viernes, 31 de mayo de 2019

LAS TIAS

En el corredor de la quinta, magnificada por un silencio con paradójica musicalidad, hablábamos de cosas arcaicas. El viento nos traía balsámicos mensajes de jazmineros y rosales. Elevadísimos y enhiestos, dos pinos centenarios guardaban remotos secretos de las vidas pasadas cerca de ellos. En los emparrados añosos, los sarmientos retorcidos y enteros, como imágenes vivas del pasado fecundo, ofrendaban bajo la tensa envoltura de las uvas bermejas, sus melíficos jugos. Todo invitaba a la charla apacible, alejada de la antigüedad inquietante y volandera.
Por ancestrales motivos, la castellana de aquel refugio de exterior escueto y simple y de interior bello y confortable, tiene culto por los recuerdos- Y una visitante, nieta del Gran Mariscal, sabe develarlos con la castiza fineza de una criolla noble- En el ambiente tradicional y plácido de aquel rincón disuenan graciosamente, de cuando en cuando, unas voces infantiles parloteadoras en francés, mientras nosotros desgranamos ante la sonrisa acogedora de un parisiense amoroso de nuestras costumbres, una áurea mazorca de añoranzas limeñas
Y pasan así preguntas y respuestas, comentarios y remembranzas. La nieta del Mariscal nos cuenta una anécdota y, tras ella, la castellana nos sugiere la visión de aquellas tías amables, tan características en la vida encantadora de ayer- ¡Oh las tías!, repetimoslos contertulios.
Aquellas se quedaban en las casonas solariegas, como el más seguro eslabón con el pasado, y solteras o viudas sin hijos, dedicabánse a engreír sobrinos y a decirles el cómo y el porqué de muchas cosas.
CARACTERISTICAS
 Las mismas conservadoras y creyentes, sabían novenas con versos, recetas de cocina, canciones olvidadas, obsoletos refranes, remedios curanderiles y guardaban en los fraganciosos armarios rozagantes manzanas, membrillos y dulces exquisitos.
Eran las rociadoras del pañuelo a los sobrinos, las expertas en ablandar los chinchones con el agua de Florida y las obsequiadoras de bordados detentes y escapularios y de místicas estampas. Y nos preguntamos todos: ¿Es qué no hay tías como aquellas? Por lo menos el tipo clásico ha desaparecido casi por entero.
Las añoradas por nosotros eran de dos clases: las del hogar común y en él tenían una misión especial de solicitud con los niños, como hadas consentidoras intercesoras a favor de los traviesos y las habitadoras en soledad de casas distantes acompañadas por alguna criada leal y vieja, rodeadas de muebles y de lienzos antiguos, llenas de remembranzas, prisioneras de su pasado. Tías a quienes se iba a visitar como se va a un museo con algo de bazar y de archivos. Tías como para mantener siempre vivas y luminosas las lámparas de antaño
Con sus silentes y caseros zapatos de manfort, con faldas oscuras y sus blancos peinadores, alisados los cabellos sin presunción con dos grandes trenzas caídas a la espalda, ofrecían una expresión de simplicidad majestuosa y venerable.
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La Qujinta de Presa en la Lima antigua
CONSEJAS
Trascendían como el jardín de la quinta magdaleneña, a jazmineros y a rosales y además a alhucema y peritos de olor. Sabían consejas, por nadie conocidas, sabían al dedillo las genealogías de todas las familias de la ciudad, guiñaban discretamente los ojos cuando, como ellas decían, se trataba de algún linaje turbio, y entre aspavientos y avemarías, le daban de tarde en tarde, gusto al diablo, contando alguna pícara historia en la cual quedaba al descubierto alguna vana protección de hechizo nobiliario.
Verdaderas maestras en historiales gentilicios conservaban, con avara solicitud, las miniaturas y los daguerrotipos y se complacían inmensamente cuando el sobrino curioso les iba preguntando por cada personaje del enchapado álbum de los retratos viejos
“Esta linda mujer se casó con un marino inglés y fue enamorada de Vivanco”. “Esta murió muy joven, estaba de novia con Lastres y la acabo la pena cuando lo fusilaron”. “Este de las grandes charreteras es un general colombiano, insigne rocamborista, gran amigo de tu bisabuelo”. “Este es un francés simpatiquísimo víctima de la peste de la fiebre amarilla. “Aquí está fulanita con el vestido con el vestido lúcido en el baile de La Victoria”
“Esta negrita pizpireta es Milonguita, la hija de la esclava Manonga. Se quedó en casa y le llevaba a tu abuela la alfombrita para el trisagio” …” Y de prono ante un mancebo de bella apostura y corbatín romántico, la tía, se quedaba silenciosa, con la mirada pérdida en Dios sabe que mundos lejanos, y entre los suspiros, con una lentitud voluptuosa y triste, volvía la hoja, sin decir, palabra y entornaba los ojos. Y así era un encanto el repasar del personaje. Anécdotas y costumbres.

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Casona de antaño impecable.

FAMOSAS
Eran las tías limeñas una institución. Nadie como ellas para presidir asociaciones piadosas, preparar pastillas para las fiestas del santo preferido, arreglar los nacimientos, amadrinar moritos y realizar en las casas el franciscano prodigio de lograr la camaradería de perros y gatos.
Eran las tías del buen tiempo para ocuparse de ellas, porque los niños tienen miles y miles de solicitaciones callejeras. Tan famosas y buscadas eran que algunas fueron por antonomasia las tías de la ciudad.
La linajuda doña Joaquina Puente era un venero de tradiciones y conservaba en su orgullo afable, el sentido de los días coloniales, fue ara muchísimas gentes, con las cuales no tenían relación de parentesco, la tía Joaquinita
A ella se le pedía informes genealógicos, datos familiares, consejos para los casorios. Y todos la llamaban tía, como ocurriera también, con doña Polita Egúzquiza Ortiz de Zevallos, la tía Polita, tan amada por el cronista, a la verdad su tía abuela, a quien recuerda rodeada de sus retratos, siempre atareada con sus sociedades de caridad y de religión, y de cuyas manos recibiera, en los jueves encantadores de las vacaciones, el dulce de convento o el alfajor de Bejarano y la reluciente moneda de plata, como acababa de acuñar y salida de un cajón de mueble fino milagrero.
Así fueron las tías de antaño.
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Un grupo de tias en la colonia

El AYER
Suaves y modosas en todo, hasta en el andar deslizante y silente, representaron la más vigorosa vinculación con el ayer. Hoy, cuando todo se va, de aquellas tías no queda sino un vago, impreciso recuerdo. La de hogaño no pueden ser como las de otrora.
Algunas, por rara excepción, quedan tal vez. Pero la inquieta vida de hoy ha repartido su misión entre otros seres los cuales parecían no tienen el espíritu ni el amor de aquellas. No saben historias ni cuentos, ni tienen un álbum con retratos, ni dulces de convento, ni pesetas nuevecitas, ni polícromos detentes para contener al enemigo malo. (Páginas seleccionadas de las "Obras Completas" que pertenecen como autor al consagrado escritor y político, José Gálvez Barrenechea).

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