Merced a un hermano mío, que
dirige una de ellas, he podido visitar varias y conversar con los heridos: Los
más pintorescos en su relato son los negros. Negros inmensos, formidables, con
un vellón enredado por cabello y el más agresivo continente, pero con extraña
dulzura en los ojos de felpa. Casi todos cojean todavía porque se les helaron
los pies en las trincheras.
No les tienen miedo al frío, al
combate perpetuo, a la metralla, sino a las botas. Cuando les ordenan avanzar,
su primer acto es descalzarse y tirarlas. Marchan así, arrolladores,
invencibles, con un valor musulmán hasta asaltar la trinchera enemiga. Y
bruscamente advierten que están descalzos.
El teniente va a otorgarles la
medalla militar pero también algún castigo disciplinario. Entonces regresan con
las botas de un enemigo en la mano, jurando que son las propias. “Couper tite
boche”, como dicen en su francés aniñado, es la obsesión de estos valientes. Y
no comprenden que se trate a los alemanes con tanto mimo.
A este admirable negro circundado
de amuletos, porque es hijo de marabú, fue preciso detenerlo a viva fuerza, una
noche. Avanzaba en la sombra hacia el lecho de un alemán, esponjado y felino,
como en los ataques de su tierra bravía, con el cuchillo que no abandona entre
los dientes.
Mujeres enlutadas de la época
Mujeres enlutadas de la época
NAPOLEON
Son niños grandes, benignos y
feroces según las horas: dóciles a toda voz de mujer, con un pudor alarmado
ante cada enfermera joven. Solo saben que es preciso “matar a Guillermo”. París
es para ellos una sucursal de la Meca y el Káiser algún profeta disidente.
Me cuenta mi hermano que al
llevarlos hace poco al Cuartel de Inválidos para hacerles contemplar las
banderas tomadas al enemigo, ensayó la más sucinta lección de historia
-Napoleón-comenzó- el Emperador,
el genio militar
-¿Napoleón? El comentario y la
admirable tumba los dejaron indiferentes
Entonces les murmuró:
-Gran califa el que venció a
todos los califas
Y en seguida se llevaron la mano
a la frente para el más respetuoso salam de acatamiento.
¡Ah, la desolación del hospital
en estos días grises! El “comunicado” favorable que leen o los cantos
patrióticos que chilla un fonógrafo ronco, animan un instante a los heridos.
Todos sonríen con una admirable resignación, con una terca esperanza, pero sus
rostros conservan, como esos semblantes que inmoviliza, el rayo, la crispación
de la batalla.
Napoleón
Napoleón
JOVENES
Se yerguen en los hechos para
contaros su historia y nos aterra pensar en estas vidas malogradas. Tienen de
veinte a treinta años. A este le falta una pierna: a aquel le segaron los dedos.
Los cirujanos se cambian en escultores de carne.
Tratan de reparar los estragos de la metralla.
En este rostro han inventado una nariz, estirando el pellejo como si amasaran
barro. En aquel otro van a disponer el sitio que falta para un ojo de vidrio.
-Estoy harto casi buen mozo, dice
el herido con una sonrisa que hace daño.
¿Cuál va a ser el destino de este
invalido y de los otros? ¿Qué mujeres cornelianas los amarán? Por el momento,
con ese feliz estupor de los convalecientes, no pueden pensar en esto. Como
niños os muestran un proyectil estrellado o una bala de plomo que causaron la
agonía de un mes
Casi todos llevan prendida al
pecho una medallita de latón con el busto de Joffre. Y si les habláis a los
convalecientes casi indemnes de regresar al combate, se entusiasman. No es
solamente el deseo de concluir con el invasor. Es otra cosa. Recuerdo que un
amigo mío que habitara largos años en la selva amazónica, se aburría en su
delicioso home de Leicester Square.
-Esto no es vida-me decía—Aquí me
lleno de moho. En cambio, la perpetua cacería, el peligro cotidiano, la lucha…
Yo pensaba que era pose de
civilizado y ahora comprendo su tedio. Quien tiene bien templada el alma y ha
probado alguna vez la emoción terrible, desdeña casi las felicidades familiares
de nuestra vida burguesamente muelle.
Enfrentamientos a discrecion
Enfrentamientos a discrecion
GUERRA
Para algunos, además, hay en la
guerra un placer casi técnico. Este teniente del hospital, citado en la orden
del día-ingeniero de caminos y canales- se entusiasma hablando de las
ametralladoras-
--¡Un juguete terrible-dice- un
aparato de laboratorio, encantador y peligroso! Yo tenía a mi cargo un
automóvil blindado con ametralladora. Lo difícil era esconderlo bien, a la
entrada de un bosque, de preferencia.
Por el servicio de teléfonos
sabíamos que el enemigo iba a a pasar por allí. Y le dejábamos avanzar
exactamente como una fiera en Africa. Errar la puntería era descubrirse, morir
quizás… ¡Un emocionante problema de matemáticas!
Y se resolvía la ecuación
pavorosamente cuando veíamos caer a la orilla del bosque los batallones grises,
como en una catástrofe infantil de soldaditos de plomo. La amable dama que me
acompaña a visitar esta ambulancia señorial, lindamente instalada en la casa
del célebre banquero Pereire, me interrumpe para llevarme a una sala más triste
-Venga a ver mis chiquillos.
En realidad, son casi niños.
Tiene apenas diez y siete años este esqueleto bruñido, que me mira con ojos de
un brillo incomparable. Y no se si serán sutilezas sentimentales, pero estos
soldados escolares me impresionan más que sus compañeros.
Stendhal y su epitafio...
Stendhal y su epitafio...
RESUMEN
Los otros han vivido, han
sufrido, han amado. “Vivió, sufrió, amó”, quería Stendhal como epitafio. ¿Cuál
mejor? Resume la existencia y en su simplicidad desolada hay, sin embargo, como
una justificación, como una excusa. ¡Se ha vivido!
El más ceñudo Leopardi no podría
negar en su historia la molicie de algún minuto bueno. Y se puede morir cuando
se llevan siquiera la tumba a la tumba los recuerdos de Romeo: la cursilería
bendita de la noche lunática, una elegía de alondra, el dúo trivial y siempre
nuevo con cualquier Julieta lánguida.
¡Pero estos chiquillos sin amor!
Se despertaron para morir. Les mudaron el uniforme de estudiantes por el capote
gris azulado. Todavía resuenan en sus oídos las inclinaciones de latín, todavía
estudian retórica, cuando es preciso comprender bruscamente los grandes tropos
terribles, las metáforas batientes y viriles: la bandera de la libertad, la
cruzada contra el bárbaro. ¡Rudo lirismo que no los habían preparado las
eglógicas traducciones de Virgilio y de Horacio!
Manos que se estrechan...
Manos que se estrechan...
RENCOR
El epílogo es esta mano osificada
y torpe que estrecha la mía sin firmeza. Involuntariamente se tutea a este
chiquillo:
. ¿Estás mejor?
-Si mucho mejor.
Está condenada. El médico nos
dice que vivirá algunos días. Y en ese rencor que vamos acumulando contra el
destino, he aquí una nueva cólera. Toldo parece menos cruel. Los hombres
maduros que se van, los hombres jóvenes que continuarán la jornada de la vida,
sin ojos o con una quijada menos, este hospital de inválidos, mañana diseminado
en París, mañana mendicante.
Pero no podré olvidar-porque es
la primera fracasada, el hado inocuo- estos ojos que se extinguen cándidamente,
estos ojos ignorantes que me cuentan, en resumen, como en las acerbas estampas
de Goya o de Callot, la iniquidad que es una guerra. (Editado, resumido y condensado del libro “Obras Escogidas
de Ventura García Calderón”, destacado intelectual peruano que, con sus estudios, rescata los orígenes
culturales de este país. Nació por un azar patriótico en Paris, retornó al Perú
donde estudió. Posteriormente volvió a Francia en 1905 salvo cortos intervalos
por aquí, Rio de Janeiro y Bruselas hasta 1959 en que murió, siempre habitante
de la ciudad luz)
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