Debemos suponer no se hiciera
mucha vida de restaurante antiguamente. Por las Nazarenas existió un mesón y
dio también nombre a una calle. La obsesión de lo albo debió ser evidente
porque, como la fonda recordada, el mesoncito de marras se llamó “El mesón
blanco”. Esa calle fue conocida por el Santo Cristo de los Milagros, cuando la
devoción por el señor de los temblores adquirió inmensa y decisiva popularidad.
Pero, dado el poco movimiento
urbano, la escasísima población flotante, la buena vida de hogar de Lima, no
hubo los elementos para tal clase de establecimientos. Aunque venían a Lima, de
todos los confines del Virreinato, los adolescentes a quienes atraía el
prestigio de los colegios de San Marín y San Felipe y, posteriormente, después
de la expulsión de los jesuitas, el de Convictorio de San Carlos, sabido es
entraban como internos, condición en la cual se encontraban todos los
colegiales.
No existió pues, ni pudo existir,
el restaurante de tipo estudiantil. La suspensión de los internados, ya
crecidita la república, dio nacimiento a esas fondas y restaurantes de los
cuales eran parroquianos los muchachos venidos de provincias.
Real Convictorio de San Carlos
Real Convictorio de San Carlos
FONDAS
Con el olvido del evangélico precepto de dar
posada al peregrino, con la supresión en los hogares de los cuartos para
huéspedes, con las restricciones en las antiguas y colmadas mesas de largo
mantel, aparecieron las fondas y restaurantes para jóvenes, las del confiado
sistema de las libretas acogedoras.
Y con el aumento de los viajeros
y las relativas facilidades en las comunicaciones, nacieron también los
pomposamente llamados hoteles de los cuales fueron famosísimos en sus tiempos
los de Lecaros, Greallaud, Maury, el Americano y posteriormente el Cardinal, el
Francia, Inglaterra, Sironvalle etc. No es nuestro propósito hacer historiadas
reseñas de fondas y de hoteles. Aunue no debemos dejar de mencionar el Café
Anglais de Mustú Gatillón, el cual hizo las delicias de nuestros gastrónomos de
hace más de medio siglo.
La fonda típica, el restaurante
como hoy decimos, ya con permiso de la Academia, fue un lugar modesto, mal
alumbrado, triste casi, donde se reunían desheredados de la fortuna,
aventureros y gentes de hogar.
Muy raramente se salía antaño a
comer fuera de casa y más raramente aún, por lo menos hasta existente la
esclavitud se dio el hábito de enviar a las fondas por comida. Pero ya cuando
fueron despojándose los hogares de la copiosa servidumbre legada por la
colonia, se acostumbró, cuando faltaban las cocineras, buscar en la fonda
vecina los sabrosos platos criollos con fama o muchas de ellas al punto de que
no pocos hogares se estilaban en días de convidados mandar por algunas viandas
para mejorar el culinario programa casero…
Comensal de aquella época
Comensal de aquella época
LOS CHINOS
La fonda y el restaurante de
cierto copete son cosas netamente republicanas y democráticas. Hasta llegar los
chinos eran los hijos del país y los sostenedores del negocio, pero los
asiáticos contribuyeron a una evolución al respecto.
Hasta llegar los chinos, eran los hijos del
país los sostenedores del negocio, pero los asiáticos contribuyeron a una
evolución al respecto, porque abarataron de una manera tal las comidas, que el
elemento popular se convirtió en parroquiano asiduo de aquellas tenduchas
ennegrecidas por el humo y malolientes, donde con su voz cantarina y aguda, el
chino pregonaba de minuto wn minuto la lista de los platos.
Pero el lugar más simpático de restaurante
era el destinado al estudiante provinciano. En él se limitaba a los
restaurantes de tipo elevado. De tarde en tarde, como en el Cardinal, colgaban
a los lados de las puertas los decorativos caparazones de una tortuga o la
yerta u melancólica testuz de un venado.
Entre ellos, por lo mismo haber
pasado a la historia, ninguno alcanzó la notoriedad ni tuvo tantos méritos
reales como el Franco Peruano. Alas horas del yantar se poblaba de estudiantes
de todas las provincias. Todos los matices, todos los dejos se entremezclaban
con un alegre rumor de colmena. Se agrupaban por regiones, por departamentos,
por provincias y devoraban, en verdad, no comían las viandas, quizá no
delicadas, pero nutritivas y abundantes como por escolares en pleno desarrollo.
La belleza de una casa colonial
La belleza de una casa colonial
LAS LIBRETAS
Desde el mostrador vigilaba a sus
parroquianos el buen don Aurelio Yanet, quien sonreía benévolamente cuando
sorprendía a algún muchacho pobre de medios, pero rico en apetencia, olvidando
de apuntar la cifra en la libreta liquidable quincenalmente.
Ese don Aurelio Layet se ha ido
de la vida sin ser recordado casi y a él le deben muchos de sus contentos y de
sus lucidos éxitos estudiantiles no pocos profesionales. Ignoramos si se
conservan, pero las sabrosas deducciones de la pequeña historia, las libretas
aquellas.
Pero si se conservaran, por ellas
podría saberse hasta que punto muchos ministros y diputados en sazón fueron
aficionados al panqueque con miel de Palma, el churrasco a la jineta, el seco
de cabrito o a los camarones.
Y quizás si un espíritu
paradojalmente ocioso y sutil, podría obtener graves enseñanzas filosóficas de
los que cabría llamar, en lenguaje científico, la curva del paladar y la
estadística de la afición culinaria en relación con las aptitudes personales y
hasta con los azares de la política, las proyecciones de la ciencia y los
fueros del arte.
Con el andar del tiempo, cambio
la vida del restaurante. La música, elbaile, todos los atributos de la
vertiginosa y opulenta ansía de divertirse avanzando como avalancha por el
mundo se han incorporado a la existencia actual.
Aquí, antiguamente, funciono un restaurante
Aquí, antiguamente, funciono un restaurante
HABITOS
Y como las costumbres son tan
otras del ayer, los restaurantes y las fondas son innumerables, de todos los
matices y de todas las clases. Ya casi si no se ven portaviandas en las calles,
cosa extraña útiles a sociológicos comentarios.
Hasta hace casi algunos años era
frecuente encontrar a esos cholitos conductores de los artefactos. Una especie de
comendador del gremio, fue el celebérrimo Mataobispo, quien rimaba
interminables poemas ultraístas en cada esquina, mientras se enfriaban los
potajes…
El restaurante ha contribuido en
buena parte a las modificaciones de los hábitos domésticos, ha aumentado las
llamadas por teléfono y ha derrotado para siempre las campanillas retiñentes en
las casas, convocando como para un rito, a todos los miembros de la familia.
Aquellas campanillas hogareñas e
eran sacudidas cerca del mediodía y de la noche. Las últimas se hacían con
nerviosa persistencia como si repitieran el viejo decir olvidado: A comer y a
Misa/ solo una vez se avisa. (Páginas seleccionadas de las "Obras
Completas" que pertenecen como autor al consagrado escritor y político,
José Gálvez Barrenechea).
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