Casi siempre y muy seguido lo
veía en el supermercado de Wong, ubicado por mi casa. Casi al final de la
Benavides. Por lo que deduzco que eramos vecinos. Los encuentros,
evidentemente, nos servían para conversar un buen rato. Pensando
constantemente, aunque no lo decíamos, en nuestro querido e insuperable Colegio
San Pablo, ubicado en Los Angeles del distrito de Chaclacayo. Un internado
inglés fundado por el hábil empresario Juan Pardo Heeren, hijo y nieto de los
mejores presidentes del Perú: Manuel Pardo y Lavalle y José Pardo y Barreda.
Para ser más específicos dirigido, en mi época, por ese insuperable maestro
británico de polendas y de vida intensa que fue William A. Richards, el SIR
para todos los sanpablinos.
El recuerdo por separado del vínculo escolar de la niñez,
adolescencia y juventud que es el más fuerte y nunca se borra es el que nos
unía, evidentemente. Estuvimos juntos en el gran encuentro en el mismo local
del plantel, hace ya unos cuantos años. Allí, precisamente, allí lo conocí. Sin embargo, vale la pena aclarar que Ramón Masalias Valdecchi permaneció en el colegio
cuando yo ya había salido, tras terminar la secundaria el año 1964 y formando
parte de la IX Promoción.
Nunca fuimos, pues,
compañeros de colegio. Posteriormente, coincidimos varias veces en los
restaurantes tan placenteros, llenos de fraternal cariño amical, cuyo
propietario es el inefable y simpático Ezequiel Furgiel También estudiante de
nuestro plantel escolar, juntándonos con tantos otros compañeros. A los cuales plenamente los tenemos en un sitial, por ser nuestros inigualables amigos de carpeta.
Hubo y se registró simpatía
mutua entre nosotros No era, pues, Ramón mi compañero de estudios. Pero si
teníamos la marca indeleble de orgullo de ser exalumnos sanpablinos. Una de
esas oportunidades lo encontré con un gorro de lana negro que le tapaba la
cabeza y, evidentemente, resaltaba. Más aún, cuando ese día de la tremenda
revelación, hacía mucho calor.
PESADILLA
La pregunta de mi parte fue
obvia y salió con inocencia. Hasta que vino la gran pesadilla como realidad
incontrastable con su respuesta. Me contó de una complicada operación realizada
de un momento a otro. De un bulto o tumor que le salió en el cerebro y que,
felizmente, se dio cuenta a tiempo por pequeñas fallas que se le presentaban en
la memoria. “Y aquí me tienes “Choclito”, vivito y coleando”.
Esas fueron sus palabras
exactas entre risas, inestabilidades internas de mi parte y, para disimular,
miradas fijas por parte de ambos, sin inmutarnos Reconozco, eso sí, que me quedé impresionado y pasmado.
Hice grandes esfuerzos para que, de ninguna manera, demostrarle asombro, ni
susto, ni impresión alguna. Creo que lo conseguí y seguimos hablando y
hablando, sin parar de diferentes temas. Del Banco Central de Reserva donde
trabajo tantos años con empeño de buen profesional especializado en Finanzas y Economía. Como si no hubiese pasado nada. Esa fue la última vez que lo vi.
Hoy me entero que ha muerto y
descansa en paz. Atribuyo, sin conocimiento de causa que aunque el maligno
tumor fue extirpado, el cáncer prosiguió en metástasis y lo llevo al fallecimiento. Maligna y tremenda
enfermedad con la que la humanidad tiene que luchar.
PRESENTE
Aceptemos la dolorosa
realidad y, evidentemente, su recuerdo es imperecedero. Eso si que es
reconfortante Vaya para el simpático y agradable amigo, experto en la batidera
y en aceptar con buen talante bromas, un Padre Nuestro rezado con unción
por su alma.
Ramón Masalías presente en la
faz de la tierra y del recuerdo y en el camino del polvo a las estrellas rumbo
al cielo donde será un habitante peculiar, lleno de habilidades y virtudes, muy
destacado e inteligente como lo era acá en este inefable mundo. En la faz
mismísima de la tierra. Hoy, mañana, siempre lo recordaremos con fraternidad.
La del amigo que lo recuerda como si viviese y no hubiese pasado nada. Vivito y coleando, Ramón (Choclo)
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