Hoy en día, la ciencia médica
reconoce y estudia los variados efectos que la altitud genera en el ser humano,
sea que este lo habite en forma permanente, sea que la visite en forma
ocasional. Se convocan congresos, se
dictan conferencias, hay especialidades universitarias abocadas al tema y se
discuten las variantes de lo que, acertadamente, se ha dado en llamar “medicina
de altura”. Y con particular interés, se investiga la peculiar conformación del
hombre andino, su realidad fisiológica y
sus patologías, desarrolladas todas ellas para la vida de las cumbres.
Todo esto es muy moderno. En
1925, sin embargo, pocos se mostraban
dispuestos a prestarle atención al fascinante problema. Y fue en 1925
cuando un médico peruano, adelantado y visionario, inició sus investigaciones
al respecto, dando pie a posteriores desarrollos y generando
conmoción sin medida entre los entendidos.
Carlos Monge Medrano había nacido en Lima en 1884. Hizo la
secundaria en el Colegio Guadalupe y luego llevó adelante estudios de Ciencias
en San Marcos. Ingresó a la Facultad de Medicina en San Fernando en 1904. En
aquella época, su principal interés parecía ser el estudio de la verruga, en la
línea de Carrión. Monge completó numerosos aportes del conocimiento de aquella
enfermedad y de ellos derivó pronto al análisis de otras enfermedades
típicamente peruanas como la uta, el bocio
y demás.
Para sostener estas
investigaciones, el joven científico realizaba continuos viajes a la región
serrana y en ellos realizaba agudas observaciones de campo. Al cabo, su
atención es atraída por el “Mal de alturas” o enfermedad de los Andes, afección
muy poco estudiada hasta el momento, a la que decide dedicar sus esfuerzos de
paciente investigador.
Carlos Monge Medrano
Carlos Monge Medrano
INICIO
Monge, acompañado por un selecto
grupo de colegas y discípulos, inicia en 1925 sus trabajos sobre el terreno.
Trepados él y su equipo en la alta cordillera, convirtieron un vagón de
ferrocarril abandonado en precario laboratorio científico y se dedicaron a la
recolección de casos entre Morococha y La Oroya. El “Mal de Altura”, corrientemente conocido
como soroche, es uno de los obstáculos fundamentales para el desarrollo de la vida humana en la altitud
extrema. Su estudio, así iniciado por
Monge Medrano en las condiciones más difíciles, constituye la base para el
conocimiento de todo un universo de realidades científicas, y un aporte
monumental a la medicina.
Hombres, animales y plantas luchan cotidianamente por
la vida, como ha hecho durante siglos, en un espacio de profunda aridez y
lóbrega soledad: las alturas andinas. Cumbres y llanos dan forma, allí a veces
a seis mil metros sobre el nivel del mar, a una de las geografías más duras del
planeta y han albergado al ser humano, brindándole sustento, durante largos
milenios. Es aquella una atmósfera
enrarecida de escaso volumen de oxígeno. En ella, sin embargo, el hombre andino
ha conseguido subsistir desde siempre con sorprendente vitalidad, desarrollando
inclusive formaciones culturales que sorprenden al mundo.
INCOMPRENSION
Las investigaciones de Monge
Medrano, fascinadas por este fenómeno, son fundamentales. Pero no se realizaron
en un contexto fácil, pues a las duras condiciones de trabajo en altura se sumó
la incomprensión de la ciencia peruana, poco dispuesta a acatar espíritus
innovadores. Recién en 1935 Monge consiguió que San Marcos auspiciara el el Instituto
de Biología Andina que él había fundado
cuatro años antes. Desde este Instituto y en colaboración con el eminente
médico Alberto Hurtado, Monge comunicó sus descubrimientos y su pasión a varias
generaciones de médicos peruanos, luego continuadores de su fecunda labor.
A estas generaciones debe la
ciencia mundial no menos de 600 trabajos especializados que han marcado hitos
de enorme relevancia en el conocimiento del “Mal de Altura” o “Enfermedad de
Monge”, como también se le conoce en algunos medios. Es que Monge,
paralelamente a su labor científica, fue siempre un apasionado maestro de
juventudes, orientador de vocaciones y catedrático de ilustre nombradía.
Y no dudó en apoyar sus
afirmaciones de hipótesis médicas con abundante material histórico, recogido en
los archivos de historiadores como Raúl Porras Barrenechea o en los textos
dejados por los primeros observadores
del hombre andino y su comportamiento social, los cronistas. Así Monge ha llegado a descubrir que el
imperio incaico conocía perfectamente el soroche, desarrollando en torno a él
poderosa política de salud.
Explicando sus investigaciones
Explicando sus investigaciones
INDIGENISTA
Y también ha contribuido, como
pocos, al conocimiento y comprensión de la realidad andina, a través de sus
habitantes. Monge ha estudiado al hombre andino como un ser dotado de
singulares adaptaciones biológicas y ha echado luces, al mismo tiempo, sobre
las profundidades de su alma y su
carácter. Guiado por esta visión se hizo tempranamente indigenista dando,
también desde la ciencia, la ardua batalla contra los estudiosos de estirpe
colonial.
Tan múltiple actividad no ha
opacado, empero, la principal contribución de Carlos Monge a la medicina
mundial: el descubrimiento, análisis y estudios de las peculiaridades de una
enfermedad muy peruana que en el mundo lleva hoy su nombre. Por iniciativa de
la Universidad Cayetano Heredia y bajo la compilación de Dora Lerner de Bigio,
se han publicado sus obras completas, en cinco gruesos volúmenes. Estas obras,
que constituyen textos de consulta obligada en las universidades del mundo
entero, están así al alcance de los propios peruanos, interesados en conocer un
tema tan fascinante desde la variada perspectiva que Monge supo imprimir a cada
escrito suyo.
Sin duda, Monge puede ser
recordado en sus propias palabras, pero puede serlo también en la más bella de
sus ambiciones, la de ver reivindicado y admirado al hombre andino, triunfador
del medio ambiente y verdadero héroe de la supervivencia humana. (Jorge Donayre Belaúnde)
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