jueves, 29 de abril de 2021

NOCTURNO MADRILEÑO

 Os echa afuera el calor del verano español. La luna se ha quitado su carrera de nubes. Tal vez os llama un organillero, uno de esos organillos socialistas que dan a un aria de Beethoven compases dislocados de petenera

¿A dónde ir sino al Retiro? Brilla su escándalo de lejos, ruidoso y claro en la noche azul. A  este jardín va en tumulto falenas y gentes ¿Por qué se ponen uniforme esos caballeros para tocar la música de Chapi? Ya están girando madres obesas y los inevitables niños góticos pelan la pava en público.

Tal vez se inclinarían a declararse, pero les estorban los pantalones blancos, casi tanto como la vigilancia militar de las madres. Estos centinelas del hogar parecen reñidos para siempre con el corsé de París. ¿Cómo no aterran a los novios? Allí está vivo el futuro del matrimonio.

Escapáis siguiendo a la clorótica luna que se remonta del coronel terrenal a un cielo fresco. Una florista se nos ha prendido del brazo como una amada. Tunantemente le pedís otra cosa que rosas y ella tarifa en una peseta el madrigal. Os acomete un menudo proyecto de mujer que  solo abe decir “mamá”, “papa” y una “perra gorda”.

El célibe errante va a parar necesariamente a una horchatería. Sirven rubias y morenas-half and a half, para todos los gustos- y al dejaros el vaso fresco se quedan lánguidamente en jarras, mirando al techo remoto en donde un Zuloaga aprendiz pintó españolas feas de mantilla. Tunantemente les pedís otra cosa que horchata y ellas sonríen, taimadas para aumentar la propina.

COCHERO

¡Cochero a la Parisiana! Como el camino es largo tenemos tiempo, bajo esa luna linfática, de imaginar un soneto y un amor. Se llega al Parque del Oeste. Observáis que los grillos y las estrellas parecen estar de acuerdo para titilar al mismo tiempo. Riman verlelianamente esta breve endecha insistente y aquella luminosa intermitencia.

Nos persigue el dúo sentimental hasta la puerta. Parisiana es un café convierto al aire libre. Se cancanea a veces, pero lo clásico ahí es la jota y el cuplé con sal y pimienta. Esta manera de agitar las caderas que Mauricio Barrés elogió irreverentemente en las mujeres y las mulas de España, nos arranca oles sonoros y vivas a las madres.

Las madres están cerca de nosotros. Tienen horrendos sombreros, dientes postizos y un pronunciado bozo de bachiller. ¡Asó serán las hijas! Si algún pintor católico estuviera aquí extraviado, podría repetir aquellos cuadros morales en donde se inspiraba el asco a la carne joven mostrando cerca la carne desvencijada.

¡Miremos solo a las hijas! ¿Cuántos años fueron necesarios para aquella virtuosidad de castañuelas donde, desde el pianísimo hasta el tableteo estrepitoso? ¡Cuántos consejos de las madres para obtener esa ciencia de la sonrisa! En cuanto a la ondulación de cadera y vientre-la bisagra como dicen los entendidos- no se aprende. Para zarandearse así, es preciso haber nacido en la tierra de María Santísima. 

MANZANILLA

¡Cochero a la bombilla! Es el recurso de las noches aburridas. Beberemos una caña de manzanilla, es decir, un dedal de vidrio con un jerez aguado, trepador y sabroso. Veremos bailar a manolas legítimas con señoritos de esmoquin.

Un organillo socialista toca a huelgas de amor y a meneos toreros. El clásico sirviente sordo  os sube a la alcoba del palco un falsificado jerez de Blazquez, más caro que el champagne en Montmartre. Como la noche refresca, la moza que comparte con vosotros los langostinos tose desesperadamente arrebujada en su fino mantón.

El mantón tiene una flora cananea de rosas y cabezas de filipinos que son sin duda guerrilleros, Rizal tal vez. Os conmueve este recuerdo. Habéis bebido con exageración chatos y cañas. Y la famélica manola os habla del mantón que es regalo de un novio. ¿Cuál de ellos?, murmuráis. Ella os da un golpecito en los labios con un abanico musical que tiene cosidos cascabeles. La palabra novio os aparece abarcar en España significados singulares. La noche está sentimental

Esta manola va a contaros un querer hondo y bostezáis aparatosamente hacia la flotante luna. Alla en Sevilla, chiquillo, tuvo más novios que estrellitas en el cielo. Para ayudarla a llorar, pedís una manzanilla. Llega el nauseabundo olor del veguero que fuma con delicia un espada flaco. Os sorprende que haya venido a este lugar pecaminoso aquella respetable dama de cabellos blancos y toca de viuda. El mozo del merendero os responde sonriendo: ¡Ah, no sabíais que así anda vestida doña Celestina la entrometida!

FAVORES

Vuestra compañera la conoce, la debe tal vez favores. ¿No es natural invitarla, siguiendo la costumbre, a una botella de manzanilla? Ella, que es castiza, retornará al cuarto de hora. Empieza el tiroteo a vuestra salud. Si queréis pasar por madrileños es preciso continuar esta batalla de cortesías, esta guerra amable, hasta agotar el último duro y haber trasegado una barrica.

Para abreviar, será mejor llamarla a vuestra mesa. No preparéis una sonrisa cínica: ya no emplea Celestina aquel lenguaje rudo y pintoresco de la antigua tragicomedia. Es una dama distinguida, melindrosa, que come los langostinos con tenedor. Para hablar de la profesión dice “el trabajo” y al precio le llama “pretensiones”. Su lema es: “Señor, el pecado puesto que es inevitable, pero con la mayor elegancia”

Estallan, como cohetes musicales, los organillos. De cada merendero llega distinta música. En el aire impregnado de humedad campestre y de luna se elevan, caen, insisten con alaridos de parturienta, voces que narran sin palabras una histórica melancolía, una pena arábiga. En cercanas alquerías se despierta el gallo sonoro.

Un tintineo vagaroso y dormido os anuncia la gracia eglógica de cabritillas que en la cercana choza duermen. Despertáis pesadamente cuando el camarero os prueba, cuenta en mano, que la dorada manzanilla es oro líquido.

Vuestra compañera se ensaña todavía con el cadáver de un cangrejo. Bajo la luna amparadora de celestinajes y parrandas, doña Celestina os propone a su sobrina. No la ciega el parentesco, pero es señor, un capullo de rosa

BAILE

Un chulo alto, cadavérico, enroscada la inevitable flor en la oreja esta bailando el agarrao con una tétrica manola de pies menudos que da intermitentes pataditas. Frente a frente, en el sentido más aproximado de la frase, se están mirando en los ojos como los becquerianos que quieren ver su imagen en el fondo.

Mas no se ha inventado este baile para gentes que abusaron del jerez y la manzanilla. Mejor sería estar en uno de esos instrumentos de tortura que llaman coches. Y el golfito providencial os va a buscar un cochero amarillo que llega desabrido porque estaba jaleando. Para adularlo os interesáis por su jamelgo. ¡Qué no se arranque en las cuestas! Vamos despacio, amigo mío. ¡Linda noche!

Avanzamos prudentemente como expedicionarios en un país salvaje. Cuando él se fatiga de estar sentado baja a arreglar una rienda floja, a dar una palmada paternal a este futuro rocín de picador. Ninguno de los viajeros tiene prisa. Siempre hemos de llegar  me dice este filósofo del pescante. Y un día nos hemos de morir, epilogo yo.

El jamelgo es sin duda. Clavileño porque vamos recorriendo soñados países tenebrosos. Luego la parada dura tanto que empiezo a barruntar que hemos llegado. Me saluda cariñosamente un nocturno Diógenes. Amigo sereno, buenas noches. Todavía charlamos de la luna, de las buenas mozas y de Antonio Maura, que Dios guarde. Con terrible fragor de llaves abre la puerta este San Pedro bondadoso y barbado. Me palmea familiarmente el hombro. Después, viendo mis pies no muy seguros, efusivo y nostálgico murmura:

- ¡Qué buena estuvo la manzanilla!  (Editado, resumido y condensado del libro “Obras Escogidas de Ventura García Calderón”, destacado intelectual peruano que, con sus estudios, rescata los orígenes culturales de este país. Nació por un azar patriótico en Paris, retornó al Perú donde estudió. Posteriormente volvió a Francia en 1905 salvo cortos intervalos por aquí, Rio de Janeiro y Bruselas hasta 1959 en que murió, siempre habitante de la ciudad luz)

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