viernes, 25 de enero de 2019

CARNE DOLIENTE

Desde la frontera, se nota acerbamente la mudanza. En esas estaciones claras, bucólicas-sonoras antaño de carcajadas-, ya no se ríe. Los hombres callan en grupos y una mujer enlutada pasa. Por las ventanillas de ese convoy detenido un instante, salen cabezas de cera a agradecer la taza humeante de café o el cigarro que les ofrecen damas vestidas de blanco. Una gravedad más conmovedora que las lágrimas, está en el rostro de este soldado que besa largo rato a una vieja aldeana lívida. Pero en ninguna parte vemos la tragedia como en cualquier ambulancia de París.
Merced a un hermano mío, que dirige una de ellas, he podido visitar varias y conversar con los heridos: Los más pintorescos en su relato son los negros. Negros inmensos, formidables, con un vellón enredado por cabello y el más agresivo continente, pero con extraña dulzura en los ojos de felpa. Casi todos cojean todavía porque se les helaron los pies en las trincheras.
No les tienen miedo al frío, al combate perpetuo, a la metralla, sino a las botas. Cuando les ordenan avanzar, su primer acto es descalzarse y tirarlas. Marchan así, arrolladores, invencibles, con un valor musulmán hasta asaltar la trinchera enemiga. Y bruscamente advierten que están descalzos.
El teniente va a otorgarles la medalla militar pero también algún castigo disciplinario. Entonces regresan con las botas de un enemigo en la mano, jurando que son las propias. “Couper tite boche”, como dicen en su francés aniñado, es la obsesión de estos valientes. Y no comprenden que se trate a los alemanes con tanto mimo.
A este admirable negro circundado de amuletos, porque es hijo de marabú, fue preciso detenerlo a viva fuerza, una noche. Avanzaba en la sombra hacia el lecho de un alemán, esponjado y felino, como en los ataques de su tierra bravía, con el cuchillo que no abandona entre los dientes.

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Mujeres enlutadas de la época

NAPOLEON
Son niños grandes, benignos y feroces según las horas: dóciles a toda voz de mujer, con un pudor alarmado ante cada enfermera joven. Solo saben que es preciso “matar a Guillermo”. París es para ellos una sucursal de la Meca y el Káiser algún profeta disidente.
Me cuenta mi hermano que al llevarlos hace poco al Cuartel de Inválidos para hacerles contemplar las banderas tomadas al enemigo, ensayó la más sucinta lección de historia
-Napoleón-comenzó- el Emperador, el genio militar
-¿Napoleón? El comentario y la admirable tumba los dejaron indiferentes
Entonces les murmuró:
-Gran califa el que venció a todos los califas
Y en seguida se llevaron la mano a la frente para el más respetuoso salam de acatamiento.
¡Ah, la desolación del hospital en estos días grises! El “comunicado” favorable que leen o los cantos patrióticos que chilla un fonógrafo ronco, animan un instante a los heridos. Todos sonríen con una admirable resignación, con una terca esperanza, pero sus rostros conservan, como esos semblantes que inmoviliza, el rayo, la crispación de la batalla.

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Napoleón

JOVENES
Se yerguen en los hechos para contaros su historia y nos aterra pensar en estas vidas malogradas. Tienen de veinte a treinta años. A este le falta una pierna: a aquel le segaron los dedos. Los cirujanos se cambian en escultores de carne.
 Tratan de reparar los estragos de la metralla. En este rostro han inventado una nariz, estirando el pellejo como si amasaran barro. En aquel otro van a disponer el sitio que falta para un ojo de vidrio.
-Estoy harto casi buen mozo, dice el herido con una sonrisa que hace daño.
¿Cuál va a ser el destino de este invalido y de los otros? ¿Qué mujeres cornelianas los amarán? Por el momento, con ese feliz estupor de los convalecientes, no pueden pensar en esto. Como niños os muestran un proyectil estrellado o una bala de plomo que causaron la agonía de un mes
Casi todos llevan prendida al pecho una medallita de latón con el busto de Joffre. Y si les habláis a los convalecientes casi indemnes de regresar al combate, se entusiasman. No es solamente el deseo de concluir con el invasor. Es otra cosa. Recuerdo que un amigo mío que habitara largos años en la selva amazónica, se aburría en su delicioso home de Leicester Square.
-Esto no es vida-me decía—Aquí me lleno de moho. En cambio, la perpetua cacería, el peligro cotidiano, la lucha…
Yo pensaba que era pose de civilizado y ahora comprendo su tedio. Quien tiene bien templada el alma y ha probado alguna vez la emoción terrible, desdeña casi las felicidades familiares de nuestra vida burguesamente muelle.

Fotografía tomada el 28 de junio de 1914 del terrorista serbio Gavrilo Princip (segundo por la derecha) tras su arresto después del asesinato del archiduque Francisco Fernando de Austria y su esposa en Sarajevo, episodio desencadenante del inicio de la Gran Guerra.
Enfrentamientos a discrecion

GUERRA
Para algunos, además, hay en la guerra un placer casi técnico. Este teniente del hospital, citado en la orden del día-ingeniero de caminos y canales- se entusiasma hablando de las ametralladoras-
--¡Un juguete terrible-dice- un aparato de laboratorio, encantador y peligroso! Yo tenía a mi cargo un automóvil blindado con ametralladora. Lo difícil era esconderlo bien, a la entrada de un bosque, de preferencia.
Por el servicio de teléfonos sabíamos que el enemigo iba a a pasar por allí. Y le dejábamos avanzar exactamente como una fiera en Africa. Errar la puntería era descubrirse, morir quizás… ¡Un emocionante problema de matemáticas!
Y se resolvía la ecuación pavorosamente cuando veíamos caer a la orilla del bosque los batallones grises, como en una catástrofe infantil de soldaditos de plomo. La amable dama que me acompaña a visitar esta ambulancia señorial, lindamente instalada en la casa del célebre banquero Pereire, me interrumpe para llevarme a una sala más triste
-Venga a ver mis chiquillos.
En realidad, son casi niños. Tiene apenas diez y siete años este esqueleto bruñido, que me mira con ojos de un brillo incomparable. Y no se si serán sutilezas sentimentales, pero estos soldados escolares me impresionan más que sus compañeros.


Stendhal y su epitafio...

RESUMEN
Los otros han vivido, han sufrido, han amado. “Vivió, sufrió, amó”, quería Stendhal como epitafio. ¿Cuál mejor? Resume la existencia y en su simplicidad desolada hay, sin embargo, como una justificación, como una excusa. ¡Se ha vivido!
El más ceñudo Leopardi no podría negar en su historia la molicie de algún minuto bueno. Y se puede morir cuando se llevan siquiera la tumba a la tumba los recuerdos de Romeo: la cursilería bendita de la noche lunática, una elegía de alondra, el dúo trivial y siempre nuevo con cualquier Julieta lánguida.
¡Pero estos chiquillos sin amor! Se despertaron para morir. Les mudaron el uniforme de estudiantes por el capote gris azulado. Todavía resuenan en sus oídos las inclinaciones de latín, todavía estudian retórica, cuando es preciso comprender bruscamente los grandes tropos terribles, las metáforas batientes y viriles: la bandera de la libertad, la cruzada contra el bárbaro. ¡Rudo lirismo que no los habían preparado las eglógicas traducciones de Virgilio y de Horacio!

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Manos que se estrechan...

RENCOR
El epílogo es esta mano osificada y torpe que estrecha la mía sin firmeza. Involuntariamente se tutea a este chiquillo:
. ¿Estás mejor?
-Si mucho mejor.
Está condenada. El médico nos dice que vivirá algunos días. Y en ese rencor que vamos acumulando contra el destino, he aquí una nueva cólera. Toldo parece menos cruel. Los hombres maduros que se van, los hombres jóvenes que continuarán la jornada de la vida, sin ojos o con una quijada menos, este hospital de inválidos, mañana diseminado en París, mañana mendicante.
Pero no podré olvidar-porque es la primera fracasada, el hado inocuo- estos ojos que se extinguen cándidamente, estos ojos ignorantes que me cuentan, en resumen, como en las acerbas estampas de Goya o de Callot, la iniquidad que es una guerra. (Editado, resumido y condensado del libro “Obras Escogidas de Ventura García Calderón”, destacado intelectual peruano que, con sus estudios, rescata los orígenes culturales de este país. Nació por un azar patriótico en Paris, retornó al Perú donde estudió. Posteriormente volvió a Francia en 1905 salvo cortos intervalos por aquí, Rio de Janeiro y Bruselas hasta 1959 en que murió, siempre habitante de la ciudad luz)

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