jueves, 25 de abril de 2019

EL ENTIERRO

El progreso de la ciudad, en reacción paradójica, trae de cuando en cuando visiones antiguas y hace revivir escenas olvidadas. La demolición de viejos caserones pone en la memoria de las viejitas los “entierros” y tapados coloniales. Hasta no hace mucho tiempo preocuparon no poco a nuestras gentes. Cuando comienza el derrumbamiento de alguna casa antigua, para poder transformarla en uno de esos estirados edificios modernos, no falta quien diga suspirando: “Si habrá allí algún entierro”
Viejísima es la preocupación por los entierros en estos mundos y a ella contribuyó no poco la leyenda, con visos de realidad, de haber estado escondidos innúmeros tesoros por los emisarios del rescate de Atahualpa.
La profanación de las huacas con los relucientes hallazgos de objetos de oro y plata, transmitió también de generación en generación el afán de la búsqueda subterránea mezclada después con la superstición fanática y con la necesidad de ocultar en lugar seguro los remanentes de minas y obrajes.
Las famosas huacas del “peje grande” y del “peje chico” de las cuales, en tiempos del Virrey Toledo, descubrió la segunda un García Gutiérrez de Toledo, quien en un santiamén paso de pobre a rico. Atrajeron a muchos codiciosos buscadores. Y, de otro lado, los favorecidos por la fortuna, temerosos de perderla, comenzaron a ocultar, a su vez, sus riquezas. Todo quinqué adinerado escondía barras y tejuelos bajo la tierra y lo hecho por los indios como un rito, lo aprendieron los señorones hispanos y los criollos para defenderse de audaces sustracciones.

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Lima antigua única en tapados y entierros.

COSTUMBRE
Nació así la costumbre de los típicos tapados, los cuales generaban en complicadas proyecciones, una serie de ingeniosas y empíricas industrias y dio pábulo a multitud de fantasmagorías. En la estancia, en los obrajes, en las casas, en todas partes se horadaba la tierra para esconder joyas y dineros.
El temor a los piratas y los ladrones vigorizó estos avariciosos hábitos. Los señores acaparaban el rico metal indiano y lo acomodaban en ventrudos botijones y con cautela lo enterraban en patrios y corrales.
Y comenzaron a circular toda clase de leyendas- Decíase existían potentados que vigilaban el trabajo nocturno de los indios o de los esclavos enterradores de tesoros, los cuales, después pagaban con la vida la culpa involuntaria de saber dónde quedaba escondida la riqueza de los amos. Por eso, sin duda, cuando pasado el tiempo, se descubría un tapado, se encontraban casi siempre con el oro y la plata, restos macabros.
Un símbolo cruel envolvía estos cuadros siniestros. La imaginación popular los interpretaba como la perpetración terrible de una dura esclavitud y de un servicio in aeternum prestado por los huesos como irremediables guardianes de tesoro.


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Tunes antiquisimos. Para muchos, con tesoros

OCULTAMIENTOS
Pero no sólo bajo la sufrida y silenciosa tierra se ocultaba el dinero. En los anchurosos paredones, en las labradas vigas, en los artesonados de los techos, dormían su estéril sueño de maravilla, esperando el sésamo de un plano esotérico el cual guardaba celosamente, áureas y argénteas muestras de la avaricia colonial
Todo ello produjo un cúmulo inacabable de originalísimas costumbres, El ocultador de tesoros hacía en el misterio y con voluptuosidad de charadista complicados derroteros, cuyo sentido, diáfano sólo para él, requería en los extraños, desesperantes quebraderos de cabeza
Y mientras se acumulaban los tesoros, la preocupación pública crecía en torno a los hallazgos de posibles, se hacían legión los tracaleros y embaucadores de oficio fingiéndose sabedores de tapados.
 Frente al faro despistador surgió el descubridor vivaz y docto en descifrar los raros palotes, las palabras latinas y los rasgos y volutas de una caligrafía misteriosa hecha para señalar el sitio donde se hallaría el zurrón preñado de onzas o la botija perulera repleta de patacones.
La leyenda de los entierros creció en gran forma y de manera poderosa. Influyó sobre el espíritu de las gentes. Hubo época en la cual era muy rara la persona que no viviera tanteando las paredes y golpeando los suelos en la expectativa de sorprender una oquedad reveladora de un tapado antiguo.

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En estas casas antiguas se guardaban riquezas bajo tierra

TEMOR
Y como quiera la influencia del exaltado misticismo colonial se conservó vivamente con su cortejo de supersticiones, resultó el temor a lo desconocido y a la pavura ante el posible retorno de quienes se llevara la muerte con algún secreto y se juntasen a ese aspecto fantasmagórico de los buscadores de tesoros
Cuando se oían ruidos en alguna casa vieja se creía en alguna alma arribada desde la otra vida para avisar había dejado un arcón con pesos fuertes y nunca faltaba la aseveración de aparecer en altas horas de la noche en el caserón antiguo el inevitable fantasmón blanco. Con descarnada mano señalaba el sitio donde dejó, sin advertirlo en su mortal agonía los frutos de sus acaparamientos en la vida. Se formó así una especie de espiritismo criollo de finalidad materialista con millares de cultivadores.
La falta de instituciones de crédito en la época colonial y los fracasos de algunos famosos banqueros como el célebre don Juan de la Coba, contribuyeron a acentuar en los días coloniales la costumbre de enterrar dineros. El temor a los ladrones y piratas robusteció ese hábito sórdido.
La expulsión de los jesuitas en la época del virrey Amat hizo creer e hinchar la leyenda de una Lima horadada llena de vericuetos húmedos donde se oxidaban los millones. Se afirmaba de todas las casas y fueron muchas, de esa congregación, comunicaban entre ellas por medio de galerías subterráneas

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. Por estas zonas se buscaban los tesoros.

CREENCIA
De allí la creencia, transmitida de padres a hijos y a nietos sobre el hecho de, al ser expulsados aquellos frailes, se llevaron el secreto de incalculables riquezas escondidas. La guerra de la Independencia acreció la leyenda. Muchos godos enterraron fortunas enteras, decíase, para librarlas de los republicanos revoltosos.
Lima se pobló de creencias en tapados innumerables. Toda persona enriquecida por rápidos modos era sospechosa de haber encontrado un entierro. Todo caserón desocupado y con fama de ser visitado por las penas, fue mirado como probable asiento de riquezas ocultas.
Como no podía menos de ocurrir, surgió al lado de la creencia popular, muchas veces confirmada por la realidad, una especie de empirismo descubridor suscitada del especialista, el cual rico en embelecos pronunciaba frases abracadabrantes y sabía hacer rodar grandes bolas de imán en los aposentos visitados por las “penas, “los espantos” en Colombia.
Los descubridores de entierros gozaron del prestigio de las brujas y los curanderos. Eran llamados a visitar las casonas por las gentes conjeturadoras de los espíritus atormentados por los ocultadores, y cumplían su misión rodeándose de cábalas y formulas misteriosas.
Cerraban las ventanas y a la luz débil de los candiles, con ademanes y carantoñas entre cautelosos y solemnes, sacaban de la capa astrosa, la imantada bola la cual lanzaban sobre el pavimento entre un rezogante murmullo de frases ininteligibles.

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La gran riqueza de las casonas de aqujellos tiempos

DERROTERO
Un tipo semejante al del especialista en descubrir entierros era el afirmador de haber recibido un derrotero enviado por un deudo de España y pedía dinero para emprender los trabajos, y anticipos sobre su comisión y su silencio, trabajando luego con los miembros de la familia ocupante de la mansión señalada por el esotérico plano
La nocturna labor producía ruidos siniestros, alarmaban al vecindario timorato y éste atribuía a las penas la perturbación de su sueño, vigorizándose y perpetuándose así la rancia leyenda. En verdad, muchísimas veces, los escarbadores encontraron el premio a sus afanes.
Hubo también oportunidades en las cuales el reconstruirse una finca ruinosa cayo de pronto de las apolilladas vigas una dorada y tintineadora lluvia de monedas, o al abrirse en forado para hacer una puerta, apareció un esqueleto y junto a él un arcón lleno de pergaminos y monedas.
También con frecuencia se encontraron bajo los árboles de un huerto deseado para convertirlo en casa, taraceados baúles de cuero o talladas arquetas con relucientes peluconas y piedras preciosas. Los hallazgos trascendían al público y mantenían la ilusión, y hasta el sentimiento religioso tuvo su papel pintoresco, porque se solía encomendar a los santos concedieran un entierro, como todavía hay beatitas pedilonas del mejor premio de la lotería.
La preocupación por los tapados duró mucho tiempo y entre los nuevos ricos sobre todo existe. Pero por lo de pieles costosas, lujo de mujeres presuntuosas. Aún quedan en ciertas capas sociales, algunos obsesionados.

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Algo se encontró, aunque no fuese valioso.

FORTUNA
En todo caserón comenzado a ser reconstruido se ha supuesto había una fortuna escondida y no de pocos personajes de Lima se ha aseverado pudieron reconstruir sus fincas con el propio dinero en ellas encontrado, como si los antiguos propietarios hubiesen cuidado de dejarlas con los medios para su remozamiento.
La romántica languidez de los antiguos limeños encontró en esta esperanza de los entierros una nueva manera de divagar, blandamente en el porvenir, un tema de conversación, una forma de ironía para señalar ciertas fortunas y hasta un motivo musical y pintoresco para la conseja y la copla. (Páginas seleccionadas de las "Obras Completas" que pertenecen como autor al consagrado escritor y político, José Gálvez Barrenechea).

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