miércoles, 30 de septiembre de 2015

EL CONDE DE LEMOS

Algo se ha escrito sobre el recibimiento de los virreyes en la Universidad de Lima y en tales circunstancias se han basado generalizaciones de carácter histórico para deducir el servilismo imperante en la época; asuntó que trató en su artículo sobre don Pedro de Peralta ese gran argentino que se llamó don Juan María Gutiérrez, a quien tanto deben las letras peruanas.
Gutiérrez defiende un poco la oratoria recargada y lisonjeadora de la época, atribuyéndola más a las propias características de esos tiempos que a deficiencias espirituales de los que la producían. Y así es. La perspectiva en que hoy nos colocamos introduce en nuestro juicio elementos que ayer no existían, y por eso, sin quererlo, incorporamos nuestra actualidad a algo ya desaparecido e inactual, con lo que muchas veces somos injustos e ingenuos; porque pedimos para el ayer posiciones ideológicas y sentimentales que son de hoy. De ahí la dificultad de hacer historia en el verdadero sentido de la palabra.
Pero, aparte de estas generalizaciones más o menos acertadas, no se ha hecho todavía la reconstrucción amplia y exacta de una de esas ceremonias, en las que el boato mundano de la Lima de entonces ponía una intensa nota de color. Lima era una gran capital de importancia para la época y en la que multiplicidad de asuntos distraían la atención de las gentes o incidían en todos los aspectos del vivir reaccionando unos sobre otros.

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El Conde de Lemos: toda una figura virreinal.

MUGABURU
Es natural, por ello, que la vida universitaria  estuviese informada por el lujo, la riqueza y la cortesanía de la existencia capitalina. Los “recibimientos” de los señores virreyes fueron, tal vez, los acontecimientos universitarios de mayor pompa de la época, especialmente en el siglo XVII,  que fue, sin duda, el más suntuoso del Virreinato, cuando aún los terremotos de fines de aquel siglo (1687) y del principio del XVIII (1746), especialmente este último, no habían echado por tierra muchas edificaciones y desmedrado no pocas fortunas.
La extensión del Virreinato no había sufrido los recortes que en algo la disminuyeron después. Y los espíritus no tenían más preocupaciones que la lealtad al Rey, el temor a Dios y el afán de seguir los usos y costumbres de la corte, que a la distancia aparecía aún más resplandeciente de lo que era en realidad.
La leyenda de Lima dieciochesca ha esfumado un tanto, por gracia de la pícara aventura de Amat con la criolla Perricholi, la visión del siglo XVIII, que, sin duda, como lo demuestran los documentos auténticos de la época, es el más rico y de más acusado carácter de nuestra vida virreinal.
Canonizaciones de santos, controversias religiosas sobre el dogma de la Inmaculado Concepción, disputas entre arzobispos y virreyes, grandes mascaradas universitarias, profusión de actos solemnes y de fiestas, autos y procesiones, magníficas cabalgatas, vistosos escuadrones, toros, cañas, encamisados, volantines y medias. El cuadro que resalta en el minucioso Diario de Mugaburu y en los papeles de todas clases de aquel siglo, nos lo muestra en todo su esplendor.
ACTAS
Buscando noticias sobre los abogados de Lima, encontré un buen día en un viejo libro de “Razones de los Grados Mayores y Menores” que comienzan el 3 de Julio de 1660, el acta del recibimiento del Conde de Lemos, lo que me permite hacer la reconstrucción fidedigna de una de las más típicas ceremonias de la Lima colonial.
Bastaría si se tratara simplemente de presentar el hecho, con copiar las actas pertinentes. Pero el estilo en que están escritas y su difícil ortografía las haría penosas para el lector, que necesitaría, además, ciertas explicaciones, por lo que bien vale la pena que, aprovechando la valiosa fuente, ponga el cronista de hoy uno que otro dato y comentarios marginales que esclarezcan y relieven la relumbrante y entonada fiesta que la Real y Pontificia Universidad de Lima ofrendó al Conde de Lemos.
Los documentos que me sirvo están a fojas 76.77 y 78 y son reversos de un libro forrado en pergamino, en cuya primera página, rota y casi ilegible ya por las manchas de color morado que la afean, se adivina, más que se ven las siguientes palabras:
Racones de los grados maiores y menores que se han dado en efta  Universidad de San Marcos desde el 3 de Julio de 1660 en que fue Secretario de  Ss Mateos de Robles. Un trozo ilegible. Después, Franc de la Cueva. Y abajo: don Luis Zegarra de Guzmán, San Mateos de Robles.

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En los últimos años de su vida.

EL RECTOR
El Rector de la Universidad en ese año, 1660, pertenecía a una nobilísima familia de Salvatierra de Tormes en Salamanca. Sus padres se radicaron en Lima a principios del siglo XVII y fueron el Capitán don Arnao Zegarra de Guzmán Medrano y doña Francisca Arias Vásquez.
Zegarra de Guzmán había nacido en Lima donde murió en 1689, después de haber sido medio racionero del coro metropolitano en 1649, juez adjunto del arzobispado en 1675, maestrescuela en 1677, acrediano en 1678 y Rector de la Universidad como  queda dicho, en 1660, según lo apunta nuestro más notable genealogista Luis Varela Orbegoso (Clovis) en sus nutridos y valiosos “Apuntes para la Historia de la Sociedad Colonial”.
Que el canónigo Guzmán debió ser persona principalísima y además aficionada a la rumbosidad, lo demuestra el párrafo del Diario de Mugaburu que al describir los toros que se corrieron en honor de Santa Rosa de Lima en la Plaza de Santa Ana, dice que el señor virrey Conde de Lemos y la señora virreina y todos los señores oidores los vieron desde el balcón de aquel canónigo quien, amén de agasajar a sus ilustres visitantes, echó mucha plata a la plaza.
Tanta sería que, según el solicito cronista: …al punto repicaron las campanas de mi Señora Santa Ana por la plata que echó el canónigo, que lo tuvieron todos a gran fineza…” 
CERTAMEN
Según rezan las actas, el 24 de Enero de 1668 se hizo la publicación del certamen poético. A las cuatro de la tarde, salió la comitiva de la Universidad. Iban adelante los atabales y chirimías de la ciudad con sus ropones carmesíes guarnecidos de franjas plateadas y los estudiantes de los colegios mayores con sus hopas y becas azules, verdes, rojas y pardas.
Detrás, muy galán, el bedel mayor, en medio del bedel menor y del alguacil de la Universidad. El cartel o certamen como dice el acta iba en un bastidor cubierto por una tela de seda azul celeste claveteada con tachuelas doradas coronado con una gran rosa y sostenida por una áurea y alta vara. Escoltando el certamen iba el Secretario de la Universidad, que lo era entonces don Lorenzo de Mora y Castillo, jinete en un potro lucidamente enjaezado.
La Universidad está en esa época donde hoy se alza el Palacio Legislativo. La comitiva tomó por la acera del Tribunal del Santo Oficio-hoy Senado de la República- y calle abajo siguió hasta la esquina del colegio de los jesuitas-hoy San Pedro-, bajó por la cuadra donde más tarde se edificaría el Palacio de Torre Tagle, y por la calle que hasta hoy se llama de los Bodegones enfiló  a la Plaza Mayor, pasando por la iglesia Metropolitana, casas arzobispales y Real Palacio.
Durante el paso de la pintoresca procesión, balcones y ventanas se llenaron, seguramente de bellas mujeres lujosamente ataviadas. De los corredores del cabildo pendía un paño grande con puntas de plata, donde se fijó el certamen que señalaba “doce asuntos a los poetas. Se hicieron los pregones, resonaron los rondeos atabales y las agudas chirimías y terminó el desfile con el dorado y lento caer de la tarde, cuando las campanas tocaban a la oración.

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Un balcon colonial de la época.

160 COMPOSICIONES
Y para que constase por siempre, el Rector de la Universidad porque lo era entonces el doctor Andres de Billela. Caballero de la orden de Santiago, del consejo de su majestad y su oídor más antiguo “razón de haber pasado así”, lo que certificó el señor secretario don Lorenzo de Mora y Castillo en el viejo libro que sus ojos han visto.
El 31 de Enero, es decir pasada apenas una semana, se presentaron al concurso 160 composiciones sobre los doce asuntos señalados, amén de otros “muchos versos aventureros”, lo que revela que había no sólo multiplicidad de líricos cultores, sino cierta liberalidad, por cuanto se admitía y premiaba poesías que no estaban dentro de las condiciones señaladas en el certamen. En esos días, como ahora y como siempre, no dejaban de existir espíritus libres. Los “independientes” de aquella hora loaron, también a su manera, al excelentísimo señor virrey.
El jurado estuvo compuesto por el rector Billela, el oidor jubilado Sebastián de Mendoza, el Fiscal de la Real Audiencia don Diego de Baeza, el licenciado don Asencio Pérez de Lizardi y don Lorenzo de Mora y Castillo que actuó de secretario de la Junta “para la graduación de los versos que se hicieron en alabanza del Excelentísimo Sr. Virrey Conde de Lemos. 
DOBLONES
Los jueces graduaron 36 de los que se escribieron para el certamen y 9 de los “aventureros”. La reunión se realizó en la morada de Billela, los asistentes fueron obsequiados con colaboración, aloxa, chicha y agua fría y cada uno de ellos recibió, por vía de premio, tres doblones de oro.
La 36 composiciones premiadas formaban una copiosa cosecha retórica de todas las clases de la poesía de la época: canciones, décimas reales, con glosas de redondillas, versos hexámetros, quintillas de donaire que acababan con un título de  comedia, epigramas de 8 dísticos, liras, sonetos que remataban en ecos, estrofas de arcaicos latinos, coplas de ciego con el último pie quebrado, romances, esdrújulos y phalenos con anagramas.
Toda la gama enrevesada y artificiosa estaba allí pare revelar la pulcra solicitud de los maestros de poética y el afanoso aprovechamiento de estudiantes y doctores que gastaban en ingenio en la complicada alquimia de combinar los más sutiles conceptos con las más extravagantes imágenes.
Hay que suponer que aparte del interés en rendir pleitesía al Conde de Lemos, que y gozaba de una gran reputación, la cantidad de las composiciones enviadas debo despertar una gran curiosidad en Lima, porque rara sería la familia de cierta importancia que no tuviese algún deudo o relacionado entre los concurrentes.
INFILTRACION
Además la vida en Lima era antaño sumamente aparatosa, lo que, como muy bien ha advertido José de la Riva Agüero, debía contribuir a acrecentar lo hinchado y campanudo del ambiente literario y lo que, al repetirse tanto, debió hacerse un grave daño espiritual. Nuestros antepasados tuvieron un sentido excesivamente sensual, formalista y rumboso de la existencia.
El engreimiento comodón de la colonia se infiltró en nuestra sangre, y su influencia, aún no del todo desaparecida, ha sido causa de muchos de nuestros males. Tal vez nos hubiera valido más no haber sido tan recamados y suntuosos. El artificio sonoro y coruscante de la vida colonial enturbiaba las mentes y hechizaba las voluntades.
El 4 de Febrero de ese mismo año, a las cuatro de la tarde, hay terminado el “yantar”, porque en esos tiempos se comía muy temprano, se realizó el anunciado recibimiento del Conde de Lemos. No lo dice el acta, pero en el tránsito del Virrey hasta la Universidad, el pavimento de algunas calles ostentó relucientes barras de plata, la que brillaba también en los arcos deslumbrantes y llenos de versos y jeroglíficos, que se elevaron cerca de la Plaza Mayor.
Una salida del Virrey era en la Lima de antaño un cuadro de colorido extraordinario. Los balcones adornados con paños riquísimos franjeados de oro y plata, se llenaban de mujeres que lucían los más costosos vestidos  y las más valiosas alhajas. Las esmeraldas de Barruecos, las perlas en sartas inverosímiles, los diamantes de todos los matices, como lo describen los viejos inventarios.
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La Lima del Virreinato.

LUJO
Las floreadas y brillantes sedas, los fastuosos damascos, lso gorgoranes, valonas y encajes vaporosos. Todo el exagerado lujo  de una existencia muelle y fácil, enriquecida por el oro y la plata que producían las encomiendas subsistentes aún, se volcaba ostentosamente  en esas grandes ocasiones.
El gentío se aprestaba en las calles para gozar con el paso de los sequitos resonantes. Iban los alabarderos del Virrey con sus uniformes encarnados y azules llevando las más relucientes alabardas, y con ellos los guardias de a pie y de a caballo escoltando las carrozas de gala, los alcaldes y regidores de la ciudad con esos purpúreos vestidos, los gremios con sus pendones recamados, los gentilhombres luciendo, como rezago de la edad caballeresca los erectos y fúlgidos  lanzones y los togados oidores en gordas caballerías gravemente engualdrapadas de negro.
Tras ellos el cortejo multicolor de los pajes y lacayos con sus libretas y el pueblo gris que vitoreaba y seguía la deslumbradora procesión, mientras los atabales y las chirimías herían los aires, repicaban las campanas y los cohetes ponían la nota moruna de su estruendo vistoso. Pasaba el señor Virrey entre un abatirse de banderas y un tronar de culebrinas, bajo la lluvia de flores que caían de las “nubes” con un revuelo de blancas palomas y ante las zalemas y vítores de las damas y caballeros que contemplaban el  desfile.
LA VISITA
Así debió ir el Conde de Lemos el 4 de Febrero de 1668 a la Universidad de Lima aunque, como consta en el acta, por estar achacoso lo hizo en silla de manos. En la puerta de la docta casa lo recibieron el alguacil y los bedeles con sus mazas precediendo al rector y a los maestros del claustro que en formación salieron con sus mucetas y borlas.
En su taraceada silla el conde, haciendo honor  al mote de beato que le pusieron los limeños se hizo conducir a la capilla que estaba curiosamente aderezada, donde oró muy contritamente. Pasearon luego todos por el claustro, en el que se entremezclaban los vivos matices de las insignias de los doctores con las borlas de la muchachada y, acabado el paseo, entraron  todos al General Mayor.
En el salón general sentóse el Virrey en el estrado, mientras los bedeles con sus mazas llevaron al doctor Juan de Zamudio Villalobos y Mendoza-que en 1670 fue Rector- a la catedra. El orador hizo primero las tres cortesías acostumbradas y luego pronunció en latín y en romance el más fervoroso elogio del señor Virrey, a quien disputó por el mayor príncipe que nos ha gobernado, aludiendo a su erudición, acierto, cristiandad y justicia y muy especialmente su devoción a la Santa Virgen.
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Un libro del historiador Basadre sobre su personalidad

PARTICIPACION
Terminada la oración del maestro, los bedeles invitaron al estudiante jurista, Pedro Barreto de Castro, para que hablara de los premios del certamen. En la antigua regla universitaria de San Marcos, los estudiantes tenían una amplia participación en la vida del claustro, no sólo en las ceremonias y fiestas, sino aún en la elección de rectores y en los concursos de las cátedras. Barreto “la empezó”, dice al acta con unos versos latinos y unas octavas en idioma castellano y procedió con otros, introduciendo una carta del dios Apolo que ordenaba se leyese lo de los doce asuntos del certamen poético.
El Licenciado Asencio Pérez de Lizardi leyó los versos premiados, habiéndose  hecho a cada obra una cuarteta  con estimación.  Después distribuyéronse todos los premios, todos de plata, entre los vencedores. Para los versos retumbantes y huecos con la rendida alabanza a los méritos del Virrey se ofrecieron los más útiles objetos, azafates, salvillas, vernegales,  escudillas, fuentecitas, chocolateras, cucharas, pilas de agua bendita. Cuatro de los premios eran de 40 pesos, 8 de 30, 12 de 15 y 12 de 7.
Para los versos aventureros hubo nueve premios en moneda contante y sonante: tres doblones de oro a cada uno de los 4 primeros y dos doblones a cada uno de los 5 restantes. Todo costó alrededor de mil pesos, suma cuyo valor adquisitivo era enorme en esos tiempos.
OMISION
El Diario de Lima, tan minucioso en todo, de Mugaburu (1640-1694) no trae sin embargo noticias del recibimiento del Conde de Lemos. Este olvido de Mugaburu que probablemente no estuvo ese día en Lima , sino en el Callao, da mayor importancia al documento que inédito se conserva en la Universidad de Lima y es tanto más extraño tal olvido, cuando que tratándose de estos virreyes-Castellar por ejemplo-, cita de modo especial el “recibimiento en la Universidad, habla de la oración panegírica, de los premios del certamen y traza, aunque sea brevemente, con su prosa aromática y prolífica, el cuadro de la solemne y académica ceremonia.
El recibimiento del Conde de Lemos se realizó  3 meses después de la llegada de éste: el 9 de Noviembre de 1667, en que las salvas de artillería y el repicar de las campanas anunciaron que entraba la armada virreinal. El Conde saltó a tierra el 10 de Noviembre.
Desde las 5 de la mañana de aquel día, la muralla del puerto estaba llena de hombres y mujeres al parecer, dice Mugaburu- “un jardín de flores según la variedad e mantillas y vestidos muy costosos que se hicieron para el propósito. Desembarcó el conde en una balsa entoldada de tafetanes, con un estrado que tenía cojines de terciopelo y una silla de lo mismo para el señor virrey.
En tierra aguardaban al Conde que venía con su esposa y dos niños, el general del mar, que lo era Baltazar Pardo de Figueroa y las demás autoridades. En carrozas los llevaron a palacio dl Callao. Se le regaló las llaves del puerto y un bastón con extremos de oro y muchos diamantes que valía 4 mil pesos.
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El altar de una iglesia del Callao antiguo.

TELA DE ORO
El Conde de Lemos permaneció en el Callao hasta el 16 que de incognito fue a Lima, comió en Palacio, lo vio todo y a las 4 de la tarde se volvió al puerto. Ingreso oficialmente a Lima el 21 vestido con un traje muy rico de una tela bordada toda de oro.
El Conde de Lemos que se distinguió por su energía y su extremada religiosidad debió tener en muy alto a su esposa cuando la dejó con poder para gobernar estos reinos al marcharse él a Puno. Y así es curioso que este virrey austero y un tanto sombrío dejara en nuestra historia la nota suavemente galante y fragante de una “virreina gobernadora, la que mandó echar bandos ya con tra los franceses, ora  sobre los mercachifles, ora reglamentando la venta de cera,  ora anunciando-cosa grave para una mujer- que el señor Conde de Lemos “había mandado cortar la cabeza y hacer cuartos a Joseph de Salcedo.
Murió el Conde el 6 de Diciembre de 1672 después de haber gobernado 5 años y 15 días. Lo embalsamaron y en una cama de brocados lo pusieron en cuerpo muy galán, calzado de botas y espuelas con su bastón de capitán general, con su sombrero de color y plumas que parecía un San Jorge.

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La vía marítima en aquellos tiempos.

SUMA FABULOSA
La virreina viuda no pudo irse a España-sin duda por temor a los piratas que tanto frecuentaron nuestras aguas en el siglo XVII hasta el 11 de Junio de 1675 en la que la hizo en la nave capitana de una armada fuerte y poderosa que salió para Panamá y que llevaba la suma fabulosa y formidable para la época de 22 millones de pesos.
Paso a la historia uno de los más típicos virreyes que ha tenido el Perú. De la agitación de esos días que tan tas preocupaciones provocaría entre los concursantes de poesía, nada queda. Unas cuantas líneas  borrosas de caligrafía complicada sobre un papel amarillento esconden la emoción y el colorido de un cuadro que hoy nos puede parecer un poco pueril y que sin embargo, suspendió en su hora los ánimos de toda una ciudad. (Páginas seleccionadas de las "Obras Completas" que pertenecen como autor al consagrado escritor y político, José Gálvez Barrenechea.)

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