriles. Hasta el orgullo de la casa penetraba en las almas de
los sirvientes de antaño, pues se sentían arraigados reciamente al solar de sus
amos y señores.
El negrito servía en su niñez
para jugar con los amitos. Era el compañero de las travesuras y muchas veces
algo más de un simple compañero, porque el nutricio juego de su madre esclava
había alimentado al señorito, creando un lazo y engriendo al servidor con el
pomposo y ya olvidado título de “hermanito de leche”.
Las amas de leche.
Las amas de leche.
EL PANADERO…
Sólo en casos extremos, cuando se
dividía la fortuna o ésta venía a menos, se resolvían las familias a desprenderse
de sus piezas de ébano. La época era ruda al respecto, pero dentro de la
relatividad de aquellos días, se procuraba suavizar las condiciones de los
macuitos como se les llamaba.
Cierto es, que, por faltas de
menor cuantía, se enviaba a los esclavos para ser azotados por el panadero del
barrio, quien tenía esa tremenda misión como siniestro aditamiento de su
oficio. Pero por lo general, en los caserones antiguos de las morenas y morenos
hacían una vida apacible, en la cual no pocas veces ponían notas sinceras de
fidelidad y de cariño.
La vida colonial tuvo, en esos
ejemplares condenados a la servidumbre, sus mejores y más eficaces medios de
comodidad y regalonería. Las negras contribuyeron a multiplicar la cocina y la
repostería limeña. Para evitar estuvieran en holganza, se les dedicaba a hacer
las más variadas pastas y dulces y este aspecto sibarita de la ciudad golosa
debe a las morenas cantarinas de otros días múltiples combinaciones culinarias.
Pero, además de este matiz, hubo
muchísimos otros, entre los cuales el más frecuente fue el de las amas de leche
y el de las llamadas originalmente amas secas. Patriarcal la vida, era
frecuente que la señora de la casa en cuidados cada año, no pudiera ocuparse de
su prole. Temerosa de debilitarse, no titubeaba en compartir y a veces en ceder
la misión maternal de alimentar a sus hijos.
De ahí la utilización de la negra
robusta para dar lo mejor y más blanco de su ser en beneficio de sus amos.
Nació así la mama enorgullecida de su misión y procurando conservar siempre su
influencia sobre el vástago postizo a quien dio el licor sagrado de su sangre.
El panadero a caballo en la colonia
El panadero a caballo en la colonia
CONFIANZA
Aquella costumbre explica la confianza
alcanzada por aquellas amas de los hogares antañones. Eran mimadas juntamente
con sus hijos- Para ellas eran los bocaditos especiales, la buena leche, la
comida copiosa, las chichas vigorizantes, las exquisitas gollerías, los
cuidados y respetos a sus genialidades para evitar insultos y pataletas fáciles
para avinagrar el nutritivo jugo del niñito.
Cuando la lactancia terminaba,
esta misma morena u otra, si acaso había llegado nuevos vástagos a la patrona y
a la nodriza, se hacía cargo como ama seca del nene ya destetado- ¡Eran tantos
los niños de una casa! Comenzaba entonces una nueva faz de esta segunda
maternidad.
Al lado de las amas, los
chiquillos comenzaban a hablar y a caminar en sus nacientes espíritus
seguramente algo se filtraba del misterio oscuro y de los atavismos selváticos
y ardientes de aquellas servidoras. Muchas de las aficiones y de las
modalidades colorinescas y supersticiosas de los antiguos pobladores de Lima
pueden encontrar una interpretación psíquica y fisiológica en este contacto
estrecho con los esclavos. Nuestros psicoanalistas podrían obtener de estos
datos muy curiosas deducciones.
Cuando termino la esclavitud, no
desaparecieron por entero las amas que hasta hace poco existían. No todos los
esclavos, como se sabe, hicieron uso del derecho dado por la obra de los
avanzados liberales revolucionarios del 55 y aún antes, por gentes de avanzada,
hecho aprovechado, como es frecuente, por astutos mandones.
La infancia en el periodo colonial.
La infancia en el periodo colonial.
AVISOS
Muchos se quedaron en los hogares
por
acto de voluntaria sumisión, ajenos en realidad a la libertad ofrecida. Y por
eso las amas continuaron sucediéndose. No es raro encontrar en los avisos de
defunciones de “El Comercio” la tierna invitación hecha por algún personaje
para el sepelio de su engreída y amada nodriza.
Aún las amas alquilonas venidas
después, se parecieron a las antiguas y reprodujeron algo del remotísimo
cuadro. Cuando terminaban su misión, volvían de cuando en cuando a visitar al
hijo y a recordar el vínculo con el “hermano de leche”
¿Cuál hombre de importancia,
llegado a altas posiciones, no tuvo siempre entre sus protegidos a los hijos de
su mama? ¿No hemos alcanzado muchos aquella frase con un sentido de sésamo
porque la utilizaban para romper antesalas odiosas, hombres humildes quienes
iban a solicitar la protección de un poderoso? ¡Los hermanos de leche!
Una ama con el niño que alimentaba.
Una ama con el niño que alimentaba.
Aquella costumbre de las amas ha
desaparecido por entero. Hieráticas nurses y descoloridas gobernantas han
sucedido, sin la sencilla y humildosa afectuosidad de otrora, a aquellas
mujeres ingenuas sabedoras de lindísimos cuentos relatados en los aposentos de
los niños y que ponían en su oficio un sentido realmente materno de solicitud y
amor.
CUNA
Aquellas dentro de su pueblerina
bondad ponían unos frescos adarmes de rústica imaginación y compartían con la
madre la misión encantadora de mecer canturreando la cuna del niño, de
enseñarle el primer esfuerzo intelectual y físico con la mojiganga del pollito
asdado y de explicarle más tarde, con relaciones fantásticas y consejas, como
podían volverse buenos los hombres, mansas las fieras y hablar los árboles,
cantar las fuentes, contar secretos las santas rositas y tornarse en oro
reluciente y sonante el polvo opaco y sordo de los caminos de la vida…(Páginas seleccionadas de las "Obras
Completas" que pertenecen como autor al consagrado escritor y político,
José Gálvez Barrenechea.
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