miércoles, 30 de septiembre de 2015

CACERES GRAN LUCHADOR SOCIAL

La faceta guerrera del héroe ayacuchano, Andrés Avelino Cáceres, es indiscutible por su entrega total de lucha aguerrida. Sin aceptar jamás la derrota, frente al abuso y la ambición de los chilenos durante la Guerra del Pacifico, de la cual fue uno de sus principales protagonistas.  Pero hay otra de ellas, como  parte de su innegable personalidad de eminente líder y conductor de multitudes, que ha comenzado, de un tiempo a esta parte, a ser estudiada a profundidad: la de ser un insigne luchador social preocupado a fondo por el indigenismo y la reivindicación completa de los aborígenes  y campesinos del Perú profundo, durante la época que le tocó vivir. A tal punto que ya se le puede considerar, con fundamento y respaldo histórico eminente, como un precursor de la inclusión social de los más pobres del Perú.
La investigación de esta parte de la vida del insigne peruano poco conocida dicho sea de paso,  ha sido realizada profusamente por el joven historiador formado en la Universidad Católica, Rodolfo Castro Lizarbe, quien es el autor del libro aparecido el 10 de mayo del 2014 que lleva como título: “Cáceres Prefecto del Cuzco. Documentos Inéditos (1877-1878).
 Allí en la publicación, con el análisis concienzudo de 65 documentos, 60 de ellos firmados por el caudillo de la Breña y el resto dirigidos a él o relacionados con su periodo prefectural, se muestra de por sí ello que es admirable y que confirma, plenamente, la humanidad a raudales y el sentimiento encarnizado del  valeroso militar y político que incluso llegó a ser Presidente del Perú, en dos oportunidades: de 1886 a 1890 y de 1894 a 1895.


Rodolfo Castro: una constante en el estudio de Cáceres.

PREFECTO
El Coronel Cáceres asumió el puesto de Prefecto del Cusco, antes de la Guerra con Chile, en Diciembre de 1877 y lo entregó en Abril de 1878, habiendo desempeñado tal función con carácter de accidental en  tanto el titular, el Coronel Francisco Luna, se encontraba con licencia. Originalmente se designó como autoridad política interina al Coronel Miguel Ríos, quien no pudo marchar al Cusco por lo que, finalmente, fue nombrado el insigne militar ayacuchano.
De acuerdo a una versión del Coronel Elguera Salomón en su obra inédita “El Primer Ejército del Sur”, aseguró que Cáceres llegó a la Ciudad Imperial en Octubre de 1877 a raíz de una serie de sucesos políticos. En esta oportunidad, según la misma fuente, retuvo el mando del Zepita, unidad militar que contaba con 490 hombres y el uniforme de sus soldados ya incluía los célebres quepís rojos.
Por su parte, las informaciones referentes a doña Antonia Moreno de Cáceres  y a estos años son vagas y contradictorias, según afirma el  historiador Castro Lizarbe.  Unos indican que los esposos viajaron al  Cusco. Mientras que otros señalan que la matrona y sus hijas se quedaron en Lima. 
APRECIO
En cambio no queda duda de que el Jefe del Zepita y Prefecto accidental se supo granjear el aprecio de los cusqueños mediante sus acertadas disposiciones en pro del departamento, pese a lo breve del lapso en que estuvo al frente de esta responsabilidad. Así lo aseveró la célebre escritora, Clorinda Matto de Turner, en su obra “Bocetos al Lápiz de Americanos Célebres”.
Castro Lizarbe, en el libro, selecciona las siguientes palabras de la distinguida intelectual: “Mi país (región) ha sido el teatro donde más ejercitara su sagacidad el Coronel Cáceres, porque ha regido los destinos del Cusco en época turbulenta y aciaga, consiguiendo sembrar la confianza recíproca que se necesita entre el mandatario y el pueblo para asegurar el reinado de la paz.
Luego ella añade: “Nunca gozo la prensa de mayor libertad en aquel vasto departamento donde Cáceres fue mirado como hijo predilecto y donde no hay plegaria patriótica que se levante al cielo sin mezclar el nombre del guerrero tenaz”.
El historiador recuerda que, durante la década de 1870, el Perú no tuvo guerras civiles comparables con el pasado, pero si la presencia de la anarquía. Los magnicidios de Balta, los Gutiérrez, Herencia Zevallos y Manuel Pardo. Así como las andanzas del  infatigable rebelde, Nicolás de Piérola.

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Caceres se preocupó por la situación de los indios en el Perú

SUBLEVACIONES
Mariano Ignacio Prado tampoco tendría un periodo gubernativo exento de violencia política. Piérola desembarcó en Arica  con una rebelión, la misma que fue debelada en el Combate de Yacango. Otra vez el Califa, y sus partidarios, tomaron el control del Monitor Huáscar. Lizardo Montero con Aurelio García y García se sublevaron en el Callao, pero fueron rechazados por Miguel Grau. El clima de tensión permaneció, en Noviembre de 1878, cuando el sargento Melchor Montoya asesinó a Manuel Pardo al grito de: ¡Viva el Pueblo!
Asimismo se percibe un eco de la anarquía en el motín ocurrido en el Cusco, el 24 de Septiembre de 1877, encabezado por el Mayor Santiago Olazábal, el Teniente Juan Sotomayor y el Alférez Francisco Luna Elena. Las facciones quienes daban “Vivas a Piérola”, durante su intento de capturar la prefectura, fueron reducidas por las fuerzas leales al Prefecto Luna. Este suceso  causó  la movilización al Cusco del Batallón Zepita.
Cáceres, en el cargo político, obró muy decididamente y sancionó, con ejemplo, los abusos de las autoridades en contra de los indígenas. La atención que les brindaba a ellos era grande e incluso oía, directamente, las quejas de los reclamantes.
En una oportunidad, reconvino a los subprefectos de Canas y Quispicanchis y al Juez de Primera Instancia de esta última provincia, destituyó al gobernador de Ocongate y  condenó los servicios personales a que se veían forzados los indígenas por parte de funcionarios políticos, municipales, judiciales, eclesiásticos y recaudadores.
LO SAGRADO
Sostenía-y lo escribió- en una comunicación oficial al Subprefecto de Quispicanchis que “la primordial y más sagrada obligación de una autoridad política era velar por la conservación de las personas y sus intereses y que los indígenas no forman una fracción distinta de la familia peruana: raza que por lo mismo de encontrarse en estado de abyección a que inhumanamente se le sujeta, reclama una preferente protección para que salga del estado de ignorancia y miseria a que se halla reducida”.
El Prefecto no sólo recriminaba a sus subordinados, sino que con la misma justicia felicitaba a quien supiera desempeñar dignamente sus funciones como lo hizo con el Subprefecto accidental de Canchis, por su descollante actuación como autoridad política.
Cabe destacar que el representante del Ejecutivo se opuso al reclutamiento forzoso y procuró que se dispensase un trato digno a los presos. En cuanto a lo primero, ordenó enjuiciar a un gobernador por haber secuestrado gente a la que exigía pagar para liberarse de ser reclutadas.
Si bien preocupado por la vagancia, solicitó autorización para aplicar en el Cusco el Reglamento de Moralidad Pública y Policía Correccional dado originalmente para Lima, no estaba dispuesto a permitir que las leyes fueran tergiversadas para amparar el abuso.
PREOCUPACIONES
Igualmente exigió, a los subprefectos que los individuos que remitiesen para la Escuela de Grumetes, reunieran todas las condiciones necesarias. Se preocupó por los detenidos sin sentencia, los cobros indebidos a los procesados, el socorro diario para los reos que trabajaban en los talleres de la cárcel y la realización de las tomas de las declaraciones  y otras diligencias en el penal. No fuera de él. Para evitar así que los presos fuesen constantemente expuestos a la pública humillación, durante sus desplazamientos.
También estuvo entre los cuidados de Cáceres vigilar los aspectos eclesiásticos como representante que era en el departamento del Patronato nacional, herencia de los tiempos coloniales que consagraba la injerencia del poder temporal en los asuntos de la Iglesia.
Para ello contó, afortunadamente, con la buena disposición del  Obispo del Cusco, el caravileño Pedro José Tordoya Montoya, con quien mantuvo una cordial y respetuosa comunicación. La amistad entre ambas personalidades trascendió a esta etapa. Cáceres fue, constante y denodadamente, apoyado desde Lima por el sacerdote, quien ejercía en la clandestinidad el cargo de Delegado del Supremo Gobierno.

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Leguia con Cáceres en los últimos años de su vida

AMISTAD
El historiador Castro sostiene como conjetura que la amistad entre ambos habría tenido su origen en algún vínculo familiar y de paisanaje, puesto que la provincia arequipeña de Caravelí es adyacente a la de Parinocochas donde el héroe tuvo un tío, el Coronel Juan Manuel Cáceres. Además, durante el siglo XIX, figuraron en esta última ciudad varias personas de apellido Montoya, como autoridades políticas, judiciales y eclesiásticas
El Prefecto cursó una circular a los curas de las parroquias para que no se negasen a las autoridades civiles la información estadística que se les solicitaba. Había una actitud renuente de los sacerdotes.
Haciendo eco de tales reportes, el Director de Estadística, nada menos que el célebre polígrafo Manuel Atanasio Fuentes, cursó una circular a los prefectos para que  proporcionen datos sobre el movimiento poblacional.
El lenguaje de Fuentes, cuenta el historiador, era claro y terminante: “Por sensible que sea recurrir a medios coercitivos se hace al fin urgente emplearlos, puesto que desgraciadamente no han valido tres años de consideraciones y de medios de urbanidad.
No menos directo fue Cáceres al retransmitir esta circular a los subprefectos e instarlos a conminar a los curas a  cumplir con su deber de acatar las disposiciones. Por ese tiempo, Carlos Lissón desempeñó la Dirección de Gobierno. Era un intelectual que escribió importantes obras como “la República en el Perú y la Cuestión Peruana Española” (1865) y “Breves Apuntes sobre la Sociología del Perú”, en 1886.
EDUCACION
El fomento de la educación aparecía como una firme garantía para el porvenir del Perú. Cáceres, imbuido de esta idea, se preocupó por la buena marcha de la Universidad del Cusco, organizar su plantel docente y elegir un nuevo rector de ese centro superior de estudios.
El Prefecto también resolvió cuestiones cotidianas tales como el aseo de la ciudad del Cusco, el robo de faroles o la licencia para espectáculos taurinos.  Uno de ellos se realizó en Sicuani. Interesado en el embellecimiento de dicha capital, indagó acerca del paradero de una estatua alegórica de la “Fuerza de los Incas” que se remitió de Lima, desembarcada en Mollendo y quedada en la estación de ferrocarril de Arequipa
La autoridad despachó productos de la zona para la Exposición de París, por intermedio de la Prefectura de Arequipa. La coca constituía una de las principales producciones naturales y existía un impuesto conocido como “la alcabala”, cuya recaudación estaba a cargo de un tesorero especial.

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El Cuzco admiró al insigne militar.

CONFLICTO
Con motivo de un enredado conflicto de competencias entre los concejos provinciales de Urubamba y La Convención y no habiendo en las disposiciones vigentes alguna que contemplase el caso que se presentaba, Cáceres optó por encargar el cobro a la Caja Fiscal del departamento, tras un detallado estudio de la situación.
De acuerdo a los estudios del historiador, el periodo prefectural de Cáceres constituye una etapa digna de interés dentro de su biografía y por tanto merece ser conocida y divulgada con diferentes fuentes y documentos de archivo
Castro sostiene que el Coronel del Zepita supo anteponer la defensa de la dignidad humana y de los intereses del Estado por encima de cualquier otra consideración. Al tiempo que revelaba en el ejercicio de sus funciones energía y sagacidad para enfrentar los diversos problemas del Cusco.

Recuerda que la antigua capital imperial fue el histórico escenario en el que con la pétrea solidez de los muros incaicos, el caudillo sentó las bases de su posterior desempeño como Jefe Superior del Centro y Presidente de la República. (EdeN)

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