lunes, 30 de septiembre de 2019

LA PARISIENSE DE LA GUERRA

Habló Maurice Donnay de la parisiense. La parisiense de la guerra, naturalmente. Una conferencia de Donnay es siempre interesante. Vamos a escuchar allí frases alígeras: la paradoja, el retruécano. Vamos a estudiar también-porque el Aristófanes está cano- como los viejos se olvidan escandalosamente de haber sido jóvenes e insensatos.
¡Mudanza vulgar y un poco triste! Como las Magdalenas de la vida galantes se convierten agravados los años, cuando los tintes y el afeite no disimulan nada, en fortalezas de la virtud agresiva, así los literatos otoñales predican una moral severa que no supieron practicar en los tiempos mozos.
Capus, Lavedán, Donnay… Fueron los sagitarios de Venus, los cupidantes. Por ellos estuvo a la moda ese libertinaje salado, esa alegría genial que macera en sonrisas todo vicio y le da al viejo pecado la excusa leve de Gragonand. Fue suyo el género parisiense: decir las cosas a media voz y a media sonrisa, no escandalizarse, sobre todo, no insistir, ve desfilar el mundo como un cortejo de bulevar en donde no os ofuscaremos si una chiquilla guiña al paseante ojos truhanes y conniventes.
La separación de la literatura y de la moral se practicaba aquí mucho antes que la del Estado y la Iglesia. Los grandes maestros, un Gautier, un Flaubert, habían afirmado que el arte no tiene por objeto corregir ni enseñar. Y se perdonaba la licencia si la envolvía la gracia.
Una literatura espumante y femenina cundió aquí. La mujer fue, como en el siglo XVIII el tema único. Ella tuvo sus novelistas y sus modistos, sus confesores mundanos y sus escritoresde madrigales.


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Donnay: dramaturgo franes de renombre
LAS ALMAS…
Maestros como Bourget que habían comenzado estudiando grandes almas y hondas crisis acabaron examinando con manos diligentes de encajera, las almas friolentas de las marquesas tituladas y sus complicaciones adulterinas.
Catulle Mendés contorneaba frases tenaces de letanía pánica para decir su asombro ante la arcilla ideal. Los que ensayaron después el madrigal. Capus, Donnay, Lavedán, describieron también en novelas o comedias la frivolidad de la belle écouteuse de Verlaine, solo avezada a futilezas, más pronto a ajar el alma que el vestido, fácil a darse y a amar, si amar se llama el desgano abandono de cinco a siete en  la garconniere.
Esa mujer del dibujo de Rops que va guiando un cerdo con adorable picardía y claro simbolismo se asocia en nuestro recuerdo a la judía de Notre Coeur, la feroz coqueta de la novela por quien Maupassant sufrió de veras. Este y Rops eran los pintores tristes, los elegiacos de la frivolidad amorosa. Pero su misma queja era alabanza, la nota grave en el himno
Y el himno fue exclusivo en la novela en el teatro paras las vírgenes locas todas las señoras Bovary fatigadas de ser “lirios del valle” y decididas a “vivir su vida. Había alguna verdad en el retrato de la parisiense. Quedaban en sombra mil cualidades interesantes. Cuando nos hemos asomado aquí a ciertas almas, descubrimos, asombrados a veces, esa elegancia moral, ese arrojo temerario ante la vida que son las virtudes menos cantadas de la mujer de París.

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.Las andanzas y bailes de las parisienses


MORALISTA
Por eso los moralistas y Donnay se asombran ahora al ver tan maternal solicitud en las ambulancias. La guerra y sus consecuencias sorprenden a los psicólogos de salón. Estos no pueden omitir, por supuesto, el cuadro de París suntuoso y disoluto, en contraste con esta ciudad llena de enfermeras
Como si la frivolidad y la bondad no fueran compatibles. Como si el prurito de la elegancia no hubiera sido un camino para las virtudes morales. Escuchad ahora al moralista. “La última gran fiesta parisiense-dice- a la que tuve el gusto de asistir antes de la guerra fue la representación en honor de Antoine, en la Opera.
La sala encerraba esa noche buenas advertencias de inquietantes enseñanzas. Había mujeres de la plutocracia, de la aristocracia, de lo grande y de la pequeña burguesía, actrices, mundanas por entero o a medias cortesanas de alto, de corto, de todo vuelo. Y diamantes, pedrerías, perlas, penachos airones.
“Había mujeres en los palcos con abanicos de plumas en la cabeza que le daban aspectos              de guerreros indios. Una peluca blanca excusaba a un semblante joven. Muchas mujeres tenían vestidos y, sobre todo, corpiños enteramente sumarios y que parecían justificar la frase que ellas dicen en toda circunstancia. “No tengo nada que ponerme”.

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Mucha imaginacion y  alegría en la inmensidad del cielo.

SIGNOS
La mayor parte de los hombres que acompañaban a estas mujeres y que sostenían alimentaban este lujo de joyas y de toaletas sentía halagado su humor propio y su vanidad. Eran éstos los signos exteriores de su poder y de su riqueza. Pero con su frac negro, uniforme sin gloria o más bien librea sin lustre, símbolo de su culpable abdicación, tenían aspecto de camareros encargados de servir a las mujeres en el banquete de la vida parecían empleados de pompas mundanas.
Donnay halla aquí pretexto para anunciarnos un Paris…que no será Cuando se despojen de sus uniformes blancos, cuando no tejan ya calcetines paras soldados, las parisienses volverán necesariamente a amar las pieles caras y las atrevidas toaletas.
Su gusto suntuario no mudará como no cambia su arte innato de hacer un vestido con un trapo y de inventar cn naderías un sombrero chic. Y es bueno que así sea. Su genio claro, elegante, es tan necesario por lo menos como la gravedad de otras razas.
Algo muy grande se habrá perdido cuando no exista pueblo alguno para continuar la sonrisa intelectual de la gracia helénica. Y no digáis que pueden existir uno sin otra la ligereza del pensamiento y la frivolidad elegante de las mujeres. Son complementarias en cierto modo.
Solo en el París “fin de siglo”, en el París de la feminidad y del refinado lujo, pudieron nacer algunas paradojas encantadoras de Ernest Renán. Y tal vez es bueno que Sócrates se ponga a discutir con las más frívolas mujeres, las cortesanas, manchadas por el vino, las rosas de su corona de festival.(Editado, resumido y condensado del libro “Obras Escogidas de Ventura García Calderón”, destacado intelectual peruano que, con sus estudios, rescata los orígenes culturales de este país. Nació por un azar patriótico en Paris, retornó al Perú donde estudió. Posteriormente volvió a Francia en 1905 salvo cortos intervalos por aquí, Rio de Janeiro y Bruselas hasta 1959 en que murió, siempre habitante de la ciudad luz)

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