Después de la acostumbrada prueba
de vuelo de cada mañana, las tripulaciones se dirigieron en grupos hacia su
club para enterarse de las misiones que se habían de efectuar aquella misma
noche. Fijadas en sus correspondientes
tablillas, figuraban las citaciones para doce tripulaciones: o sea, la mitad de
las disponibilidades máximas del escuadrón, entre los cuales se hallaba el
bombardero Wellington señalado con
la letra M de Monkey.
El piloto y el oficial de ruta de
este bombardero entraron en el club de oficiales, escribieron su nombre en los
partes de misión y rechazaron la cerveza que se les ofreció antes de comer.
Charlaron un poco con otros oficiales. Reinaba ya cierta tensión en el ambiente.
El oficial superior agregado al
Servicio de Información, que llevaba bajo la insignia de piloto las
condecoraciones de la Primera Guerra Mundial, entró y dijo: “La reunión es a
las tres muchachos”. Casi inmediatamente, sus palabras fueron confirmadas por
la voz metálica de los altavoces que anunciaban en todo el campo: “Las
tripulaciones destinadas para la misión deben presentarse a fin de recibir
instrucciones a las 15 horas en punto”.
Después del almuerzo, seguido de
una pequeña fiesta en la butaca, los dos oficiales se dirigieron lentamente
hacia la sala de conferencias instalada en uno de los hangares. En la puerta,
el soldado de la Policía Militar que estaba de servicio examinó sus documentos
y les deseó suerte. Luego pasaron a la sala, donde se habían colocado varias
hileras de sillas frente a un estrado. Detrás de este, un gran mapa de Europa
septentrional y occidental ocupaba toda la pared. Una hoja de papel cubría casi
totalmente Holanda y Alemania y una cinta roja, fijada en un alfiler, partía
del campo de aviación de Lincolnshire, atravesaba el Mar del Norte y
desaparecía detrás del papel.
Bombarderos de la II Guerra Mundial.
Bombarderos de la II Guerra Mundial.
NERVIOSISMO
En la sala se oía hablar a 72
hombres que trataban de disimular su nerviosismo con bromas. De pronto se hizo
el silencio al iluminarse con reflectores el estrado al que subió un grupo de
oficiales, entre los que se hallaban los comandantes de la base y del
escuadrón. Nadie hasta entonces había mencionado el posible destino de aquella
noche. Ni siquiera se trato de adivinarlo.
El comandante del escuadrón, un
joven teniente coronel con el distintivo del DFC (Distinguished Flying Cross, condecoración al mérito aéreo) se
acercó al mapa y separó el papel que lo cubría en parte. Hubo un silencio, una
pausa y, después, un profundo suspiro, casi un lamento, cuando pudieron ver el
objetivo que se encontraba en medio del territorio enemigo.
El comandante dijo: “Si
muchachos, otra vez Mannheim. Sabéis de que se trata de una ruta
endiabladamente larga, pero la defensa antiaérea no es muy fuerte. Al menos no
lo era la última vez que estuve allí. El oficial de información os dará
detalles de los objetivos que deben atacarse, sobre la defensa antiaérea, etc.”
INSTRUCCIONES
En efecto, un joven oficial de
información se adelantó sosteniendo en la mano un puntero: “Si señores, es
decir, muchachos…” La voz del oficial sonaba alta y clara, esforzándose en
mantener un aire tranquilo.
Una vez terminado su informe, el
oficial abandonó el estado y tomó la palabra el Jefe del Servicio de
Observación que dio instrucciones sobre la ruta que se debía seguir. Después el
oficial de armamento habló de la carga de las bombas y el oficial de
transmisiones explicó las diversas claves para la operación nocturna. Le tocó
el turno al oficial del Servicio Meteorológico el cual junto con los mapas del
tiempo, proyectó diapositivas de mujeres medio desnudas, que las tripulaciones
acogieron con gritos de entusiasmo.
Un pequeño discurso del coronel,
comandante de la base, cerró el acto y mientras los oficiales de mayor grado
abandonaban la sala, las tripulaciones se dirigieron a los vestuarios para
ponerse el mono de vuelo. Recogieron su comida de a bordo-chocolate, chiclé y
azúcar de cebada- y pasaron luego por el vecino almacén para hacerse cargo de
sus paracaídas. Los oficiales de observación que habían quedado en la sala
estudiaban la ruta sobre el mapa.
Todos los hombres a
excepción de los oficiales de ruta, subían a los camiones descubiertos y se
dirigían hacia los aviones, dispersos por el campo, bajo el gris atardecer de
Lincolnshire.
M DE MONKEY
El M de Monkey se destacaba, pequeño y oscuro, contra el cielo. Se
intercambiaron algunas frases ingeniosas entre la tripulación y los hombres que
prestaban servicio en tierra, los cuales se hallaban alrededor del aparato
fingiendo ocuparse en los últimos preparativos, aunque en realidad estaban allí
para despedir a sus compañeros y desearles buena suerte. Finalmente, la
tripulación desapareció por la escalera metálica del aparato. El oficial de
ruta, entretenido hasta el último momento en sus cálculos, llegó en un pequeño
furgón y subió al Wimpey, llevando consigo un gran saco de tela verde y un
sextante.
Después de comprobar que todo
estaba en orden, el piloto abrió el interfono y pasó lista, llamando uno por
uno a todos los miembros de la tripulación y comprobando si estaban listos para
emprender el vuelo. Cuando todos hubieron contestado, se puso en contacto con
la torre de control e informó al oficial de servicio que M de Monkey estaba preparado
para el despegue. En la torre de control se encendió durante un segundo
una luz verde como respuesta y el piloto
aflojó los frenos. Lentamente, el avión inició su viaje hacia Mannheim.
Los aviones en fila con sus oficiales listos para el ataque.
Los aviones en fila con sus oficiales listos para el ataque.
DESPEGUE
Mientras se deslizaba sobre la
hierba para colocarse en el punto de despegue indicado por una furgoneta, la
tripulación se abrochó los cinturones e hizo los preparativos finales para el
vuelo. Unos cuantos hombres, en pie cerca a la furgoneta, les desearon buena
suerte, mientras el avión seguía la fila de luces intermitentes. El primer piloto abrió el interfono y el segundo
hizo lo mismo después. Una luz verde se encendió en el techo de la furgoneta y el piloto respondió
encendiendo durante un segundo los faros de aterrizaje. M de Monkey tenía vía
libre para despegar.
En el interior del avión, la tripulación
permanecía sentada. Todos estaban en tensión mientras el piloto empujaba hacia
delante las dos manijas de gas. El fuselaje vibró y las alas parecieron ondear
un instante, mientras los frenos quedaban libres y el pesado avión empezaba a
moverse de nuevo lentamente sobre la hierba.
A medida que iba adquiriendo velocidad, el
segundo piloto leía en voz alta las indicaciones del anemómetro conforme la
aguja se iba moviendo y cuando el primer piloto lo considero conveniente atrajo
hacia si el pequeño volante y el Wellington despegó.
ACTIVIDADES
Concluida esta maniobra y una vez
tomado el rumbo después de haber sobrevalorado el campo, la tripulación se
ocupó de sus tareas. Los artilleros de proa empezaron a mirar el oscuro cielo
nocturno, tratando de acostumbrarse a la oscuridad. El radiotelegrafista, en su
mesa, detrás del oficial de observación, hacía girar lentamente los mandos de
diversos aparatos para que estuvieran sintonizados con las distintas estaciones
de tierra en caso de una llamada de urgencia. El oficial de observación, iluminado
solamente por el reflejo de la luz de la tabla de navegación, estaba
confrontando la ruta señalada en el mapa con algunos planos que mantenía
abiertos sobre sus rodillas.
En la cabina de mando, los dos pilotos
permanecían uno junto a otro, casi inmóviles, como si estuvieran medio
dormidos, con la cabeza hundida en el cuello alcanzado de la cazadora forrada
de piel. De cuando en cuando, uno de ellos se movía señalando un aparato
determinado: el otro respondía con una señal de asentimiento o bien accionando
algunos de los mandos de control. Después de casi veinte minutos de vuelo en la
primera ruta, el segundo piloto rompió
el largo silencio para anunciar al oficial de observación, a través del
interfono que había avistado en la costa.
Dicho oficial entró entonces en
la cabina de mando y se colocó detrás del segundo piloto. Buscando un punto de
referencia determinado que permitiera establecer una situación exacta y poder
trazar así una ruta en el mapa. Como el piloto tenía la facultad de dirigirse
al objetivo escogiendo la ruta, era necesario controlar constantemente la
posición sobre el mapa, por si fuera
necesario decidir, por cualquier razón, un cambio de rumbo.
En pleno mantenimiento.
En pleno mantenimiento.
AL SUR
Luego, el oficial de observación regresó a su
mesa y señaló el punto de referencia en tierra antes de llamar al comandante
para comunicarle la ruta que debía seguir. Debía cruzar el Mar del Norte, hasta
un punto cerca de Ostende, donde viraría hacia el Este, siguiendo determinada
ruta y llegaría al Rhin, al sur de Coblenza. Desde allí tenían que dirigirse
hacia el Sur, hasta la zona de ataque.
Cuando estuvieron muy lejos de
tierra, el artillero de cola, con la voz
largamente jadeante a causa del aire
enrarecido, solicitó permiso para probar las armas, disparando en el mar que
estaban sobrevolando. El primer piloto se lo concedió y después ordenó al
segundo piloto que abriera el oxígeno, recordando esta necesidad después de oir
la voz del artillero. Al mismo tiempo comprobó que el IFGF (Identification Friendo or Foe:
reconocimiento-amigo o enemigo) estuviera cerrado. Incluso a través de las
máscaras de oxigeno la tripulación percibía el olor del explosivo disparado por
las armas, lo que les recordó el peligro de la misión: a partir de aquel
momento la tensión aumentó.
Más allá de Ostende, el suelo
estaba cubierto de nubes bajas y el avión tenía que dirigirse hacia Coblenza sin ningún de referencia en tierra. Dos
minutos después, cuando bajo el aparato el cielo se coloreó con las luces
rojas, verdes y amarillas de los antiaéreos (sin que el oficial de observación,
encerrado en su cabina oscura, se diera cuenta), el piloto abrió el interfono y
comentó: “Esto es Ostende, a no ser que sea Ramsgate". Al oficial de
observación no le divirtió mucho la
indirecta sobre su capacidad para determinar el rumbo, e irritado, empezó a
sacar varios apuntes y tablas para hacer el punto”, basándose en observaciones
astronómicas.
Vuelo razante en medio de las nubes.
Vuelo razante en medio de las nubes.
COLINAS
Entre tanto, M de Monkey avanzaba
a toda velocidad, hacia el Este, por encima de las oscuras colinas de la
Bélgica ocupada.
Noventa minutos después, el
oficial de observación trazó un segundo punto, tomando como referencia la luna y dos estrellas. Abrió el interfono y dio
autorización al piloto para continuar el rumbo en zigzag, que era el que
prefería hacer siempre que el avión volaba sobre territorio enemigo y dijo: “
Vamos por buen camino, ahora voy con vosotros para determinar un punto de
referencia en tierra. Se veis algo que se parezca a un río, silbad”. Tomó el plano de la zona
de Estrasburgo, cerró el interfono y se quitó la máscara de oxigeno: después
entró en la cabina y se colocó detrás del piloto.
Bajó el avión, las nubes habían
desaparecido y con la luz de la luna se podía distinguir el paisaje de colinas
boscosas. Toda la tripulación, excepto el radiotelegrafista, que estaba
sintonizando tranquilamente el programa de la BBC, miraba hacia abajo, tratando
de descubrir algún indicio de agua. De pronto, el segundo piloto señaló hacia
la derecha. El oficial de observación dijo: “Podría ser el Nahe, el Mosela o el
Rhin. Vamos a verlo y trataré de localizarlo en el plano”.
EL RHIN
Más tarde, el oficial, tras haber establecido la
situación, descendió a proa del avión para cumplir su segunda misión: la de
bombardeo. Echado en el suelo, con una luz anaranjada que iluminaba débilmente
su mapa, siguió el rumbo hasta que el Rhin se encontró justamente debajo del
aparato. Al mismo tiempo, trabajando a oscuras, instintivamente empezó a
preparar las tablas de tiro y el visor. Después de indicar al piloto que virase
hacia el Sudeste y continuara sobre la orilla derecha del río, se concentró cada
vez más en el terreno que tenía debajo.
El mundo Sudeste llevó al avión
hasta Bingen a diez minutos tan sólo de Mannheim: el Rhin discurría por la
izquierda, estrechándose a lo lejos, pero reflejaba aún la luz de la luna.
Nadie hablaba, y no se oía más que la
pesada respiración del artillero de cola, que mantenía abierto el interfono
para poder informar inmediatamente en caso de avistar algún caza enemigo. Todos
los miembros de la tripulación se disponían a enfrentarse con el peligro de los
diez minutos siguientes.
De pronto pareció que el río se
dirigía hacia el bombardero y el oficial de observación se apresuró a controlar
la brújula del visor para asegurarse de que el avión no había cambiado su rumbo
hacia el río: pero precisamente entonces una gran ciudad apareció debajo de él.
“Worms” pensó al ver la extraña forma del lago
que se extendía al sudeste de la ciudad. Estaba ya seguro que se dirigían a Mannheim y que faltaban solamente quince
kilómetros, pues delante del avión el cielo se iluminaba por los disparos de
los antiaéreos.
El Wellington.
El Wellington.
LISTOS
En consecuencia, indicó al piloto que continuara en aquella misma dirección hasta que llegara al punto en que el río se dividía, mientras tanto apuntaba a través de los retículos del visor. De pronto apareció el cruce del río. “Allí está”, gritó el oficial de observación. El piloto respondió: “Ya lo he visto, pero daré un par de vueltas por encima para estar seguro de que esta vez es el sitio preciso. Vigila bien a los alemanes y ten cuidado de que no nos acerquemos demasiado a algún compañero nuestro”.
En consecuencia, indicó al piloto que continuara en aquella misma dirección hasta que llegara al punto en que el río se dividía, mientras tanto apuntaba a través de los retículos del visor. De pronto apareció el cruce del río. “Allí está”, gritó el oficial de observación. El piloto respondió: “Ya lo he visto, pero daré un par de vueltas por encima para estar seguro de que esta vez es el sitio preciso. Vigila bien a los alemanes y ten cuidado de que no nos acerquemos demasiado a algún compañero nuestro”.
Mientras el avión volaba sobre la
zona que debía bombardear, unos blancos relámpagos rompían la oscuridad que
había debajo de él, lo que indicaba que otros aviones estaban descargando sus
bombas. Los fuegos de los antiaéreos, rojos a lo lejos pero blancos y amarillos
de cerca, iluminaban el espacio alrededor. Un reflector agitaba su plateada
luz, emergiendo repentinamente de la tierra.
El piloto dio dos vueltas sobre
el objetivo antes de alejarse para poder efectuar el ataque con la luna detrás,
facilitando así la tarea del oficial de observación. Colocándose en la
dirección del objetivo, el piloto avisó a la tripulación que empezaba la ruta
de ataque. A partir de aquel momento, la tensión aumentó al máximo. Pero el piloto
consiguió aligerarla diciendo que podían contribuir personalmente a la
incursión arrojando botellas de cerveza vacías.
ATAQUE
La voz del oficial de observación
era entonces la única que se oía por el interfono: “Está bien. Procura mantener
así el avión. A la izquierda, más a la izquierda. Más, más a la izquierda. Está
bien, así, así. Continua así”. De pronto se alzó la voz excitada cuando oprimió
el botón para arrojar las bombas. “Las bombas han salido ya-gritó-. Quizás esta
vez hayamos dado en el blanco. Podía ver los docks muy bien”.
Inmediatamente, todos los
miembros de la tripulación se pusieron a hablar simultáneamente a través del interfono
para expresar su parecer sobre el éxito de la incursión. Pero el piloto se
impuso y les hizo callar. El tono autoritario de su voz consiguió calmarlos. El oficial de
observación, bromeando, golpeó el pie del artillero a proa y luego regresó a su
mesa cruzando la cabina de mando, conectó el interfono y se colocó la máscara
de oxigeno. Preguntó al piloto que rumbo seguía: ¡”Dos-siete-cero. Nos hallamos
justo encima de Ludwigshafen”. Satisfecho, el oficial de observación se inclinó sobre el mapa y trazó la ruta a
seguir para el regreso.
Cerca al mar.
Cerca al mar.
EXITO
Una vez pasada la excitación y la
tensión para localizar y alcanzar el objetivo, el piloto ordenó a la
tripulación a que se mantuviera muy atenta por si aparecían los cazas enemigos
y, al mismo tiempo, mientras la acción era aún reciente, pidió a todos su
opinión sobre el ataque.
El oficial de ruta anotó los
comentarios de la tripulación en su cuaderno.
El artillero de cola dijo que, mientras
se alejaba del objetivo vio explotar varias bombas en el muelle de las gabarras
y el segundo piloto observó como otro Wellington cruzaba a unos cien metros,
aproximadamente por encima de ellos, recortando su silueta claramente a la luz
de la luna. Otras opiniones eran confusas, pero optimistas.
Poco a poco dejaron atrás los
rojos disparos antiaéreos y la tripulación empezó a pensar en la vuelta a
casa. Imaginaban la escena del informe, cuando refirieran al oficial correspondiente el éxito de la
empresa mientras bebían ovomaltine con ron. Reuniendo las versiones de todos
los tripulantes del escuadrón se podría juzgar el éxito de la incursión, que
serviría para redactar el informe destinado al mando
Pero solamente los alemanes
sabían si M de Monkey y sus compañeros habían alcanzado el objetivo.((Editado, resumido y condensado de la Revista “Así fue la Segunda Guerra Mundial”)
No hay comentarios:
Publicar un comentario