viernes, 25 de enero de 2019

ALGO SOBRE UNA PLAZUELA

Al comentar con generoso espíritu José de la Riva Agüero, el bello y evocador libro de Benvenutto, se detiene con delectación en el recuerdo de la plazuela de San Agustín, donde transcurrieron su mimada infancia, su estudiosa adolescencia y no pequeña parte de su sabihonda madurez. El artículo de Riva Agüero aparecido en la extinguida- ¡y es lástima! - “Variedades” es como un sabio alcance al meritísimo esfuerzo del joven escritor, quien con tan vigorosos bríos apunta en nuestras letras.
Tanto el libro como el comentario movieron mi espíritu y despertarónse dormidas aficiones y memorias, y en homenaje y gracia a tan amable bien espiritual, pláceme también a mí, volver los fatigados pasos por sendas otrora tan mías.
Ojalá quiera Benvenutto mantenerse en la obra de evocación y estudio, líbrenlo la vida y sus afanes de salir de tan mansas faenas as para las cuales muestra tan firme pulso y tan certera vista y pueda, con el correr del tiempo, sacar en provecho y gloria, toda la tarea en su primer libro anunciada.
En las calles y en las plazuelas y en el callejón del libro de Benvenutto, discurren gentes y redivivas vuelven, vibran cantares y pregones y se desenvuelve, policromado y polifónico, el cuadro en el cual criollos y donairosos decires saltan como chispas de una fragua espiritual, felizmente, no está extinguida.

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La antigua Plazuela de San Agustín.

TENTACION
Y como del libro emana la simpatía del contagio y para remate Riva Agüero me cita con pródiga bondad en la abrumadora, por gloriosa, compañía de don Ricardo Palma, caigo en la tentación de volver mis ojos a la plazuelita en la cual también jugué de niño, cuando mi abuela doña Angela Moreno y Maiz de Gálvez, vivía en la calle de Plumereros.
Allí jugué a la ronda con los Heros, allí me extasié ante la promesa de los chocolatitos de Lauper, allí puede mirar, aún sumergida, una de las torres de la Iglesia, y allí, formándome un lío onomástico en la cabeza, contemplé el busto de Bolognesi, en cuya leyenda hubo el inexplicable error del cambio de nombre de pila del héroe con el del músico.
Con el pasar únicamente de los años y cuando, como ocurrió también con la de la Chacarilla, era mía solo la remembranza de la casona, algo fui sabiendo de la tranquila plazuela de mis primeras travesuras y pegas.
Bello barrio, en verdad, de cepa antigua, de noble y virreinal prestancia y también de bullicioso y rebelde republicanismo liberal, cuando el señor Andraca prestaba los balcones de su casa para que poetas y oradores de hace más de 80 años, conmovieran a las multitudes con arengas y proclamas de amor a la libertad y de odio a las tiranías.
En la minúscula plazuela y adyacentes calles hubo pie y pretexto para miles de cuentos y leyendas. Allí ocurrió el percance contado por Palma del herejote Alba de Aliste por típica y desvergonzada travesura de un campanero, quien proclamó la noche mediada, que el virrey iba de pecaminoso galanteo..

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La antigua plazuela del teatro de Lima.
DESFILE
Allí paseaban en fantasmal desfile frailes penando. Allí trabajo su prolija y sabrosa crónica moralizada el famoso padre Calancha. Allí, muy cerca, estuvo La Comedia, trasladada muy a comienzos del siglo XVII del Pescante de Santo Domingo a donde fue a asentarse el local para autos, dramas y entremeses, primitivamente sito en San Bartolomé, donde lo fundara Gutiérrez de Molina y en ella, seguramente se representó la obra colonial de más lindo título de nuestro teatro colonial: “Amor en Lima es azar del Licenciado Juan de Urdaide.
Por la plazuela también estuvo la celebérrima casa fonda de “El Caballo Blanco” perviviente hasta el comenzar la República. Allí cuando a fines del siglo XVII pasó la Comedia a otra casa, a la espalda del convento grande de San Agustín en la plaza después llamada del 7 de Setiembre y hoy del Teatro, estaba la Botica del Peinado, fundada en 1727 y la alcanzamos a ver con sus coloreados frascos y sus adormiladas y repelentes sanguijuelas.
Por allí también estuvo tantísimos años después, la oficina de los teléfonos, con su enmarañada red de alambres, tormento de cometeros, pauta para musicales santarroseñas, pábulo para las suspicacias de las viejas conjuradoras der brujerías en las “cosas nuevas” y para imitación solazadora de los niños cuando hacían con pita caña de Guayaquil y pergaminos, y sin medir el sacrilegio de la travesura arrancaban-¡ay, cuantas veces!- de viejos infolios


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Iglesia y Plazuela de San Francisco.

AGUSTINOS
Fue barrio de grande importancia el del Convento grande de San Agustín y teatro de sucesos notables desde la laberintosa oposición de los dominicos y mercedarios a la erección de la nueva casa agustiniana primitivamente en San Marcelo, allá por el siglo XVI, hasta la bullada cuestión dogmática de la Inmaculada Concepción en el siglo XVII, cuando los agustinos alzaron   bandera por el dogma y en trance de apuro pusieron a los dominicos los cuales terminaron por capitular.
La plazuelita frente a la bellísima y complicada talladura de la fachada de la Iglesia y por la que discurrían los aficionados a la Comedia a la cual tan devoto fue siempre nuestro público, despertó más de una vez con los alborotos de los frailes en días de elecciones muy especialmente al disputarse entre españoles y criollos la prelación de las dignidades de Priores y su vecindario debió mirar con miedo los arcabuces y alabardas con los cuales el severo Conde de Lemos, metió en orden a los frailes cuando la sonada disputa entre los padres Urrutia y Lagunillas a quien por la fuerza impuso.
En ese barrio y pared de por medio con la casa de don Diego Maldonado @el rico@, hoy de propiedad de Riva Agüero, hubo otra, precisamente en la esquina de Lartiga y Plateros y frontera al solar del conquistador Bosantal vez pariente del gran poeta/ de propiedad de una mujer de gran prestancia, seguramente, como para ser apodada “la conquistadora”, la misma que en 1570 vendió tal casa a don Miguel Redondo.
En esa casa llamada de “la caridad” hasta principios del siglo XIX, y en la cual en el siglo XVI vivió la dama del arrogante remoquete se sucedieron gentes y ocurrieron cosas muy interesantes. Vivió en ella el célebre Arcediano de la Catedral y Rector de la Universidad para la  cual pidió y obtuvo fuero especial, doctor Juan Velásquez de Obando, quien desde 1602, como consta en documento visto por nosotros, y no desde 1604 como apunta Mendiburu, era Delegado General de la Santa Cruzada.


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Otro lugar bello de entera antiguedad.

LA POSADA
Andando el tiempo y sujeta a muchas vicisitudes y mudanzas estuvo en parte de esa finca la muy mentada casa fonda de “El Caballo Blanco”, porque al entrar está del brazo de San Martín en 1821, la posada estuvo en clausura por orden de la autoridad y así permaneció los meses de julio, agosto y setiembre.
En aquella misma propiedad tuvo su oficina de negocios en 1819 don Francisco Alvarez Calderón quien al comenzar el siglo XIX era uno de los cónsules del Tribunal del Consulado, conjuntamente con don Isidro de la Perla, bisabuela de mi mujer, y en la misma casa, aunque por poco tiempo, vivió de mozo Fernando –Casos, el orador de la encrespada cabellera y de la voz de plata.
Fue esa plazuela teatro de agitaciones y bullangas cuando la resonante cuestión de México. Parece que los carolinos allá por el sesenta tuvieron entre sus poetas a Ricardo Espinoza y a Luis Felipe Villarán y la escogían para sus simpáticas rebeldías, muy especialmente cuando el Perú, vibraba, cabeza y corazón del continente, por las causas en parte de sus hermanas de estirpe y de manera vivísima y especial con ocasión de la cuestión mexicana.
En 1861 y 1862, especialmente, la plazuela fue muy buscada por los oradores de la sociedad llamada “Defensores de la Independencia” presidida por el General Medina. El 28 de Julio de 1862 hubo en la plazuela gran función bajo la presidencia del alcalde Miguel Pardo, habiéndose manifestado los tribunos desde los balcones desde la casa de Juan Francisco Andraca.

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El cercado y alrededores.

REFLEJO
Hablaron Fernando Casós, Juan Vicente Camacho, Pedro Gálvez y Juan Martín Echenique quien dijo discursos y declamó versos. De la agitación de aquellos días hay un reflejo en una de mis series de “Nuestra pequeña historia”, en el artículo México y el Perú, en parte escogido por Genaro Estrada en su interesantísimo prólogo al tomo de Documentos de la Historia de la diplomacia mejicana dedicada a la Misión Corpancho.
Fue muy famoso en ese barrio el Hotel de Sironvalle de la calle de Plumereros, donde es fama se comía muy ricamente y cuyo secreto para los jugosos lomitos, lo heredó el hijo de Sironvalle con un salón en la calle de La Merced
Es de mi fugaz entrada por esos barrios de donde arranca mi primera remembranza triste, la cruel enfermedad de mi padre. Se me aparece como en lacrimosa bruma por la cual atraviesa, inmensamente alta y hermosa, la alba y solemne figura de mi abuela. Niño, muy niño, hice allí mis primeras travesuras, comencé a creer en duendes y aparecidos y sentí deslumbrados mis ojos inocentes con la belleza de maravilla de las Kemish, las Fuller, las Schwalb.
Allí escuché por vez primera la leyenda de la casa de mi abuela. Reuniones de conjurados, estruendos populares en la etapa tribunicia, intensas horas de juveniles arrebatos aclamadores cuando la cuestión española, momento de suprema angustia cuando de allí salió para no volver, hecho polvo por la Gloria, del abuelo de la faz enérgica y triste, y momento de dolor también, cuando, años después con largo acompañamiento de tristeza y orgullo, volvía a la misma casa, el hijo mayor moribundo, ciego casi, calcinado por la explosión épica del 24 de mayo de 1880. ¿Cómo no recordar aquellos barrios, tan íntima y tan gloriosamente ligados a mi nombre?

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¡Qué belleza limeña!

CAÑONAZO
Cuando en 1895 escuché el traqueteo libertador de las montoneras de Piérola, pensé en mi casa de la Chacarilla, en la torre de San Agustín, la cual según lo afirmaba un zambo viejo de mi casa sin medirla irreverencia del juego de palabras, fue desmochada por un cañonazo de Santa Catalina.
Pasados algunos años, había en la esquina de la calle donde estuvo la casa de mi abuela, una inmensa fonda de chinos de casa de lista sonora y parlante como los cinemas de hoy. Subsistía muy desmedrada la botica de ”El Peinado” y e plena plazuela, cerca del Bolognesi de la errada leyenda, un señor Bracamonte vendía camisas y soportaba con bonachona sonrisa, rara vez avinagrada, el sonsonete de los mataperros gritándole aquello de: No Bracamonte con su lisura/se moja la cama y dice que suda…
Cuando ya habían muerto mi abuela y mi padre y casi no quedaban sino cenizas y recuerdos del gran hogar lejano, volví muchas veces- ¡con cuan honda tristeza! - por el barrio y alguien me repitió penaban en la casa de mi abuelo…
Hombre maduro entre una noche a la Imprenta de “El Sol”, donde había transcurrido algún tiempo mi niñez. Mi infancia de trajecito y del primer pantalón corto salió a recibirme con un tropel de recuerdos, y vi de pronto, como en un mágico escamoteo del tiempo, el volatín incontenido con que un primo mío,-el más tarde ingeniero Samuel Palacios Gálvez-, se cayó de una escalera y se le abrió como un castigo rojo, una estrella de sangre en la cabeza. Y me afirmé entonces en la inquietante sospecha de ser mi niñez la penadora… (Páginas seleccionadas de las "Obras Completas" que pertenecen como autor al consagrado escritor y político, José Gálvez Barrenechea.

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