La impactante y grave noticia la
dio a conocer un colaborador directo de la familia en cuyo periódico trabajó
como hombre de confianza total y por eso, precisamente, se cree en la veracidad
de lo denunciado hace ya muchos años. El hecho ocurrió en 1971, cuando el país sufría las horcas
caudinas con la dictadura de Velasco. Pero hasta ahora, tras haber pasado más de cuatro décadas, nada se sabe con detalle preciso y menos las causas de lo
ocurrido. Todo quedó en el limbo
Lo cuenta el periodista Alfonso
Baella Tuesta, que se desempeñó como Jefe de la Página Política del diario “El
Comercio” hasta la expropiación del medio de comunicación que ocurrió en 1974,
en el libro, “El Miserable”, que escribió como denuncia furibunda en contra del
régimen militar de 1968 a 1980, cuyos presidentes de facto fueron los generales Juan Velasco
Alvarado y Francisco Morales Bermúdez
Lo revelado, concretamente, fue
lo siguiente: a la bella y gigantesca residencia del Director del
matutino de la Rifa, Luis Miró Quesada
de la Guerra, ubicada en la Avenida Javier Prado del distrito San Isidro, un
hombre desconocido ingresó a la vivienda, en la inmensidad de la
noche, saltando por el muro y comenzó a correr por los jardines de la casona.
El agente de seguridad se dio cuenta, le gritó que se detuviese, con la ayuda
de un perro bravo y como no lo hizo, le disparó varios balazos con su pistola y
lo mató.
Antes el vigilante, con el portero, abrieron
la reja principal. Cerca de las dos de la madrugada. Allí ingresó el
automóvil Mercedes Benz de don Luis. El director descendió del vehículo, entró
a la residencia.
Alfonso Baella Tuesta: implacable crítico de Velasco.
Alfonso Baella Tuesta: implacable crítico de Velasco.
EL PASTOR
El vigilante dio vueltas por el
jardín, sacó uno de los perros, un pastor alemán de dos años. Los otros se
quedaron encerrados. Para entretenerse, prendió un pequeño receptor de radio. El hombre dio otra vuelta, a las 3 de la mañana.
De pronto el pastor paró las
orejas, comenzó a gemir, avanzó con la trompa inquieto, quería soltarse. El vigilante se puso de pie. También él oyó algo. El pastor pugnó por
correr. El vigilante le puso la mano sobre el lomo, avanzaron.
Alguien había saltado sobre el
muro de la casa. Era un hombre, estaba allí, en un ángulo del jardín, en
cuclillas, como orientándose. El vigilante se tiró al suelo, el perro junto a
él excitado.
-Alto… ¿Quién es?
Silencio. El pastor era un
demonio, luchaba, ladraba, la sombra corrió junto al muro, quería ganar la
protección de unas plantas. El de
seguridad soltó al pastor que, veloz, se lanzó sobre su presa. Hubo un breve
forcejeo del animal con el hombre.
MIEDO
El Vigilante vio como el perro se
lanzaba feroz sobre el desconocido, no podría decir cuánto tiempo duró el
ataque. El animal parecía enorme. Más grande que cualquier hombre, negro el
lomo y grises las patas.
Los ronquidos feroces del perro
se ahogaron en un gemido. El de Seguridad sintió miedo, un silencio increíble
se abatió sobre el enorme jardín.
Estaban, frente a frente, el desconocido y el vigilante. Este agarró su
pistola. Se hundió en las hierbas apuntó y disparo cuatro veces. El hombre saltó,
se dobló y quedo inmóvil. Ya era un cadáver. El rostro casi intacto. Una de las
balas le voló la cabeza. Mas allá, al perro pastor tirado, como si estuviese
dormido, le salía un chorro de sangre por la boca.
El Vigilante corrió a la
residencia, luego de contarle los hechos, habló con don Luis lo siguiente:
-¿Llamamos a la policía?
-No. Vuelva. Trate usted de
reconocerlo, quizás está herido, en tal caso hay que llamar a un médico, a una
ambulancia.
-Doctor estoy completamente
seguro que está muerto sin camisa, sin zapatos, parece un pescador. Nunca lo he
visto. Es un muchacho, pero de un golpe de mano mató al perro. El pastor está
con el cuello roto. Es increíble la fuerza y la rapidez con la que ha actuado.
El libro de la revelación.
El libro de la revelación.
RESERVA
Las órdenes fueron precisas.
El vigilante sacó el automóvil,
puso muchos papeles en el asiento posterior y acomodó el cadáver. Abrió la reja
y se dirigió por la Avenida Javier Prado, hacia el oeste, como quien busca el
mar. Detuvo en el vehículo a la altura de la Avenida Prescott y ,como si se
tratara de un pasajero bebido más de la cuenta, saco el cadáver y lo dejó
recostado junto a un árbol. La ciudad, a las 4 de la mañana estaba desierta.
-Dejé el muerto en la Avenida
Prescott, en el jardín…
-Ahora ocupémonos del perro…
-Doctor, también he dejado al
perro junto al muerto….
El Director ordenó que se
guardara absoluta reserva sobre lo ocurrido, nadie, ni la familia, debería
enterarse del siniestro asalto de la madrugada. El vigilante se selló los
labios. Al medio día, rindió su informe:
QUE RARO
-He estado allí a las siete de la
mañana, a las nueve, a las diez. El cadáver ha desaparecido y también el perro.
Se han hecho humo. Nadie ha visto nada, no existe la menor huella de sangre, no
he soñado, he disparado cuatro balas de mi pistola, en el jardín hay un gran
charco de sangre, donde estuvo el perro. Y menos sangre pero la hay, donde
murió el hombre. Están los papeles sucios en el automóvil. No he visto
visiones.
El asalto ocurrió. Con qué
propósitos, nunca lo sabremos. ¿Quién fue el extraño visitante nocturno, joven
pero ducho en el ataque y la defensa, capaz de romper, en segundos, el cuello
de un perro pastor?.
El cadáver, en una zona
residencial, donde la vigilancia policial es intensa por las embajadas
diplomáticas que allí abunda, desapareció sin dejar la menor huella. Ningún
periódico dio la noticia.
A propósito, el diario “El
Comercio” estaba en serios problemas. Con un sindicato hostil, huelgas de por
medio. Asedio total de parte del gobierno militar que los amenazaba a cada
rato. La libertad de prensa vulnerada. Seguían las amenazas y después vino la expropiación. Asalto a la
residencia y cadáver de por medio. ¿Qué raro o no?
Por lo que leo se deduce que el hombre que ingreso a la casa de don Luis Miró Quesada era un militar encubierto del servicio de inteligencia. Pero lo inconcebible es que no se haya sabido mas del incidente que terminó con su vida. Las dictaduras, como la de Velasco, son capaces de hacer barbaridades que a la larga atentan contra la libertad. Ricardo Alvarado.
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